El arte de liderar en tiempos de crisis: las claves del éxito de Jacinda Ardern en Nueva Zelanda

La jefa del Partido Laborista consiguió un abrumador triunfo en las elecciones de este sábado y se encamina a obtener en el Parlamento una mayoría que le permitiría gobernar en soledad, un hito sin precedentes desde que cambió el sistema electoral. Un liderazgo que se consolidó por una capacidad única de comunicación en momentos de adversidad, pero que no está exento de críticas

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La Primera Ministra de Nueva Zelanda, Jacinda Arden, hace un gesto a los familiares de las víctimas de los ataques a las mezquitas de Christchurch, el 29 de marzo de 2019 (REUTERS/Edgar Su)
La Primera Ministra de Nueva Zelanda, Jacinda Arden, hace un gesto a los familiares de las víctimas de los ataques a las mezquitas de Christchurch, el 29 de marzo de 2019 (REUTERS/Edgar Su)

Cuando Andrew Little renunció a la presidencia del Partido Laborista de Nueva Zelanda a solo siete semanas de las elecciones generales de 2017, la derrota parecía un hecho consumado. La designación como sucesora de Jacinda Ardern, que se convirtió en la jefa más joven en la historia de la fuerza, con 37 años, buscaba apenas un repunte para amortiguar el golpe. Lo que consiguió superó las expectativas más optimistas.

A pesar de que la plataforma del partido era exactamente la misma, la imagen y el tono de Ardern cautivaron a la opinión pública neozelandesa. Su comunicación abierta, cálida y empática le permitió mostrarse como una líder mucho más humana y cercana, pero al mismo tiempo firme, capaz de defender con convicción la necesidad de reformas importantes. En pocos días, se duplicó su intención de voto y se multiplicaron los aportes de campaña. Se hablaba de una “Jacindamanía”.

No le alcanzó para ser la candidata más votada, pero sí para incrementar ostensiblemente el número de bancas laboristas, que pasó de 32 a 46. El Partido Nacional, que estaba en el poder desde 2008, perdió tres escaños y quedó en 56, a cinco de la mayoría y sin aliados con los que alcanzarla. Tras formar una coalición con los Verdes y con los populistas de derecha de Nueva Zelanda Primero, Ardern se convirtió en primera ministra el 26 de octubre de 2017.

Jacinda Ardern y su pareja Clarke Gayford anuncian a la prensa que están esperando su primer hijo, en Auckland el 19 de enero de 2018 (Clarke Gayford. / AFP PHOTO / Diego OPATOWSKI)
Jacinda Ardern y su pareja Clarke Gayford anuncian a la prensa que están esperando su primer hijo, en Auckland el 19 de enero de 2018 (Clarke Gayford. / AFP PHOTO / Diego OPATOWSKI)

En los difíciles tres años que transcurrieron desde ese momento, Ardern ratificó en el gobierno la capacidad de liderazgo que había insinuado en sus escasas siete semanas como referente de la oposición. Eso es lo que premiaron los neozelandeses en las elecciones de este sábado, en las que el Laborismo arrasó y se encamina a obtener la mayoría parlamentaria, lo que le permitiría gobernar en soledad por el próximo trienio, algo que no había pasado nunca desde la reforma electoral de 1996.

Los logros del gobierno en términos de gestión y de políticas públicas son cuestionables, y hay consenso en que tiene algunas cuentas pendientes. Pero lo que nadie discute es que desde los atentados de Christchurch en marzo de 2019, hasta la pandemia de COVID-19, Ardern ofrece algo que se parece mucho a un manual de cómo liderar en tiempos de crisis.

“El gobierno de Ardern ha hecho un gran trabajo en la gestión del COVID. Las encuestas muestran que la gente aprueba su labor y confía en ella para liderarnos en el futuro. Ha sido una excelente comunicadora, mostrando empatía y accesibilidad. Mucha gente piensa en ella como una hermana mayor o una tía. También había mostrado un gran liderazgo en los ataques terroristas del 15 de marzo de 2019 y en la erupción volcánica de la isla Whakaari. Dicho esto, el Gobierno ha cometido algunos errores en el control de fronteras y con los testeos obligatorios, y algunos discuten los subsidios salariales para las empresas. De ninguna manera es perfecto”, dijo a Infobae Lara Marie Greaves, profesora de política neozelandesa en la Universidad de Auckland.

Ardern y Clarke Gayford posan con su hija Neve Te Aroha, el 24 de junio de 2018 en Auckland (AFP - MICHAEL BRADLEY)
Ardern y Clarke Gayford posan con su hija Neve Te Aroha, el 24 de junio de 2018 en Auckland (AFP - MICHAEL BRADLEY)

Un liderazgo forjado entre crisis

Jacinda Ardern empezó a mostrar que iba a ser una primera ministra muy diferente a los anteriores desde temprano. En enero de 2018, a solo dos meses de haber asumido, anunció junto a Clarke Gayford, su pareja, que iban a tener una hija. Neve Te Aroha Ardern Gayford nació el 21 de junio siguiente y la madre entró en un período de licencia que se extendió hasta el 2 de agosto.

Desde que se reincorporó al trabajo, se esforzó por demostrar que era posible ser al mismo tiempo primera ministra y una madre presente, repartiendo las tareas de cuidado con el padre. Ardern llevó esa idea a otro nivel al viajar con su hija de tres meses a la Asamblea General de la ONU en Nueva York, algo sin precedentes. Un paso crucial para mostrarse como una líder moderna y familiar, rompiendo con el modelo de político frío y lejano tan habitual en el mundo anglosajón.

Una imagen que también consolidó con sus comunicaciones informales a través de Facebook, con un discurso siempre amable y llano, propio de alguien que no deja de ir al supermercado a pesar de ser la persona más poderosa del país. Sus críticos la acusan de abusar del marketing para construir la “marca Jacinda”, lo cual puede ser cierto, pero oculta que para que ese personaje sea creíble se requieren cualidades que no abundan.

Jacinda Ardern junto a su hija en la Asamblea General de la ONU en Nueva York (Reuters)
Jacinda Ardern junto a su hija en la Asamblea General de la ONU en Nueva York (Reuters)

“Entre los rasgos distintivos de su liderazgo se destacan sus fuertes habilidades comunicacionales. Pero Ardern también ha conservado un fuerte apoyo dentro del Partido Laborista, que está unificado, y tiene relaciones eficientes y cordiales con sus dos socios. Su capacidad para mantener la unidad, dentro de su partido y de la coalición, es una prueba de que es una persona segura, altamente competente, capaz de comunicar sus objetivos políticos y de mantener la disciplina partidaria. Además, se ha ganado elogios por el enfoque que adoptó en tiempos de crisis”, dijo a Infobae Stephen Levine, profesor de ciencia política de la Universidad Victoria en Wellington.

Es probable que la figura de Ardern nunca hubiera calado tan hondo en la opinión pública de no haber sido por su pericia para conducir al país ante situaciones extremas. La primera gran crisis fueron los atentados del 15 de marzo de 2019 en dos mezquitas de la ciudad de Christchurch, perpetrados por Brenton Tarrant, un terrorista de extrema derecha que mató a 51 personas e hirió a 49.

Su respuesta a la masacre fue rápida, contundente y satisfizo demandas diversas. Primero, condenó de manera muy categórica esos crímenes de odio y afirmó que las miradas extremistas no tenían ningún lugar en Nueva Zelanda. Segundo, mantuvo encuentros con familiares de las víctimas en los que mostró niveles de empatía y compasión difíciles de ver en un político. Tercero, a solo seis días del ataque, presentó un agresivo plan para restringir la venta de armas en el país. En semanas, el Parlamento aprobó una ley que prohibió la venta de rifles de asalto, de casi todas las armas semiautomáticas y de los dispositivos que permiten incrementar la capacidad de disparo de las que no lo son.

La Primera Ministra habla con representantes de la comunidad musulmana en el centro de refugiados de Canterbury en Christchurch, Nueva Zelanda, el 16 de marzo de 2019 (Oficina de la Primera Ministra de Nueva Zelanda / Hoja informativa a través de REUTERS)
La Primera Ministra habla con representantes de la comunidad musulmana en el centro de refugiados de Canterbury en Christchurch, Nueva Zelanda, el 16 de marzo de 2019 (Oficina de la Primera Ministra de Nueva Zelanda / Hoja informativa a través de REUTERS)

“No creo que tuviera la intención de destacarse tanto, pero debido a que tomó el liderazgo del Partido Laborista a solo siete semanas de las elecciones de 2017, con 37 años, compitiendo contra un líder mucho más experimentado, y a que luego se las arregló para formar una coalición a pesar de haber salido segunda, comenzó a tener un perfil fuera de Nueva Zelanda. Después tuvo un bebé, dio un potente discurso sobre la bondad y el internacionalismo en la Asamblea General de las Naciones Unidas y respondió al ataque terrorista de Christchurch con calma y resolución, cuidado y tolerancia, por lo que su reputación siguió creciendo. Tiene un estilo de comunicación relajado y cálido, con los pies sobre la tierra, y se siente muy cómoda con las redes sociales, lo que la ayuda a ser percibida como el resto de nosotros, más que como parte de la elite. Tiene un atractivo auténtico”, explicó Jennifer Curtin, directora del Instituto de Políticas Públicas de la Universidad de Auckland, consultada por Infobae.

El 9 de diciembre de 2019 se produjo otra tragedia, la erupción de Whakaari, una isla volcánica ubicada en el nordeste del archipiélago. Murieron 21 de las 47 personas que se encontraban allí en el momento de la explosión y la Primera Ministra desplegó otra vez sus habilidades afectivas. Se hizo presente rápidamente y se deshizo en elogios para los miembros de los equipos de rescate, a quienes abrazó y contuvo.

Tres meses más tarde, se transformó en una de las caras de la respuesta global a la pandemia de COVID-19. De las pocas que conservan imagen positiva. La estrategia que eligió puede ser criticable, como las de otros gobiernos, pero lo que se destaca es la eficacia con la que la llevó a cabo, y la claridad y la coherencia del mensaje que mantuvo todo este tiempo. Es lo que se espera de un líder en momentos críticos.

Brenton Tarrant, el autor de los ataques a las mezquitas de Christchurch, es visto durante su sentencia en el Tribunal Superior de Christchurch, Nueva Zelanda, el 24 de agosto de 2020 (John Kirk-Anderson/Pool vía REUTERS)
Brenton Tarrant, el autor de los ataques a las mezquitas de Christchurch, es visto durante su sentencia en el Tribunal Superior de Christchurch, Nueva Zelanda, el 24 de agosto de 2020 (John Kirk-Anderson/Pool vía REUTERS)

Ardern anunció el 14 de marzo “las restricciones fronterizas más amplias y duras de cualquier país del mundo”, según sus propias palabras. Literalmente aisló a Nueva Zelanda del resto del planeta y, días más tarde, dictó un confinamiento generalizado para toda la población. Esas medidas extremas tuvieron un amplio consenso ciudadano porque no fueron impuestas con un discurso que buscaba aterrorizar a la población y culparla por la propagación de la enfermedad, sino hacer hincapié en la importancia de la responsabilidad individual y colectiva para frenar la circulación del virus.

“La popularidad del gobierno aumentó en gran medida por la forma en que manejó la pandemia –dijo Levine–. Los neozelandeses reconocieron la necesidad de cerrar las fronteras y de implementar cuarentenas. Cumplieron con el distanciamiento social, los protocolos de rastreo de contactos, y el uso de desinfectante para las manos y de mascarillas. Además, el Gobierno prestó apoyo financiero para hacer frente a las consecuencias económicas. El enfoque basado en hechos de la Primera Ministra, su comprensión de los problemas y su confianza en el asesoramiento científico han sido muy evidentes durante todo este período. Su capacidad de comunicación y de gestión de crisis en general le han valido un gran apoyo adicional. Los neozelandeses son muy conscientes de los problemas a los que se están enfrentando otros países”.

Ardern eligió una estrategia discursiva de acompañamiento de la ciudadanía, reconociendo siempre los enormes sacrificios que le estaba pidiendo. Trataba de mostrarse como alguien más, que también debía cumplir con el aislamiento. La escena que todos recuerdan fue cuando, el 24 de marzo a la noche, hizo una transmisión improvisada desde su casa a través de Facebook Live para responder las dudas de la gente, que le hizo preguntas durante varios minutos. Más de dos millones de personas vieron el video.

Ardern abraza a un familiar de la víctima durante el servicio nacional de recuerdo de las víctimas de los ataques a las mezquitas en Christchurch, el 29 de marzo de 2019 (REUTERS/Jorge Silva/Archivo Foto)
Ardern abraza a un familiar de la víctima durante el servicio nacional de recuerdo de las víctimas de los ataques a las mezquitas en Christchurch, el 29 de marzo de 2019 (REUTERS/Jorge Silva/Archivo Foto)

En parte gracias a las condiciones únicas de este archipiélago históricamente aislado, en el que viven menos de 5 millones de habitantes muy bien distribuidos en el territorio, Nueva Zelanda es uno de los pocos países del mundo en los que dio resultado la estrategia de supresión. Es cierto que tuvo algunos pequeños rebrotes por fallas en los controles con los visitantes que ingresaron luego de haber reducido a cero el número de infectados, pero estos nunca se salieron de control. A casi ocho meses de haber registrado el primer caso, suma apenas 1.880 y 25 muertes.

“Ardern es excelente en la auto-personalización a través de las redes sociales. Creó la imagen de una líder que puede relacionarse con la vida cotidiana de la gente común, compartiendo sus propias experiencias diarias a través de Facebook, yendo de compras o cuidando a su bebé. Hay mucha confianza en el gobierno, en su capacidad para manejar la actual pandemia, porque da la impresión de que sabe lo que hace. Por el contrario, el principal partido de oposición ha cambiado de líder tres veces desde las últimas elecciones, dando una sensación de desunión y de falta de dirección. La percepción es que no hay una alternativa realista y que cambiar mientras la amenaza continúa sería imprudente”, sostuvo Chris Rudd, profesor de política de la Universidad de Otago, en diálogo con Infobae.

Ardern observa una presentación a los medios de comunicación tras la erupción del volcán Whakaari, en Whakatane, Nueva Zelanda, el 13 de diciembre de 2019 (REUTERS/Jorge Silva)
Ardern observa una presentación a los medios de comunicación tras la erupción del volcán Whakaari, en Whakatane, Nueva Zelanda, el 13 de diciembre de 2019 (REUTERS/Jorge Silva)

De la comunicación a la administración

Así como Ardern cosecha elogios por su talento para comunicar y liderar en tiempos turbulentos, el balance de los resultados de las políticas impulsadas por su gobierno más allá de la pandemia es mucho menos luminoso. El Laborismo volvió al poder en 2017 haciendo una serie de promesas cuyo cumplimiento fue, en el mejor de los casos, parcial.

Tres iban a ser los ejes del gobierno: reducir la desigualdad socioeconómica, resolver la crisis habitacional y disminuir la pobreza infantil. Al margen de los rodeos retóricos, el balance es magro en los tres campos. En el primero, los esfuerzos se abandonaron casi antes de empezar, ya que la principal apuesta era una reforma impositiva que incluía un impuesto sobre las ganancias de capital, que fue rápidamente desechado por la presión empresarial, y no se avanzó más en ese sentido.

“Ardern hizo campaña en 2017 sobre un programa de políticas de transformación, en particular para abordar la pobreza infantil. Su gobierno era criticado por la falta de progresos sustanciales en esa área incluso antes del impacto económico del COVID-19. Nueva Zelanda es un país con una alta y creciente desigualdad en el reparto de la riqueza. Como dirigente de un gobierno de centro-izquierda, también fue criticada por no haber logrado un acuerdo sobre el impuesto a las ganancias de capital y por haber anunciado que no volvería a plantear la discusión mientras fuera líder del partido. Recientemente, hizo el mismo anuncio en relación con un impuesto sobre el patrimonio. Es difícil ver cómo su gobierno puede lograr un cambio transformador de la desigualdad sin una reforma del sistema tributario”, dijo a Infobae Janine Hayward, profesora de política de la Universidad de Otago.

Familiares esperan la misión de rescate en la casa Mataatua Mare, tras la erupción del volcán en Whakatane, el 13 de diciembre de 2019 (REUTERS/Jorge Silva)
Familiares esperan la misión de rescate en la casa Mataatua Mare, tras la erupción del volcán en Whakatane, el 13 de diciembre de 2019 (REUTERS/Jorge Silva)

No muy diferente es lo que pasó con el compromiso de atender el déficit de viviendas en el país. La Primera Ministra presentó en 2018 un osado plan que contemplaba la construcción de 100.000 casas en diez años. Sin embargo, lo abandonó al año siguiente diciendo que era demasiado ambicioso y que no iba a ser posible cumplirlo. Esto, antes de la crisis económica inducida para contener la pandemia.

El saldo de las iniciativas para combatir la pobreza infantil es más discutido. El Gobierno introdujo un “Paquete Familia”, que incluyó una extensión de la licencia por maternidad y paternidad, subsidios a familias de ingresos bajos con niños pequeños y beneficios sanitarios, como visitas médicas gratuitas y entrega de productos de higiene femenina.

Este fue uno de los temas por los que confrontaron en los debates previos a los comicios Ardern y Judith Collins, jefa del Partido Nacional, que cuestionó los avances del gobierno en la materia. La mandataria se defendió diciendo que siete de los nueve indicadores que se utilizan para medir la pobreza multidimensional habían mejorado en estos tres años. Aún no hay estadísticas oficiales de 2020, en las que difícilmente se vea un progreso, pero las difundidas en 2019 evidenciaron ciertos avances marginales.

Un pasajero llega desde Nueva Zelanda después de que la burbuja del viaje a través de Tasmania se abriera durante la noche, tras un prolongado cierre de la frontera debido al brote de la enfermedad coronavirus (COVID-19), en el aeropuerto de Sydney, Australia, el 16 de octubre de 2020 (REUTERS/Loren Elliott)
Un pasajero llega desde Nueva Zelanda después de que la burbuja del viaje a través de Tasmania se abriera durante la noche, tras un prolongado cierre de la frontera debido al brote de la enfermedad coronavirus (COVID-19), en el aeropuerto de Sydney, Australia, el 16 de octubre de 2020 (REUTERS/Loren Elliott)

“La gente esperaba que el gobierno elegido en 2017 abordara dos cuestiones principales: la pobreza, especialmente la infantil, y la vivienda; pero ninguna de ellas se ha abordado de manera efectiva –dijo Rudd–. El oficialismo reconoció que no pudo hacer frente a la crisis habitacional, pero dijo que había reducido la pobreza, aunque las cifras que proporcionó fueron discutidas. A esto se vincula la sensación de que el atractivo personal de Ardern enmascara las fallas en el logro de sus objetivos políticos. Por eso, si bien ella es el principal activo del partido, también es su talón de Aquiles: si su atractivo se empaña o disminuye, entonces la falta de logros quedará expuesta”.

Collins fue aún más incisiva en sus cuestionamientos a los planes de recuperación económica post pandemia. No solo ella tiene dudas al respecto. Muchos economistas sostienen que no hay un programa articulado y consistente para garantizar un crecimiento sostenido.

Demostrar que sabe cómo levantar la economía disminuyendo la desigualdad al mismo tiempo será el gran desafío del segundo mandato de Ardern, que deberá tener éxito precisamente en donde más le costó, en la dimensión técnica de la administración del Estado. Con el agregado de que las expectativas que hay alrededor de su figura son mucho más grandes ahora que en 2017.

La Primera Ministra y la líder del Partido Nacional Judith Collins participan en un debate televisado en TVNZ en Auckland, Nueva Zelanda, el 22 de septiembre de 2020 (Fiona Goodall/Pool vía REUTERS)
La Primera Ministra y la líder del Partido Nacional Judith Collins participan en un debate televisado en TVNZ en Auckland, Nueva Zelanda, el 22 de septiembre de 2020 (Fiona Goodall/Pool vía REUTERS)

Hay un riesgo adicional: si no se comienza a suministrar en el corto plazo una vacuna efectiva contra el COVID-19, el aislamiento total de Nueva Zelanda se volverá cada vez más insostenible. En el peor escenario, el país se expone a sufrir rebrotes mucho más graves que el primero, con un deterioro económico creciente.

Creo que si no hubiera sido por la serie de crisis, las elecciones podrían haber tenido un resultado muy diferente –dijo Greaves–. Ardern ha tenido dificultades para concretar varias políticas cotidianas. Parte de esto se debe a su alianza con Nueva Zelanda Primero, que se ha presentado como un ‘freno de mano’ al gobierno por haber detenido supuestamente cosas como el impuesto sobre las ganancias de capital, el alivio de la renta para los inquilinos y reformas sobre la cuestión maorí. La otra causa a la que se ha achacado la falta de ejecución de medidas es la ausencia de una plataforma fuerte o una visión general. Por ejemplo, el Laborismo publicó su manifiesto electoral recién a días de las elecciones. Todo esto hace que sea extremadamente interesante ver lo que hará Ardern ahora, que podrá gobernar sola, sin necesidad de Nueva Zelanda Primero. ¿Seguirá siendo más bien centrista o apostará por un cambio transformador? Es difícil decir”.

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