Cuando la pandemia comenzaba a arreciar al mundo y todas las miradas se detenían en la responsabilidad e inoperancia de Beijing para contener el coronavirus, el régimen comandado por Xi Jinping desplegó un plan de contingencia para acallar las voces críticas. Se lo llamó “diplomacia de las mascarillas” y sirvió para inundar con material de protección e insumos médico de dudosa calidad a aquellos países sin suficientes recursos como para hacer frente a los brotes internos. Con ese gesto de impostada generosidad al menos los mantendría en silencio... y en deuda.
Ahora, el régimen está detrás de otra estrategia, similar aunque más sofisticada. También costosa. No son mascarillas, ni trajes de protección médica, ni test de anticuerpos. Se trata de las vacunas que se han desarrollado en China desde el inicio de la pandemia. Podría llamarse “diplomacia de las vacunas” y estará destinada -en principio- a países desarrollados, tal como prometió Xi. Pero, ¿qué hay detrás de esas intenciones?
Los “beneficiarios” serán países de Asia y de África, donde el régimen de Beijing está más comprometido en la puesta en marcha de su amazónica Nueva Ruta de la Seda. “No creo que sea completamente altruista, creo que están buscando algunos beneficios de esto. China quiere expandir sus intereses comerciales y también estratégicos en estos países”, dijo Imogen Page-Jarrett de The Economist Intelligence Unit.
En diálogo con la periodista Abigail Ng, de CNBC, Page-Jarrett indicó que las vacunas pueden ser “un medio para expandir la influencia y el poder blando de China”. Pero también con otro objetivo de marketing: reducir la imagen de Beijing como responsable de la pandemia que ya causó 1.571.376 muertes y casi 70 millones de contagiados en todo el mundo, de acuerdo a Johns Hopkins University of Medicine.
Esta versión intenta ser refutada por la maquinaria propagandística china. La agencia Xinhua, encargada de publicar todo movimiento del régimen, señaló que las vacunas contra el COVID-19 no serán utilizadas como un “arma o herramienta diplomática”. Al mismo tiempo, en un editorial de su directorio del pasado 10 de noviembre se señaló que se oponía a la “politización” del tema. “China no convertirá las vacunas COVID-19 en ningún tipo de arma geopolítica o herramienta diplomática, y se opone a cualquier politización del desarrollo de vacunas”, señaló el medio que habla por el estado. “China está dando este paso concreto para asegurar la distribución equitativa de vacunas, especialmente a los países en desarrollo”, agregó Xinhua.
Sin embargo, analistas de todo el mundo creen que las verdaderas y ocultas intenciones de Beijing radican en la amplia influencia que podría mantener sobre otros países si se convierte en su principal proveedor de vacunas contra el coronavirus. Sobre todo en áreas y zonas geográficas donde mantiene disputas y una alta tensión territorial. Tal el caso del Mar del Sur de China, que el imperio oriental demanda como propio y las maniobras militares son cada vez más frecuentes.
“Hay tanta superposición de intereses chinos con las preocupaciones de otros países y tantas áreas en las que China podría querer salir adelante”, señaló Chong Ja-Ian, profesor de Ciencias Políticas en la Universidad Nacional de Singapur, en declaraciones al mismo medio norteamericano. “No sorprende ese interés propio”, añadió el académico, quien conoce la región como pocos. “La pregunta es, por supuesto, hasta dónde llegas: si hace demandas excesivas o si busca grandes ganancias, este tipo de cosas comienzan a importar”.
Page-Jarrett insiste en que los países del sudeste asiático también están interesados “en mantener su independencia y neutralidad” y que es por eso que “se resisten con bastante firmeza a cualquier esfuerzo por tratarlos como peones en estos juegos de poder regionales”. Sin embargo, su bajo desarrollo en materia médica y sus necesidades más urgentes podría convertirlos en blancos de la nueva “diplomacia de las vacunas” del régimen.
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