De acuerdo con un estudio publicado por la revista médica Lancet este martes 1 de diciembre se cumple un año desde que el primer paciente conocido mostró síntomas de la enfermedad de coronavirus en la capital provincial de Hubei, en la ciudad china de Wuhan. En estos 12 meses, ya se han registrado más de 60 millones de personas infectadas, y más de un millón y medio murieron por el COVID-19. Todas las miradas de la comunidad internacional siguen apuntando contra el régimen de Xi Jinping por el manejo de las primeras etapas de la pandemia.
El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ha sido uno de los más críticos de Beijing, llegando a calificar al COVID-19 como el “virus chino”. El mandatario norteamericano sostuvo, además, que el gigante asiático deberá rendir cuentas por el impacto que tuvo el brote a nivel internacional.
En este contexto, la cadena CNN dio a conocer “Los archivos de Wuhan”, unas 117 páginas de documentos filtrados del Centro Provincial de Hubei para el Control y la Prevención de Enfermedades, que fueron compartidas y verificadas por la cadena estadounidense.
Los documentos abarcan el período entre octubre de 2019 y abril de este año. En concreto, “revelan lo que parece ser un sistema de atención de la salud inflexible, limitado por una burocracia de arriba/abajo y unos procedimientos rígidos que no estaban preparados para hacer frente a la crisis emergente”. Además, expone CNN, en varios momentos críticos de la fase inicial de la pandemia, los archivos confidenciales “muestran pruebas de claros pasos en falso y señalan un patrón de deficiencias institucionales”.
“Documento interno, por favor mantenga la confidencialidad”, es el título del informe que llegó a manos de la cadena norteamericana de parte de un informante que pidió el anonimato. Informante que aseguró trabajar en el sistema de salud chino, y que se definió un patriota “motivado a exponer una verdad que había sido censurada”.
Los documentos fueron verificados por seis expertos independientes que examinaron la veracidad de su contenido. “Un experto con estrechos lazos con China informó haber visto algunos de los informes durante una investigación confidencial a principios de este año. Un oficial de seguridad europeo con conocimiento de los documentos y procedimientos internos chinos también confirmó a la CNN que los archivos eran auténticos”.
Censura y mal manejo de la información
Pese a que las autoridades chinas en todo momento se jactaron de haber tenido un manejo transparente y eficiente desde el inicio de la pandemia, los informes muestran una gran dificultad a la hora de diagnosticar a los primeros pacientes locales de COVID-19.
“Los documentos muestran que los funcionarios de salud locales dependían de mecanismos defectuosos de prueba y notificación. Un informe en los documentos de principios de marzo dice que el tiempo medio entre el inicio de los síntomas y el diagnóstico confirmado fue de 23,3 días, lo cual, según los expertos, habría obstaculizado considerablemente las medidas para vigilar y combatir la enfermedad”.
El 10 de febrero, las autoridades chinas reportaron 2.478 nuevos casos confirmados, lo que elevó la cifra mundial a más de 40.000, con menos de 400 casos que se desarrollaron fuera de la China continental. No obstante, de acuerdo a lo expuesto en los informes, el número real de infectados en esa jornada era de 5.918, más del doble del balance oficial.
Ese número está dividido en subcategorías: “casos confirmados” (2.345), “casos diagnosticados clínicamente” (1.772), y “casos sospechosos” (1.796). Yanzhong Huang, investigador principal de salud global del Consejo de Relaciones Exteriores, sostuvo que los criterios adoptados por las autoridades chinas condujeron a cifras engañosas.
“Muchos de los casos sospechosos que había deberían haber sido incluidos con los casos confirmados. Las cifras que daban eran conservadoras, y esto refleja lo confuso, complejo y caótico de la situación”, añadió el funcionario chino, quien confirmó la veracidad y autenticidad de los documentos.
Varias especialistas sostienen que con estos manejos el régimen chino lo que pretendía era mostrar un sistema sanitario eficaz y, a su vez, no desnudar la real gravedad del brote.
“Está claro que cometieron errores, y no solo los que ocurren cuando se trata de un nuevo virus, sino también errores burocráticos y políticos en la forma en que lo manejaron”, explicó Huang.
En esa línea, William Schaffner, profesor de enfermedades infecciosas de la Universidad de Vanderbilt, dijo que incluir a los pacientes que se sospechaba que tenían la infección habría ampliado el tamaño del brote y “habría dado una apreciación más verdadera de la naturaleza de la infección y su tamaño”. Según su punto de vista, los funcionarios chinos “parecían minimizar el impacto de la epidemia”.
De acuerdo a los protocolos establecidos por la Comisión Nacional de Salud de China a fines de enero de este año, los médicos chinos debían informar un caso como “sospechoso” si un paciente tenía antecedentes de contacto con casos conocidos, y síntomas de fiebre y neumonía. Para elevar el caso a “clínicamente diagnosticado”, se debían confirmar estos síntomas mediante una radiografía o una tomografía computarizada. En tanto, un caso solo sería “confirmado” si la reacción en cadena de la polimerasa (PCR) o las pruebas de secuenciación genética dieran positivo.
Andrew Mertha, director del Programa de Estudios sobre China de la Universidad John Hopkins, indicó que las autoridades chinas recién a mediados de febrero colocaron los casos “diagnosticados clínicamente” en la categoría de “confirmados”.
Sumado a esto, los funcionarios chinos no incluían en sus registros a los casos asintomáticos, algo fuertemente cuestionado por los expertos en salud internacionales.
Dali Yang, profesor de ciencias políticas en la Universidad de Chicago que se dedicó a estudiar extensamente los orígenes del coronavirus, remarcó que en el mes de febrero los números eran de vital importancia para poder medir el verdadero impacto que podría tener el brote. “Tenían la esperanza de que fuera como en 2003, y como el Síndrome Respiratorio Agudo Severo (SARS) se contendría con el tiempo, y todo podría volver a la normalidad”.
Al respecto, recordó que el 7 de febrero Xi Jinping y Trump mantuvieron una conversación telefónica para tratar el tema: “Creo que esa es también la impresión que tuvo Trump... que esto iba a desaparecer”.
Estas revelaciones tienen lugar en medio de la presión internacional sobre China -encabezada por Estados Unidos y la Unión Europea- para que coopere plenamente con una investigación de la Organización Mundial de la Salud (OMS) sobre los orígenes del virus.
Sin embargo, hasta el momento los expertos internacionales han tenido un acceso limitado a los registros médicos chinos.
Demoras por parte de las autoridades de salud
Desde los primeros que se conocieron los primeros casos, los testeos se realizaron de forma inadecuada y los resultados de las pruebas tardaban semanas en ser entregados. Según documentos encontrados, los kits de testeo que utilizaron no eran efectivos lo que provocó que muchos pruebas daban como negativas en realidad no lo eran.
Al régimen chino le tomó semanas rectificar estos errores, mientras el virus se seguía esparciendo. Todo esto vino acompaño por algunas tímidas críticas por parte de expertos médicos chinos, quienes algunos fueron silenciados por Bejing.
Además, en los primeros meses de la epidemia, el tiempo de espera de una persona que presentaba síntomas para ser atendido por los médicos era de unos 23 días. Esta demora provocó que las autoridades chinas no pudiesen enfocar buenas políticas de intervención en la salud pública.
“Estás mirando datos que tienen tres semanas de antigüedad y estás tratando de tomar una decisión para hoy”, dijo el doctor Amesh Adalja, de la Universidad Johns Hopkins.
Para el 7 de marzo, el sistema de testeos y diagnósticos había mejorado. Sin embargo, muchos expertos describieron estas demoras como poco usuales, incluso a pesar de que se enfrentaban las autoridades sanitarias a un nuevo virus.
“Eso agrega otra capa de comprensión de por qué algunos de los números que salieron de los niveles más altos de gobierno probablemente estaban equivocados”, dijo Schaffner de la Universidad de Vanderbilt. “En los Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia y Alemania, siempre hay un retraso. No se sabe instantáneamente. Pero 23 días es mucho tiempo”.
Desorden y obstáculos
Un denominador común que aparece en los documentos es la falta de preparación por parte de las autoridades chinas, que suma a la falta de inversión con la que contaba el Centro Chino para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) en Hubei .
El CDC no contaba con los equipos suficientes para realizar testeos, y muchos de sus funcionarios, enmarañados en la compleja burocracia china, se encontraban desmotivados con su trabajo cuando empezaron los primeros casos de coronavirus.
A las autoridades sanitarias se le insiste en “encontrar con rigor el eslabón débil en la labor de control de enfermedades, analizar activamente y compensar las deficiencias”.
En un informe interno del CDC queda el descubierto la falta de financiación del gobierno provincial de Hubei y señala que el presupuesto de personal está un 29% por debajo de su objetivo anual. El reporte también subraya como los funcionarios estuvieron maniatados por las burocracia china y en los primeros meses del epidemia no pudieron utilizar todo su conocimiento para contener el virus.
Una crisis que se descontroló
A pesar de las medidas draconianas y algunas sofisticadas herramientas de monitoreo y vigilancia en la población, sumado al confinamiento de unas 700 millones de personas, todo aquello no contribuyó para localizar la cadena de transmisión del virus.
Mientras los casos aumentaban en febrero, las autoridades chinas enfrentaban una crisis de legitimidad con la opinión pública cuestionando cómo Beijing ocultaba información. Todas la miradas apuntaban al Partido Comunista chino.
A través de los documentos, se sabe que había lagunas entre la información oficial y la que circulaba internamente entre la población. Por ejemplo, según muestran los archivos, el 17 de febrero las autoridades chinas reportaron 93 muertes por coronavirus, pero la cifra oficial en realidad fue de 196 personas fallecidas.
Otro reporte muestra que el 10 de febrero murieron seis trabajadores de salud en Hubei. Sin embargo, esas muertes nunca fueron reportadas por Beijing. Por esta razón, mientras el virus se esparcía, la ciudadanía desconfiaba del actuar de las autoridades ya que creían que no se tomaban en serio la crisis.
En noviembre, Xi Jinping pretendió -una vez más- amordazar a los médicos que estuvieron en los inicios del brote de coronavirus en Wuhan, hacia finales de 2019. No quiere que colaboren con la misión de la Organización Mundial de la Salud (OMS) que intentará determinar cómo fue que nació el Sars-CoV-2. Es por eso que les prohibió a los profesionales de la salud que informen sobre el manejo primario que las autoridades sanitarias ordenaron en torno al nuevo virus que derivó en la muerte de -hasta el momento- 1.434.509 víctimas en todo el mundo.
De acuerdo la agencia japonesa Kyodo, “las autoridades de China emitieron una orden de mordaza sobre el virus a los médicos en Wuhan”. Es decir tendrán prohibido, como en un inicio, hablar sobre qué fue lo que vieron y qué los obligaron a callar cuando el brote ya estaba fuera de control. La medida recuerda el drama atravesado por Li Wenliang, aquel médico que fuera silenciado por el aparato del régimen de Beijing por haber alertado -en diciembre pasado- a otros colegas sobre un nuevo virus que estaba llevándose las vidas de decenas de pacientes en el Hospital Central de Wuhan, la ciudad donde se cree que nació el Sars-CoV-2
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