Con los enormes progresos que ha hecho la medicina, pensó acaso Yevgeny Prigozhin, seguramente Alexéi Navalny se iba a recuperar del envenenamiento que acababa de sufrir en Siberia. Procedió entonces —era agosto de 2020— a solicitar que la justicia embargara los bienes del opositor a Vladimir Putin, en ese momento en estado crítico por el Novichok, un agente tóxico made in Russia. De ese modo, cuando despertara del coma podía quitarle, como juró, “hasta la ropa y los zapatos”.
Navalny lo había llamado “ladrón” en un tuit y había recordado un infortunado episodio de su pasado, cuando 130 niños enfermaron de disentería por la comida que la empresa de Prigozhin proveía a sus escuelas. Herido en su honor y afectado emocionalmente por esas palabras —dijo—, porque la justicia ciega había ya determinado que la compañía no tenía responsabilidad por la diarrea de los pequeños ni Prigozhin tenía responsabilidad por su propia empresa, lo demandó.
Solicitó, en caso de que Navalny sobreviviera (y había que mirar la cosa con optimismo, porque la familia había logrado que lo trataran en Alemania y no en Rusia), 5.000.000 rublos, o USD 66.000, en concepto de resarcimiento moral.
La irrupción de Prigozhin en el affaire Navalny —asombroso en sí, ya que sumaba otra baja a una lista robusta de adversarios de Putin que a lo largo de sus dos décadas en el poder han ingerido cosas letales— le dio una popularidad que, dada su importancia en el Kremlin, bien podría haber tenido antes.
Su nombre aparece, por ejemplo, en el informe del fiscal especial Robert Mueller, tan temprano como en la página 4, y desde entonces se repite muchas veces. Según la “Investigación sobre la interferencia rusa en las elecciones presidenciales de 2016”, los trolls de Olgino —como se bautizó a los agentes de Internet Research Agency, porque sus oficinas quedaban en ese barrio de San Petersburgo— ameritaban el apelativo más exacto de trolls de Prigozhin.
Cosas que el estado no podría hacer
Si esa operación suena a un achicamiento del estado ruso mediante la tercerización de políticas (en este caso, ilegales), la inversión de Prigozhin en el grupo Wagner confirmaría su compromiso con esa curiosa forma de sobriedad fiscal. Wagner, firma que provee contratistas militares privados, se hizo conocida en febrero de 2018 cuando algunos de sus mercenarios murieron en combate con fuerzas estadounidenses en Siria que intentaban controlar una refinería de petróleo.
Según The Guardian también han combatido en Ucrania; el medio ruso The Project los ubicó además en Madagascar, como parte de una presunta iniciativa rusa en África. Además de la participación económica de Prigozhin —quien lo ha negado—, Wagner se destaca porque la dirige un ex empleado de la inteligencia militar rusa, GRU, Dmitry Utkin.
Ambos emprendimientos son un win-win para Putin y para Prigozhin, denuncian opositores como Navalny: el gobierno ruso deja en manos de privados operaciones que podrían ser denunciadas como ilegítimas en los organismos internacionales y el dueño de Concord Catering factura fortunas por esos servicios.
El nombre de la firma de Prigozhin no es una ironía: en efecto, su negocio legalmente declarado es la gastronomía. De hecho lo llaman “el chef de Putin”, aunque difícilmente pudiera competir en MasterChef. Es, se diría, más master que chef: acompaña al líder ruso desde que cayó del cielo y sin paracaídas en San Petersburgo, tras la desintegración de la Unión Soviética que a su vez pulverizó su carrera de espía en el KGB. Putin se abrió paso en la alcadía de la otrora Leningrado; Prigozhin vendía hot dogs tras haber salido de la cárcel.
Años difíciles en San Petersburgo
Graduado en la academia de espionaje de Moscú, Putin estaba destinado en Dresde cuando cayó el muro de Berlín. Semanas después, tras destruir una cantidad de documentos equivalentes a 12 camiones y desmantelar varias redes de informantes, con una lavadora usada de ropa como todo souvenir, regresó a Moscú. Allí también la realidad se descomponía en una espiral, y pronto no hubo más país.
Sin empleo y sin perspectivas, Putin se subió a su Volga y manejó hasta San Petersburgo, su ciudad natal, donde todavía vivían sus padres. Tenía 40 años y sentía que su vida había terminado. Se reacomodó, sin embargo, como enlace de Anatoly Sobchak con las fuerzas de seguridad. Sobchak, ex alcalde de la ciudad y coautor de la Constitución de la Federación Rusa, murió a finales de febrero de 2000, dos meses después de que su pupilo asumiera la presidencia, el último día de 1999.
Prigozhin nunca se había movido de San Petersburgo desde que allí nació el 1 de junio de 1961. Estudió en un secundario deportivo, con los campeones olímpicos Vladimir Salnikov, de natación, y Alexander Dityatin, de gimnasia, y se destacó en esquí de fondo, que practicaba con su padrastro, Samuil Zharkoy. Pero su buen estado físico no le alcanzó para correr de las autoridades, en 1979, que lo detuvieron por robo.
Como apenas salía de la adolescencia y era su primer delito, el tribunal le otorgó una condena en suspenso; pero en 1981, cuando lo procesaron por una reincidencia afeada por asociación ilícita, fraude y reclutamiento de menores con fines prostitución, conoció la generosidad soviética a la hora del castigo: le tocaron 12 años efectivos. Cumplió nueve en una colonia penal y cuando salió, perdonado, el mundo se había dado vuelta.
Una comida a orillas del Nevá
Primero organizó varios puestos de venta de hot dogs con su padrastro; luego le ofreció su talento logístico a un compañero de escuela, Boris Spektor, propietario de una cadena de supermercados, Contraste, sumamente popular: a diferencia de las demás, que emergían del letargo de la URSS, contaba con una buena selección de productos. Como Spektor quería expandirse hacia los casinos, aceptó encantado el trabajo de Prigozhin y le cedió el 15% de su empresa.
En 1995 Prigozhin compartió con Kirill Zilminov, director general de Contraste, su sueño de tener un restaurante a la orilla de un río, como los que aprovechaban la belleza del Sena en París. A su amigo Zilminov le intersó el asunto: quería salir de una empresa ajena, cuyos ingresos, además, mermaban. Juntos inaguraron, en 1996, Antiguas Costumbres, que “se convirtió en uno de los primeros restaurantes de élite en San Petersburgo”, según Meduza. Sobchak fue uno de sus habitués.
A continuación sumaron otros tres: 740, Kitsch Ruso, Palacio Stroganov. Su menús, en los cuales jamás faltaban el caviar, las trufas y las ostras, consolidaron la fama de los restaurateurs, y sus precios les permitían recuperar las inversiones en cuestión de meses. Así en 1997 compraron un barco, lo adaptaron y lo llevaron al Nevá para fondearlo e inaugurar Isla Nueva, que se convirtió en el must de los ricos, los famosos y los que aspiraban a serlo.
Y a Isla Nueva fue, en el verano boreal de 2001, el presidente Putin para agasajar al francés, Jacques Chirac, que lo visitaba.
El comienzo de una hermosa amistad
A Prigozhin ha reflexionado sobre la belleza de la humildad, como por caso la que él mostró al servir a los jefes de estado. “Vladimir Putin vio cómo no vacilé en llevarles personalmente los platos”, dijo en una de las escasas entrevistas que dio en su vida, a Gorod 812, en 2011. “Estaban allí como huéspedes míos”.
Desde aquel encuentro de 2001 tomó la costumbre de demostrar que no se le caían los anillos, y su trabajo como creador de los banquetes del Kremlin —que le valieron el apodo de “chef de Putin”, por su magnífica atención en su cumpleaños de 2003— le permitió confirmarlo ante el ex mandatario estadounidense George W. Bush, al ex primer ministro japonés Isiro Mori y numerosas delegaciones extranjeras.
Incluso se encargó del catering para la asunción del presidente ruso Dmitry Medvedev, aquel 2008 cuando Putin no pudo volver a ser reelegido por el límite constitucional (pero sí ejercer como primer ministro).
Hizo muchos amigos en el Kremlin: Viktor Zolotov, hoy director de la Guardia Nacional de Rusia, por ejemplo, o Roman Tsepov, empresario de seguridad y confidente de Putin, que en 2004 moriría por envenenamiento con una sustancia radiactiva luego de tomar un té en las oficinas del FSB, sucesor del KGB. Y pronto él mismo se encontró entre los miembros de la élite.
Compró una mansión en San Petersburgo, luego una casa de veraneo en el Mar Negro, un yate de 35 metros, un avión privado. Incluso se dio un gusto menor, pero caro a su corazón porque siempre había sido su automóvil favorito: un Lincoln Continental de la década de 1960, en el color más famoso de aquel modelo, azul cielo.
Para garantizar su propia provisión fundó una fábrica de alimentos pre-cocidos envasados al vacío, única en Rusia en 2010, cuando su amigo más poderoso asistió a la inauguración. “Putin vio cómo creé una empresa desde una caseta”, destacó. Ese talento, cree, produjo los USD 200 millones, u 11.000 millones de rublos, de su fortuna personal, que lo ubican en el puesto 83 entre los más ricos de su país.
Denuncias y contra denuncias
“Las empresas alimenticias de Prigozhin actúan a modo de cartel”, citó El País a Alexandr Gorshkov, periodista a cargo de Fontanka. “Siempre ganan todos los concursos a los que se presentan y los contratos con la administración les reportan miles de millones de rublos, que se gastan en el mantenimiento de las compañías militares privadas”.
Entre 2013 y 2018, según denunció la Fundación Anti Corrupción (FBK), que fundó Navalny, Prigozhin se benefició con contratos gubernamentales por unos USD 3.100 millones.
Desde 2010 suministra alimentos a la Agencia para el Manejo de Emergencias; desde 2011, a las escuelas de Moscú; desde 2012, a las fuerzas armadas. Desde 2014 se ocupa de los servicios de limpieza de los establecimientos militares; desde 2015 también de las viviendas y los servicios comunales asociados a ellos. Desde 2016 se encarga de toda reparación en las instalaciones dependientes del Ministerio de Defensa.
En total, la abogada Liubov Sobol, de FBK, le calculó, conservadoramente, una treintena de negocios con el estado. A ellos habría que sumarles los emprendimientos que no se formalizan en contratos y la financiación de un medio nacionalista, la Agencia Federal de Noticias, perteneciente al Grupo Mediático Patriota, que celebra cada pestañeo del presidente ruso.
Desde luego, Sobol también ha sido demandada por Prigozhin, como su aliado político Navalny. “Buscan obstruir mis actividades y las de las personas que no tienen miedo a decir la verdad”, dijo la abogada a El País y citó la causa judicial como el episodio más reciente en “una retahíla de detenciones y registros a su casa y sus oficinas en estos últimos años por ‘acusaciones fabricadas’ de Prigozhin y otros”.
Qué dice Putin sobre “el chef de Putin”
En su sitio, Navalny lo describió en 2016 como “una de las historias de éxito más notables” del putinato: “Un criminal dos veces convicto se convirtió en multimillonario [en rublos] y en uno de los mayores beneficiarios de contratos estatales de Rusia”. Su magia consistió en haber servido personalmente al presidente durante aquella comida con Chirac y haberle caído bien, según el político opositor, que salvó la vida pero aun se encuentra en Alemania.
“Esta es la diferencia clave entre una historia de éxito tal como suceden en las películas y en Rusia. El tipo no inventó nada, no encontró un tesoro, no ganó las Olimpiadas. Recibió un premio en agradecimiento a su buen servicio al presidente, como una propina: se le dijo que puede participar de la corrupción, libre e impunemente. ‘Aquí tienes 140 millones de personas: anda y gana dinero con ellos. Te firmaremos lo que necesites’”, escribió Navalny.
Putin, en cambio, lo ve como un George Soros de su país: “En lo que respecta a Prigozhin, quisiera pedirle que establezca un límite claro entre el gobierno de la Federación Rusa o Rusia como estado y las corporaciones”, dijo a Tass. “En los Estados Unidos está Soros, y él interviene en todo tipo de situaciones en el mundo, y nuestros amigos estadounidenses dicen que su país no tiene nada que ver con los esfuerzos privados de Soros. Si vamos a eso, esto es un esfuerzo privado de Prigozhin”.
La pregunta del periodista de Tass aludía a las acusaciones por la fábrica de trolls y su injerencia en las elecciones estadounidenses de 2016. “Usted dijo que a Prigozhin lo llaman ‘el chef de Putin’”, siguió Putin. “Es verdad que trabaja en la esfera gastronómica y que tiene un restaurant en San Petersburgo. ¿De veras cree que el propietario de un restaurante, aun si tiene la habilidad de un hacker y posee una empresa de tecnología de la información —en realidad no sé cuál es su papel allí—, puede afectar las elecciones en los Estados Unidos, o en cualquier país de Europa?”.
De buscado por Interpol a sobreseído
En aquel momento parecía que sí, pero el tiempo terminó por mimar a Putin. Tras considerar que había pruebas suficientes en la investigación de Mueller, una orden de procesamiento contra Prigozhin lo ubicó entre los Buscados de Interpol. El magnate aseguró que nada había tenido que ver con “la guerra informativa contra los Estados Unidos”, como decía el documento oficial que lo acusaba de crear perfiles en las redes a los fines de diseminar noticias falsas y desinformación.
“Los estadounidenses son gente muy impresionable; ven lo que quieren ver”, dijo a la agencia Ria Novosti. “Yo siento mucho respeto por ellos. No estoy enojado en absoluto por haber terminado en esta lista. Si quieren ver al demonio, déjenlos que lo vean”.
Su voz, que llegaba al público como un murmullo luego de recorrer el largo camino desde la cima del poder, de pronto cobró volumen, y amenazó al Departamento de Justicia con una demanda por USD 50.000 millones en daños derivados de enjuiciamiento indebido. El informe de Mueller no había logrado dar base al impeachment de Donald Trump; el proceso de presentación de pruebas en contra del ruso no había logrado mostrar que siquiera hubiera llevado un sándwich a los trolls de Olgino. ¿Entonces?
Su procesamiento fue revocado en marzo de 2020, mientras el mundo estaba ocupado con el coronavirus. Interpol dejó de buscarlo en septiembre de 2020.
“No le dan miedo los trabajos sucios”
Sus negocios continúan su progreso, intacto como su éxito. Además de haber operado en los Estados Unidos, los trolls trabajan en Madagascar, República Centroafricana, Sudán, Angola, Guinea, Libia y otros países de África, según The Project: juegan para Rusia en la pulseada con China por el Tercer Mundo. Pero quizá más redituables sean las campañas de los contratistas militares, apuntó Fontanka: “A cambio de proporcionar soldados para proteger los yacimientos petrolíferos de Siria, las empresas vinculadas a Prigozhin habrían recibido un porcentaje de los ingresos del petróleo”.
Sus adversarios le reconocen un mérito, al menos: la audacia. “No le dan miedo los trabajos sucios”, dijo Sobol a The New York Times. “Puede cumplir cualquier tarea para Putin, desde combatir a la oposición hasta enviar mercenarios a Siria. Sirve a ciertos intereses en ciertas esferas, y Putin confía en él”.
Y, sobre todo, el presidente ruso le reconoce la fidelidad. Acaso no sea su chef, pero parecería estar a cargo de algunas cocinas. Porque a diferencia de otros ricos que fueron sus amigos, como Mijaíl Jodorkovski (quien pasó de ser el hombre más rico de Rusia en 2004 a ser el preso más notable de una cárcel en Siberia un año más tarde, mientras Yukos, su imperio energético, era expropiado), Vladimir Gusinsky o Boris Berezovsky (ambos exiliados), Prigozhin conserva el favor de Putin. Sin recursos ni esperanza en el caos post soviético, igual que él, y sobre todo con él, ha sabido prevalecer.
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