Jayanta Bhattacharya, profesor de salud pública de Stanford: “No nos tienen que preocupar 50.000 casos de coronavirus si no causan muertes”

Dirige el Centro de Demografía de la Salud y el Envejecimiento de la universidad californiana y es autor de tres estudios sobre la presencia de anticuerpos en la población estadounidense. Preocupado por los costes sociales del confinamiento, propone una estrategia diferenciada por edad y cuestiona la utilidad del testeo masivo y el rastreo de contactos en este momento de la pandemia

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Jayanta Bhattacharya, sobre el vínculo entre salud y economía

Una dicotomía estructuró la escena global en las primeras semanas de la pandemia de COVID-19. Matices al margen, los gobiernos debían elegir entre dos caminos opuestos: sacrificar la economía para contener la propagación del coronavirus y salvar vidas, o sacrificar todas las vidas que fueran necesarias para mantener en marcha a la economía. No parecía haber caminos alternativos.

Así se presentó el debate en casi todos los países del mundo. Al reducir la actividad económica a la acumulación de riqueza y las amenazas sanitarias a la contención –temporal– del COVID-19, casi todos los gobiernos tuvieron que optar por la Salud. Algunos eligieron la primera opción sin sonrojarse. Como Jair Bolsonaro, que dijo cosas como “van a morir algunos, lo siento”. Pero eso sirvió para reforzar la convicción del resto de los mandatarios de que debían actuar de manera contraria.

El gran problema de las dicotomías es que impiden comprender un mundo hecho de matices y contradicciones. Porque es verdad que una economía en pleno funcionamiento implica la circulación de personas y, a su vez, del virus. Pero también lo es que las crisis económicas pueden destrozar vidas. No de los ultra ricos –muchos de los cuales se enriquecieron aún más con la pandemia–, sino de las personas más pobres. Del mismo modo, es cierto que el coronavirus es letal, sobre todo para las personas mayores, pero también lo son muchas otras afecciones que están siendo desatendidas por un enfoque unidimensional.

Jayanta Bhattacharya es economista pero dedicó su carrera al estudio de la Salud Pública, por lo que su trabajo es desarticular esa supuesta dicotomía. Desde 2011 dirige el Centro de Demografía de la Salud y el Envejecimiento de la Universidad de Stanford, donde además es profesor de economía y de epidemiología. Pendiente de los costos y beneficios –sanitarios antes que económicos– de las medidas que se están tomando en todo el planeta, se distancia de algunos epidemiólogos que apenas se quedan con los números detrás de la pandemia.

Intentando comprender más sobre el virus, su incidencia y sus riesgos reales, Bhattacharya fue el autor principal de tres estudios sobre seroprevalencia realizados en Estados Unidos que arrojaron tasas de letalidad diez veces por debajo de lo que se creía en ese momento, en torno a un 0,2 por ciento. Pero los resultados quedaron envueltos en una polémica mediática después de que se cuestionase el origen de su financiamiento. En esta entrevista con Infobae, el especialista se refiere al tema, y atribuye los ataques en su contra a la necesidad desacreditar hallazgos que incomodan a ciertas posiciones políticas.

—Al comienzo de la pandemia se instaló una dicotomía entre salud y economía. Algunos presidentes, como Donald Trump en Estados Unidos y Jair Bolsonaro en Brasil, decían que había que preservar la economía, sin importar el costo sanitario, pero muchos otros gobiernos afirmaban que no se podía pensar en eso habiendo vidas en juego. Como un economista que estudia la salud, ¿qué piensa de esta dicotomía?

—Lo primero es que hay una profunda conexión entre el bienestar económico y la salud. Eso ya lo sabíamos. Lo que se vio alrededor del mundo es que el daño económico de los confinamientos y de la pandemia ha tenido enormes consecuencias para la salud, más allá de simplemente el COVID. Las tasas de suicidio están creciendo alrededor del mundo; hay enfermedades infecciosas, como la tuberculosis, que están reapareciendo en distintos países; y las campañas de vacunación se han paralizado. Estos son efectos tanto del confinamiento como del COVID y es difícil saber cuál es más importante. Pero está muy, muy claro que el daño económico de la cuarentena no implica simplemente dinero, sino también salud, a corto y largo plazo. Así que una dicotomía entre el costo-beneficio de la salud frente al daño económico es una falsa dicotomía. Necesitamos una política que tenga en cuenta los costos del confinamiento además del costo del COVID. Hay que buscar un equilibrio. No solo por el dinero, sino por la salud de la población.

—¿Tiene alguna hipótesis de la razón por la que, a pesar de que sabíamos que la economía tiene un enorme impacto sobre la salud, esto no fue tenido en cuenta en gran parte del mundo?

—Creo que hubo un pánico mundial. No se me ocurre otra manera de describirlo. Cuando se vieron los números de China la gente entró en pánico, a escala global. Un país tras otro implementaron confinamientos, sin una discusión sólida sobre los costos, porque éstos eran caracterizados como mero daño económico. Pero no es así. Debimos saber que el daño económico iba a causar daño sanitario. Creo que la gente se aterró y fue engatusada por modelos con pronósticos de la pandemia y de los beneficios de la cuarentena, pero sin modelos y datos paralelos que indicaran sus costos. Nunca se debería haber adoptado una política, especialmente una de este nivel de trascendencia mundial, sin considerar ambos, costos y beneficios.

Jayanta Bhattacharya, sobre los testeos masivos y el rastreo de contactos

—Recién hablaba del aumento de los suicidios. En la última década murieron cerca de un millón de personas en los Estados Unidos por suicidios y sobredosis. ¿Qué impacto puede tener sobre esta problemática la conjunción de la crisis económica con el aislamiento social sostenido?

—Es algo en lo que he pensado mucho. Durante la crisis económica de 2008, en los Estados Unidos se vio el fenómeno de las “muertes por desesperación”, de personas que perdieron sus trabajos y sus medios de vida. Ese daño económico estuvo relacionado a un aumento de los problemas de salud mental, de los suicidios, del abuso de opiáceos, todas formas de daño. Sabíamos eso. Vimos cómo sucedió. Angus Deaton, premio Nobel de Economía en 2015, y Anne Case, otra fantástica economista, documentaron esto con detalle. El aislamiento y el daño económico han producido una situación en la que esa clase de depresión y de suicidios se han vuelto endémicos en la población. Hay un estudio realizado en junio por los Centros para el Control de Enfermedades (CDC) que encontró que uno de cada cuatro jóvenes de entre 18 y 20 años consideró seriamente suicidarse. Uno de cada cuatro.

—¿Este año?

—En junio de este año, durante el confinamiento. No estamos hechos para estar aislados unos de otros. No es un estado natural. El miedo al virus es una cosa. El virus es mortal y 200.000 personas murieron en Estados Unidos. Pero también el aislamiento y el daño económico son mortales. Creo que una política que tenga en cuenta esos costos del confinamiento sería más racional. Ahora sabemos mucho acerca de la letalidad del virus. Por ejemplo, sabemos que no está equitativamente distribuida en la población. El virus impacta a las personas mayores a una tasa sustantivamente más alta que a los jóvenes. Si tienes menos de 30 años, la mortalidad es menor que la de la gripe. Si tienes 40 años, es similar. Si tienes más de 60 años, es mucho más mortal que la gripe. Hay una diferencia de 1.000 a uno entre personas mayores y jóvenes. Para los niños es mucho menos letal que la gripe. En los Estados Unidos murieron alrededor de 60 niños de COVID-19, pero tres veces más murieron de gripe.

El virus es mortal y 200.000 personas murieron en Estados Unidos. Pero también el aislamiento y el daño económico son mortales
La gente usa máscaras faciales
La gente usa máscaras faciales después de que la región del sur de Italia de Campania hiciera obligatorio su uso en Nápoles, Italia, el 25 de septiembre de 2020 (REUTERS/Ciro De Luca)

—¿Este año murieron más niños de gripe que de COVID-19 en Estados Unidos?

—Sí, correcto. Murieron más niños de gripe que de COVID este año.

—Sin embargo, se cierran las escuelas por los casos de COVID, no por la gripe. Es llamativo.

—Sí, así es. Es aún peor. La evidencia que está emergiendo sobre la transmisión del COVID entre los niños sugiere que es menos probable que contagien a los adultos. Yo tengo tres hijos y cuando eran pequeños me enfermaba todo el tiempo con los resfriados que traían a casa. Pero el COVID no actúa de esa manera. Por razones que no comprendemos del todo, los niños parecen diseminarlo entre los adultos menos que la gripe y que los habituales virus que producen resfriados. Es un hecho muy importante. Cerrar las escuelas no es la manera de desacelerar la propagación de la enfermedad. Solo pagamos costos sin ningún beneficio. Y los costos son enormes. La educación es muy importante en sí misma, pero las escuelas son también lugares donde los niños reciben nutrición, orientación, apoyo psicológico, acompañamiento, y es muy importante para su salud a lo largo de la vida. Las clases online no son un sustituto.

Este año murieron más niños de gripe que de COVID en Estados Unidos.

—Pero llama la atención la gran cantidad de científicos que defiende el cierre de escuelas. ¿Por qué cree que ocurre esto?

—Los científicos que hacen estudios en las escuelas sobre la transmisión pediátrica y los que hacen estudios sobre la tasa de letalidad, casi todos, concuerdan conmigo. Pero creo que la ciencia es una de esas cosas en las que, si tienes una especialidad particular, como ser modelador de enfermedades, estás tan en contacto con los detalles y los matices de tus modelos, que cuando te preguntan por los costos de las políticas que se implementan a partir de ellos, solo ves los beneficios. La ciencia puede decirte que si haces A puede que ocurra B. Y si le preguntas a un científico diferente, puede decir que si haces C, puede que suceda D. Pero es posible que B y D no sean imágenes completas de lo que va a pasar. Los científicos no pueden decirte si quieres B o D. Eso requiere una mirada mucho más amplia, no solo de científicos. Tienes que preguntarle a la población qué es lo que valora. En sociedades democráticas, como Argentina y Estados Unidos, necesitamos las voces de las personas diciendo qué es lo que valoran. Los científicos no pueden decirnos eso. Yo hago ciencia, pero con un sombrero soy científico y con otro soy un no científico. Nos corresponde a nosotros con nuestros sombreros de no científicos hacer explícito ese tipo de evaluaciones de costo-beneficio.

—¿Es posible que para muchos gobiernos fuera más cómodo dejar que los científicos decidan?

—Sí, pero creo que en marzo eso era comprensible. Era un virus nuevo y los números que venían de China daban miedo. La gente llegaba a los hospitales con una neumonía viral mortal muy difícil de tratar. Se podía entender que las personas escucharan a los científicos decir que esa era una cosa única y letal, y dijeran “tomemos acciones, las que sean”. Había pánico, era comprensible. Pero a esta altura tenemos muchos más datos y mucha más información, la ciencia pudo identificar quién es vulnerable, somos mejores para tratar la enfermedad una vez que alguien se infecta, tenemos más idea de cuán diseminada está, y también estamos empezando a ver cuáles son los costos de las medidas que tomamos en marzo. Es tiempo de hacer una reevaluación.

Estudiantes del 7º grado de
Estudiantes del 7º grado de la escuela secundaria Freiherr-vom-Stein de Bonn, Alemania, el 12 de agosto de 2020 (REUTERS/Wolfgang Rattay)

—¿Qué es lo que habría que cambiar, en ese caso?

—Tenemos esta idea en nuestra cabeza de que de alguna manera podemos eliminar de la Tierra todos los riesgos de las enfermedades infecciosas, y esa no es una idea razonable. No es posible eliminar ese riesgo, tenemos que aprender a vivir con él. Es posible sólo una vez que entendemos su alcance, que sepamos quién está realmente en peligro. Si ponemos nuestra atención en proteger a los vulnerables podemos dejar que quienes no lo son continúen con su vida, porque los costos del confinamiento para ellos son enormes. En cambio, les pedimos a los jóvenes que detengan su vida para proteger a los mayores, y esa es una manera muy ineficiente de hacerlo. Hay otros mecanismos. A las personas mayores ya les pedimos que restrinjan sus vidas, que hagan cuarentena, que se queden en sus casas. Incrementemos el apoyo a esos grupos en asilos y en otros lugares, mientras la circulación comunitaria del virus entre los jóvenes tendrá poco efecto en la vida de esas personas que ya están en cuarentena. Creo que ese tipo de políticas por edad son las correctas, son consistentes con la ciencia.

Cerrar las escuelas no es la manera de desacelerar la propagación de la enfermedad. Solo pagamos costos sin ningún beneficio. Y los costos son enormes.

—¿Pero es posible desarrollar una estrategia focalizada en proteger a los vulnerables? Porque la mitad de las muertes en los Estados Unidos se produjeron en asilos y casi no hay países que hayan sido exitosos en esa materia.

—Es una pregunta fantástica. Realmente es muy difícil y Estados Unidos ha fracasado de manera manifiesta. Pero ha habido algunas historias de éxito. Por ejemplo, tras tener problemas al comienzo, Suecia cambió su política de visitas a asilos en abril y logró hacer la diferencia. Redujo la magnitud de la propagación en las residencias para mayores y los resultados fueron mucho mejores. En los Estados Unidos, a algunos estados les fue mucho peor que a otros. En Nueva York y Nueva Jersey vimos una cantidad increíble de muertes en asilos. Pero Florida, a pesar de tener una franja importante de la población que es anciana, parece haber hecho un buen trabajo en proteger las residencias y la fracción de personas que murieron es más baja que en los estados del nordeste. Así que creo que es posible, pero se requiere un trabajo creativo y cierta comprensión de lo que nos dicen los datos. Muchos asilos tienen empleados que trabajan en múltiples establecimientos. Tiene sentido, pero crea un peligro. Una residencia puede estar haciendo un buen trabajo de aislamiento, pero si tiene un trabajador que trabaja allí y en otro lugar y en otro lugar puede tener un problema. Así que se necesitan regulaciones que controlen eso, o focalicen el testeo, que haya que testearse todos los días. Es verdad, no es una tarea sencilla. ¿Pero cuáles son las alternativas? ¿El confinamiento general? Tampoco termina protegiendo a los asilos de todos modos.

La artista palestina Raneen Alzerie
La artista palestina Raneen Alzerie pinta una máscara de un personaje de dibujos animados en el rostro de una niña en el sur de la Franja de Gaza el 21 de septiembre de 2020 (REUTERS/Ibraheem Abu Mustafa)

—¿Pero esta es también una estrategia para reactivar la economía? Porque no parece posible que pueda haber verdadera recuperación sin plena libertad de movimiento, pero eso traería aparejado una mayor circulación del virus. ¿Cómo se resuelve esa contradicción?

—Creo que la pregunta es quién se infecta si hay libertad de movimiento. Si las personas que se contagian no se enferman demasiado, ¿realmente nos preocupa? Por ejemplo, los jóvenes de entre 18 y 22 años que van a las universidades que reabrieron tienen mayor libertad de movimiento y el número de casos ha crecido entre ellos. Creo que se registraron alrededor de 50.000 casos adicionales este mes en universidades a lo largo de los Estados Unidos, pero solo dos hospitalizaciones y ninguna muerte. No me preocupan los 50.000 casos si no generan mortalidad. Ahora, si tuviéramos 50.000 casos en personas mayores, diría que es un error enorme. Pero no es lo que estamos viendo. La cuestión no son los casos, sino quiénes están expuestos y cuál es el riesgo que enfrentan. Las políticas que protegen a personas que no se van a enfermar demasiado no tienen sentido. Después, hay una escuela filosófica que dice, OK, digamos que tengo 70 años y conozco mis riesgos de morir, que puede ser de cuatro sobre 100 si me enfermo. ¿Debería poder decidir por mi mismo si quiero tomar ese riesgo? Hay un argumento allí también. Como gobierno, no quiero que corras ese peligro y voy a sugerir que te quedes en tu casa. Pero si quieres ver a tu nieta casarse, ¿realmente debería detenerte? Yo creo que hay que admitir que hay riesgos y decirles a las personas vulnerables que tomen precauciones muy firmes, porque es lo correcto.

Se registraron alrededor de 50.000 casos adicionales este mes en universidades de EEUU, pero solo dos hospitalizaciones y ninguna muerte. No me preocupan los 50.000 casos si no generan mortalidad

—Un factor que se argumenta para imponer restricciones a los mayores y en general es la preservación del sistema de salud. ¿Qué pasa si ejercer el derecho individual a tomar riesgos supone un peligro para otros porque colapsa el sistema y no hay instrumental médico ni personal disponible?

—Eso es correcto y, de hecho, ese es el principal argumento de las personas a favor de las restricciones, no sobrepasemos el sistema hospitalario con casos. Pero lo que hemos visto en los Estados Unidos es que los hospitales han estado vacíos en gran parte del país durante la mayor parte de la epidemia. La gente tiene miedo de recibir tratamientos para el cáncer porque le teme más al COVID, lo que no tiene sentido, pero a eso los llevó el pánico. Se quedan en sus casas tras sufrir un infarto en lugar de ir a atenderse a un hospital. Tuvimos tanto éxito en mantener vacíos los hospitales que muchos están quebrados. ¿Con qué fin? Un confinamiento en asilos en marzo habría salvado una gran cantidad de vidas. El confinamiento sobre toda la población puede que termine costando más vidas por otras cosas más allá del COVID. Esa evidencia recién está apareciendo. Pero, en cualquier caso, habrá costos sanitarios, con seguridad. Y está bien que las autoridades públicas tengan en cuenta cómo mis acciones afectan a otros; no estoy argumentando en contra del control de externalidades porque ese es totalmente el rol de la salud pública. La cuestión es si los costos de la mitigación son tan altos que el daño de las externalidades habría sido menor. Esa es la discusión que deberíamos tener, pero que ha estado ausente.

Jayanta Bhattacharya fue el autor
Jayanta Bhattacharya fue el autor principal de tres estudios sobre seroprevalencia realizados en Estados Unidos (stanford.edu)

Los estudios de seroprevalencia en Estados Unidos y la tasa de letalidad del coronavirus

—Usted participó en varios estudios que se propusieron buscar anticuerpos contra el Sars-Cov-2 entre la población de los Estados Unidos. ¿Cuáles son los principales hallazgos de esos estudios?

—He sido el autor principal en tres estudios diferentes sobre seroprevalencia. Uno en la ciudad de Los Ángeles, uno en la ciudad de Santa Clara y otro, el mayor, entre los empleados de las Grandes Ligas de Béisbol (MLB, por sus siglas en inglés). Los tres en el mes de abril. Simplemente para tener una idea de los números, en Santa Clara para el momento del estudio de la Universidad de Stanford había mil casos identificados, pero encontramos evidencias de unas 15 mil infecciones. Quince a uno. Con esa diferencia entre el número de casos y las infecciones, la tasa de letalidad resultó ser de 2 cada mil casos (0,2%), cuando en ese momento se hablaba de tasas de letalidad de 2 o 3 cada cien casos (2 o 3%). Hay una diferencia sustancial. Actualmente creo que ya hay unos 75 estudios de seroprevalencia realizados en todo el mundo. Entre ellos, un grupo estableció tasas de letalidad por debajo de las 2 muertes cada mil casos que encontramos nosotros, y otro las ubicó por encima. Hay lugares muy golpeados en el mundo, como Nueva York, que podrían tener tasas de letalidad mayores. España es otro ejemplo. Pero en sitios como, por ejemplo, Japón, Irán y varias partes de Europa, la letalidad es mucho más baja.

Lo que hemos visto en los Estados Unidos es que los hospitales han estado vacíos en gran parte del país durante la mayor parte de la epidemia

—¿Y cómo se explica esa diferencia en las tasas de letalidad?

—Se piensa que la tasa de letalidad es simplemente una característica del virus, pero también es una característica del anfitrión, por eso importa cuántos años tienes. Y otra cosa que importa es el sistema de salud que te cuidará si te pasa algo. Esas tres cosas son las que determinan tu supervivencia a la infección. Una persona mayor que se infectó en Nueva York en los primeros días de la pandemia, cuando aún estábamos usando de forma equivocada los respiradores, y no sabíamos de la dexametasona ni sobre otras maneras de tratar el virus, tenía altas probabilidades de morir. Una persona de unos 50 años que se infecta hoy, cuando se sabe más sobre las formas de tratar la enfermedad, posiblemente tenga una probabilidad de morir de dos en 1.000. Una persona de 18 años que se infecta posiblemente ni tenga síntomas. Una de las lecciones que aprendimos de los estudios de seroprevalencia es que hay un rango muy amplio de cuadros médicos, y la gran mayoría de la gente no tiene ningún síntoma o tiene apenas síntomas suaves. Pero lo que vemos en las noticias es el pequeño fragmento de los casos que son los que terminan en el hospital con neumonía. Creo que sería importante que los medios muestren un cuadro más completo de esta enfermedad. Y dos muertos en mil casos no es cero, claro. Es una enfermedad con un riesgo de muerte, absolutamente, pero lo más probable es que la mayoría de las personas se enfrenten a una probabilidad del 0,2%, no del 2% ni del 10 por ciento. Porque estamos hablando de una enfermedad muy diferente si el riesgo es del 2 por ciento. En ese caso yo actuaría de forma diferente. Apoyaría otras iniciativas, más agresivas, que si es de 0,2 por ciento.

Un trabajador de la salud
Un trabajador de la salud toma una muestra de sangre en los Centros de Investigación de Hollywood, Florida, el 24 de septiembre de 2020. (REUTERS/Marco Bello)

—Un artículo reciente publicado en Buzzfeed denunció que su estudio de seroprevalencia de la Universidad de Stanford fue parcialmente financiado por el fundador de la aerolínea JetBlue, David Beekman. ¿Puede garantizar que este hecho no afectó la neutralidad o los resultados del estudio?

—Primero me gustaría decir que yo trabajé en tres estudios diferentes, solo el de Stanford fue financiado parcialmente por JetBlue. De hecho, solo para que quede claro, el dinero fue a la Universidad de Stanford, no a mí. Gastamos unos 100 mil dólares, fue un estudio de bajo costo, y el fundador de JetBlue colaboró con 5 mil dólares para ese estudio, que fueron a Stanford. Entonces eso ha sido mal caracterizado en los medios, y yo siento que he sido tratado muy injustamente. No ha habido un conflicto de intereses en el episodio. Es muy común que la gente done dinero a las universidades para la realización de estudios determinados. Y creo que parcialmente fue un ataque político para desestimar los resultados del estudio, que es sobre lo que hemos estado conversando. Quiero decir, hoy hay otros 75 estudios de seroprevalencia en todo el mundo que han llegado a conclusiones muy similares. Por eso creo que fue un ataque injusto. Sé que no existió un conflicto de intereses, porque no tengo ningún interés en JetBlue, no tengo acciones en JetBlue, sólo he hablado con su fundador porque él estaba interesado en los estudios de seroprevalencia. Él puede haber tenido un interés particular en el tema, por supuesto, pero los mecanismos para proteger el estudio de conflictos de interés estaban activados. De hecho, la universidad llevó adelante una investigación para determinar si había habido alguno y la conclusión fue que no lo hubo.

—¿Cree que que esto responde a cierta politización de la pandemia? ¿Le valieron sus opiniones científicas encasillamientos detrás de determinadas ideas políticas?

—Si, y he estado muy consternado por este tema. Yo vivo de investigar sobre la Economía de la Salud, y algo de política es inherente a ese campo de estudio. Pero si revisas mi trabajo, verás que escribo artículos en los que analizo qué nos dicen los datos sobre determinados fenómenos, y gente de los dos lados del espectro político ha usado mis publicaciones para sus propósitos. No investigo pensando quién va a utilizar los resultados; hago mi trabajo guiado por el intento de responder alguna pregunta. Y esa es la forma en la que he abordado este tema. Traté de entender cómo se disemina una enfermedad, e inocentemente creí que no sería politizado. Es un tema de salud pública, ¿correcto? Cuánto se ha diseminado el virus, cuán mortífero es. Por supuesto que tiene implicancias políticas, pero era simplemente un número que yo quería saber La politización del debate ha sido preocupante, y es una politización de la ciencia también. No creo que este sea el mejor momento para la ciencia, digamosló de esa forma. Creo que hemos cometido muchos errores como científicos a la hora de comunicar, de razonar, de argumentar, y tendremos que trabajar en eso en el futuro.

La politización del debate ha sido preocupante, y es una politización de la ciencia también. No creo que este sea el mejor momento para la ciencia
La aplicación de rastreo de
La aplicación de rastreo de contactos del Servicio Nacional de Salud del Reino Unido (REUTERS/Carl Recine/Ilustración)

—En relación a cómo la tasa de letalidad puede variar en función de una serie de factores, usted se ha dedicado a estudiar la salud y el bienestar de las poblaciones vulnerables en Estados Unidos. Entre afroamericanos e hispanos la tasa de letalidad del COVID-19 es más alta que para el resto de la población. ¿Cuáles son las causas de este fenómeno?

—Creo que uno de los factores más desafortunados sobre este virus es que ha golpeado a las minorías en Estados Unidos y a las poblaciones más pobres en todo el mundo de manera particularmente dura. Mucho más que a aquellas personas que pudieron simplemente quedarse en su casa. Puso en evidencia las dificultades que enfrentan las minorías y la población más empobrecida a la hora de acceder a la salud pública, específicamente a una buena salud pública. Lo que observamos es una profundización de esas problemáticas. Y la pregunta de qué es lo que causa esas diferencias es polifacética. Son muchas cosas, incluyendo un peor acceso al sistema de salud para las minorías y los pobres, una peor educación sanitaria y peores hábitos sanitarios. Todo contribuye a esos malos resultados que el COVID ha acelerado. La distribución no equitativa de las consecuencias del COVID –y también de los confinamientos– será uno de esos fenómenos que estaremos estudiando por un largo periodo. Espero que podamos aprender lecciones que nos ayuden a arreglar el sistema, para que tengamos resultados más equitativos. Pero eso tomará algún tiempo.

Uno de los factores más desafortunados sobre este virus es que ha golpeado a las minorías en Estados Unidos y a las poblaciones más pobres en todo el mundo

—En los tres estudios en los que trabajó junto a su equipo buscaron anticuerpos. Pero hay muchos científicos que hablan de los linfocitos T como una parte central de la respuesta inmune ante el virus. Si esto es cierto los estudios de seroprevalencia apenas están captando a una porción de la población con inmunidad ante el virus Sars-Cov-2. ¿Es correcto?

—La evidencia que está surgiendo demuestra que la inmunidad proveniente de la respuesta de los linfocitos T tiene una importancia enorme en la protección de las personas, incluso sin haber producido anticuerpos. Solo para explicarlo rápidamente: hay respuestas inmunes de distinto tipo. Un tipo ocurre cuando el virus ataca y el cuerpo produce anticuerpos. Las células recuerdan al virus, aún cuando este se va. Si el virus ataca nuevamente, los anticuerpos se aferran al virus y la persona no se enferma. La otra forma en la que el cuerpo se defiende es esencialmente produciendo células que reconozcan células infectadas. Entonces, aunque una persona puede no tener anticuerpos específicos, porque se pierden con el tiempo, estas células T reconocen a las células infectadas con el virus Sars-Cov-2 y las atacan. Puede que tengas síntomas leves, si tu cuerpo responde con las células T, pero no estarás demasiado enfermo. Y la evidencia que está surgiendo es que hay una porción importante de la sociedad que tiene esa inmunidad de células T, sin necesariamente haber producido anticuerpos. Los resultados de nuestros estudios podrían estar subestimando la proporción de la población que no se enfermará de coronavirus.

Un aviso sobre el coronavirus
Un aviso sobre el coronavirus en una autopista de Florida (EFE/EPA/CRISTOBAL HERRERA-ULASHKEVICH/Archivo)

—¿Tienen alguna estimación sobre qué proporción de las personas tienen ese tipo de protección inmunológica en lugar de los anticuerpos?

—Es muy complicado hacer ese tipo de estudios. Así como hay una tecnología muy barata para detectar la presencia de anticuerpos, la tecnología para determinar la acción de las células T es cara y más compleja. No he visto un estudio poblacional de este tipo. Sí he visto trabajos teóricos con estimaciones basadas en los patrones de contagio de la enfermedad. Por ejemplo, en Asia he visto que una hipótesis que circula sobre por qué países como Japón, Corea del Sur y Taiwán han tenido tasas de letalidad más bajas consiste en que allí habría una inmunidad preexistente. No tengo una buena respuesta para la pregunta, pero probablemente este sea un hecho importante de esta pandemia que aún no sabemos. Pero es probable que hayamos subestimado la inmunidad poblacional basada en las células T. Otra cosa sobre los límites de estos estudios es que hay una disminución de los anticuerpos a través del tiempo. Entonces es probable que si alguien estuvo expuesto al virus en enero, ya no tenga esos anticuerpos en abril, cuando hicimos el estudio. Pero alguien que ha perdido los anticuerpos no es alguien que necesariamente no está protegido, porque podría haber generado inmunidad celular. Es una de esas cosas sobre las que aún estamos aprendiendo, pero la inmunidad a este virus podría ser mucho más amplia y preexistente de lo que pensábamos en marzo.

—Cuando durante la temporada de verano bajaron los casos en Europa, varios expertos afirmaron que eso podía estar vinculado a haber alcanzado la inmunidad de rebaño, al menos en algunas ciudades. Sin embargo, esta segunda ola de contagios que se está viviendo en muchos países europeos podría refutar esa posibilidad. ¿Qué opina sobre esto?

—La premisa es la inmunidad de rebaño y la pregunta es qué es la inmunidad de rebaño. Es una idea muy sencilla, aunque algunos la hagan complicada. La inmunidad de rebaño hay que pensarla en una situación en la que, en una población con un nivel de interacción de sus miembros determinado, una persona se infecta con el virus y puede infectar a un número adicional de personas. Si infecta a menos de una persona, entonces la curva de la enfermedad comenzará lentamente a caer. La inmunidad de rebaño entonces se da cuando una persona solo puede infectar a otra o ni siquiera eso. En una situación como la de Europa, en la que parecía que el número de casos estaba declinando hacia cero, cuando las actividades normales se retoman, las interacciones que habían hecho que una persona solo contagie a otra cambiaron. Ahora de pronto estoy en contacto con más personas y si me infecto contagiaré a 1,5 personas o a 2 personas. Yo creo que eso es lo que estamos viendo en Europa, porque no hay un umbral para la inmunidad de rebaño. Está vinculado a cuánta interacción hay en la población.

—¿Entonces la inmunidad de rebaño no sería un número absoluto, sino un número condicionado por, por ejemplo, los confinamientos?

—Sí. El confinamiento reduce el umbral de la inmunidad de rebaño. Absolutamente, porque reduce la interacción social. Cuando la actividad social se retome siempre habrá más casos. Pero la pregunta, nuevamente, es: ¿son esos casos importantes? Un asunto interesante en esta segunda ola que experimenta Europa es que no estamos viendo aumentar las muertes como las vimos aumentar en marzo. Observamos una explosión de casos y las muertes se mantienen muy bajas. Las hospitalizaciones están muy bajas, en comparación con lo que sucedía en marzo. Creo que eso es muy importante, porque el confinamiento evitó las interacciones entre la gente joven –esta es mi hipótesis–. Cuando se levantó, esa gente joven volvió a interactuar y empezaron a aparecer los casos. Eso era completamente esperable. ¿Deberían volver a cerrar? Bueno, no estamos viendo muchas hospitalizaciones o enfermos graves en los mismo niveles que en marzo, entonces… no lo sé. El confinamiento lo único que hace es retrasar cuándo aparecerán los casos. No evita que los casos ocurran. No hay nada que pueda evitarlo.

El confinamiento lo único que hace es retrasar cuándo aparecerán los casos. No evita que los casos ocurran. No hay nada que pueda evitarlo
Voluntarios sirven comidas en el
Voluntarios sirven comidas en el marco de un plan de alimentación escolar en el municipio de Gugulethu en Ciudad del Cabo (Sudáfrica) (REUTERS/Mike Hutchings)

—Hay muchos científicos que opinan que la única forma de salir de los confinamientos es desarrollar un sistema amplio de testeo masivo y rastreo de contactos. ¿Considera que se trata de una estrategia válida, con estos niveles de circulación del virus?

—Creo que es un error el testeo masivo y la confianza en el rastreo de contactos. No estoy diciendo que nunca haya que hacer rastreo de contactos, pero confiar en que podría ralentizar los contagios es un error. Primero hablemos de los testeos. Supongamos que abres una escuela y haces muchos testeos allí. Vas a encontrar casos. Eso sucederá. Pero si el resultado de eso no es proteger las vidas de quienes tienen la enfermedad –que no será el caso, porque los niños mueren en proporciones muy bajas de esta enfermedad en relación a la gripe– entonces no los estás protegiendo. Tu único propósito será sembrar el pánico que lleve al cierre de las escuelas. En medicina tenemos un dicho: “No tratamos a un número, tratamos a un paciente”. Usas un test si éste cambia el manejo clínico del paciente. No usas un test simplemente para obtener un número. Si yo decidiera hacerles a ustedes un estudio médico detallado, voy a encontrar algo. Pero la pregunta no es si puedo encontrar algo, la pregunta es si eso es clínicamente significativo. Aquí la única consecuencia es cerrar las escuelas. ¿Por qué deberíamos hacer eso? No tiene ningún sentido. No deberías cerrar solo basándote en el testeo. Las pruebas deben utilizarse allí donde sean útiles, como en asilos y hogares, es decir, lugares en los que haya personas que no quieras exponer al virus. Eso sí te dará resultados clínicos significativos.

—¿Y en el caso del rastreo de contactos?

—El rastreo de contactos funciona cuando una enfermedad es poco común, y el contagio de una persona a la otra está contenido y es fácil de documentar. Las enfermedades venéreas son un buen ejemplo de esto, porque en ese caso se puede hacer un rastreo de contactos muy efectivo. Pero para una enfermedad respiratoria como el COVID, en momentos en los que muchísima gente tiene la enfermedad, el rastreo de contactos no funciona. Al menos no para eliminar o ralentizar los niveles de contagio. Si se aborda la enfermedad muy tempranamente, por ejemplo Corea del Sur en el momento en el que realmente muy poca gente estaba infectada, o Nueva Zelanda, entonces sí, puedes hacerlo, porque puedes aislar a los pocos contagiados. Pero en una situación como la actual deberías aislar a toda la población para siempre del exterior para mantener las infecciones en cero. Incluso Nueva Zelanda está fallando en esto. Y los costos son enormes, porque nunca nadie podrá abandonar la isla, y nunca podrán dejar a entrar a nadie sin una cuarentena de 14 días. Otro aspecto sobre el rastreo de contactos es que se le pide a la gente que informe con quiénes ha estado. Es un tema muy sensible y los incentivos para mentir son enormes. Mucha gente se negará a cooperar. En Los Ángeles, se negó el 60% de las personas. La idea teórica de que rastreando encontraremos a todas las personas infectadas y así eliminaremos la enfermedad no es viable.

Las pruebas deben utilizarse allí donde sean útiles, como en asilos y hogares, es decir, lugares en los que haya personas que no quieras exponer al virus.

—Nueva Zelanda es un buen ejemplo de cómo los países actúan sin considerar los efectos sobre otros. Nueva Zelanda, Australia o Alemania pueden cerrarse porque son países ricos, con espalda para afrontar un año de recesión sin sufrir demasiado. Pero si las potencias se cierran, la economía global colapsa y esto tiene consecuencias tremendas para los países pobres. ¿Cómo puede medirse este impacto?

—Las políticas que están adoptando los países desarrollados son inmorales, porque ignoran la importancia que el funcionamiento de la economía global tiene en la salud y el bienestar de la población de los países pobres. He visto estadísticas que sugieren que mil millones de personas han salido de la pobreza en los últimos 20 años debido al crecimiento económico. La esperanza de vida ha aumentado en todos los países en vías de desarrollo como resultado del crecimiento económico. Un solo año de colapso económico no es indoloro para ellos. Uno lee cosas como que las Naciones Unidas estiman que habrá 130 millones de personas más con hambre o con riesgo de caer en la inanición como consecuencia del colapso de la economía mundial. Es una cifra que empequeñece a la de muertos por COVID-19. Las campañas de vacunación como la de GAVI (alianza mundial público-privada), que son importantísimas para la inmunización de los niños, se detuvieron globalmente como consecuencia de los confinamientos y del colapso de la economía. Los casos de tuberculosis en la India están aumentando sin control, en parte porque los esfuerzos para administrar las vacunas se han paralizado. Temo que veamos el resurgimiento de muchas otras enfermedades infecciosas sobre las que habíamos avanzado como consecuencia de estos colapsos.

Las Naciones Unidas estiman que habrá 130 millones de personas más con hambre o con riesgo de caer en la inanición como consecuencia del colapso de la economía mundial. Es una cifra que empequeñece a la de muertos por COVID-19

—A lo largo de la entrevista ha insistido con la idea de que hay que aceptar ciertos riesgos, con esta enfermedad y con todas. Pero en relación al coronavirus hay muchos discursos que parecieran aspirar a la utopía del riesgo cero, de que la enfermedad desaparezca por completo. ¿Cree que es momento de que los gobiernos incorporen la idea de que hay que convivir con ciertos riesgo en sus discursos sobre el COVID-19?

—Sí, creo que es muy irresponsable lo que han hecho muchos gobiernos. La mayoría, en el mundo, ha sembrado pánico. Las guías de salud pública con las que yo estoy familiarizado parten de la idea de nunca generar pánico entre la población. Hay que comunicar, de forma fidedigna y verdadera, y creo que esa es la política que hay que adoptar. Decir “estos son los riesgos, esto es lo que la ciencia nos indica”, y ponerlo también en contexto con otros riesgos que la gente ya sabe que toma. Porque además no se trata de un pánico acorde al verdadero peligro que se corre, sino que es simplemente pánico. Y éste determina el comportamiento social. Está creando divisiones que serán muy difíciles de revertir. Pienso en el encono que hay en torno al uso de las máscaras faciales. Pienso en lo que genera en mucha gente ver a alguien caminando sin máscara. Es algo que hay que tener en cuenta, y los gobiernos tienen una responsabilidad.

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