La vida de Alicia de Battenberg tiene todo. La nieta de la reina Victoria nació en 1885 en el Palacio de Windsor, y murió en 1969 en el Palacio de Buckhingham. En el medio, se casó con el príncipe Andrés de Grecia y tuvo cinco hijos, recibió los obsequios más caros y excéntricos solo para donarlos tiempo después cuando se hizo monja. Fue diagnosticada con sordera congénita pero aprendió a comunicarse con lenguaje de señas en cinco idiomas, durante la Segunda Guerra Mundial ayudó a familias judías a huir de los nazis, se exilió, sufrió un brote psicótico y estuvo encerrada en clínicas psiquiátricas hasta que abandonó la familia real, solo para regresar hacia el final de sus días.
Sobre este último episodio investigó el profesor de Psicología Psicoanalítica de la Universidad de Brunel en Londres, Dany Nobus. Como resultado del estudio de la historia clínica de la princesa, Nobus publicó el artículo La locura de la princesa Alicia; Sigmund Freud, Ernst Simmel y Alicia de Battenberg en Kurhaus Schloss Tegel, donde afirma que fue Sigmund Freud quien recomendó un tratamiendo de “castración”, que consistió en someter sus ovarios a una intensa radiación de Rayos X.
Hoy visto como una aberración, en la primera mitad del Siglo XX el tratamiento era considerado como una forma de rejuvenecimiento, “para que recobrara el ánimo y las fuerzas y desaparecieran sus delirios”, asegura un artículo publicado en el sitio XLSemanal.
Los trastornos mentales de Alicia comenzaron durante el exilio de ella y su familia en Francia, tras abandonar Grecia donde la monarquía había sido derrocada. Allí, además de ocuparse de sus hijos y realizar una serie de obras de caridad, comenzó a volcarse hacia la espiritualidad, inspirada en su tía Elizabeth Feodorovna, hermana de la zarina Alejandra, mujer de Nicolás II.
Alicia se obsesiona con la fe, se convierte a la religión ortodoxa y dedica muchas horas a sus rezos, lo que comienza a preocupar a su familia. Más aún cuando cuenta que está recibiendo mensajes de Jesucristo y que incluso se ha convertido en su esposa.
El primero en diagnosticar a Alicia de psicosis fue su ginecólogo griego, el doctor Louros, consultado por si se trataba de un trastorno provocado por la premenopausia -tenía entonces 44 años-. Después de él, Marie Bonaparte, psicoanalista y amiga de Sigmund Freud, le pide ayuda a éste, quien recomienda el traslado de Alicia a la clínica Schloss Tegel, en Berlín.
El centro psiquiátrico estaba dirigido por Ernst Simmel, uno de los creadores del concepto de neurosis de guerra y colega de Freud. Allí fue diagnosticaron con esquizofrenia paranoide. Simmel consultó a Freud sobre el caso de Alicia de Battenberg y fue él quien aconsejó que sometieran sus ovarios a una intensa radiación con rayos X.
La esterilización era un método inventado originalmente por el fisiólogo vienés Eugen Steinach, un hombre de gran prestigio en su época, mucho más famoso entonces que Freud. En 1912, Steinach publicó un informe sobre cómo los efectos de este método en ratas ancianas provocaban la destrucción de las células germinales de los testículos y provocaban la proliferación de hormonas. En pocas semanas, las ratas que estaban aletargadas, delgadas y casi sin vida se volvieron activas, aumentaron de peso y recuperaron el interés sexual.
Los resultados del tratamiento en Alicia de Battenberg fueron terribles: le provocó una menopausia temprana y fue un tormento inútil. Según Dany Nobus, Freud -que nunca trató en persona a la princesa ni supervisó su intervención- recomendó esa terapia porque “no creía que los pacientes psicóticos pudieran ser tratados psicoanalíticamente”, ademas de que le interesaban mucho los efectos de las intervenciones biológicas sobre la mente.
Los años posteriores a la terapia de rejuvenecimiento fueron los más tristes para la princesa. Después de varios traslados a otras clínicas y varios intentos de fuga frustrados, cuando su familia finalmente le permitió salir, viajó por varios países de Europa alejada de la familia real, hasta que decidió instalarse en Atenas y convertirse en monja. Recién en el año 1967 accedió a abandonar su convento para mudarse con su hijo, el ya consorte de la reina Isabel II, al palacio de Buckhingham, donde falleció dos años más tarde.
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