Ayman al-Zawahiri, el egipcio que sustituyó a Osama bin Laden como líder de la red terrorista Al Qaeda, en un mensaje de hace unos pocos meses lo dijo muy claro a sus seguidores: “Es mejor apoyar al Profeta atacando a aquellos que le calumnian que viajar a las tierras de la yihad como Irak o Afganistán”. Una invitación a los “lobos solitarios” para que actúen sin recibir ninguna orden directa. Que utilicen el factor más efectivo del terrorismo, la sorpresa. Y Europa es la tierra fértil para el accionar de estos jóvenes, probablemente entrenados en el antiguo territorio del Estado Islámico, entre Siria e Irak, o simplemente radicalizados a través de las redes sociales. Aunque también pueden ser perfectos amateurs captados por yihadistas en París o Copenhague o Londres sin mayor armamento que un cuchillo o un auto para atropellar.
Esta vez, la víctima fue un profesor de Historia de 47 años que daba clases en una escuela de Conflans-Sainte-Honorine, a 50 kilómetros de París. Su pecado (haram, para los extremistas islámicos) fue mostrar a sus alumnos unas caricaturas de Mahoma en el marco de una clase sobre libertad de expresión. Fue decapitado en las afueras del liceo por un chico de 18 años, de origen checheno, que después fue muerto por la policía cuando intentó seguir atacando. La Fiscalía Nacional francesa abrió rápidamente una investigación por “asesinato en relación con un acto terrorista” y “asociación con una organización terrorista”.
Este es el segundo atentado en menos de un mes por divulgar imágenes de Mahoma –algo que es considerado una afrenta por parte de los musulmanes- y cuando se celebra en París el juicio por los atentados de enero de 2015 en los que fue masacrada la redacción de la revista satírica Charlie Hebdo, precisamente por publicar unas caricaturas del profeta.
En los últimos años, el terrorismo islamista cambió su modelo de actuación y ganaron peso los yihadistas denominados “lobos solitarios”. Terroristas que deciden a su antojo dónde y cuándo atentarán sin seguir órdenes específicas de una organización. Y desde 2016 se convirtieron en una de las armas más letales del terrorismo islámico en su empeño por acabar con los “infieles” de Occidente. Tras la caída del Califato levantado por el ISIS, muchos de los combatientes que fueron allí para luchar en la “Guerra Santa”, regresaron a sus países de origen y algunos lograron pasar desapercibidos para los servicios de inteligencia europeos. Estos se pudieron convertir en “lobos solitarios” o instigadores de los que atacan.
La lógica de Lobo Solitario está ligada a la debilidad de los terroristas, no a su fuerza, que es la razón por la que tantos grupos diversos la han adoptado a lo largo de los años. Si bien, los ataques de este tipo fueron lanzados a principios del siglo pasado por los grupos anarquistas, fue en 1983 cuando se plasmó en teoría política abarcando a todos los grupos terroristas más allá de su signo. El supremacista blanco Louis Beam impulsó en ese momento la “resistencia sin líder”, argumentando que el gobierno federal estadounidense era demasiado fuerte para que cualquier movimiento ciudadano se opusiera directamente a él y que los grupos afines debían operar de forma independiente sin coordinación central.
“El concepto de Resistencia sin líderes es nada menos que un punto de partida fundamental en las teorías de organización”, escribió Beam. Los grupos tradicionales con un mando y control estrictos “son presa fácil de la infiltración del gobierno, la trampa y la destrucción del personal involucrado”. Admitió que “la Resistencia sin líder es "un hijo de la necesidad” pero que puede crear “una pesadilla de inteligencia”.
Al comparar las tramas en las que participan personas que han luchado como combatientes extranjeros y que, por lo tanto, han recibido algún tipo de entrenamiento con las que no lo han hecho, el analista del terrorismo, Thomas Hegghammer, encuentra que la presencia de un veterano de una yihad extranjera aumenta drásticamente las posibilidades de que un acto terrorista tenga éxito y hace que la letalidad general sea mayor. El Estado Islámico, mientras mantuvo el control de territorio en su califato, instaba a sus simpatizantes a viajar a Siria para ayudar al incipiente estado a defenderse y expandirse. Pero con la caída del régimen, todo cambió. El portavoz del grupo y líder de operaciones externas Muhammad al-Adnani escribió: “La más pequeña acción que hagan en el corazón de su tierra nos es más querida que la más grande de nosotros y es más efectiva y más dañina para ellos”.
Algunas de estas consignas seguramente llegaron a los oídos y al corazón del chico checheno de 18 años que embebido del más peligroso de los fanatismos decapitó a un profesor de historia. Los yihadistas utilizan el cuchillo, el hacha o la espada por razones rituales y no para ahorrar munición. Interpretan -erróneamente según los clérigos más prestigiosos- una norma establecida por el Corán fundamentada en un hadiz, una tradición musulmana, de castigar al impío con el filo del acero.
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