Incluso para los elevados estándares de cambios de opinión del primer ministro británico Boris Johnson, sus incongruencias de esta semana en los dos temas dominantes que enfrenta su país fueron impresionantes. El miércoles, alarmado por el resurgimiento del coronavirus, Johnson anunció que el gobierno británico prohibiría las reuniones de más de seis personas, después de semanas de animar a la gente a volver al trabajo, a comer en restaurantes, a frecuentar pubs y a enviar a sus hijos de vuelta a la escuela. Apenas unas horas antes, había presentado en el Parlamento una legislación sobre Irlanda del Norte que anularía un acuerdo histórico dentro del Brexit que el propio premier había firmado con la Unión Europea (UE), defendido con vehemencia en la Cámara de los Comunes y que había sido uno de sus caballitos de batalla de la campaña para las elecciones del año pasado en su camino hacia una victoria aplastante.
El propio gobierno de Johnson admitió que esta medida inesperada afecta la credibilidad en la negociación para la salida de la UE y viola el derecho internacional. Y ahí es cuando se cruzan el virus y el Brexit, los columnistas de los grandes medios comenzaron a plantear: ¿Por qué la gente debe obedecer las nuevas reglas de Boris sobre el distanciamiento social cuando él desprecia descaradamente un tratado legal de tanta importancia? En 10 Downing St. reina el silencio.
La ausencia de barreras físicas entre la República Irlanda, que sigue siendo parte de la UE, e Irlanda del Norte, una de las cuatro naciones que conforma el Reino Unido, fue una de las bases del acuerdo de paz que puso fin a años de violencia independentista. Estas barreras dejaron de ser necesarias cuando ambos territorios pasaron a ser parte de la zona aduanera de la Unión Europea, pero con el Reino Unido fuera del bloque, tendrían que volver a levantarse, aunque tanto Londres como Bruselas se comprometieron a que eso no ocurra. Pero a medida que se acerca la fecha límite del período de transición, el gobierno británico parece endurecer cada vez más su posición ante la UE y se prepara para una salida sin acuerdo cuando la fecha límite para cualquier firma es el 15 de octubre. El 31 de diciembre ya se habrá terminado el período de transición y Gran Bretaña quedará definitivamente alejada del acuerdo económico continental europeo.
“Esta apestosa hipocresía ahoga la reputación del Reino Unido y destruye la capacidad de nuestro gobierno para liderar dentro del país y hacer acuerdos con otros países”, gritó el laborista Lord Charlie Falconer en el salón abovedado del Parlamento. “¿Cómo podemos reprochar a Rusia o China o Irán cuando su conducta está por debajo de las normas aceptadas internacionalmente, cuando estamos mostrando tan poco respeto por nuestras obligaciones en virtud del tratado?”, preguntó a sus colegas. Una posible explicación provino del analista Mujtaba Rahman, experto en Brexit en la consultoría de riesgo político Eurasia Group: “Es un estilo de gobierno loco y sin límites. Pones el pie en el acelerador tan fuerte como puedes y te lanzas hacia el acantilado”.
El cambio de opinión del premier con respecto a las reglas de la cuarentena tiene más que ver con “ceder ante la evidencia” de que el virus se está propagando en una segunda ola que otra cosa. Después de un período de relativa calma en junio y julio, los nuevos casos comenzaron a aparecer en agosto. Esta semana, el promedio diario de casos está llegando nuevamente a los 3.000, algo que no ocurría desde el 23 de mayo. Los infectólogos informaron que habían aumentado considerablemente los contagios en personas jóvenes y que Gran Bretaña está en el camino de Francia y España, donde se produjo un rebrote en los últimos días. La tasa de infección del país aumentó la última semana de 12,5 por cada 100.000 personas a 19,7 por 100.000, lo que indica que el “número R” -la medida que muestra cuántas personas están siendo infectadas en promedio por cada persona con el virus- aumentó por encima de uno, el umbral crítico. “Es una puntada a tiempo para salvar el traje”, se justificó Johnson en una conferencia de prensa, flanqueado por sus principales asesores médicos y científicos, en la que anunció las nuevas restricciones. “Estas medidas no son otro cierre nacional. El objetivo es evitar un nuevo cierre nacional”.
Lo cierto es que era una nueva vuelta atrás después de que, contra todos los consejos de los expertos, el gobierno permitiera abrir buena parte de la vida nocturna en Londres y las principales ciudades del resto del país. El miércoles se permitió la realización de las carreras de caballos del tradicional hipódromo de Doncaster. Pero la noche anterior se habían suspendido las carreras en otros escenarios en forma abrupta. El negocio de las apuestas en Gran Bretaña es enorme y estuvo presionando para una apertura total. Lo mismo sucedió con los pubs, que se abrieron con algunas pocas restricciones. Allí fue donde se congregaron multitudes que desbordaban hasta las calles en todo el país. “El gobierno británico está confundido y necesita decidir una estrategia clara porque en el enfoque actual, tanto la salud como la economía se verán afectadas, y el cumplimiento de la cuarentena seguirá disminuyendo”, dijo al Daily Mail, Devi Sridhar, profesora de Salud Pública en la Universidad de Edimburgo.
Ahora, Boris Johnson aseguró que la policía impondrá multas de 100 libras, unos 130 dólares, a los que violen el límite de seis personas para cualquier reunión. Pero se hizo el distraído cuando le lanzaron preguntas sobre si tenía la intención de “cancelar la Navidad”. Esa sería una medida que podría dar un golpe de herida grave a la economía del país y que muestra las difíciles decisiones que el premier enfrentará sobre el virus cuando llegue el otoño y el invierno a la isla. Por ahora, Johnson insiste en que las escuelas permanecerán abiertas y que la gente debería volver al trabajo, siempre que fuera seguro. Pero para eso, como en el resto del mundo, se necesita un costoso y eficaz programa nacional de pruebas y rastreo. El líder del Partido Laborista, Keir Starmer, puso a Johnson contra las cuerdas esta misma semana en el Parlamento con historias de personas que tuvieron que viajar cientos de kilómetros para hacerse una prueba.
Boris está mucho mejor preparado para la pelea política que supone el Brexit que para las pandemias. Y sabe que violar un acuerdo internacional no es algo que le vaya a traer tantos problemas como el virus. Parece haber calculado los beneficios que le daría entre el núcleo duro brextiano del Partido Conservador el olvidarse de las fronteras irlandesas contra los perjuicios que le podrían ocasionar las críticas de ex primeros ministros como John Major o Theresa May. “Considera que la violación del derecho internacional es una cuestión de las elites, de los círculos políticos de Westminster, y que no preocupa a su electorado ni va a comprometer su popularidad en casa”, explicó al Daily Telegraph, Tim Bale, profesor de la Universidad de Londres. Sin embargo, tener una nueva pelea con la Unión Europea a cuatro meses del plazo para alcanzar un acuerdo comercial, no está exento de riesgos. Y si finalmente se concreta el famoso Brexit sin acuerdo, Johnson tendrá encima una tormenta perfecta de descalabro de la economía e incertidumbre profunda en el medio de una pandemia. La mayoría de los británicos ya están simplemente hartos de escuchar del tema y Johnson había prometido en la campaña “acabar con la mención del Brexit”, otro pactoincumplido. Se arriesga a que las negociaciones se estanquen en diciembre y la crisis estalle en enero que es cuando los infectólogos predicen que se podría desatar la segunda ola de la pandemia.
El bien leído Boris tendría que haber recordado la frase del inoxidable Shakespeare: “Las palabras están llenas de falsedad o de arte; la mirada es el lenguaje del corazón…Ningún legado es tan rico como la honestidad”.
MÁS SOBRE ESTE TEMA: