La historia de las incertidumbres en torno al Covid-19 parece no tener fin. Pero comenzó en enero pasado, cuando una delegación de la Organización Mundial de la Salud (OMS) viajó a China para intentar comprender un poco más sobre los reportes de esta extraña neumonía.
La falta de información y el hermetismo de Beijing fueron lo que impulsó al organismo internacional a viajar y a mantener conversaciones con el presidente, Xi Jinping. Pero para el momento en el que las respuestas llegaron, el virus ya se había diseminado en tres continentes.
Durante las semanas subsiguientes, la OMS dio mensajes contradictorios. El 4 de febrero, con 20.600 casos en 25 países Tedros Adhanom Ghebreyesuss afirmó: “Ahora es el momento de que todos los países se estén preparando”. Pero ese mismo día la OMS también pidió a las naciones que no cerraran fronteras, siguiendo su protocolo estándar, ya que tales restricciones podrían disuadir a los gobiernos de reportar brotes.
Un extenso y exhaustivo artículo de The Wall Street Journal publicado el viernes hace un recorrido por esos primeros meses de la pandemia, para concluir que, pese a que la OMS invirtió años y cientos de millones de dólares en perfeccionar un sistema mundial de defensa contra una pandemia que llegaría tarde o temprano, el virus se movió más rápido. Este hecho expuso serias fallas en su diseño y su operatividad, que empantanaron su respuesta cuando el mundo necesitaba tomar medidas.
El organismo confió en un “sistema de honor” para evitar lo que finalmente fue un cataclismo viral. Pese a que sus estados miembros estaban comprometidos con el mejoramiento de su capacidad de contención de las epidemias de enfermedades infecciosas y con notificar cualquier brote que pudiera extenderse más allá de sus fronteras -ambas cosas exigida por derecho internacional- muchos no lo hicieron.
Y la OMS, que no es una agencia reguladora, carece de autoridad para forzar a entregar información a los mismos gobiernos que financian sus programas y eligen a sus líderes. Por eso, tras años de tratados minuciosamente redactados, visitas de alto nivel y vigilancia de enfermedades, todo ello destinado a fomentar la cooperación de buena fe, solo ha logrado abordad el problema muy tangencialmente.
Además, la pandemia reveló el peor costado del financiamiento del organismo: casi 200 países contaban con una agencia cuyo presupuesto, aproximadamente USD 2,4 mil millones en 2020, es menos de una sexta parte del del Departamento de Salud del estado de Maryland, en Estados Unidos. Sus donantes, principalmente gobiernos occidentales, destinan la mayor parte de ese dinero a causas distintas a la preparación para una pandemia.
En efecto, entre 2018 y 2019, apenas el 8% del presupuesto de la OMS se destinó a actividades relacionadas con la preparación para pandemias. Casi tres veces esa cantidad fue presupuestada para erradicar la poliomielitis, una de las principales prioridades de los dos mayores contribuyentes de la OMS: Estados Unidos y la Fundación Bill y Melinda Gates.
En materia de la redacción de sus recomendaciones, lo sucedido es aún menos alentador. Para esa tarea, la OMS contrata expertos externos, lo que resulta en un proceso lento. En este caso, a esos expertos les tomó más de cuatro meses estar de acuerdo en que el uso generalizado de máscaras ayuda y que las personas que hablan, gritan o cantan pueden expulsar el virus a través de pequeñas partículas que permanecen en el aire, por ejemplo. En ese tiempo, murieron alrededor de medio millón de personas.
Por todo eso, las acciones de la agencia ante la pandemia son ahora objeto de una revisión internacional, y casi todos los estados miembros piden explicaciones sobre los primeros pasos en falso. Una revisión de la respuesta inicial de la OMS a la pandemia, basada en entrevistas con personal actual y anterior de la OMS, expertos en salud pública que la asesoraron y funcionarios que trabajan con ella, sugiere que la estructura burocrática, el protocolo diplomático y la financiación de la agencia no estuvieron a la altura de un pandemia tan extendida y rápida como Covid-19.
En particular, según The Wall Street Journal, hay varias revelaciones surgidas de esa investigación. La primera, que China podría haber violado la ley internacional que estipula que los gobiernos informen rápidamente a la OMS y la mantengan informada sobre una serie de enfermedades infecciosas.
La segunda, que la OMS perdió una semana crítica esperando que un panel asesor declarara una emergencia de salud pública a escala mundial, porque algunos de sus miembros tenían esperanzas en que la nueva enfermedad no se pudiera transmitir fácilmente de una persona a otra.
La tercera, que la institución sobrestimó la preparación de algunos países ricos, al tiempo que se centró en los países en desarrollo, a los que se dirige gran parte de su asistencia ordinaria.
En plena pandemia, además, Estados Unidos anunció su intención de retirarse de la organización el próximo año. El presidente Trump ha dicho que la agencia respondió con demasiada lentitud a la pandemia y que no fue lo suficientemente dura con China. Con todo, el candidato presidencial demócrata Joe Biden se ha comprometido a mantener a Estados Unidos en la OMS.
Los referentes en materia de salud pública aseguran que la OMS desempeña un papel fundamental en la salud mundial, encabezando respuestas a las epidemias y estableciendo políticas y estándares de salud para el mundo. Cada año, coordina un esfuerzo multinacional para elegir las cepas exactas que entran en la vacuna contra la gripe estacional y ha brindado orientación y asesoramiento públicos sobre Covid-19 cuando muchos gobiernos guardaron silencio.
“Hicimos sonar la alarma temprano y la hicimos sonar con frecuencia”, ha repetido el doctor Tedros en varias oportunidades, casi como una excusa. Y es cierto, el mundo enfrenta a un patógeno particularmente contagioso que ha desconcertado a algunas de las agencias de salud con mejores recursos del mundo. Muchas instituciones tardaron en darse cuenta de que el nuevo coronavirus se estaba propagando antes de que sus víctimas mostraran síntomas, lo que lo ayudó a pasar por los controles de fiebre en las fronteras que la OMS alentó a permanecer abiertas.
Una historia que explica el presente
La agencia de salud pública mundial nació débil, en 1948, pese a la renuencia de Estados Unidos y Reino Unido. Durante décadas, tuvo prohibido responder ante enfermedades de las que sus autoridades se enteraban por las noticias. Los países solo debían informar a la OMS de brotes de cuatro enfermedades: fiebre amarilla, peste, cólera y viruela, que fue erradicada en 1980.
A principios de 2003, la OMS se enfrentó a una noticia aterradora. Una nueva y extraña neumonía se estaba propagando desde China a otros países. El organismo emitió de inmediato una alerta global y la jefa de la agencia, Gro Harlem Brundtland, reprendió públicamente a China por no informar sobre la nueva enfermedad, después conocida como SARS.
Fue como consecuencia de aquel brote que el organismo sufrió modificaciones. El tratado aprobado en una reunión en Ginebra celebrada el año siguiente, llamado Reglamento Sanitario Internacional, pautaba que cada país informaría rápida y honestamente y luego contendría cualquier brote alarmante. A su vez, desalentó las restricciones a los viajes y al comercio. No habría consecuencias negativas por informar de un brote, pero tampoco castigos por ocultarlo.
De acuerdo con The Wall Street Journal, ahí se encuentra el cuello de botella clave del tratado: antes de declarar una “emergencia de salud pública de importancia internacional”, el director general de la OMS consultaría a un comité de emergencia multinacional y le daría al país en cuestión la oportunidad de argumentar en contra de tal declaración.
Alerta temprana
El sistema electrónico de la OMS recibe cientos de avisos diariamente. En la madrugada del 31 de diciembre se empezaron a multiplicar varios que decían cosas como: “El mercado de mariscos del sur de China en nuestra ciudad ha visto pacientes con neumonía de causa desconocida uno tras otro”. O “Aún no se ha aclarado si se trata del SARS o no, y los ciudadanos no deben entrar en pánico”. “La investigación hasta ahora no ha encontrado una transmisión obvia de persona a persona”, decía otro, que más tarde fue eliminado. Otra sugería lo contrario: “Evite los lugares públicos cerrados y concurridos con mala circulación de aire”.
Siguiendo el protocolo, la OMS solicitó formalmente la verificación a los funcionarios de salud chinos. Ya era el 1 de enero. El 3 de enero, representantes de la Comisión Nacional de Salud de China llegaron a la oficina de la OMS en Beijing. Reconocieron que habían detectado una serie de casos de neumonía, pero no confirmaron que el nuevo patógeno fuera un coronavirus, un hecho que los funcionarios chinos ya sabían.
Ese mismo día, según The Wall Street Journal, las autoridades sanitarias chinas emitieron un aviso interno ordenando a los laboratorios que entregaran o destruyeran las muestras de prueba sobre el tema y prohibieron a cualquier persona publicar investigaciones no autorizadas sobre el virus.
Si bien los científicos chinos habían secuenciado el genoma y habían publicado el resultado, el gobierno se mostró menos comunicativo sobre cómo los pacientes podrían contraer el virus. Los científicos de la OMS analizaron minuciosamente los datos que obtuvieron y consultaron con expertos de las agencias nacionales de salud, incluido el CDC, de estados Unidos.
Luego, una mujer de 61 años fue hospitalizada en Tailandia el 13 de enero. Había estado en Wuhan, pero no en el mercado de mariscos. Esa fue una fuerte evidencia de que el virus se estaba propagando de persona a persona.
Seis días después, China reconoció que había transmisión de persona a persona. Tedros convocó a un comité de emergencia para determinar si declarar una emergencia de salud pública mundial. El 22 de enero, un comité de 15 científicos hurgó durante horas sobre datos chinos y un puñado de casos en otros países. En su mayoría, los expertos estuvieron de acuerdo en un punto: la información de China “era demasiado imprecisa para indicar muy claramente que era hora” de recomendar una declaración de emergencia
El 28 de enero, el doctor Tedros y el equipo de la OMS llegaron a China para reunirse con Xi Jinping. Tras esa reunión y varias presiones, Beijing accedió a permitir la visita de un equipo internacional de expertos dirigido por la OMS. Se necesitó hasta mediados de febrero para hacer los arreglos y llevar al equipo.
De vuelta en Ginebra, Tedros volvió a convocar al comité de emergencia. A estas alturas estaba claro que había transmisión de persona a persona en varios países. Fue lo que hacía falta para declarar una emergencia de salud pública mundial. Fue la sexta declarada por la OMS.
Desde entonces, la historia es conocida: hay unos 24 millones de casos en todo el mundo, y más de 822.000 personas han muerto.
MÁS SOBRE ESTE TEMA: