El síndrome de La Habana no sólo atacó en el Caribe. Ahora se sabe que también se hizo sentir en China y Rusia. Funcionarios y agentes de inteligencia de Estados Unidos de un momento al otro comenzaron a tener síntomas de deterioro cognitivo y del equilibrio. Súbitos mareos, pérdida del sentido de orientación y del tiempo, olvidos de temas cotidianos, insomnio, dolores muy fuertes de cabeza y sangrado de la nariz. Los primeros afectados fueron los diplomáticos de la embajada estadounidense en Cuba y sus familiares. Unos días más tarde ocurrió lo mismo con los empleados de la embajada de Canadá. Posteriormente ocurrió algo similar con funcionarios de los consulados de Canton, Shangai, Beijing y Moscú, aunque el Departamento de Estado lo mantuvo oculto hasta ahora. La sospecha generalizada es que se trata de un arma que produce radiación de microondas que afectan el cerebro de las víctimas. Pero algunos científicos argumentan que se trata de una enfermedad psicológica que se extendió en el ambiente estresante de las misiones extranjeras. Otros, señalan la posibilidad de que se hayan usado agentes químicos como los pesticidas.
La Administración Trump tuvo una actitud ambigua con respecto a los casos y nunca se informó exactamente cuántas personas se vieron afectadas. De acuerdo a documentos del Departamento de Estado y testimonios obtenidos por el New York Times, al menos 44 personas que trabajaban en Cuba y 15 en China fueron evaluadas o tratadas en el Centro de Reparación y Lesiones Cerebrales de la Universidad de Pensilvania. Varios más recibieron tratamiento médico en otras instituciones. Y en Canadá fueron al menos 14 los diplomáticos que sufrieron síntomas similares. Si bien no hubo un informe médico de la Universidad de Pensilvania, se sabe que los especialistas descartaron la idea de una enfermedad psicológica y están convencidos de que los pacientes sufrieron una lesión cerebral provocada por una fuente externa. Un equipo de científicos canadienses sugirió que las neurotoxinas de la fumigación contra los mosquitos son la causa más probable del “síndrome”. Se basan en que en ese momento en Cuba el virus del Zika, transmitido por mosquitos, era un problema de salud grave.
El secretario de Estado, Mike Pompeo dijo la semana pasada que se habían dedicado “importantes recursos” a resolver el misterio, pero que todavía no había un análisis completo sobre cómo sucedieron los incidentes. “Hemos trabajado mucho para tratar de identificar cómo fue todo esto y continuamos tratando de determinar con precisión la causa, mientras hacemos todo lo posible para asegurarnos de que estamos cuidando la salud y la seguridad de estas personas”, añadió Pompeo. Una respuesta diplomática a un problema que creció en los últimos meses después de que decenas de funcionarios y sus familias acusaron al gobierno de “hacer la vista gorda” ante lo que estaba sucediendo en China y Rusia y que los casos del “síndrome” en esos países habían tenido un tratamiento totalmente diferente al de Cuba.
En 2016 el nuevo gobierno de Trump quería revertir la política de acercamiento hacia el régimen cubano que había iniciado el ex presidente Barack Obama con la que se conoció como “la diplomacia del beisbol”. Y aprovechó el incidente para retirar a la mayoría del personal de la embajada en la Habana. También emitió una alerta para que no viajen a Cuba los turistas estadounidenses, argumentando que los diplomáticos estadounidenses habían experimentado “ataques selectivos”. También expulsó a 15 diplomáticos cubanos de Washington e inició una “investigación independiente”. Cuba negó cualquier participación en los incidentes. En cambio, con China y ante el mismo problema la administración adoptó un enfoque muy diferente. En mayo de 2018, el secretario Pompeo, dijo ante un comité del Congreso que los informes médicos indicaban que los síntomas experimentados por un funcionario estadounidense en China eran “muy similares y totalmente consistentes” con el “síndrome de La Habana”. En ese momento se evacuaron de Cantón y Beijing a más de una docena de empleados y sus familiares. Pero el Departamento de Estado pronto se retractó y calificó lo sucedido en China como “incidentes de salud”. Y si bien los funcionarios en Cuba obtuvieron licencias administrativas para su rehabilitación, ahora se sabe que los de China tuvieron que usar licencias sin goce de sueldo para iniciar los tratamientos.
En ese momento, Trump estaba intentando convencer a su homólogo Xi Jinping de firmar un acuerdo para terminar con la guerra comercial que aún hoy sigue dividiendo a los dos países. El presidente también buscaba ayuda de Beijing para cerrar las conversaciones sobre temas nucleares con Corea del Norte. Fue cuando se dio la orden de bajarle el tono al ataque contra los funcionarios. De acuerdo a fuentes diplomáticas reveladas por la prensa en Washington, los funcionarios estadounidenses que salieron de China afectados por el “síndrome” no recibieron el mismo tratamiento médico que se les había facilitado a sus pares que trabajaban en Cuba e incluso se los amenazó con terminar con sus carreras si presentaban quejas. Más de 30 empleados, de acuerdo a la investigación, iniciaron finalmente una querella contra el Departamento de Estado.
En las audiencias que se llevaron a cabo en el Senado de Washington, varios legisladores expusieron lo que estaba sucediendo y pidieron que se hiciera público un estudio de las Academias Nacionales de Ciencias, que examinó las posibles causas de los incidentes, y que el gobierno recibió en agosto. “Estas lesiones, y el tratamiento posterior, fueron una pesadilla viviente para estos servidores públicos y sus familias”, dijo la senadora Jeanne Shaheen, demócrata por New Hampshire. “Resulta obvio que un adversario de Estados Unidos tendría mucho que ganar con el desorden, la angustia y la división que sucedieron después del ataque”. David Relman, profesor de la Universidad de Stanford y presidente del comité de científicos que hizo el informe, dijo al New York Times que era “desalentador e inmensamente frustrante” que el gobierno se hubiera negado a hacer público el informe “por razones que se nos escapan”. En un comunicado, el Departamento de Estado respondió que “la seguridad del personal, sus familias y los ciudadanos estadounidenses es nuestra principal prioridad. El gobierno de Estados Unidos aún no ha determinado una causa o un actor”.
Pero la aparición de un testimonio clave que puede validar que Rusia está detrás de todos estos ataques, puso a la Administración Trump ante un nuevo escándalo. Marc Polymeropoulos, un agente de la CIA que participó en operaciones clandestinas en Rusia y Europa, experimentó en diciembre de 2017 mientras estaba en Moscú lo que él cree que fue un ataque de radiación de microondas. En ese momento, Polymeropoulos, tenía 48 años y según él se encontraba en muy buen estado físico y mantenía un entrenamiento diario de atleta de competición. Mientras estaba en su habitación de un hotel moscovita comenzó a sentir “mareos y un dolor de cabeza profundo y persistente”. “Me sentí tan débil que tuve que dejar la misión y salir de Rusia”, dijo.
Los analistas rusos de alto nivel en la CIA, funcionarios y científicos del Departamento de Estado, así como varias de las víctimas, creen que el gobierno ruso es el responsable más probable de los ataques debido a su historial con el uso de armas que causan lesiones cerebrales y su interés en afectar las relaciones entre Washington, Beijing y La Habana. Cuba rechazó desde el comienzo las acusaciones en su contra. El miércoles pasado, el canciller Bruno Rodríguez denunció a través de su cuenta de Twitter que “Pompeo miente”. “La mentira es costumbre de la política exterior de #EEUU. Su agresividad sigue siendo la principal amenaza a la paz y a la seguridad de la región”, escribió.
En Canadá insisten que el ataque fue químico y que se detectaron “anormalidades cerebrales” en los diplomáticos, según el informe del Brain Repair Center en Halifax. El estudio señala que los síntomas de los canadienses fueron más graduales que el “estímulo auditivo agudo, direccional” en algunos de los casos estadounidenses. El estudio aclara que las pruebas realizadas en 28 funcionarios, siete de los cuales fueron evaluados antes y después de ser enviados a La Habana, respaldan un diagnóstico de lesión cerebral adquirida mientras estaban en Cuba. Y agrega que “los patrones de lesión cerebral plantean la hipótesis de una exposición recurrente a bajas dosis de neurotoxinas”. Específicamente, dicen que la lesión es similar a la provocada por “una intoxicación por inhibidores de la colinesterasa, que es una enzima importante en el sistema nervioso humano, y que bloqueada a través de un inhibidor puede provocar la muerte”. El Sarin, la sustancia que se utilizó en el ataque en el sistema de metro de Tokio y en el asesinato de Kim Jong-nam, el medio hermano del líder de Corea del Norte, es un ejemplo de un potente inhibidor de la colinesterasa. Sin embargo, las dosis bajas y consistentes que los investigadores creen que fueron utilizadas son comparables a la exposición a pesticidas comerciales. La fumigación en Cuba aumentó después de que el país declarara la guerra al virus del Zika en 2016, rociando pesticidas alrededor o incluso dentro de las casas de los diplomáticos. Los registros de la Embajada mostraron un aumento significativo en la fumigación con la exposición semanal a altas dosis de químicos. Pero la conclusión del informe dice “sin embargo, no se pueden descartar otras causas”.
Otro científico estadounidense, el profesor de la Universidad de Illinois, Mark Rasenick, aseguró en un simposio que se realizó precisamente en Cuba que: “El síndrome de La Habana, en relación con los supuestos ataques sonoros contra diplomáticos estadounidenses y canadienses en Cuba, es una invención de los periodistas y no de los científicos”. Y el Director del Centro de Neurociencias de Cuba, Mitchel Valdés, agregó que “Cuba considera que la idea de un ataque es absurdo. El hecho de que alguien se haya dedicado a perseguir diplomáticos por toda la ciudad con rayos misteriosos, como se dijo al principio, viola las normas de la ciencia. Eso es ciencia ficción”.
A pesar de estos testimonios, todas las evidencias siguen señalando hacia Rusia. Durante la Guerra Fría, la embajada estadounidense en Moscú fue “bombardeada” reiteradamente con microondas. Y un informe de la Agencia de Seguridad Nacional de 2014 ya hablaba de “reportes de inteligencia sobre un país hostil (así se denomina a Rusia en la jerga de los espías) que usaba un arma de microondas de alta potencia para irradiar las viviendas de objetivos occidentales, causando daños al sistema nervioso”.
Creen, también, que fueron agentes rusos los que actuaron en China. De allí provienen los testimonios de dos funcionarios estadounidense. La primera en manifestar los síntomas fue Catherine Werner del Departamento de Comercio. Fue evacuada de emergencia a Estados Unidos y su madre, una científica del área de la Energía Nuclear, usando un detector registró altos niveles de radiación de microondas en el departamento de su hija. El segundo funcionario, Mark Lenzi, que vivía en el mismo edificio de Werner, también tuvo que ser evacuado junto a su mujer y su hijo pequeño cuando los tres sintieron síntomas de desfallecimiento y el niño comenzó a sangrar profusamente por la nariz.
Maria Zakharova, portavoz del ministerio de Relaciones Exteriores de Rusia, aseguró que cualquier insinuación de la participación de Moscú en estos incidentes es “absolutamente absurda y extraña”. Y un portavoz de la embajada rusa en Washington dijo que los supuestos ataques probablemente fueron un caso de “histeria masiva”. Pero lo cierto es que el “síndrome de La Habana” continúa afectando a los funcionarios estadounidenses desde hace cuatro años en diferentes ciudades y, como con otros virus más cercanos en estos días, aún hay mucho por investigar.
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