La mayor parte del establishment político global parece coincidir en que el coronavirus es el principal desafío que enfrenta la humanidad desde la Segunda Guerra Mundial.
Eso explica por qué, como nunca antes y sin que mediara un conflicto bélico, se cerraron fronteras, escuelas y universidades por un período tan extenso; o se prohibieron todo tipo de eventos más o menos masivos; o los gobiernos de casi todos los países ordenaron a sus ciudadanos permanecer en sus casas durante meses, sin plazos definidos.
¿Pero es realmente el COVID-19 la mayor amenaza que la humanidad tiene por delante? Jared Diamond cree que no. Este geógrafo estadounidense, profesor de la Universidad de California en Los Ángeles y autor de exitosos libros de divulgación científica como Armas, gérmenes y acero, por el que ganó un Premio Pulitzer en 1998, está mucho más preocupado por el cambio climático, la depredación de recursos naturales, la proliferación de armas nucleares y la desigualdad.
Eso no significa que niegue los riesgos del coronavirus, sino que, por el contrario, hace un esfuerzo por comprenderlo en perspectiva. A lo largo de su obra, en la que aborda cómo las sociedades de distintas épocas han afrontado retos existenciales, está muy presente el inquietante papel que pueden desempeñar las enfermedades infecciosas. Su último libro, Crisis: Cómo reaccionan los países en los momentos decisivos (2019, Penguin Random House), es especialmente oportuno para analizar la pandemia, en la que se han visto respuestas muy disímiles a lo largo del mundo.
En esta entrevista con Infobae, Diamond señala las posibles causas de las diferencias nacionales, se refiere a la necesidad de que haya una respuesta global al COVID-19 y explica por qué esta crisis puede servir para empezar a responder a las otras, que pueden ser mucho más decisivas para el futuro de la humanidad.
—Usted ha estudiado en profundidad el impacto de las epidemias en la historia de las civilizaciones. ¿En qué se distingue la pandemia del COVID-19 de otras del pasado?
—Es una pregunta importante. Por supuesto, existieron grandes enfermedades en el pasado. Quizás la más notoria es la peste negra en la Edad Media, aunque causaron más muertes las enfermedades que trajeron al ‘Nuevo Mundo’ los europeos, particularmente los españoles y los portugueses, y luego los ingleses y los franceses. Eran pestes euroasiáticas frente a las que los europeos tenían cierta inmunidad genética y adquirida, debido a la exposición previa, pero los nativos americanos no. Se estima que alrededor del 90% de la población originaria del Nuevo Mundo no murió por las armas en el campo de batalla, sino por enfermedades. Cosas similares ocurrieron cuando los europeos llegaron a Australia y a las islas del Pacífico. Esto significa que las pestes del pasado eran selectivas, transmitidas por personas que tenían cierta inmunidad y golpeaban a otras que no. Hay una gran diferencia con el COVID: nadie tiene inmunidad porque es una enfermedad nueva y, por eso, en todos los países del mundo hay gente muriendo. No es una enfermedad que le permitirá a ciertos pueblos empujar y desplazar a otros, esa es una gran diferencia. La otra es que el COVID es la segunda verdadera pandemia, si se entiende por esto una enfermedad que se propaga por todo el mundo rápidamente. Solo hubo una previa, la de gripe en 1918, que se propagó más lentamente, por medio de barcos a vapor. Ahora tenemos por primera vez una pandemia que se expande muy rápido, a través de aviones.
—Muchos de los episodios que menciona tuvieron consecuencias dramáticas para las sociedades del pasado. ¿Cuáles pueden ser los efectos de largo plazo de este?
—Si no fuera por las dos diferencias que acabo de describir, uno diría que el COVID es una enfermedad leve y poco importante, porque mata solo al 2% de sus víctimas. No es nada. Recuerden que la viruela y el sarampión matan a cerca del 35%, y que el ébola y la fiebre de Marburgo matan al 70 por ciento. Así que esta es una enfermedad relativamente leve. Pero como se propaga por todo el mundo, en un planeta de 7.700 millones de habitantes hay una buena probabilidad de que todos terminen expuestos, lo que significaría que mate a 154 millones de personas, la mayor mortalidad de la historia. Aunque, por otro lado, si mata a 154 millones en una población de 7.700 millones, todavía quedarían 7.546 millones, más que suficiente para mantener a la civilización en funcionamiento. En ese sentido, el COVID no es una amenaza existencial comparable al cambio climático, a las armas nucleares, a la desigualdad y a la depredación de recursos naturales.
—No es tan devastador en términos de mortalidad, pero ¿qué pasa con los daños colaterales, con las consecuencias económicas, políticas, emocionales?
—Sí, el COVID tiene consecuencias económicas. En la mayoría de los países, las economías y el comercio están siendo golpeados. También están las consecuencias sociales, la gente no se puede ver. Pero la peste negra, la viruela y el sarampión también tuvieron grandes consecuencias económicas y sociales. Se estima que la peste negra hizo retroceder un siglo la economía europea. Paradójicamente, se considera que en el largo plazo fue buena en términos económicos, porque al matar a tantas personas hizo que los campesinos tuvieran mayor poder económico y más libertad. Por último, estos efectos son leves comparados con los del cambio climático si no lo tratamos, y serán leves comparados con los del uso de armas nucleares, si Pakistán e India, por ejemplo, protagonizan una guerra atómica. En el peor escenario, todos morirían. Y en el escenario siguiente, se volvería a la Edad de Piedra. Así que el COVID tiene consecuencias económicas y sociales, pero no son únicas en ese sentido.
Los efectos del Covid-19 son leves comparados con los del cambio climático y serán leves comparados con los del uso de armas nucleares, si Pakistán e India protagonizan una guerra atómica.
—En su último libro describe cómo los países, las personas y hasta las compañías afrontan las crisis. A ocho meses del comienzo de la crisis del coronavirus, ¿qué ha mostrado sobre el mundo en el que vivimos?
—Ha mostrado muchas cosas. Déjenme mencionar apenas dos de ellas. Algo que ha mostrado el coronavirus es que países diferentes reaccionan de manera diferente. Solo para mencionar algunos extremos opuestos, en Finlandia la mortalidad por coronavirus es relativamente leve. ¿Por qué? Porque en 1939 ese pequeño país, que en ese momento tenía una población de menos de cuatro millones de habitantes, fue invadido por la Unión Soviética, lo cual lo dejó sin comercio por cinco años. Como resultado, Finlandia se quedó sin combustible, y los pocos autos que tenía empezaron a funcionar, increíblemente, quemando madera en lugar de gasolina. Los finlandeses aprendieron la lección de que el comercio se puede interrumpir y empezaron a acumular reservas de todo, incluso de mascarillas, pero también de combustible, granos, químicos y medicinas. Estaban preparados. Aquí en los Estados Unidos, nuestro presidente es un claro ejemplo de alguien que no reconoce lo que sucede y no se prepara, y el resultado es que el COVID se propagó cuando no tenía por qué hacerlo. Esa es la primera de las dos partes de la respuesta. La segunda parte es la pregunta más amplia de en qué será diferente el mundo dentro de dos años como resultado del COVID.
—¿En qué cree que puede cambiar el mundo?
—Voy a darle el peor y el mejor escenario posible. El peor sería que la gente continúe paralizada y los países sigan compitiendo. Es peligroso cuando se escuchan discursos en China, Reino Unido, Estados Unidos y Rusia, que dicen que si desarrollan una vacuna se la van a quedar para ellos, para obtener una ventaja: “Si nosotros obtenemos la vacuna en Estados Unidos no la compartiremos con China y dejaremos que mueran todos los chinos, seremos egoístas”. Sería miope hacer eso, porque ningún país puede protegerse del COVID mientras haya aviones y otros países estén infectados. Por ejemplo, supongan que Argentina tiene éxito en eliminar todos los casos de COVID, ¿eso significaría que Argentina permanecería segura por siempre en el futuro? No, Argentina sería infectada en un día por un visitante de Brasil, de Uruguay o de Chile. Esto ilustra que ningún país estará seguro contra el COVID hasta que todos lo estén. Así que el mejor escenario posible sería que la gente se dé cuenta de que el egoísmo va a matarla, y de que la única solución al COVID es reconocer que este es un problema global que requiere una respuesta global.
—El coronavirus es un fenómeno biológico y sanitario, obviamente, pero también es sociopolítico. Como alguien con formación en ciencias naturales, pero que es también estudioso de las ciencias sociales, ¿qué aspectos de la pandemia han llamado más su atención?
—¿Qué me impresiona más del coronavirus? Como con todo lo que es importante, no hay una sola cosa que me impresione, sino muchas. Entre ellas, que muestra las diferencias entre los líderes. Los presidentes de Brasil y de Estados Unidos son dos caballeros muy peculiares, que están respondiendo de formas esperables por sus antecedentes previos. En contraste, Angela Merkel, la canciller de Alemania, que es una dama muy distintiva, abordó el coronavirus de manera diferente. Así que ahí hay una cosa. Pero también muestra las diferencias entre los pueblos. Por ejemplo, los japoneses y los alemanes tienden a obedecer las directivas gubernamentales. Los estadounidenses no, por la historia del país. Los europeos se establecieron en la costa este y se expandieron tierra adentro, lejos del gobierno. En California, que es un estado muy liberal, con un gobernador muy progresista (Gavin Newsom), que fue el primero en declarar el confinamiento en respuesta al coronavirus, hay personas educadas y cautas, y también hay personas incautas, que están en las calles de fiesta. Eso es porque a muchos estadounidenses no les gusta obedecer las órdenes del gobierno.
El mejor escenario posible sería que la gente se dé cuenta de que el egoísmo va a matarla, y de que la única solución al COVID es reconocer que este es un problema global que requiere una respuesta global
—Antes dijo que el coronavirus no es una amenaza a la existencia humana comparable al cambio climático o a las armas nucleares. Sin embargo, ahora parece que todo el mundo gira alrededor de este virus, y casi no se habla de esas otras amenazas. ¿Por qué cree que está pasando esto?
—Si aprendemos del COVID que este es un problema global que demanda una solución global, quizás podamos generalizar y darnos cuenta de que también el cambio climático es un problema global que demanda una solución global. Nuevamente, imaginen que Argentina diga que va a combatir el cambio climático reduciendo el uso de combustibles fósiles, lo que haría bajar los niveles de dióxido de carbono en Argentina. Bueno, pero la atmósfera está combinada, así que la de Argentina se va a mezclar con la de Zimbabwe y Mongolia. Mi mejor escenario posible es que se piense en el COVID como un profesor muy convincente, que le muestre al mundo que la única solución es global. Mi esperanza es que, aunque ahora buena parte del planeta se comporte de manera egoísta, dentro de uno o dos años, habiendo apelado a una solución mundial para el COVID, usemos una solución global para el cambio climático. En ese caso, la tragedia del COVID podría, a la larga, terminar beneficiando al mundo, al movilizar una acción global hacia los grandes problemas, como el cambio climático, la depredación de recursos y la desigualdad.
—¿Entonces no sería tan inteligente una respuesta aislacionista como la de Nueva Zelanda, que cerró completamente sus fronteras y tuvo éxito por un tiempo, pero cuando reabrió empezó a tener brotes?
—Cuando hablamos de Nueva Zelanda, estamos ante el país aislado más rico del mundo. Mientras que Brasil, Italia, México, Estados Unidos y China nunca tuvieron ni la remota esperanza de mantener al Covid-19 fuera de sus territorios, Nueva Zelanda tenía la esperanza de lograrlo, y por eso impuso un confinamiento. Pero ni siquiera ellos pudieron mantenerlo afuera, debido a que había neozelandeses fuera del país y el Gobierno no les iba a impedir volver. Y en efecto, algunos de ellos regresaron, infectados, con lo cual, hasta en Nueva Zelanda se ha desarrollado la infección. Australia es otro ejemplo; cuando suspendió sus vuelos internacionales redujo significativamente el número de casos de COVID-19, pero ahora esta teniendo un grave rebrote, especialmente en la ciudad de Melbourne, debido a que permitieron el regreso de australianos que se encontraban en el exterior, y la preparación no fue buena. Estos australianos fueron a hoteles, y las agencias encargadas del control y los empleados de esos establecimientos estaban poco entrenados para lidiar con estos casos, no fueron cuidadosos, tuvieron sexo con los recién llegados, y el resultado es que ahora Melbourne y todo el estado de Victoria está teniendo un gran brote. Estos casos ilustran que incluso los países más aislados del mundo tienen que reconocer que el COVID-19 es un problema global.
La tragedia del COVID podría terminar beneficiando al mundo al movilizar una acción global hacia los grandes problemas, como el cambio climático, la depredación de recursos y la desigualdad.
—Es interesante esta idea de que el mundo tiene que darse cuenta de que la pandemia requiere de una respuesta global, y que usted tiene la esperanza de que eso sucederá. Sin embargo, hasta ahora las respuestas han sido absolutamente locales y limitadas, en general nacionales. ¿Puede una respuesta global surgir de estas acciones tan fragmentadas y nacionales que hemos observado hasta el momento?
—Hay que pensar al COVID-19 como si fuera un profesor. El COVID-19 nos enseña asesinando gente. Estamos en las primeras etapas, y las muertes no superan el millón de personas. Pero, si el COVID sigue avanzado, podría alcanzar los 154 millones. Eso tendrá un poderoso valor educativo. En el presente, todavía no falleció la gente suficiente como para que esta pandemia nos enseñe una lección. Pero cuando ese número crezca, es muy probable que la gente aprenda la lección. Entonces, yo diría que hay que esperar. Como profesor universitario estoy acostumbrado a que en las primeras semanas de clases mis alumnos no hayan aprendido todo lo que quiero enseñarles. Pero ocho semanas después de clases los estudiantes sí han aprendido bastante bien lo que yo quería enseñarles, porque de otra manera no aprobarían el examen. Y de nuevo, hacia final del año, cuando haya pasado más tiempos desde el surgimiento del COVID y más gente haya muerto, mucha más gente habrá aprendido la lección que el COVID quiere enseñarnos.
—¿La globalización se encuentra bajo amenaza por esta serie de reacciones locales?
—¿El COVID destruirá nuestros aviones de larga distancia? No. ¿El COVID destruirá nuestras plataformas como Zoom, por lo que no seré más capaz de hablar con ustedes? No. ¿El COVID nos hará tirar a la basura nuestros celulares? No. La globalización está aquí para quedarse. Y eso significa que la potencia del COVID para contagiar permanecerá, pero la globalización también es compartir información, y cuando unas personas en los Estados Unidos sean un poco menos estúpidas, eso se difundirá en todo el mundo, y posiblemente también en Brasil sean un poco menos estúpidas. La globalización significa que no sólo los gérmenes se diseminan por todo el planeta, también se disemina la información sobre cómo combatir a esos gérmenes. Aunque claro, estás en lo cierto, no se ha diseminado demasiado aún.
Hay que pensar al COVID-19 como si fuera un profesor. El COVID-19 nos enseña asesinando gente.
—Cuando hablamos de una respuesta global, entran a jugar las decisiones de las grandes potencias, y lo que se ve desde el inicio de la pandemia es una intensificación de las tensiones geopolíticas entre China y Estados Unidos. ¿Es posible un futuro de cooperación global con estas potencias tan enfrentadas? ¿Cree que van a terminar acercando posiciones?
—Es posible ese final feliz, sí, creo que es posible y es lo que yo realmente espero, pero no es necesariamente lo que va a suceder. Muchas veces los finales felices sencillamente no llegan, aunque existan como posibilidad potencial. ¿Cuál sería mi final feliz para el caso de Estados Unidos? Bueno, este año hay elecciones en noviembre, y los dos candidatos son muy diferentes entre sí, así que depende de qué candidato gane, Estados Unidos podría volverse aún más egoísta y miope, o podría comenzar a comportarse como un país inteligente. En relación a China, su respuesta inicial ante el coronavirus en diciembre pasado fue la negación, los científicos que hablaban sobre el COVID-19 fueron silenciados. Después, en enero, tras reconocer que había gente que estaba muriendo, el gobierno chino impuso un confinamiento severo. Ahora, otra vez están apareciendo casos en China debido a la habilitación de los vuelos internacionales.
—Antes se refirió a la estupidez de muchos, a la gente que aún hace fiestas porque no ha aprendido la lección y demás, posiblemente motivados por el desconocimiento de los riesgos de la enfermedad. Pero, al mismo tiempo, se abren muchos interrogantes sobre cómo el aislamiento impacta en nuestra condición humana. ¿Qué opina sobre el tema?
—Por supuesto. El aislamiento social trae consigo graves consecuencias como depresión o ansiedad. Mi esposa es una psicóloga clínica y mientras mi negocio está declinando como consecuencia del COVID, el de ella está teniendo un repunte, justamente debido a que mucha gente está muy mal. Y eso se usa como argumento para levantar los confinamientos. Muchos hablan de balancear los riesgos sanitarios del COVID con los riesgos psicológicos y sociales del encierro, y encontrar un balance para levantar los confinamientos. Mi respuesta es que si abres y, como consecuencia, mueres, pues estar muerto también es una forma de no interactuar con otras personas. Creo que el problema –y la pregunta está bien planteada, no digo que no–, pero el problema es que creemos que tenemos alternativa, pensamos que el aislamiento social es algo malo, y quisiéramos tener una alternativa mejor, pero no hay, porque si no nos aislamos nuestras vidas corren peligro. Entonces, yo diría que el aislamiento social es la menos mala de las alternativas posibles. Inicialmente, estaba la idea de que debíamos intentar alcanzar la inmunidad de rebaño. Suecia lo probó y no funcionó, porque tiene un mayor número de muertes y de infecciones que cualquiera de los otros países nórdicos.
—Es verdad que Suecia tiene índices de mortalidad más altos que Noruega y Finlandia, pero también es cierto que son más bajos que los del Reino Unido, España, Italia y hasta Chile, y que han bajado a niveles mínimos sin imponer un confinamiento. Al mismo tiempo, está el dramático ejemplo de Perú, que se encamina a ser el país con la mayor mortalidad del mundo habiendo impuesto un confinamiento duro y temprano. ¿No le parece que quizás hay más de un modo de enfrentar la pandemia y que lo que funciona en un lugar puede no funcionar en otros?
—Eso es verdad, imponer un confinamiento en Finlandia, Alemania o China, países con muchos recursos y con gobiernos muy activos, es una cosa, pero, tienen razón, imponer un confinamiento en un país como Perú es casi imposible. He estado ahí varias veces, y conozco la realidad del país. Otro ejemplo de esto es un país que conozco incluso mejor, Indonesia, el cuarto más poblado del mundo con 240 millones de habitantes. Allí, la gente vive en pequeños departamentos y está constantemente en las calles, salen a vender y a comprar su comida. Es simplemente imposible un confinamiento. O en India, donde quizás hay hasta ocho personas viviendo en una vivienda. Incluso vale para algunos países de Medio Oriente, como Emiratos Árabes Unidos. Entonces, es cierto que lo que funciona en un país puede no funcionar para el resto. Porque la que puede ser la mejor solución quizás es imposible en algunos países.
—En su libro The World Until Yesterday, usted compara la sociedad global de la modernidad tardía con las que llama sociedades tradicionales. ¿Cree que nuestras sociedades podrían aprender alguna lección de aquellas en relación a cómo abordar una epidemia como esta o, al menos, en cuanto a cómo lidiar con la muerte?
—Es una buena pregunta. Mi primera reacción es que las sociedades tradicionales no tienen nada que enseñarnos sobre cómo lidiar con el COVID-19, porque no han estado expuestas ni se han recuperado de algo parecido. Yo he trabajado en la isla de Nueva Guinea desde 1964, donde hay una sociedad tradicional en la que hasta hace no tanto se utilizaban herramientas de piedra y no tenían sistema de escritura ni un gobierno centralizado. ¿Cómo lidian las personas de Nueva Guinea con la muerte? La muerte es bastante más frecuente para ellos que para quienes vivimos en los Estados Unidos. Por ejemplo, cuando tienen hijos, esperan que alguno de ellos muera y la esperanza de vida está en torno a los 40 o 50 años, mientras que aquí está entre 70 y 80. Pero eso no significa que la muerte los afecte menos. Les contaré una historia sobre eso. Cuando fui a una aldea bastante remota de Nueva Guinea en 2004, la persona que nos recibió y nos guiaba nos presentó a sus hijos y comenzó diciendo: “Tengo cinco hijos”, pero eran solo cuatro. Entonces, yo le pregunté por qué. Y me respondió: “Sí, tengo cinco hijos, dos son mellizos, y uno de ellos murió dos semanas después del parto. Esto fue 12 años atrás, pero aún es muy doloroso para mi”. Aunque para ellos la muerte es tanto más frecuente, es igual de dolorosa que para nosotros.
—Usted ha dicho que el mundo debería estar preparándose ahora para el próximo virus. ¿Por qué?
—¿Por qué el mundo debería prepararse para el próximo virus? Pues porque habrá un próximo virus. Y el mundo no estaba preparado para este. Si hubiéramos estado preparados para este virus, si hubiéramos entrado en confinamiento apenas apareció, entonces no se hubiera diseminado. La forma en la que el mundo se tendría que haber preparado, la forma en el que China debería haberse preparado, tiene que ver con que el virus surgió en los mercados de animales salvajes. Y no es la primera vez que un virus surge en un mercado de animales salvajes. En 2002, el SARS surgió y se diseminó desde un mercado de animales salvajes. Entonces, lo que China debería haber hecho es aprender la lección y cerrar esos lugares. Pero no lo ha hecho. Finalmente, y como resultado del COVID, China ha cerrado los mercados de animales salvajes, pero no ha terminado con su comercio para, por ejemplo, medicinas tradicionales. Sigue la venta del pangolín y de otros animales, cuyas escamas se cree que pueden curar infecciones de la piel y problemas sexuales. Entonces, es solo cuestión de tiempo hasta que una nueva enfermedad surja en China, o quizás en Medio Oriente, en África o en los Estados Unidos.
—Usted ha estudiado cómo y por qué las sociedades colapsan. Partiendo de la pregunta anterior, ¿cree que en el futuro las pandemias podrían jugar un rol en el colapso de las sociedades?
—Sí, podrían jugar un rol. Depende de cómo reaccionemos. Lo que hablábamos antes, depende de si la gente responde mal, y comienza negando lo que pasa y se besa y se abraza con otros en la calle, o si actúa cuidadosamente. En un escenario en el que se dé el peor caso, en el que la gente niegue, bueno, el COVID ya ha golpeado al comercio alrededor del mundo, y ese impacto sobre el comercio ha derivado en grandes efectos sobre la economía. Hasta ahora, la economía europea ha estado moderadamente a salvo. Pero estaba leyendo el periódico hoy y decía que se esperan olas de despidos masivos. En mi universidad, las autoridades dijeron que no van a prescindir de ningún empleado hasta el 15 de enero. Cuando leí eso, mi primera reacción fue que era un mensaje alentador el hecho de que nadie se quedara sin trabajo hasta el 15 de enero, pero si lo piensas, en realidad significa que después del 15 de enero van a despedir a muchos empleados. Y la realidad es que mi universidad tiene un déficit de medio millón de dólares, ¿de dónde sacaremos medio millón de dólares? Suspendiendo y despidiendo gente. Entonces, sí, si no lidiamos con el COVID cosas peores vendrán.
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