En 2015, a medida que destruía templos, esculturas y otros tesoros arqueológicos de la ciudad de Palmira, el Estado Islámico publicitaba cada una de sus acciones, como las decapitaciones y demás violaciones a los derechos humanos. El mundo entero estaba atento a la barbarie que se tuiteaba en vivo y el 1 de septiembre la Unesco declaró que se trataba de crímenes contra la civilización.
Diez años antes algo similar había sucedido en Najicheván, un territorio dentro de los límites de Azerbaiyán que limita con Armenia e Irán, principalmente. Pero nadie había reclamado el dudoso honor de esta destrucción cultural ajena. El episodio pasó casi inadvertido.
Se trató, sin embargo, del punto máximo de una campaña para aniquilar los rastros de un pueblo: la transformación del cementerio medieval de la ciudad de Julfa en tierra arrasada. Los armenios vivieron en Jugha —como llamaban a la ciudad— hasta que a finales del siglo XIV el sha Abás el Grande los obligó a trasladarse a Io que sería la nueva capital de la Persia safávida. En Julfa quedaron sus muertos, a los que solían rendir homenaje con enormes esculturas funerarias, los jachkares. Pasaron los siglos y el perenne viento implacable; pasó también la Unión Soviética. Unos 22.000 jachkares quedaron en pie; según otras cuentas, unos 10.000. También 89 iglesias medievales armenias y 5.840 monumentos, agregó la investigación del experto local Argam Ayvazyan, quien actualmente vive en Armenia.
En 2005 la cuenta, según testigos visuales expertos, era de 0, 0 y 0, respectivamente. Como en Palmira, pero sin ruido y sin quejas.
La memoria de esa destrucción se reavivó luego de que el primer ministro armenio, Nikol Pashinyan, confirmase la firma de un acuerdo de paz con Azerbaiyán para terminar con los conflictos armados en Nagorno-Karabaj. “El texto de la declaración es muy doloroso, personalmente para mí y para nuestro pueblo. Tomé esta decisión tras un profundo análisis", publicó en las redes el 9 de noviembre.
El anuncio sorprendió a Hovhannés Hovhannisián, abad de Dadivank y párroco de Kalbajar, una localidad que pasará a las autoridades azeríes en pocos días. Luego de combatir en la guerra de 1993, Hovhannisián restauró, reconstruyó y mantuvo utensilios, objetos, khachkares y hasta los edificios del monasterio. La administración de Kalbajar había quedado a cargo de la región conocida como república de Artsaj, en el corazón del territorio en disputa; pero ahora que debe regresar al dominio de Baku, el religioso teme lo peor.
Si el combate de ejércitos y milicias, que ha tenido sucesivas iteraciones desde 1993, como un eco de los siglos de violencia étnica en el Cáucaso, se ha cobrado miles de vidas —30.000 muertes sólo en la guerra original—, ¿qué destino puede esperarles a esos símbolos?
Kalbajar, 2020
Desde el anuncio Hovhannisián no ha hecho otra cosa que reclutar vehículos y voluntarios para trasladar todos los objetos que pueda hasta Ereván, la capital de Armenia. “Pero lo más importante, que es el monasterio, no se puede trasladar”, dijo a Sputnik. Es un conjunto de construcciones que van de los siglos IX a XIII, ubicado en una zona montañosa boscosa, a 1.100 metros de altura, y es uno de los complejos más grandes de la Armenia medieval.
Una leyenda cuenta que su fundador fue San Dadí, seguidores del apóstol Judas Tadeo, quien difundió el cristianismo en Armenia en el siglo I: se cree que las reliquias de San Dadí son las que encontró una excavación bajo el altar de la iglesia principal, en 2007. La historia ha documentado que en el siglo XII Mejitar Gosh, el religioso y filósofo armenio, vivió y trabajó allí, ya que fue el primero en mencionarlo. Dadivank también es conocido como Jutavank, porque se ubica en una colina, que en armenio se dice jut.
Aunque los primeros edificios datan del siglo IX, en el XII todavía se hacían construcciones, y algunas fueron incendiadas durante una invasión selyúcida. Luego de la restauración se completaron, hasta el siglo XIII, otras iglesias, entre ellas la principal, Katoghike, y el campanario.
En la década de 1960 muchos de sus edificios fueron dañados, además del deterioro que el tiempo y el clima causaron a sus frescos. Hovhannisián intentó una primera restauración en 1997 y una segunda en 2004, y acostumbrado a remar contra la corriente perseveró hasta completarla en 2017. Tres de las cuatro capillas se restauraron en toda su belleza, incluida la cúpula de la iglesia de la Santa Virgen, ubicada en un punto de acceso tan difícil que hubo que subir los materiales a caballo. Hacia el final del proceso, el arreglo de las carreteras permitió que cada vez más turistas llegaran a ver el sitio.
Ahora el panorama no podría ser más diferente. “Los utensilios de la iglesia y los khachkars se deben mover mañana, para que los turcos no los vengan a profanar”, dijo Hovhannisián a Sputnik. “Me duele en el alma. Los residentes de Kalbajar están vaciando sus casas, la gente comenzó a migrar nuevamente. Ese es el destino de un armenio", agregó.
Ruben Mozián tradujo el artículo, que presentó al religioso como un ejemplo del impacto de la historia reciente en la región: “El abad de Dadivank, que en 1993 participó personalmente en la liberación de Kalbajar, combatió con sus hijos en la guerra de abril de 2016, y estos días también estuvo empuñando las armas". Porque, en efecto, desde septiembre las tensiones habían comenzado a aumentar, y la violencia a multiplicarse. “Dice que estaba preparado para todo, pero no para este final”.
El religioso se siente desesperado, “a la espera de un milagro”, según dijo a una radio local. “Después de la liberación de Kalbajar encontramos que Dadivank había sido convertido en un establo. Limpiamos el monasterio, lo volvimos a consagrar, ¿y hoy lo entregamos en bandeja al turco? Lo cuidamos y lo conservamos meticulosamente, ¿y ahora le decimos a los turcos: ‘Hagan con él lo que quieran’?". Para él es una situación injusta; enojado on Pashinyan, evocó el gran costo en vidas: "¿Qué respuesta les damos a las madres de los soldados muertos? ¿Qué les decimos? ¿Para qué han muerto sus muchachos? Si también nosotros callamos, las piedras deberían gritar”.
Las piedras, precisamente, han sido testigos pacientes de una historia que se ha repetido demasiadas veces. Armen Hakhnazarian, autoridad en arquitectura histórica armenia, señaló que las raíces del conflicto que el acuerdo del 9 de noviembre quiere cesar son en extremo antiguas. Ubicada en una zona de tránsito para el comercio entre distintos pueblos, la región de Nagorno-Karabaj fue invadida por árabes, turcos, mongoles y persas, entre muchos otros. Se mantuvo como territorio armenio hasta 1840; volvió a serlo durante la Primera Guerra Mundial y hasta poco después, 1921.
En esos últimos años, “Turquía, bajo los auspicios de sus aliados, perpetró la matanza de miles de armenios de Najicheván”, explicó Hakhnazarian. “Esa matanza fue, en realidad, continuación del Gran Genocidio Armenio". Y a continuación, en 1921, sin representación armenia en el diálogo, soviéticos y turcos acordaron que fuera puesta bajo esa órbita, lo cual causó décadas de discriminación de las personas de etnia armenia en Azerbaiyán.
Tras la disolución de la Unión Soviética, el parlamento de Nagorno-Karabaj votó su regreso a Armenia. Hubo, primero, un enfrentamiento entre las autoridades azeríes y los secesionistas, y por fin una guerra en la que participaron tanto ejércitos oficiales como milicias. Aunque el cese de fuego es de 1994, no existía un acuerdo permanente entre ambos países por el territorio. El que se acordó el 9 de noviembre de este año tampoco formalizó la independencia de facto de Artsaj.
Julfa, 2005
Eliminar las marcas simbólicas, como si borrar las huellas borrara la historia, ha sido una constante en el conflicto. El temor de Hovhannisián sobre lo que puede suceder con la riqueza del complejo de Dadivank emana del caso más flagrante hasta el momento: el del cementerio de Julfa, en Najicheván. Como en la zona había sólo unos 4.000 habitantes, escapó de los escenarios de la guerra; pero sus tesoros fueron consistentemente destruidos, a modo de afirmación.
El documento principal de su destrucción adrede fue un video que Nshan Topouzian, prelado de la iglesia armenia en el norte de Irán, registró desde la orilla opuesta del río que separa a ese país de Najicheván y, directamente, del cementerio. Las imágenes muestran a unos hombres, presuntamente soldados azeríes, mientras golpean con mazas los monumentos funerarios, reduciendo patrimonio arqueológico a escombros. Luego los arrojan al río.
Los registros satelitales comprobaron lo que se llamó la “limpieza cultural más grande del siglo XXI”, como recogió The Guardian, aunque fuera del Cáucaso no se ha escuchado sobre ella. La Asociación Estadounidense para el Avance de la Ciencia (AAAS, el grupo científico más grande del mundo, editor de la revista Science) comparó fotos tomadas en 2003, en las que se veía un paisaje puntuado por pequeñas estructuras, con otras tomadas en 2009. No quedaba nada: “La zona del cementerio fue probablemente destruida y posteriormente nivelada por el equipo pesado para el transporte de tierra”, concluyó.
“El episodio de Julfa es sólo el último en una serie de controversias y tragedias que han empañado la relación entre las naciones modernas de Armenia y Azerbaiyán. Las tensiones entre ambas se han incrementado desde poco después de la caída de la Unión Soviética, cuando, al independizarse, presentaron reclamos contrapuestos sobre la región de Nagorno-Karabaj, que estaba bajo la autoridad azerí pero cuya población seguía siendo en gran parte armenia”, explicó el contexto Sarah Pickman, historiadora experta en la cuestión.
Cuando el periódico británico consultó a las autoridades de Azerbaiyán, no obtuvo respuesta, algo acorde con la negativa reiterada a permitir el ingreso de inspectores internacionales. Baku, incluso, “ha negado que los armenios hayan vivido alguna vez en Najicheván”, agregó el artículo. “Esa traba dificulta la verificación independiente, pero la gran cantidad de pruebas forenses que [Simon] Maghakyan y Pickman presentan dan solidez al caso para que, al menos, no se lo desestime”.
The Guardian alude a la denuncia original, que la historiadora realizó en febrero de 2018 con Maghakyan. El politólogo y ex experto en derechos humanos de Amnesty International creció en los Estados Unidos escuchando a su padre hablarle de un lugar “hermoso, misterioso” llamado Julfa, ubicado en el enclave azerí de Najicheván, donde se hallaba “el cementerio armenio antiguo más grande del mundo”. Publicada en la web independiente Hyperallergic, detalló pruebas y testimonios de su destrucción, como parte de una campaña más amplia de borrado de las huellas armenias en el lugar.
En 1998 se habían escuchado las primeras denuncias: en respuesta, la Unesco solicitó el cese de la destrucción de las piezas arqueológicas y, en 2000, su preservación. Eso probablemente postergó las acciones, pero el vandalismo continuó, hasta dejar una enorme nada en el lugar donde estuvo el cementerio que en el siglo XIX fascinó al viajero británico William Ouseley, quien comparó el paisaje de jachkares con un ejército de soldados.
“Esos regimientos de piedra no existen más; despedazadas, todas las lápidas han sido o bien sacadas de Djulfa o bien enterradas allí mismo. Nunca se realizaron estudios arqueológicos formales en el cementerio que fue el último rastro de una comunidad desaparecida hace mucho tiempo, y su significado histórico completo nunca se conocerá”, concluyó Pickman.
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