Días atrás, se conoció que el número de víctimas fatales por la explosión que azotó a Beirut el 4 de agosto ascendió a 171, y que el de heridos se mantenía por encima de los 6.000. Son informaciones que se van filtrando, porque las cuestionadas autoridades libanesas dejaron de ofrecer un balance concreto de las consecuencias del estallido en el puerto de la capital, donde desde 2014 se guardaban casi 3.000 toneladas de nitrato de amonio en un almacén, sin las debidas medidas de seguridad
“La explosión en el puerto fue la última de una serie de graves dificultades afrontadas por El Líbano, que está en uno de los momentos más difíciles de su historia. Fue una catástrofe y la reconstrucción va a demandar cerca de 20.000 millones de dólares. Es un real desastre, pero solo uno más en una larga serie”, afirmó la coronel retirada Orna Mizrahi, investigadora del Instituto de Estudios de Seguridad Nacional de Israel (INSS), en una conferencia organizada este miércoles, conjuntamente con la Cancillería israelí, de la que participó Infobae.
“Líbano enfrenta una triple crisis –continuó–: económica, política y sanitaria, por el COVID-19. La economía esta colapsando y Líbano es una estado fallido. Es una terminología que usan ellos mismos. Tiene una enorme deuda externa y no puede pagarla, una hiperinflación del 80% en unos meses, un desempleo del 40%, recesión, más de la mitad de la población está debajo de la línea de pobreza, hay hambre, crisis alimentaria y no hay electricidad por lo mal que está la infraestructura”.
Para encontrar las razones de este desastre hay que bucear entre los múltiples problemas estructurales de un país dominado por la mala administración y la corrupción generalizada. Cansada, la población estalló en octubre del año pasado, pidiendo cambios profundos. Pero hasta ahora no ha tenido éxito.
“El levantamiento popular, si bien algunos lo llaman ‘la revolución de octubre’, realmente no cambió nada. En las calles hay manifestaciones masivas, pero no cambia nada. Hay un sistema político corrupto que está paralizado, sin poder hacer nada para mejorar la situación. Tampoco tiene interés en hacer nada, porque teme hacer reformas que perjudiquen sus intereses. El único cambio que tuvimos es que renunció el gobierno algunas semanas después de la llamada revolución, pero pasaron meses hasta la formación de uno nuevo y Hezbollah usó la situación para formar lo que muchos llamaron ‘el gobierno de Hezbollah', también disfuncional y sin posibilidad de mejorar nada”, dijo Mizrahi.
El primer ministro Saad Hariri, que gobernó entre diciembre de 2016 y enero de 2020, fue sucedido por Hassan Diab, que contó con el apoyo de Hezbollah, la milicia pro iraní que en los últimos años ganó una fenomenal influencia sobre el gobierno libanés. El desastre económico y la explosión en el puerto terminó también con el gobierno de Diab, que dimitió en bloque el 10 de agosto, tras una nueva ola de manifestaciones.
“Esta vez las protestas fueron más violentas y más focalizadas contra Hezbollah, y llevaron al gobierno a renunciar –afirmó Mizrahi–. Fue interesante escuchar al primer ministro nombrado por Hezbollah y sus aliados decir que no pudo hacer nada por la corrupción del sistema. Si me preguntan si hay alguna chance de un cambio en El Líbano por la explosión, debo decir que soy pesimista, aunque trato de encontrar alguna oportunidad. Hay dos tendencias positivas. La primera es el interés de la comunidad internacional por el desastre humanitario. Antes, no estaba interesada por lo que pasaba en el país, pero ahora está más dispuesta a colaborar. La segunda tendencia positiva es el sentimiento que hay en la población contra Hezbollah. No me equivoco si digo que esta es la primera vez que se ve tanto enojo contra Hezbollah. Quizás antes los libaneses temían expresar lo que sentían, pero ya no tienen miedo”.
Una de las cosas que más inquieta a esta organización terrorista es precisamente que la comunidad internacional esté más pendiente de lo que pasa en El Líbano, y que esté dispuesta incluso a colaborar en la reconstrucción del país. En el discurso de Hassan Nasrallah, jefe de Hezbollah, Occidente es el enemigo y para buscar aliados hay que mirar al este, especialmente a Irán.
“Hezbollah no quiere ningún cambio porque este sistema le sirve mucho. Por un lado, le permite mantener su estatus como milicia independiente y Estado dentro del Estado, pero, por otro lado, ser parte del sistema político e influir en la toma de decisiones. Es algo muy conveniente, porque no quiere ser responsable del Líbano, prefiere ser el poder detrás de escena (...) Hezbollah está enfrentando serios problemas, porque tiene menos dinero, por la mala situación del Líbano y por su participación en la guerra en Siria. Pero Nasrallah dice que hay que tener paciencia estratégica, y que si no tienen éxito en esta generación será en la próxima”, explicó la investigadora israelí.
En este contexto, parece haber un recrudecimiento de la tensión con Israel. El ejército israelí informó el martes por la noche de un “incidente de seguridad” no especificado a lo largo de la frontera con El Líbano, ordenando a los residentes de la zona circundante que permanecieran en sus casas. Las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) lanzaron bengalas al cielo alrededor de la Galilea septentrional, cerca de la comunidad de Manara, mientras los militares registraban la zona para asegurarse de que nadie hubiera traspasado la frontera.
“Lo de anoche fue otro capítulo del conflicto entre Israel y Hezbollah –dijo Mizrahi–. La tensión comenzó el mes pasado, cuando, según Hezbollah, Israel realizó un ataque en Damasco, Siria, y mató a un activista suyo, así que dijo que debía tomar represalias. Ayer trataron de disparar a un puesto de las FDI, pero fallaron. Para el grupo es importante mantener la política de mutua disuasión que existe desde la guerra de 2006. Lo de ayer fue un intento de mostrar que están vengándose y de parar los ataques israelíes en Siria, pero ni Israel ni Hezbollah quieren una guerra a gran escala, porque saben que podría ser devastadora para ambos. La organización toma riesgos, está en su genética, pero si se mira su modos operandi se ve que últimamente toma menos riesgos que nunca”.
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