Putin sale al rescate de su hermano menor

El dictador Alexander Lukashenko recibió esta semana desde Moscú la noticia que esperaba ante las crecientes movilizaciones pro-democracia en Bielorrusia

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Vladimir Putin y Alexander Lukashenko,
Vladimir Putin y Alexander Lukashenko, en el centro invernal de Gazprom, en Sochi, al sur de Rusia, durante un encuentro en febereo de 2019. (Reuters)

“Considero a Putin como mi hermano mayor, y creo sinceramente que es mi hermano”, confesó Aleksander Lukashenko en una antrevista televisa con el periodista ucraniano Dmitry Gordon a principios de este mes, poco antes de afrontar la elección más compleja en sus 26 años como regente absoluto de Bielorrusia. “No es que uno está al mando como mayor y el otro como menor -aclaró-. Es realmente como un hermano mayor en términos de edad y peso político. El papel de un hermano mayor es ayudar y aconsejar. No para hacerte tropezar, sino para darte apoyo”.

Cuando Lukasehnko asumió la presidencia de Bielorrusia el 20 de julio de 1994, el ex agente de la KGB era vicealcalde de San Petersburgo. Le faltaba todavía un año para mudarse a Moscú, comenzar a trepar posiciones en el gobierno de Boris Yeltsin y a fin de siglo alcanzar la presidencia de la Federación rusa por primera vez.

Putin y Lukashenko conversan durante
Putin y Lukashenko conversan durante la clausura de los Juegos Europeos de 2019 en el estadio del Dínamo en Minsk.

Desde entonces, Putin y Lukashenko labraron una relación de profunda afinidad política y personal, cimentada en un similar estilo de conducción autocrática y supresión de cualquier disidencia, sazonada con una notalgia soviética compartida.

Si entre la ex repúblicas de la URSS no son extraños los líderes herméticos y autoritarios que prolongan sus mandatos indefinidamente asfixiando las libertades civiles y politicas, Bielorrusia es la única que resiste con esas características al oeste de Rusia, en territorio europeo, donde las tradiciones democráticas están más arraigadas. No por nada, la prensa se refiere habitualmente a Lukashenko como “el último dictador de Europa”.

Como país de tamaño intermedio con unos 10 millones de habitantes, Bielorrusia trata de sacar provecho de su ubicación entre Rusia y la Unión Europea, aunque la relación con Moscú es claramente hegemónica: hacia allí viajan casi el 50% del total de sus exportaciones (carne, patatas, otros productos agrícolas y maquinaria pesada, sobre todo tractores) y de allí provienen más de la mitad de las importaciones, y la casi totalidad del petróleo -con un fuerte subsidio-, que no sólo es fudamental para el abastecimiento interno sino que una buena parte se destila para luego venderlo a Europa. Rusia también es el mayor financista de Lukashenko: casi 40% de la deuda bielorrusa está en bancos moscovitas.

Vladimir Putin y Lukashenko inaugurando
Vladimir Putin y Lukashenko inaugurando un monumento en memoria a los veteranos de la Segunda Guerra Mundial en Rzhev, el 30 de junio de 2020.

Bajo su mando, Lukashenko ha mantenido la economía de su país centralizada al estilo soviético, con el control mayoritario de las principales empresas de todos los rubros en manos del Estado, desde las compañías energéticas a las comunicaciones o las agrícolas. Así, ha logrado sostener unas tasas bajas de pobreza y desigualdad social al costo de una adminstración arcaica e ineficiente, un PBI estacando desde 2012 y una población que observa cómo va quedando resagada respecto a vecinos como Polonia o Lituania. En Bielorrusia, nada se mueve sin el aval de Lukasehnko y su séquito. Casi siempre, en coordinación con la oligarquía rusa que merodea alrededor del hermano mayor, Vladimir, en Moscú.

Para los rusos, Bielorrusia representa la nación mas cercana del ex espacio soviético. En 1996 se firmó un tratado amplio llamado “Estado de la Unión de Rusia y Bielorrusia”, que en 2000 se extendió a un acuerdo para la creación de una federación política y económica entre ambos países que permanece pendiente de implementación, a pesar de la insistencia periódica de Moscú. Como fuere, Lukashenko es un referente de primer orden para Putin en el espacio geográfico que Rusia protege como sus dominios. Y para el dictador bielorruso, Putin es un aliado indispensable.

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Putin y Lukashenko, en el partido de hockey que jugaron en febrero de 2019, en un momento de distención en las negociaciones por los subsidios al petróleo.
Lukasehnko y Putin, en otra
Lukasehnko y Putin, en otra postal de su encuentro en Sochi

Con orgullo por su identidad nacional -aunque Bielorrusia sólo existió como República independiente durante dos años (1918-1919) antes de su incorporación a la Unión Soviética-, diferentes encuestas muestran que los bielorrusos se sienten más cercanos social y culturalmente a Rusia que a Europa, pero sin exagerar. Nunca aceptarían convertirse en una simple dependencia de Moscú.

Con esa lógica ha tratado de actuar siempre Lukashenko. Buscando sacar la mejor tajada posible de su cercanía con Putin, pero negándose a implementar los acuerdos del año 2000 para integrarse en una federación con Rusia. Así, no duda en coquetear con la Unión Europea y Estados Unidos (Mike Pompeo visitó Minsk en febrero de este año) para poner nervioso al Kremlin cuando es necesario endurecer posiciones en alguna negociación.

Putin recibe a Lukashenko en
Putin recibe a Lukashenko en Moscú en uno de sus primeros encuentros en noviembre de 2002.

Como dos hermanos, al fin y al cabo, a la relación no le han faltados tensiones, que en los últimos años se han incrementado por la promesa de Moscú de ir reduciendo los subsidios al petróleo y otros hidrocarburos que recibe Minsk hasta llevarlos a cero en 2024. Una medida que prodría rever, desde ya, si Bielorrusia aceptara la integración política pendiente.

En medio de los tironeos, no han faltado momentos de distensión que fueron oportunamente difundidos por los medios oficiales de ambos países como muestra de que la hermandad es más fuerte. Como cuando en diciembre de 2018, Lukashenko llevó hasta el Kremlin cuatro sacos de patatas de distinto tipo de su huerto personal, según dijo, para obsequiarle a Putin. unas para ser cocidas, otras para preparar puré, otras para ser horneadas y la últimas para freír.

Unos meses más tarde, cuando la puja por los subsidios petroleros volvió a crecer, se reunieron en una cumbre de varios días en Sochi, en la que aprovecharon para dejarse fotografiar compartiendo la aerosilla de un centro invernal, esquiando juntos y luego jugando al deporte favorito de ambos: el hockey sobre hielo. Un dato de aquella noche es revelador del entorno que rodea a ambos mandatarios, aun en esos momentos de distención: Putin y Lukashenko compartieron el mismo equipo y el resto de ambos los jugadores fueron agentes de los servicios de inteligencia de ambos países (el de Bielorrusia, aún lleva el leganderio nombre soviético: KGB).

Putin y Lukashenko plantan un
Putin y Lukashenko plantan un árbol en homenaje a las víctimas de la Segunda Guerra Mundial. Un 25% de la población bielorrusa murió en el conflicto.

Aquellos días de ocio compartido enfriaron las tensiones por poco tiempo. Este año, cuando Lukashenko creía que su quinta reelección sería un simple trámite como las anteriores, todo se complicó. Una economía que venía en baja se estancó aún más con la pandemia del coronairus, de la que Lukashenko se burló durante meses, arengando a su población a seguir con una vida normal (la liga de fútbol bielorrusa fue la única en europa que nunca se interrumpió), hasta que él mismo y miles de sus compatriotas cayeron enfermos.

Con la campaña lanzada, Lukashenko hizo lo de siempre: quitarr de la carrera a sus posibles rivales. Mandó a arrestar y proscribió al popular youtuber Sergei Tikhanovsky, hizo lo mismo con su príncipal opositor, Viktor Babriko, y un tercero en pugna, Valery Tsepkalo, alcanzó a huir del país antes de terminar en la cárcel del régimen. Lo que el dictador nunca imaginó fue que el empoderamiento femenino había hecho pie en su país: Svetlana Tikhanovskaya, la esposa del youtuber preso, lanzó su candidatura, apoyada por la jefe de campaña de Babariko, Maria Kolesnikova, y la esposa de Tsepkal, Veronika. El trío comenzó a recorrer el país reuniendo multitudes como jamás se habían visto en en Bielorrusia durante los años de Lukashenko. Una clima de final de era comenzó a crecer en el país. Sorpendido y cada vez más nervioso, el dictador denunció conspiraciones extranjeras de todo tipo detrás de las tres mujeres. La tensión subió al máximo con el Kremlin, cuando el KGB bielorruso detuvo a 33 mercernarios rusos en Minsk y acusó a Moscú de intentar desestabilizar los comicios. “Rusia tiene miedo de perdernos. Después de todo, aparte de nosotros, no le quedan verdaderos aliados cercanos”, lanzó en un acto de campaña.

El 9 de agosto, el gobierno no dudó en aplicar otra vez su burda pantomima electoral, pero esta vez la reacciión fue diferente: cuando se anunció que Lukashenko había sido reelecto con el 80% de los votos y que Tikhanovskaya había obtenido apenas el 9%, miles salieron a la calle a clamar fraude. Las movilización en la calle se mantiene desde entonces, a pesar de la represión esporádica de las fuerzas del régimen.

Durante semanas, Rusia se mantuvo en silencio. Expectante. ¿Qué haría Putin esta vez? ¿Movilizaría tropas como en la rebelió pro-europea de Ucrania en 2014 que terminó con la anexión rusa de Crimea? ¿O dejaría que Lukasehnko caiga como el armenio Serzh Sargsyan en 2018, mientras la nueva conducción mantuviese la alianza privilegiada con Moscú?

Lukashenko y Putin, una relación
Lukashenko y Putin, una relación de hermanos que perdura en el tiempo, a pesar de las tensiones.

No hay país más parecido a Rusia que Bielorrusia. Y Lukashenko es probablemente el político extranjero más conocido de Rusia. Un cuarto de los rusos incluso piensan que Bielorrusia y Rusia deberían convertirse en un solo país. Si Lukashenko depende más de la represión para retener el poder, esto socavará la afirmación de Putin de que sus promesas políticas compartidas son ampliamente populares. Si Lukashenko es derrocado, se establecería un precedente muy peligroso para Putin que ya avizora 16 años más en el poder”, escribió Chris Miller en Foreign Policy.

Hasta que este jueves Putin disipó cualquier duda sobre de qué lado se va a poner: “Alexander Grigórievich (Lukashenko) me pidió que formara una cierta reserva de agentes del orden. Y lo hice. Pero también acordamos que no se utilizaría hasta que la situación no se saliera de control”, anunció el mandatario ruso. “No se trata de lo que está ocurriendo en Bielorrusia, sino de que alguien quiere que ocurra otra cosa allí”, añadió, en referencia a la petición de la oposición y de la UE de que se repitan las elecciones.

Daniel Fried, ex diplomático estadounidense y miembro del Atlantic Council Daniel Fried, lo resumió bien: “El abrazo de Putin a Lukashenko refleja una ansiedad más profunda para el líder de Rusia. Después del levantamiento democrático que llevó al exilio al presidente ucraniano Viktor Yanukovych en 2014, Putin no puede soportar una segunda revuelta democrática entre las naciones eslavas. El deseo de Putin de ver fracasar el levantamiento en Bielorrusia es más importante que el de pegarlo a un antiguo cliente que ha buscado la independencia. Si los rusos ven a sus vecinos desafiando a un dictador, podría darles ideas sobre cómo desafiar a los suyos”.

En aquella entrevista previa a las elecciones, Lukashenko había reconocido que su relación con su “hermano mayor” no era siempre sencilla. “Sí, hay ciertas tensiones, porque ambos somos personas de carácter fuerte”, había admitido el bielorruso. Pero al final, siempre priman lo acuerdos entre hermanos.

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