En el piso 10 de un edificio comercial de Taipei, Lam Wing-kee reabrió Causeway Bay Books, o más bien abrió la segunda versión de la librería de Hong Kong que funcionó como testimonio involuntario de la transformación de la región administrativa especial desde que China aumentó su presión hasta que finalmente legalizó las persecuciones con una nueva ley de seguridad nacional. Como otros de su círculo —escritores, libreros— Lam sufrió detenciones, hasta que por fin se exilió en Taiwán. Pero tampoco allí se siente seguro.
“Hay que prepararse”, dijo este hongkonés de 64 años en diálogo con The Guardian. “Como ciudadanos deberíamos estar más alerta, deberíamos prepararnos. Si pudieron reapoderarse de Hong Kong, el próximo lugar, creo, es Taiwán”.
Además de la litera donde duerme Lam y la caja registradora de la librería, el pequeño lugar está atestado de textos sobre historia, cultura, economía y política. Hay títulos de Hannah Arendt, literatura para niños, una saga sobre los Romanov y Permanent Record, de Edward Snowden. Pero la razón por la cual Lam está exiliado y otros, como Gui Minhai, en la cárcel (fue condenado a 10 años luego de dos secuestros y dudosas confesiones en video) son otros títulos, que en los países occidentales serían literatura ligera para las vacaciones y en China son motivo de censura.
Los libros cuentan historias de sexo, política y crímenes. Se escriben en semanas sin atención a su calidad literaria, mucho menos a la exactitud de sus datos, pero son fuentes de chismes de actualidad sobre las cuales los visitantes de China en Macau, Taiwan y Singapur —y antes, Hong Kong— se arrojan con avidez, ya que están prohibidos en el continente. Como Las ocho historias de amor del secretario general, que en 2016 aludió a la relación del presidente chino, Xi Jinping, con varias mujeres, entre ellas una presentadora de televisión reconocida, publicado por Mighty Current, el sello de Gui.
Como el editor, Lam también fue secuestrado para reaparecer, días más tarde, en un centro de detención legal. En su caso, un grupo de agentes lo interceptó cuando cruzaba la frontera de Hong Kong a China, en Shenzhen, con un cargamento de libros que, a diferencia de los títulos más picantes, contaban con el beneplácito del servicio gratuito de lectura previa de Beijing.
“Nunca entendí por qué sucedió eso, pero comprendí que yo podía ser una amenaza desde la perspectiva del gobierno chino”, dice. Llevaba décadas transportando “muchos libros diferentes, incluyendo los que estaban prohibidos y otros que simplemente no se consideraban buenos, porque pensé que era importante que la gente en China supiera exactamente lo que estaba pasando”, dijo a The Guardian.
Pasó cinco meses detenido en la ciudad de Ningbo, al cabo de los cuales debió grabar una confesión para que fuera emitida en las noticias. Entonces lo trasladaron a la provincia de Guangdong, donde pagaría esas culpas que le habían dictado. “No se puede comparar estar preso en Hong Kong con estar preso en China”, contó. “Realmente sentí miedo. Era presión mental, no daño físico”.
Cuando se le permitió regresar a su ciudad natal brevemente, en 2016, tras advertir a sus conocidos que les podría pasar lo mismo que le acababa de suceder, violó la fianza. Logró mantener su libertad pero en 2019 se preguntó por cuánto tiempo: temió que su nombre estuviera entre los primeros de la lista si el gobierno lograba aprobar la ley de extradición que impulsaba.
Aquel proyecto generó protestas masivas y, si bien fue retirado, inició una ola de apoyo al movimiento por la democracia en Hong Kong. La respuesta de Beijing fue la ley de seguridad nacional, que definió actos de subversión, secesión, terrorismo y colusión extranjera y autorizó la operación local de la seguridad de China, con facultades para investigar y enjuiciar.
Una lectura superficial de sus artículos hubiera hallado varios elementos por los cuales volverlo a encarcelar, reflexionó Lam, quien se instaló en Taiwán en abril de 2019.
“Me sorprendió un poco el cambio súbito en Hong Kong”, siguió ante The Guardian. “Uno puede simplificar y decir simplemente que China es totalitaria. Pero hay muchas razones detrás. La primera pregunta que deberíamos formular es: si ‘un país, dos sistemas’ [el acuerdo por el cual el Reino Unido devolvió Hong Kong y garantizó el status de autonomía de la región administrativa especial] sirvió durante 27 años, ¿por qué decidieron cambiarlo ahora?”.
Lo que se transformó en realidad —dijo, mientras sostenía uno de los libros prohibidos por Beijing— es el clima político en China, no en Hong Kong. “Xi Jinping”, nombró al presidente. “Él es como un emperador. Tiene 67 años. Si espera otros 27 por Hong Kong, ¿qué edad tendrá? ¿Tendrá poder todavía? ¿Tendrá salud?”.
En noviembre de 2019, a siete meses de haber llegado a Taiwán, Lam anunció que inaguraría Causeway Bay Books II y que sería más que una librería: “Pienso convertirla en un espacio para todo el mundo, porque sólo puede abrir gracias a la ayuda del público”, dijo a South China Morning Post. Se refería a una campaña de crowdfunding, que en dos meses recaudó USD 196.000 de 2.900 donantes.
El núcleo central del emprendimiento continuaría, prometió: “La idea de reabrir Causeway Bay Books es presentar libros que incrementarán la comprensión de los lectores de qué ha sucedido exactamente en Taiwán, Hong Kong y el continente”. Pero al inaugurar la sede que reemplazó a la original, que debió ser abandonada en Hong Kong, Lam se convirtió en un asesor de migraciones de facto: muchos hongkoneses le preguntaron cómo podían quedarse, ya que las leyes no les permitían ser refugiados. El librero los derivaba a las organizaciones de derechos humanos y los grupos cívicos que se ofrecieron a ayudarlos.
Lam abrió su tienda el 25 de abril en Taipei, en un acto al que asistieron varias figuras políticas, incluida la presidenta de Taiwán, Tsai Ing-wen. Pero cuatro días antes de la reapertura fue atacado mientras se dirigía a completar los últimos detalles en su tienda.
Tres hombres, encabezados por Cheng Chi-lung, quien dijo que le molestaba el activismo del librero, le tiraron bombas de pintura roja. En noviembre fueron condenados a cuatro (Cheng) y tres (sus cómplices) meses de prisión por “agresión, daño físico y mental y obstrucción de la libertad de circulación” de Lam, según Taiwan News. Lam consideró que el castigo fue “demasiado leve” y manifestó su preocupación de que lo volvieran a atacar.
En este contexto el librero hizo su advertencia: “Hay que prepararse. Si pudieron reapoderarse de Hong Kong, el próximo lugar, creo, es Taiwán”.
Si bien eligió la isla por su democracia y su respeto a la diferencia política, sabe que el gobierno de China la ve como una provincia en rebeldía. “Lam está preocupado por la preparación del ejército de Taiwán y la influencia cultural de China en los jóvenes de Taiwán”, lo describió The Guardian.
Y sobre todo ya no encuentra señales de que en el futuro Hong Kong pueda volver a ser lo que alguna vez fue. No pierde las esperanzas —citó un pasaje de la Biblia, Corintios 13:13: “Y ahora permanecen la fe, la esperanza y el amor, estos tres; el mayor de ellos es el amor”— pero, en términos realistas, opinó que lo mejor es concentrarse en su nuevo hogar: “Aquí todo depende de la gente de Taiwán”.
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