“Santa Jacinda”, la premier neozelandesa que le ganó al coronavirus, confesó que fumó marihuana en busca de su reelección

Jacinda Ardern tuvo un muy exitoso manejo de la pandemia. Se comunica con su electorado a través de videos en vivo de Facebook. Se encamina a ganar las elecciones del 17 de octubre.

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La primera ministra de Nueva Zelanda, Jacinda Ardern, aumentó considerablemente su popularidad después de su gestión de la pandemia.EFE/EPA/DAVID ROWLAND.
La primera ministra de Nueva Zelanda, Jacinda Ardern, aumentó considerablemente su popularidad después de su gestión de la pandemia.EFE/EPA/DAVID ROWLAND.

La pregunta del moderador del debate en Nueva Zelanda para las elecciones generales del 17 de octubre fue: “Jacinda Ardern, ¿fumó alguna vez cannabis (marihuana)?”. “Sí, lo hice”, dijo con convicción la popular primera ministra del país, “hace mucho tiempo”. El moderador hizo una pausa. No sabía cómo salir de esa situación incómoda. Lo salvó la audiencia que empezó a aplaudir con fuerza.

Ardern se negó en el siguiente bloque a decir si apoyaba la legalización de la marihuana, que los neozelandeses decidirán en un referéndum con las elecciones. Pero en ese momento del debate del miércoles pasado, ya se había ganado los votos de buena parte del electorado en general y de su partido, el Laborista, que ven en esta delgada mujer de apenas 40 años a una líder capaz de combatir el coronavirus con barbijo de hierro y mostrarse tan común como una chica que se fumó unos cuantos porros cuando era estudiante.

Y no está sola. Aproximadamente el 80 por ciento de los neozelandeses han probado la marihuana, según varios estudios independientes citados por la prensa del país -más del doble de la tasa de los australianos, muy por encima de los estadounidenses y latinoamericanos-. Así que la confesión que podría traerle muchos problemas en otros países, fue tomada apenas como un rapto de sinceridad por parte de los electores. El resto del debate con su oponente, Judith Collins, líder del Partido Nacional conservador, continuó por otros carriles. Intenso, pero siempre cuidando los modales.

Ardern en su debate con la líder del Partido Nacional, Judith Collins, delante de las cámaras de la TVNZ de Auckland.  Fiona Goodall/Pool via REUTERS
Ardern en su debate con la líder del Partido Nacional, Judith Collins, delante de las cámaras de la TVNZ de Auckland. Fiona Goodall/Pool via REUTERS

Todas las encuestas marcan que Arden ganará las elecciones y la única pregunta es si los laboristas van a tener suficiente apoyo para formar un gobierno de mayoría propia o si tendrán que volver a una coalición con los Verdes. El referéndum sobre la marihuana es otra cosa. En ese punto hay una mayor división. El Partido Nacional de derecha hizo una fuerte campaña en contra de la legalización y el electorado aparece dividido. “Para ganar con holgura necesita de los votantes de centro que se oponen a la medida y eso llevó a la señora Ardern a ser ambigua más allá de que confesó haber usado cannabis”, explicó al New York Times, Richard Shaw, profesor de política en la Universidad Massey. La legalización sería “a la uruguaya”. Se vendería a través de minoristas con licencia; sería legal para los mayores de 20 años; y se permitiría a las personas cultivar hasta cuatro plantas en casa, y compartir socialmente hasta 14 gramos. El principal temor es que esto aumente aún más las adicciones entre los aborígenes maoríes que sufren de altísimos índices de consumo de drogas y alcohol.

Y más allá de este debate, Ardern continúa con su aura de haber implantado algunas de las medidas más exitosas en el combate de la pandemia en todo el mundo. Nueva Zelanda tiene apenas 25 muertes y 1.848 contagios. “Actúa como si tuvieras Covid y como si las personas a tu alrededor tuvieran Covid”, fue la fórmula que lanzó la primera ministra y puso en práctica lo que llamó una estrategia de “eliminación” de la curva de contagios, una estricta y agresiva alternativa a la “mitigación”. Y el control por burbujas. Socializar en grupos pequeños para detectar tempranamente cualquier contagio y aislar a los que podrían propagar la enfermedad. El primer caso se registró el 28 de febrero. Catorce días después, con apenas seis casos, impuso una cuarentena estricta. Y a las 72 horas cerró todas las fronteras. Una medida durísima para un país que vive, en buena parte, del turismo. El 27 de abril, cantó victoria. “Hemos ganado esta batalla: Nueva Zelanda considera eliminado el coronavirus al poner fin a los contagios locales”. Con la detección de cuatro casos en agosto, tras 102 días sin haber confirmado ninguno, no le tembló la mano y volvió a instaurar el confinamiento para los casi dos millones de habitantes de Auckland. Con un video por Facebook Live, Ardern convenció a su “equipo de cinco millones” para que aceptara las restricciones extremas. Hasta que dos semanas después todo volvió a la normalidad, y desde entonces, es considerado uno de los casos más exitosos del manejo de la pandemia. Aunque hay que tener en cuenta que se trata de dos islas no muy extendidas y con apenas cinco millones de personas.

La primer ministra, Ardern, en uno de sus videos en vivo por Facebook hablando a los neozelandeses sobre la situación de la crisis del coronavirus. Jacinda Ardern via REUTERS
La primer ministra, Ardern, en uno de sus videos en vivo por Facebook hablando a los neozelandeses sobre la situación de la crisis del coronavirus. Jacinda Ardern via REUTERS

Los videos también la mostraron exhausta. Mucha gente le pidió que se cuidara y hasta corrió el rumor de que se había contagiado de Covid. Pero era nada más que Neve, su nena de dos años. Ser primer ministro y tener hijos pequeños es tan difícil como gobernar. Lo describe muy bien la serie Borgen (Netflix), con la premier dinamarquesa. Ese cansancio y su simpatía lanzados por Facebook le dieron un gran respaldo. Llegó a prohibido recuperar una pelota de cricket (el deporte más popular de los neozelandeses) perdida en el patio de un vecino. Nadie la contradijo. La oposición no sabe cómo enfrentar a una rival con estas características. Todos cumplieron. Le creyeron y sobrevivieron. Algunos tabloids la bautizaron “Santa Jacinta”.

Ardern pertenece a una nueva generación de políticos que se criaron dentro de la reforma constitucional que obliga a los partidos a trabajar juntos para mantener la estabilidad gubernamental. En 1965, Nueva Zelanda era el sexto país más rico del mundo por habitante, pero en 1980, cuando nació la premier, había pasado al puesto diecinueve. Y llegó mucho más abajo una década más tarde cuando las reformas del libre mercado llevaran a una gran pérdida de empleos en la industria manufacturera, el servicio público y la agricultura. Ardern, hija de un policía y una mesera mormones, dijo en varias entrevistas que recuerda “haber visto desaparecer trabajos forestales” en el pequeño pueblo donde creció, “provocando suicidios, pobreza y enfermedades -incluido un caso de hepatitis para mi niñera”. En 1992, el desempleo en el país llegó a un inédito 11%. Todo esto provocó inestabilidad política dentro de un sistema anticuado en el que el voto popular consagraba un partido, pero no podía gobernar libremente porque el parlamento estaba dominado siempre por la oposición. Fue cuando se realizó un referéndum para modificar el sistema electoral. Se adoptó el modelo alemán que permite a la gente emitir dos votos: uno para un miembro del Parlamento local y otro para un partido. Ardern estaba en la escuela secundaria cuando las primeras elecciones bajo el nuevo sistema produjeron lo que se convertiría en una tendencia: ganancias para los partidos más pequeños y un gobierno de coalición. Ningún partido tuvo la mayoría desde 1996, lo que fomentó una cultura de cooperación, moderación y apertura.

Estrictas medidas de seguridad, testeo y "actuar como si tuviéramos coronavirus", hicieron que Nueva Zelanda tuviera apenas 1.800 casos y 25 muertos. (Dean Purcell/New Zealand Herald via AP)
Estrictas medidas de seguridad, testeo y "actuar como si tuviéramos coronavirus", hicieron que Nueva Zelanda tuviera apenas 1.800 casos y 25 muertos. (Dean Purcell/New Zealand Herald via AP)

Esto fue lo que permitió que Ardern llegara al poder en 2017. Rompió con todos los moldes: mujer joven, con buen manejo retórico y político, capaz de poner en su lugar a cualquier periodista con preguntas sexistas y una llegada muy particular a “los kiwis”, los neozelandeses. Era capaz de publicar un vídeo en las redes entusiasmada alentando a la selección de rugby mientras su gato le pasaba por encima con una de esas protecciones de plástico para que no se rasquen las orejas. En junio de 2018, tuvo un record de entradas con un Facebook en vivo saliendo del hospital con su hija recién nacida. Fue la primera líder mundial en dar a luz en el cargo desde Benazir Bhutto de Pakistán en 1990. Y lo que la consagró fue su sincera empatía con las víctimas del ataque terrorista de un supremacista blanco contra dos mezquitas de la ciudad de Christchurch en 2019, que dejó 51 muertos. “Ellos son nosotros. La persona que ha perpetuado esta violencia contra nosotros, no lo es”, dijo.

Además de las regulares conferencias de prensa, Ardern aumentó sus mensajes informales a través de las redes. Con gran astucia mezcla comentarios sobre los niveles de pobreza o la reforma del transporte público con referencias al canasto de los pañales o apareciendo apurada “antes de que Neve se despierte de la siesta”. “Es como una conversación en la cena. Una técnica extraordinaria para acercarse a la gente”, dijo al New York Times, un analista de comunicación política. Los videos que manda llegaron a tener 5,3 millones de visitas (recordemos que se trata de un país de cinco millones de habitantes). “La ven hasta los perros”, dijo el analista. Su mejor performance fue hacer rondas de preguntas a especialistas médicos y científicos sobre el coronavirus casi todos los días de la pandemia. Preguntaba lo que la gente quería saber. Luego, se reproducía la información en gráficos y estadísticas que también se mandaban por las redes. Todo muy didáctico y práctico. Y, sobre todo, con grandes perspectivas de sumar votos.

El desafío para Ardern, ahora, es controlar una segunda ola de la pandemia sin tantas restricciones. La economía quedó resentida a pesar de los bajos números de contagios y de muertes. El desempleo ya está otra vez cerca del 10% y eso pone muy nerviosos a los “kiwis” que ven crecer su economía, sin detenerse, desde hace diez años.

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