En la vieja normalidad, el final del verano era el momento en el que los aeropuertos del mundo en desarrollo se llenaban de jóvenes nerviosos de 18 años, que partían de sus países natales para comenzar una nueva vida en las universidades del mundo rico.
La movilidad anual de unos cinco millones de estudiantes universitarios era visto hasta entonces como un triunfo de la globalización. Los estudiantes salen a ver el mundo; mientras las universidades obtienen un nuevo lote de clientes que pagan bien.
Sin embargo, con los vuelos internacionales suspendidos y las fronteras cerradas, esta migración está a punto de convertirse en la última víctima de la pandemia.
Para los estudiantes, el Covid-19 ha llegado a suspenderles sus planes de vida. Muchos deben elegir entre cursar seminarios cronometrados inconvenientemente en los espacios que comparten con sus padres o postergar sus estudios hasta que la vida sea más normal. Para las universidades, es desastroso.
De acuerdo con un artículo de The Economist, las altas casas de estudio no solo perderán grandes cantidades de ingresos de los estudiantes extranjeros, sino que, debido a que la vida en el campus propaga la infección, tendrán que transformar radicalmente su modo de funcionamiento.
Con todo, explica el artículo, el desastre puede tener una ventaja. Durante muchos años, los subsidios gubernamentales y la creciente demanda han permitido a las universidades resistirse ante una serie de cambios que podrían beneficiar tanto a los estudiantes como a la sociedad. Es posible que no puedan hacerlo por mucho más tiempo.
En los últimos años, la educación superior ha prosperado. Desde 1995, cuando la idea de que un título de una buena institución era esencial se extendió del mundo rico al emergente, el número de jóvenes que se matriculan en la educación superior aumentó del 16 al 38%. Los resultados han sido visibles en campus elegantes en todo el mundo anglosajón, cuyas mejores universidades han sido las principales beneficiarias de las aspiraciones del mundo emergente.
Sin embargo, los problemas también se han ido acumulando. China, que ha sido una fuente de estudiantes extranjeros con altos salarios en las universidades occidentales, ahora presenta un vínculo cada vez más tenso con Occidente. Por empezar, los estudiantes con vínculos con el Ejército serán expulsados de Estados Unidos.
Además, las universidades, quizás más que antes, han quedado atrapadas entre líneas educativas diferentes y el enojo de algunos gobiernos. El propio presidente Donald Trump ha atacado a las altas casas de estudio por ser responsables de impartir “adoctrinamiento radical de izquierda, no educación”. Además, el 59% de los votantes republicanos tienen una visión negativa de las universidades; contra el 18% entre los demócratas.
El artículo de The Economist explica que en el actual contexto, las universidades están peleando por demostrar sus méritos a los gobiernos. Esto importa porque en Estados Unidos, Australia y el Reino Unido, el Estado paga entre un cuarto y la mitad de la educación terciaria, a través de préstamos y becas estudiantiles.
Pero, de acuerdo con la publicación, el escepticismo reinante entre los políticos con las universidades tiene otra fuente, que no se agota en motivos exclusivamente políticos. Los gobiernos invierten en educación superior con el objetivo de incrementar la productividad al aumentar el capital humano. Pero incluso cuando las universidades han crecido, el crecimiento de la productividad en las economías de los países ricos ha disminuido.
“Muchos políticos sospechan que las universidades no están enseñando las materias correctas y están produciendo más graduados de los que necesitan los mercados laborales”, afirma The Economist.
En Estados Unidos, el gasto gubernamental en universidades se ha mantenido bajo en los últimos años, mientras que en Australia, incluso cuando el costo de los títulos de humanidades es alto, el gobierno colaborará para que los títulos de las carreras que considere útiles para el crecimiento sean aún más accesibles.
En relación a los costes de los títulos de posgrado, el diario explica que su relación con los beneficios financieros es bastante “saludable”, aunque no en todos los casos.
En el Reino Unido, el Instituto de Estudios Fiscales (IFS, por sus siglas en inglés) ha calculado que una quinta parte de los graduados estarían mejor si nunca hubieran ido a la universidad. En Estados Unidos, cuatro de cada diez estudiantes no se gradúan, seis años después de comenzar su licenciatura y, para quienes lo hacen, los beneficios salariales se está reduciendo.
En todo el mundo en general, la matrícula de estudiantes continúa creciendo, pero en Estados Unidos disminuyó un 8% en el periodo 2010-2018.
Y llegó la pandemia de Covid-19
Aunque las recesiones tienden a aumentar la demanda de educación superior, en la medida en que las malas perspectivas laborales incitan a las personas a buscar mayores calificaciones, los ingresos de los graduados podrían caer.
Las reglas impuestas por los gobiernos para contener los contagios se combinan con los nervios de los estudiantes. El mes pasado, la administración de Trump dijo que no se les permitiría ingresar al país a los nuevos estudiantes extranjeros si las clases presenciales habían sido reemplazadas por otras online.
Por su parte, Sydney, Melbourne, UNSW y Monash, cuatro de las principales universidades de Australia, dependen de los estudiantes extranjeros para obtener un tercio de sus ingresos. Mientras tanto, el IFS espera que las pérdidas en las universidades británicas representen más de un cuarto de los ingresos de un año.
Las consecuencias del Covid-19 se verán en que, al menos a corto plazo, las universidades dependerán más de los gobiernos que nunca. El IFS calcula que 13 universidades en Gran Bretaña corren el riesgo de quebrar. Los gobiernos deberán ayudar a las universidades, pero podrían favorecer a las instituciones que brinden buena enseñanza e investigación o benefician a su comunidad. A aquellos que no cumplan ninguno de esos criterios, es posible que se les de la espalda.
Para las que sobrevivan, explica The Economist, deberán sacar algunas lecciones de la pandemia. Hasta ahora, la mayoría se ha resistido a poner los cursos de grado online. Eso no se debe a que la enseñanza remota sea necesariamente mala (un tercio de los estudiantes de posgrado estaban estudiando completamente online el año pasado), sino porque tanto entre las universidades como entre los estudiantes reinaba la idea de que para obtener un título eran necesarios tres o cuatro años en el campus.
La demanda de los servicios de las universidades fue tan intensa que no tuvieron necesidad de modificar su oferta, pero ahora, finalmente, un cambio podría imponerse.
De acuerdo con la Iniciativa de Crisis Universitaria del Davidson College, en Carolina del Norte, es probable que menos de una cuarta parte de las universidades estadounidenses enseñen en su mayoría o totalmente en persona el próximo trimestre.
Si eso persiste, la demanda se reducirá y eso se debe a que muchos estudiantes compran la experiencia universitaria no solo para aumentar su capacidad de ingresos, sino también para alejarse de sus padres, hacer amigos y encontrar socios.
Otra de las consecuencias del Covid-19 en las universidades tiene que ver con la innovación. Big Ten Academic Alliance, un grupo de universidades del medio oeste de Estados Unidos, ofrece a muchos de sus 600.000 estudiantes la oportunidad de tomar cursos online en otras universidades del grupo. Existe un amplio margen para utilizar la tecnología digital para mejorar la educación. Las malas conferencias en persona podrían reemplazarse por las mejores del mundo online, liberando tiempo para la enseñanza en grupos pequeños que los estudiantes valoren más.
Las universidades están orgullosas de sus tradiciones centenarias, pero muchas veces esto ha sido utilizado como excusa para resistir el cambio. Si el Covid-19 los sacude de su complacencia, algo bueno aún puede venir de este desastre.
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