Por qué la desinfección profunda de superficies puede no ser tan efectiva contra el coronavirus, pero te hace sentir mejor

El Centro de Control de Enfermedades de Estados Unidos respalda la afirmación de que el contagio por contacto del coronavirus es poco probable

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(Foto: REUTERS/Ann Wang)
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En marzo, cuando los países del mundo comenzaron a implementar cuarentenas y medidas de aislamiento social, las pantallas de computadoras, teléfonos y televisiones mostraron un ciclo de escenas similares. Veinte, luego treinta, luego cuarenta, segundos de lavado de manos, dispensadores de gel antibacterial, termómetros sin contacto y cubrebocas.

El SARS-CoV-2 era, y todavía es, un virus nuevo, los investigadores del mundo conocían poco sobre su comportamiento y los riesgos de transmisión del mismo. Lo único seguro era que es un virus muy infeccioso. Los brotes iniciales en países como Italia y España y en ciudades como Nueva York respaldaron distintas hipótesis sobre las capacidades de transmisión del virus.

Una de las narrativas para justificar la existencia de estos focos de infección fue la teoría de que el virus tiene dos formas de transmisión igualmente peligrosas, en primer lugar, por transmisión aeróbica entre personas mediante los aerosoles expulsados al hablar, estornudar o toser, y en segundo lugar por el contacto con superficies con presencia del virus.

Para la transmisión aeróbica quedaron impuestas las medidas de distancia social y el uso de cubrebocas. Para combatir el contagio por contacto, las campañas en medios y el discurso público difundieron los protocolos de lavado frecuente de manos y la desinfección de superficies. Seis meses después, la evidencia científica parece demostrar que la posibilidad de la transmisión por contacto es muy remota.

 (Foto: Cuartoscuro)
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De acuerdo con un artículo publicado en la revista científica The Lancet, la capacidad del virus para permanecer activo en superficies fue exagerada en los experimentos iniciales. Al parecer, en las investigaciones que declararon este hecho inicialmente, los científicos usaron concentraciones altas del virus para encontrar su tiempo de vida por fuera del cuerpo. En un escenario real, como un supermercado o un restaurante, esas condiciones son irreales. Decenas de personas infectadas tendrían que toser o estornudar sobre un punto específico para reproducir las condiciones del experimento.

La consecuencia de esa exageración fue, sobre todo, social. Conforme los establecimientos comenzaron a abrir, las medidas de seguridad sanitaria se enfocaron en combatir esa vía de transmisión, con todo tipo de aplicaciones de desinfectantes líquidos, desde tutoriales para limpiar los artículos traídos del supermercado hasta “arcos sanitizantes”.

Estas medidas podrían haber provocado una distracción de otras formas de precaución más efectivas para prevenir los contagios, principalmente el uso de cubrebocas. La principal vía de transmisión del virus es respiratoria, por lo que las estrategias para responder a ese hecho deberían tener privilegio.

Tanto instituciones públicas como privadas convirtieron la sanitización de superficies en una especie de “cartilla de confianza”. El sistema del metro de Nueva York incluso desplegó un operativo para limpiar las superficies de todos sus trenes una vez al día, lo que le ha costado alrededor de 500 millones de dólares en el año, de acuerdo con la estimación del medio POLITICO. El protocolo es, en realidad, más estético que preventivo.

(Foto: Cuartoscuro)
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Esa priorización de medidas llamativas, pero poco efectivas es conocida como “teatro de seguridad”. El concepto surgió tras los atentados del 11 de septiembre, cuando Estados Unidos empezó a desplegar protocolos absurdos andes de cada vuelo, como la revisión de zapatos y el cateo a adultos mayores y niños, medidas que no sirven para combatir actos terroristas.

El teatro de la higiene está encarnado por la obsesión con la limpieza de superficies, pero el descuido en las medidas para prevenir la transmisión por aire. Es decir, un sistema de transporte que limpia todas las superficies, pero ignora los sistemas de aire acondicionado que no sirven. O grupos de personas que limpian cada artículo del supermercado pero asisten a reuniones en lugares cerrados.

La exageración de estas medidas no quiere decir que sean innecesarias, el lavado frecuente de manos debería ser una norma cotidiana, aun sin la presencia de la crisis sanitaria.

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