La noche del 9 al 10 de agosto Claudio Locatelli, un periodista freelance con experiencia en varias zonas de conflicto, fue detenido en Minsk mientras cubría las protestas que comenzaron tras la controvertida reelección del presidente Alexandre Lukashenko, en el poder desde hace 26 años.
Las manifestaciones, que comenzaron tras conocerse el resultado de esos comicios juzgados fraudulentos por miles de bielorrusos, fueron reprimidas violentamente por las fuerzas de seguridad, con un saldo de dos muertos, decenas de heridos y al menos 6.700 detenidos.
Locatelli estaba filmando el accionar de los uniformados, cuando fue acorralado por 15 policías, relata a Infobae desde Italia, donde regresó tras ser liberado después de pasar tres días en la celda de un cuartel policial.
La detención ocurrió en cuestión de segundos. “Levanté la mano, dije que era periodista, me quitaron el celular que sostenía en la otra, lo tiraron al suelo, me rociaron gas pimienta en la cara y por un momento quedé completamente ciego. Luego me golpearon las piernas con porras para ponerme de rodillas. Me pusieron esposas y me cargaron en una furgoneta”, recuerda.
De allí fue llevado a una estación policial que contaba con una zona de detención. “Era como una cadena de montaje”, dice. “Llegaban camionetas llenas de gente y se limitaban a anotar cuántas persona había adentro. Más tarde me enteré que en ese lugar fue donde ocurrieron las peores violaciones, violencias y torturas”, explica.
Varias personas relataron el infierno que vivieron en la cárcel, donde fueron privadas de comida, agua y sueño, y donde les pegaron y torturaron con electricidad. Según la ONG Amnistía Internacional, varias mujeres fueron amenazadas de violación en la cárcel y hubo hombres a los que se les obligó a ponerse a cuatro patas, totalmente desnudos, para golpearles con porras.
El testimonio de Locatelli confirma esos relatos. En la estación policial, “nos pusieron con los brazos levantados contra la pared y nos comenzaron a golpear”, dice. Había sangre por todas partes, pedazos de dientes, monedas, mochilas, bolsos. Recuerda a una joven rubia con la mandíbula rota, ensangrentada.
Varios de los detenidos eran ciudadanos extranjeros. Todos estaban incomunicados con el mundo exterior, detenidos sin explicaciones.
Tras ser inspeccionado, Locatelli fue trasladado a una celda junto a un joven chino, dos rusos (uno de ellos, Anton Starkov, fue quien tomó las fotos que aparecen en esta nota), un suizo, un turco y un moldavo, quien luego resultó ser un observador internacional invitado por el propio Lukashenko.
Junto a sus compañeros entienden que había sido una “detención administrativa”, que le permite a las autoridades mantener a los ciudadanos retenidos durante varios días. “Un método terrorista”, lo define Locatelli. No obstante, el periodista puedo comunicarse con la embajada italiana con un celular de reserva antes de que se lo secuestraran. Además había dejado dicho a sus amigos que alertaran a las autoridades si no lo veían regresar.
Posteriormente, a medida que la policía llevaba al cuartel nuevos detenidos, fue trasladado a otra celda de 4 por 4, en la que pasó tres días y tres noches. De los 15 detenidos iniciales, pasaron a ser 19. Varios habían sido golpeados, uno tenía una herida de gravedad en un ojo. Los últimos fueron llevados desnudos, con marcas en la espalda.
Las condiciones de detenciones fueron durísimas. Locatelli dice que no le dieron de comer durante tres días, ni tampoco papel o protecciones higiénicas. Si pedían comida, los guardias amenazaban con dispararles un chorro de agua a presión.
“El único agua que nos dieron era la que salía de un grifo parcialmente remendado con un trapo empapado en sangre y orina”, dice Locatelli.
El maltrato policial era continuo. Y a veces ocurría en formas sutiles. “Durante la noche había gritos y golpes. Durante el día, en cambio, la policía dejaba sonar los celulares hasta que se agotara la batería. Uno sabía que eran los familiares y amigos que estaban llamando. Querían aterrorizar para crear una sensación de pavor”, afirma. Locatelli agrega que intentaba mantener a su compañeros de celda unidos. “El riesgo era que si uno cedía al estrés, todos podíamos recibir una paliza”, asegura.
Las autoridades bielorrusas se ensañaron especialmente con los extranjeros ya que, explica, estaban convencidas que habían sido enviados por sus gobiernos para desestabilizar el país. “Las guardias me decían: italianos maricones, los europeos están todos enfermos”, relata.
Finalmente, la tarde del 12 de agosto el periodista fue liberado, gracias al trabajo de la embajada italiana. Al día siguiente viajó a Italia. Todavía no sabe qué pasó con sus compañeros de celda.
Locatelli sabe que puede considerarse afortunado. “Lo que me pasó”, concluye, “es brutal para un ciudadano europeo, pero es solo el primer nivel de violencia para un bielorruso”.
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