El cantante de reggae que desafía a uno de los dictadores más longevos del mundo

El popular Bobi Wine, que además de músico es diputado del parlamento de Uganda desde 2017, quiere competir en las presidenciales del año que viene. Pero Yoweri Museveni, que gobierna desde hace 34 años, no parece dispuesto a aceptarlo como candidato en nada que se parezca a comicios limpios

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A la izquierda, el presidente Yoweri Museveni. A la derecha, el líder opositor Bobi Wine siendo detenido tras una protestas opositora
A la izquierda, el presidente Yoweri Museveni. A la derecha, el líder opositor Bobi Wine siendo detenido tras una protestas opositora

En la inestable África Oriental pocas cosas eran tan previsibles como una elección presidencial en Uganda. No solo se repetía siempre el ganador, sino también su principal contrincante. Yoweri Museveni, jefe de Estado desde 1986, se impuso con entre el 60% y el 70% de los votos en los cinco comicios realizados desde 1996 –su primera década en el poder fue abiertamente como dictador–. Kizza Besigye, ex líder del Foro para un Cambio Democrático, salió segundo en los últimos cuatro, sacando entre 26% y 36 por ciento.

Sin embargo, las elecciones que se celebran el próximo 21 de febrero pueden ser más interesantes de lo habitual. Por primera vez, es posible que haya una figura popular compitiendo contra el presidente eterno. Es precisamente por eso que su participación está en duda. Siguiendo el manual del dictador del siglo XXI, la condición de Museveni para concederle a los ugandeses la gracia del voto es no enfrentar una amenaza real en las urnas.

El desafío proviene del carismático Robert Kyagulanyi Ssentamu, más conocido como Bobi Wine, que es una de las irrupciones más atractivas de los últimos tiempos en la política africana. Este cantante de reggae de 38 años —la mitad de los que tiene Museveni—, que en 2017 pasó de ser un músico que hace canciones de protesta a un político profesional que ganó una banca en el Parlamento, quiere ser candidato el año que viene. No le va a resultar fácil.

El músico ugandés convertido en político, Robert Kyagulanyi, también conocido como Bobi Wine, habla en una conferencia de prensa sobre el manejo gubernamental de la pandemia en Kampala, Uganda, el 15 de junio de 2020 (REUTERS/Abubaker Lubowa/Foto de archivo)
El músico ugandés convertido en político, Robert Kyagulanyi, también conocido como Bobi Wine, habla en una conferencia de prensa sobre el manejo gubernamental de la pandemia en Kampala, Uganda, el 15 de junio de 2020 (REUTERS/Abubaker Lubowa/Foto de archivo)

Wine, que lidera la Plataforma de Unidad Nacional (NUP), está habituado al hostigamiento. La justicia ugandesa —que no se esfuerza por mostrar imparcialidad— le abrió varias causas y la Policía lo arrestó en numerosas ocasiones. La última vez fue este miércoles, cuando uniformados irrumpieron en sus oficinas y se llevaron documentación importante para su postulación.

“La redada fue quirúrgica. Buscaban las siete millones de firmas que teníamos en apoyo de mi candidatura y materiales de campaña. Quieren infundir miedo a una nación decidida que clama por un cambio”, dijo Wine el jueves, horas después de ser liberado. “Nos hicieron retroceder porque se llevaron la mayoría de las firmas. Se nos está acabando el tiempo”, admitió.

El plazo para oficializar las postulaciones vence el lunes 2 de noviembre y hay muchas dudas sobre las posibilidades de que sea aceptada la del artista. Más allá de si consigue los avales necesarios o no, la Comisión Electoral puede usar como excusa cualquiera de las causas judiciales que tiene abiertas para inhabilitarlo. A menos de que Museveni considere que el riesgo de enfrentarlo en elecciones a medida sea menor que el de excluirlo, catalizando protestas de desenlace imprevisible.

“La NUP podría ganar un buen número de escaños y reducir la abrumadora mayoría de la que goza actualmente el oficialismo. Tiene el potencial de crecer como un partido altamente organizado y popular, lo que lo posicionaría para plantear un verdadero desafío al gobierno en el futuro, reduciendo así las posibilidades de que Museveni determine quién lo sucederá para continuar su legado. Sin embargo, por ahora, dada la crueldad con la que se están manejando los organismos de seguridad, y dada la evidente determinación de Museveni de ganar por las buenas o por las malas, es muy improbable que Bobi Wine salga victorioso en las próximas elecciones”, dijo a Infobae el politólogo ugandés Frederick Golooba-Mutebi, investigador del Instituto de Desarrollo de Ultramar (ODI por la sigla en inglés).

Yoweri Museveni en una conferencia internacional en Davos el 24 de enero de 2019 (REUTERS/Arnd Wiegmann/File Photo)
Yoweri Museveni en una conferencia internacional en Davos el 24 de enero de 2019 (REUTERS/Arnd Wiegmann/File Photo)

De Idi Amin a Yoweri Museveni

Uganda es un país de 42,7 millones de habitantes, ubicado en la región de los Grandes Lagos de África, junto a la República Democrática del Congo, Malawi, Kenia, Ruanda, Burundi y Tanzania. Como muchos de sus vecinos, es una nación extremadamente pobre, con un PIB per cápita de 710 dólares y un Índice de Desarrollo Humano de 0,528, ubicado en el puesto 159 sobre 189 países.

El reino de Buganda —de ahí el nombre del país— era uno de los más importantes de África en el siglo XIX, cuando el Reino Unido lo incorporó a su imperio. Sigue existiendo como tal dentro de la Uganda actual, y los ganda, que son su población nativa, constituyen la primera minoría entre los muchos grupos étnicos que conviven en el territorio nacional.

Los años posteriores a la independencia, consumada en 1962, fueron traumáticos y estuvieron marcados por guerras civiles y gobiernos militares. Milton Obote ganó las primeras elecciones de la historia y se convirtió en primer ministro. Luego de la conversión del país en república pasó a ser presidente, pero fue destituido en 1971 por un golpe militar perpetrado por Idi Amin, que lideró uno de los regímenes más sangrientos y demenciales del siglo XX, hasta su derrocamiento en 1979.

Museveni, que había recibido formación marxista y adiestramiento en tácticas guerrilleras con el FRELIMO en Mozambique, era el líder de una de las organizaciones armadas que invadieron Uganda para deponer a Amin, con el apoyo del Ejército de Tanzania. Pero no tardó en volver a la resistencia, ya que se sintió excluido del nuevo gobierno de Obote, que regresó al poder en 1980, tras comicios muy cuestionados.

Después de varios años de enfrentamientos, Obote cayó en 1985 por un golpe de Tito Okello, que había sido comandante de sus Fuerzas Armadas. Al año siguiente, el Movimiento de Resistencia Nacional (NRM) de Museveni derrocó a Okello y así comenzó su convulsionada presidencia. En ese contexto de inestabilidad, con múltiples conflictos abiertos al mismo tiempo, pocos se sorprendieron cuando el nuevo jefe de Estado prohibió los partidos políticos y decidió gobernar como un mandatario de facto.

“Museveni lanzó una guerra de guerrillas que justificó argumentando que las elecciones multipartidistas de 1980 habían sido amañadas —dijo Golooba-Mutebi—. Luego formó un gobierno de posguerra inclusivo y suspendió la competencia partidaria. Como resultado, los partidos políticos que se hubieran convertido en rivales activos de su NRM quedaron inactivos. Esto es lo que se conoció como política sin partidos. Estas medidas aseguraron que el NRM pudiera crecer y evolucionar hasta convertirse en una fuerza dominante, mientras que los otros se atrofiaron debido a los grilletes que les pusieron. La ausencia de competidores garantizó que en los 20 años posteriores a la llegada de Museveni al poder, el país permaneciera en gran medida estable, más de lo que había estado durante la mayor parte del período anterior”.

Museveni llega a la Cumbre de Inversiones Reino Unido-África en Londres, Gran Bretaña, el 20 de enero de 2020 (REUTERS/Henry Nicholls/Foto de archivo)
Museveni llega a la Cumbre de Inversiones Reino Unido-África en Londres, Gran Bretaña, el 20 de enero de 2020 (REUTERS/Henry Nicholls/Foto de archivo)

Mientras duraron los choques con los diversos grupos insurgentes, abundaron las denuncias de violaciones a los derechos humanos por parte de las fuerzas de Museveni, aunque no al nivel de las atrocidades cometidas por Amin. A medida que fue derrotando a sus enemigos y consolidando su dominio sobre todo el país, ensayó un giro hacia el oeste. Consciente de que no había lugar para otra cosa tras el derrumbe de la Unión Soviética, impulsó cierta modernización capitalista y generó un vínculo estrecho con las potencias y con los organismos multilaterales, que reconocieron los avances de Uganda en la lucha contra el sida.

Museveni cosechó todavía más elogios cuando, con un país más pacificado, habilitó las elecciones en 1996. Pero estaba claro que no iba a haber una disputa real. Los partidos como tales no podía participar y solo se admitían candidatos individuales, que debían enfrentarse al aparato estatal, que le respondía directamente al presidente.

“Uganda quedó deshecha después del dominio británico. En el período comprendido entre 1962 y 1971, el gobierno civil implosionó y los dos decenios siguientes estuvieron llenos de guerras civiles y crisis económicas. Incluso después de que Museveni saliera victorioso en 1986, los combates en el norte y el noreste continuaron durante otros 20 años. Así que hay una especie de contrato social, en el que mantener a Museveni en el poder como centro de gravedad es el precio que pagan los ugandeses por la estabilidad después de todos esos años de confusión infernal, ruina y asesinatos”, dijo a Infobae el periodista y consultor independiente ugandés Angelo Izama.

Museveni hace flexiones en la Casa del Estado, en Entebbe, Uganda, el 9 de abril de 2020 (Unidad de Prensa Presidencial / Entrega a través de REUTERS)
Museveni hace flexiones en la Casa del Estado, en Entebbe, Uganda, el 9 de abril de 2020 (Unidad de Prensa Presidencial / Entrega a través de REUTERS)

“Siguiendo el entorno global, en el que las democracias electorales aliadas al victorioso Occidente se pusieron de moda después de la Guerra Fría, volvió a la política electiva. Desde entonces, ha convertido su movimiento revolucionario en un partido ganador de elecciones, manteniendo como estado primario a la seguridad coercitiva y al aparato militar”, agregó.

Desde 2001, todos los comicios fueron considerados fraudulentos por la oposición y, curiosamente, también por la Corte Suprema, que reconoció las múltiples irregularidades, pero determinó siempre que no eran suficientes para repetir los comicios. Tras su primera reelección, Museveni reformó la Constitución para eliminar los límites a los mandatos consecutivos y, a modo de contrapeso, habilitó la competencia partidaria. Pero el acoso contra los opositores no cesó. Kizza Besigye, que había sido su amigo y que no era precisamente una amenaza para el régimen, fue arrestado en momentos de tensión.

Todos estos abusos fueron alejando a la comunidad internacional que se había acercado a Uganda en los 90. El país dejó de recibir apoyo y empezó a aislarse. El intento de aplicar la pena de muerte al “delito” de ser homosexual agravó todavía más los cuestionamientos.

“El régimen actual es una fusión de elementos civiles y militares, algo que ha sido común en América Latina y en Medio Oriente. Pasa por elecciones, pero nunca permite que haya un campo de juego parejo. Las emisoras de radio están amenazadas y por lo tanto se les impide difundir las voces de la oposición. El régimen se basa en lo que se podría llamar un patrimonialismo etnoregional, con un dictador que se hace pasar por un demócrata civil”, explicó Edward Kannyo, profesor del Departamento de Ciencia Política del Instituto de Tecnología de Rochester, consultado por Infobae.

Bobi Wine asiste a la primera gala anual "Time 100 Next" en la ciudad de Nueva York, el 14 de noviembre de 2019 (REUTERS/Eduardo Muñoz/Foto de archivo)
Bobi Wine asiste a la primera gala anual "Time 100 Next" en la ciudad de Nueva York, el 14 de noviembre de 2019 (REUTERS/Eduardo Muñoz/Foto de archivo)

El desafío de Bobi Wine

Robert Kyagulanyi Ssentamu vivió toda su infancia en un asentamiento de Kampala, la capital del país. Pero, a diferencia de la mayoría de los jóvenes con los que creció, pudo estudiar. Entró a la Universidad Makerere, donde en 2003 se graduó en música y artes. Al mismo tiempo, comenzaba su carrera musical.

Sus canciones combinan el reggae con otros estilos, y se destacan por el mensaje político de protesta contra las desigualdades sociales y el autoritarismo. No sólo se convirtió en un artista muy escuchado en Uganda, sino también en otros países del continente. Su participación en algunas películas lo hizo aún más famoso.

“Bobi Wine era un músico muy popular antes de entrar en política —dijo Golooba-Mutebi—. Por lo tanto, ya tenía un nombre reconocido, algo muy importante. Su música incluye muchas canciones de protesta, sobre la injusticia y el mal gobierno. Esto toca la fibra sensible de muchos ugandeses que, después de más de 30 años de vivir bajo un régimen autoritario dirigido por el mismo hombre, ahora quieren un cambio. Moviliza y galvaniza a la gente, especialmente a los jóvenes que no tienen memoria directa del mal pasado, que por lo tanto son difíciles de chantajear sobre lo que podría pasar si Museveni deja el poder. Porque entre personas más grandes no es raro escuchar que sin él Uganda podría recaer en la inestabilidad, posiblemente incluso en la guerra”.

El videoclip de Afande, de Bobi Wine

Wine volvió a la universidad para estudiar derecho y al año siguiente anunció su intención de competir por una banca en el Parlamento. Hizo una campaña austera y personalizada, que consistió en recorrer los barrios del distrito por el que se presentó, en Kampala. Ganó por mucha diferencia, a pesar de los múltiples sesgos que benefician a los candidatos oficialistas en el país.

Entonces levantó el perfil y empezó a trabajar para convertirse en un líder nacional, una decisión que inquietó al gobierno. En 2018 comunicó su apoyo a otros candidatos opositores que competían por un lugar en el Congreso. Uno de ellos era Kassiano Wadri. La denuncia de un supuesto ataque de los seguidores de Wadri contra una caravana de Museveni fue el pretexto para el comienzo de una campaña oficial de persecución.

En agosto de 2018, cuando iba a un acto del candidato, el auto en el que viajaba Wine fue atacado por policías y el conductor murió de un disparo. El cantante fue arrestado, aunque durante algunas horas no se supo dónde estaba. Fue acusado de posesión ilegal de armas e incitación a la violencia ante un tribunal militar. Cuando lo llevaron a declarar tenía claros signos de haber sido golpeado.

La canción de Bobi Wine sobre el coronavirus

Otros líderes opositores, incluido Besigye, pidieron su liberación y se produjeron protestas en Kampala. Ante la creciente presión, retiraron los cargos contra el legislador, que fue liberado. No duró mucho afuera, porque en septiembre volvió a ser apresado, luego de que se le iniciara un juicio penal ante una corte civil. Salió en libertad bajo fianza poco después.

A pesar de las intimidaciones, que continuaron ininterrumpidamente, Wine anunció en 2019 su intención de ser candidato a presidente. Para extender el acoso a sus seguidores, la Policía notificó que no permitiría el uso de la boina roja que se convirtió en el símbolo distintivo del músico. El argumento es que se trata de un emblema militar. Ahora, cualquiera que la use se expone a una condena de hasta cinco años de prisión.

Moses Khisa es profesor de ciencia política y estudios africanos de la Universidad Estatal de Carolina del Norte. Su pronóstico sobre las probabilidades de éxito de Bobi Wine es lapidario. “No hay ninguna posibilidad de que derrote a Museveni mediante una elección”, dijo a Infobae. “Para empezar, no habrá comicios presidenciales libres y justos en Uganda el próximo año. Las condiciones y circunstancias actuales no permiten un proceso electoral justo y transparente. No existe un órgano de gestión electoral independiente, creíble y competente. Por lo tanto, aunque Wine tuviera todo el apoyo para vencer a Museveni en la votación, el aparato del Estado y la gestión del proceso están bajo su control y solo él puede ser declarado ganador”.

Bobi Wine es detenido por la policía en la ciudad de Kasangati, distrito de Wakiso, Uganda, el 6 de enero de 2020 (REUTERS/Stringer)
Bobi Wine es detenido por la policía en la ciudad de Kasangati, distrito de Wakiso, Uganda, el 6 de enero de 2020 (REUTERS/Stringer)

Pero la represión y las trampas electorales son son el único obstáculo que enfrenta Wine. Hay uno que quizás sea incluso más difícil de superar: su mensaje se escucha esencialmente en Kampala y sus alrededores, pero el 70% de la población ugandesa vive en el campo. Es la porción decisiva del electorado y a ella solo llega la maquinaria de Museveni. Por eso, aunque lo dejen competir, en muchas regiones del país sería muy difícil que pueda sumar un número importante de votos.

“Aún no estoy plenamente convencido de que Wine sea un líder nacional que cuenta con seguidores a lo largo y ancho del país, lejos de Kampala —afirmó Khisa—. Uganda tiene más de 40 millones de habitantes, repartidos en su mayor parte en el campo. ¿Tiene apoyo en las zonas rurales, donde vive la mayoría? No he visto esa evidencia. Pero su ascenso y su popularidad no es sorprendente. Tenía un perfil bastante respetable como músico y tiene seguidores, especialmente entre la juventud urbana que ve en él a una persona que inspira y habla su idioma. También hay una sensación de desilusión con los partidos y líderes de la oposición establecida, por lo que algunos ugandeses están desesperados por un liderazgo alternativo en la lucha por poner fin a más de tres décadas de gobierno de Museveni. Wine es capaz de aprovechar el clamor por un nuevo impulso para el cambio político. El tiempo dirá si logra conseguir apoyo y hacer lo que otros opositores no han hecho. Soy escéptico de que pueda, pero puede que me equivoque. Ya veremos”.

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