A la CIA no se le pasó por alto algo que se le viene escapando a mucha gente desde hace años, dice la filósofa francesa Stephanie Roza, a saber, “que Foucault le propina golpes fatales no sólo al marxismo sino a lo que yo llamo la tradición socialista, la vieja izquierda, es decir, los proyectos tradicionales, colectivos, de transformación del orden social en favor de los dominados, de todos los dominados”.
Autora de un ensayo de reciente publicación, ¿La izquierda contra la Ilustración? ( Fayard, 2020), Roza analiza un archivo de la CIA, desclasificado en 2010 pero elaborado en 1985, sobre Michel Foucault (1926-1984) y otros intelectuales franceses de aquella época.
Allí, los analistas de la central de inteligencia estadounidense afirman que los intelectuales franceses se están des-marxificando en gran medida y se congratulan por ello; lo consideran auspicioso en el marco de la Guerra Fría que los enfrenta al Este hegemonizado por Moscú en todos los ámbitos, no sólo en lo material sino también en lo cultural, en el plano de las ideas.
La CIA se interesó especialmente en la llamada corriente de los Nuevos Filósofos, marcados por el distanciamiento con la Unión Soviética. En un informe desclasificado, de diciembre de 1985, titulado “Francia: la defección de los intelectuales de izquierda”, los analistas de la CIA explican el giro que a fines de los años 70 y comienzos de los 80 protagonizaron varios destacados pensadores franceses: “Existe un nuevo clima intelectual en Francia, una especie de antimarxismo y antisovietismo que hará difícil para cualquiera movilizar una opinión intelectual significativa contra las políticas de los Estados Unidos”.
En definitiva, es lo que interesa a la agencia: hasta qué punto esta nueva filosofía favorece los intereses de Washington. “Aunque la política norteamericana nunca es inmune a las críticas en Francia -agregan con realismo- está claro que la Unión Soviética está hoy a la defensiva con los intelectuales de la Nueva Izquierda”.
Uno de los factores que incentivó este cambio de actitud fue la publicación de Archipiélago Gulag, el libro de Alexander Solyenitzin que desnudaba los crímenes del régimen soviético.
Ahora bien, el giro a la derecha de los dos principales exponentes de esta corriente, Bernard Henry-Lévy y André Glucksman, fue algo evidente para todos desde el inicio.
Distinto es el caso de Michel Foucault, que hasta el día de hoy posa de intelectual anti-sistema; en palabras de Stephanie Roza, “lo más top de la subversión, el nec plus ultra de la radicalización, (el filósofo) que deconstruye todas las normas, que va al fondo”.
Y sin embargo, la CIA se congratula por su filosofía y considera que, al contrario de lo que se piensa, el pensamiento de Michel Foucault refuerza el orden social. “Porque es eso lo que dicen: es bueno para el campo atlántico que Foucault eche a los marxistas de la facultad”, explica Roza.
Foucault, que además de filósofo, era sociólogo, historiador y psicólogo, influyó fuertemente en las ciencias sociales y lo sigue haciendo con sus estudios sobre el poder y las instituciones sociales que lo garantizan, como la psiquiatría, la medicina, el sistema carcelario, etcétera.
Uno de sus libros más conocidos, Vigilar y castigar (1985), afirma que el establecimiento de instituciones tales como cárceles, asilos, hospitales y escuelas implicó la transición de un concepto meramente punitivo del poder a otro disciplinario orientado a reprimir o impedir determinados comportamientos considerados asociales. Se eliminaban así las posibilidades de transgresión y se creaba un entorno que permitía corregir y regular -vigilar y castigar- la conducta de cada individuo.
Pero no es cierto que todo el mundo pasó por alto el efecto de la teoría de Foucault en los movimientos sociales y en el pensamiento de la época. En el libro Seguridad: la izquierda contra el pueblo, el periodista y ensayista -también francés- Hervé Algalarrondo señala a Michel Foucault como uno de los inspiradores del ultra garantismo o abolicionismo penal. Denuncia que la izquierda no combate la inseguridad pese a que ésta afecta antes que nada a los pobres, a los trabajadores, porque, inspirada en los planteos de Foucault, ha idealizado al delincuente, al que se pone al margen de la sociedad: “Para la intelligentsia, el nuevo proletariado, son los delincuentes”.
Según esta visión, todos los que cometen delitos estarían en rebeldía contra una ley y un orden “injustos”, contra las instituciones estatales que el poder ha ido creando para controlar a los individuos. Si el objetivo del poder es, como dice Foucault, vigilar a locos y delincuentes, entonces, éstos son los sujetos del cambio, los que desafían el poder.
Algalarrondo denuncia que el progresismo “reserva su compasión para los delincuentes y no tiene ni una palabra de consuelo o aliento para los que trabajan, los que estudian o los que padecen por la delincuencia”. Mucho menos para los policías caídos en cumplimiento del deber.
“A los que roban, se los encarcela; a los que violan, se los encarcela; a los que matan, también. ¿De dónde viene esta extraña práctica (sic) y el curioso proyecto de encerrar para enderezar?”, escribió por ejemplo Michel Foucault, en Vigilar y castigar.
Quien piense que estas ideas son lejanas o ajenas a nuestro medio, le bastará recordar el entusiasmo con el cual el kirchnerismo se lanzó a la epopeya de vaciar las cárceles con la excusa de la pandemia, una iniciativa reveladora de que también el progresismo local ha encontrado en los delincuentes un nuevo proletariado. Éstos son víctimas de la sociedad y la seguridad es un reclamo reaccionario.
El filósofo Vincent Cespedes entrevistó a Stéphanie Roza a propósito de la salida de su libro. Este fue el diálogo que mantuvieron:
Vincent Cespedes: "Lo más fuerte [de tu libro] es Foucault y el argumento de la CIA, que es bastante genial. [En definitiva] dicen: es genial, los intelectuales franceses se des-marxifican ampliamente; esto nos viene bien, porque estamos en plena guerra fría y Marx nos remite a la Unión Soviética. Es formidable y nos regocijamos de la evolución a la derecha de todos estos intelectuales de izquierda y Foucault que va a abandonar a los estructuralistas y otros, que van a abandonar el pensamiento marxista. Y tú dices (lee) “es notable no sólo que las posiciones del filósofo Foucault hayan sido interpretadas por la CIA como una lucha contra la influencia del marxismo en las ciencias sociales, sino también que esta lucha haya atraído positivamente la atención de la agencia estadounidense en tanto operación de desacreditación del igualitarismo socialista echando sospecha sobre toda forma de movilización colectiva tendiente a un cambio social radical”.
Stéphanie Roza: La CIA sólo mira el impacto político del foucaulismo: no se le escapa algo que se la ha escapado a muchísima gente hasta hoy, incluida mucha gente de izquierda; que de hecho Foucault le propina golpes fatales no sólo al marxismo sino a la tradición socialista, la vieja izquierda, en fin, los proyectos tradicionales, colectivos, de transformación del orden social. Es realmente extraordinario que este filósofo, presentado como lo más top de la subversión, el nec plus ultra de la radicalización, que deconstruye todas las normas, que va al fondo y todo eso, de hecho, la CIA se haya congratulado por su filosofía y encontrado que, por el contrario, reforzaba el orden social porque es eso lo que dicen: es bueno para el campo atlántico que Foucault eche a los marxistas de la facultad.
Cespedes: Foucault se interesó por las minorías, y es así como pudo engañar a la izquierda; se interesó por los locos, por los prisioneros y otros… Vigilar y castigar, títulos que huelen a “gran hermano” y, sin embargo, sustituyó a la clase obrera, a la militancia socialista de base, los sustituyó con nuevas minorías sin agregarlas, no fue una suma…
Roza: El problema es que, en vez de decir, como todos los militantes eminentes de la izquierda habían dicho hasta entonces, vamos a ensanchar nuestro campo de atención, nuestras preocupaciones, nuestra voluntad de emancipación, a nuevas categorías, de hecho las ha puesto por delante borrando por completo las anteriores problemáticas, relegándolas a un plano secundario, e incluso desacreditándolas.
Roza pertenece a un campo de intelectuales de izquierda preocupados por la pérdida del ideal de igualdad y universalidad -los mismos derechos para toda la humanidad- en nombre de la reivindicación de minorías que fragmentan la lucha en una infinidad de causas: ecologistas, tecnófobos, veganos, etnicistas, etc.
Indagando en el origen de estas fracturas, Roza da con pensadores como Michel Foucault -no es el único en el banquillo, lo comparte con Martin Heidegger y Friedrich Nietzsche-.
Pero Foucault, por su encendida defensa de los prisioneros, los locos, los homosexuales y los inmigrantes, se convirtió en el ícono de toda minoría. El problema es que algunas de estas tendencias acaban cuestionando los derechos humanos -por occidentales y colonialistas-, criticando el feminismo -también occidental- y el universalismo, como signos de dominación imperialista. Un efecto tal vez no deseado de estas posturas es que a veces terminan coincidiendo con la extrema derecha en su crítica al racionalismo.
La raza, el género u orientación sexual, o la condición colonial son puestas por delante y por encima de la desigualdad socioeconómica. Y la lucha se fragmenta en infinidad de “colectivos” identitarios con objetivos limitados.
El deconstructor por antonomasia ha sido Michel Foucault, dice Roza; su pensamiento lleva al rechazo de todo proyecto alternativo colectivo, por su rescate absoluto del individuo frente a las instituciones, vistas todas como instrumentos de dominación.
Pensemos que para Foucault, la misma Salud Pública era parte del desarrollo de ese aparato estatal de vigilancia que no se cansó de denunciar. Es decir, hospitales públicos y demás instituciones que el Estado fue desplegando, antes que responsables de una mejora en la calidad de vida general -caída de la mortalidad infantil y materna, prolongación de la esperanza de vida, etc- era un dispositivo más de control: a través de registros y estadísticas sanitarias, por ejemplo.
“En realidad, la medicina de intervención autoritaria en un campo cada vez mayor de la existencia individual o colectiva es un hecho absolutamente característico. Hoy la medicina está dotada de un poder autoritario con funciones normalizadoras que van más allá de la existencia de las enfermedades y la demanda del enfermo”, escribió Foucault, en La crisis de la medicina o la crisis de la antimedicina.
En esto, como señala Roza, Foucault coincide con el economista liberal y utilitarista John Stuart Mill que escribió: “El único propósito por el cual el poder puede ser correctamente ejercido sobre cualquier miembro de una comunidad civilizada, en contra de su voluntad, es prevenir el daño a otros. Su propio bien, sea físico o moral, no es garantía suficiente... (...) Sobre sí mismo, sobre su propio cuerpo y mente, el individuo es soberano”; citado por Ricardo H. Bloch.
Para Stéphanie Roza, “el abandono de toda perspectiva de emancipación colectiva en provecho de la promoción del individuo, opuesto por principio a toda institución (carcelaria, militar, religiosa, pero también escolar o sindical) cuya normatividad es presentada como insoportable, tiene algo de eminentemente liberal”.
La filósofa también señala que el “ombliguismo” reivindicativo “interseccional” -concepto que alude a las personas que padecen varias formas simultáneas de dominación o discriminación- se combina muy bien con el neoliberalismo.
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