Cuando se cumplen 10 años del último asesinato de la banda terrorista ETA (el de un policía francés, a 30 kilómetros de París, que se interpuso cuando un comando robaba coches), “Patria” ha despertado un debate adormecido por décadas en el País Vasco. El best seller de Fernando Aramburu y el éxito de la serie de HBO recién estrenada han situado en el centro de la discusión a quienes sufrieron el silencio y la incomprensión: las víctimas. Este fenómeno comercial también pone de manifiesto que todavía quedan heridas por cicatrizar y cuestiones que siguen dividiendo a la sociedad española en torno al perdón, el olvido, la culpa y la sombra de la violencia.
El ejemplo más reciente es la polémica que ha generado el cartel promocional de la serie, donde se muestran contrapuestas la imagen de una mujer de rodillas que sujeta entre sus brazos a su marido tras ser asesinado por los terroristas y la de un presunto etarra en posición fetal víctima de las torturas de las fuerzas de seguridad del Estado.
“Desde el punto de vista de la ética esa equidistancia no es muy recomendable, pero debe entenderse como una estrategia publicitaria, ese cartel dice que la serie no va a ser maniquea, sin buenos muy buenos ni malos muy malos”, reflexiona en conversación con Infobae el periodista vasco de El País Luis R. Aizpeolea, uno de los grandes expertos, quien ha escrito ‘Los entresijos del final de ETA’ y es coautor del libro y posterior documental ‘El final de ETA’.
De fondo, dice, esta polémica escenifica que hay una parte de la sociedad que no se siente cómoda con la historia que ‘Patria’ cuenta.
“Por un lado, un sector de la izquierda abertzale (nacionalistas vascos), en ese empeño por blanquear su pasado, no quiere reconocer que ETA se equivocó y se convirtió en una organización criminal que obstaculizó el proceso democrático en España después de la amnistía de 1977. Por otro, a la derecha más radical no le habrá gustado que se hable de las torturas a los presos de ETA en los cuarteles de la policía y guardia civil, algo que existió e incluso ha habido sentencias judiciales, y que algún día tendrán que reconocer las instituciones”.
En cualquier caso, insiste Aizpeolea, la polémica en torno al cartel no es relevante, como tampoco considera justo equiparar el dolor de las víctimas con el de los etarras. Y ahí es donde comienza una discusión que en el País Vasco ya dura más de medio siglo, desde que ETA se cobró su primera víctima mortal en 1968.
“Cerca del 95% de los asesinatos de ETA (de un total de 853) fueron cometidos cuando ya había terminado la dictadura. No tenían ninguna justificación desde ese punto de vista de rebelión contra el Franquismo. Se convirtió en una organización totalitaria, que pretendía imponer su ideología. Su tesis es que hubo un conflicto, que todos sufrimos. Pero no es así: las víctimas murieron injustamente mientras que ellos eligieron su camino y sabían que podían ir a la cárcel”.
La organización terrorista llegó a tener 3.700 miembros pese a que en los últimos años apenas contaba con unas decenas de células activas. La gran mayoría (3.300) terminó en las cárceles españolas, otros pocos se reintegraron en la sociedad y cerca de un centenar permanecen escondidos fuera del país, en su mayoría en Cuba y Venezuela, según datos de la policía.
Hay más de 7.000 víctimas de ETA reconocidas por el Ministerio del Interior y causó pérdidas por más de 25.000 millones de euros al Estado español. Su estrategia para sembrar el terror incluyó desde atentados masivos como el del centro comercial Hipercor en Barcelona en 1987 con 21 muertos y 45 heridos hasta secuestros y asesinatos selectivos como el del concejal del PP Miguel Ángel Blanco a los 29 años en 1997.
Cuando en 2018 la cúpula de la organización difundió un comunicado dirigido a la sociedad sólo pidió perdón a algunas de las víctimas, aquellas a las que considera “ciudadanos y ciudadanas sin responsabilidad en el conflicto”. Insistió en la existencia de un “conflicto político e histórico” y se negó a cuestionar la inutilidad de sus actos criminales. “Todos deberíamos reconocer, con respeto, el sufrimiento padecido por los demás”, pedían.
Luis R. Aizpeolea cree que el gran acierto de ‘Patria’ es la fecha en que se estrena: dos años después de la disolución del grupo terrorista y nueve desde que anunció el cese definitivo de su actividad armada. “Tanto la serie como el libro se centran en las víctimas, en la necesidad de conocer la verdad de lo que pasó, buscar justicia y reparación. Ambos apuntan hacia la posibilidad de la reconciliación. Todo eso era impensable hace unos años”.
El antiguo diputado socialista Eduardo Madina, víctima de un atentado de ETA en 2002 cuando una bomba lapa escondida en los bajos de su coche le causó graves lesiones (entre ellas, la amputación de la pierna izquierda), coincide con Aizpeolea en que ‘Patria’ llega en un momento idóneo.
“No creo que la serie pretenda explicar toda la problemática en el País Vasco ni mucho menos sus contornos políticos y sociales, es tan sólo la historia de dos familias con personajes que se ven atravesados por la violencia. Dicho esto, hay mucha verdad en las atmósferas, en los silencios, en la gestión del miedo, en la comunidad que mira para otro lado, todo eso existió”, dice a Infobae.
Cuando en 2003 salió ‘La pelota vasca, la piel contra la piedra’, apenas una década después del atentado que él sufrió, el testimonio de Madina en el documental llamaba la atención por su voluntad de diálogo, sin rencor hacia los terroristas. La producción de Julio Medem recibió críticas feroces desde amplios sectores que se negaron a participar en el rodaje, especialmente desde el arco conservador.
“Las diferencias respecto a ese momento son tremendas, más que nada porque entonces ETA todavía mataba. Por fortuna la sociedad vasca ha cambiado mucho y a mejor desde que los terroristas dejaron las armas en 2011. Yo creo en la reinserción, cuando alguien ha cumplido su pena tiene derecho a hacer una vida normal e incluso a participar en las instituciones, como recoge la constitución española”, argumenta Eduardo Madina.
Su visión es opuesta a la de las asociaciones mayoritarias de víctimas que exigen la ilegalización de EH Bildu -el partido de la izquierda abertzale donde militan líderes históricos del entorno de ETA como Arnaldo Otegi- porque “siguen sin condenar los atentados terroristas”.
“Es un error de la derecha española no reconocer a Bildu como un actor político. No es lo mismo que ETA, en sus propios estatutos se desligan de la violencia. Es más, a la izquierda abertzale le vino bien el fin del terrorismo. Otra cosa es que Otegi y otros dirigentes que sí apoyaron en su momento a ETA debieran hacer una autocrítica de su pasado cómplice, pero más bien a título personal”, reflexiona Aizpeolea.
“El terrorismo es historia, pero no sus consecuencias”
Existe un léxico que moldea lo que sucedió en el País Vasco. Los años de plomo, el coche bomba, la guerra sucia, los zulos, la cal viva, el impuesto revolucionario, la kale borroka, la socialización del terror, los secuestros, la dicotomía entre el “etarra asesino” y el “españolista facha”, las manifestaciones masivas de repulsa en los 90 con el grito de “basta ya”.
Luis R. Aizpeolea viajó el año pasado a Hernani, uno de los núcleos abertzale, para desentrañar cómo ha evolucionado todo ese ecosistema. En este municipio de Guipúzcoa fue donde el escritor vasco Fernando Aramburu se inspiró para escribir ‘Patria’. Aitor Gabilondo, el creador de la serie, quiso grabar allí pero Bildu, el partido de la izquierda nacionalista en el poder, no le concedió los permisos necesarios.
“Hay una parte buena y es que hoy puedes visitar Hernani tranquilamente y charlar por la calle con concejales no nacionalistas que van sin escolta, eso no pasaba hasta que ETA desapareció. Pero también Hernani te da una visión de todas las cosas que quedan por hacer: la sociedad vasca sigue dividid, el terrorismo ya es historia pero no sus consecuencias".
Aizpeolea habla de los políticos ajenos al independentismo que siguen sin entrar en las herriko tabernas (los centros de reunión del entorno abertzale que hoy siguen cubiertas con mensajes de apoyo a los presos terroristas, ensalzados como héroes que se sacrificaron por su patria); de las propuestas socialistas para reconocer a las víctimas siempre bloqueadas por Bildu, de la imposibilidad de llegar a un acuerdo sobre qué es lo que sucedió en el País Vasco.
“Hay un comportamiento deficiente por parte de la izquierda abertzale, sigue manteniendo la tesis de que hubo dos bandos. No hay convivencia normal ni integración porque no hay un reconocimiento del daño causado. Durante años no sólo ETA pegaba tiros, había un movimiento juvenil (se refiere a Jarrai y su entorno) similar a las SS de los nazis que arrasaba el pueblo y daba palizas a los que no pensaban como ellos”, dice.
Hoy Bildu sigue atrayendo a la juventud de izquierdas del País Vasco. Algunas de sus figuras más reconocibles como la periodista Maddalen Iriarte nunca han estado en el círculo de los violentos. Ya no sólo se habla de independencia sino también de medio ambiente, feminismo, acceso a la vivienda, desempleo y derechos sociales. Pero hay cierto discurso que no se ha superado.
En Hernani, como cuenta Aizpeolea, sigue vivo el recuerdo de una de las etapas más oscuras de la historia española reciente, la “guerra sucia” de los GAL, los Grupos Antiterroristas de Liberación, células parapoliciales que operaron desde la ilegalidad entre 1983 y 1987 -coincidiendo con el gobierno del socialista Felipe González- dejando una treintena de asesinatos en el círculo de ETA y cebándose en esta localidad de apenas 20.000 habitantes.
De los poco más de 200 etarras que siguen presos, casi una veintena son vecinos del pueblo. Una estrategia del gobierno español fue alejar de su entorno a los etarras capturados, y hoy la mayoría todavía está en cárceles a una distancia entre 600 y 1.100 kilómetros de sus familias.
“La guerra sucia de los GAL no es comparable al daño que causó ETA, además eso terminó a mediados de los 80 mientras que la banda terrorista ha matado hasta hace bien poco. Respecto a los presos, la política del Estado es ir atenuando las penas dependiendo de la actitud de los presos y su arrepentimiento”, explica Aizpeolea.
Eduardo Madina piensa que el terrorismo ha dejado una huella todavía visible en la sociedad vasca. “Fueron muchos años en los que se asentó una narrativa que justificaba la violencia y cuajó en un sector importante de la sociedad vasca, entre el 10 y el 15%. Eso ha pasado de generación en generación durante más de medio siglo. Hay heridas que siguen abiertas, por ejemplo, todavía hay más de 300 asesinatos sin resolver”.
Cree que el fin de la violencia de ETA “ya no tiene vuelta atrás” pero la sociedad debe resolver algunas cuentas pendientes, especialmente las relativas a la memoria y el olvido. “¿Cuánto tenemos que recordar y cuánto olvidar para avanzar? Al menos, es necesario dejar constancia de lo que sucedió para que no vuelva a repetirse, para dejarles un País Vasco mejor incluso a aquellos que todavía no saben que ahora vivimos en un lugar mejor que hace 10 años”.