Aun si la vacuna contra el nuevo coronavirus se lograse en tiempo récord, a comienzos de 2021, para entonces en el hemisferio norte ya podría haber comenzado una segunda ola de COVID-19, complicada por el otoño y el invierno, la gripe común y otras infecciones que aumentan con las bajas temperaturas. Al 5 de agosto de 2020, con casi 19 millones de casos y más de 700.000 muertos, incluso enero parece demasiado lejos. Para acortar esa demora, algunos investigadores apuestan a la inmunidad pasiva, y entre ellos el laboratorio Eli Lilly está muy avanzado: entró a la fase 3 —y final— de su estudio de una droga hecha con anticuerpos para prevenir el contagio.
La prueba, que involucrará a 2.400 personas en total, comenzó entre la población en peligro de hogares para ancianos e instalaciones con asistencia médica, además de los cuidadores y enfermeros que trabajan allí. En caso de verificar el éxito que se ha obtenido en las dos etapas anteriores, se estaría ante “la nueva generación de respuesta a la pandemia”, según llamó el Instituto de Biodefensa de los Estados Unidos (ABI) a la inmunidad pasiva.
Como una suerte de Plan B, “los tratamientos de anticuerpos podrían llegar al mercado antes que una vacuna”, destacó la revista del Instituto de Tecnología de Massachusetts, MIT Technology Review. ”Podría ser un gran negocio para proteger a los trabajadores de la salud y a los más vulnerables”. El objetivo es evaluar dos aspectos de la eficacia y la seguridad en la prevención del contagio de COVID-19: si una sola dosis del anticuerpo reduce la tasa de infección en cuatro semanas y si modera las complicaciones de COVID-19 a lo largo de ocho semanas.
BLAZE-2, como se denominó al tramo final de la investigación, según informó un comunicado de Eli Lilly, analiza la eficacia a gran escala de LY-CoV555, el anticuerpo neutralizante del SARS-CoV-2 que la compañía farmacéutica aisló para producir industrialmente. El trabajo se realizó en colaboración AbCellera, firma canadiense de biotecnología, y el Institutos Nacional de Salud (NIH) de los Estados Unidos, que dirige Francis Collins.
“Al igual que los anticuerpos naturales, el anticuerpo de Lilly debería adherirse al virus y bloquearlo”, siguió la publicación de MIT. Si bien otros tratamientos de anticuerpos similares demostraron ser efectivos en el tratamiento del ébola, e incluso el plasma convaleciente ayudó a pacientes de COVID-19 que no podían crear por si mismos una respuesta inmunológica vigorosa, el objetivo de esta nueva droga “es prevenir la infección, administrando los medicamentos antes”. El MIT recordó que hay evidencias del funcionamiento de la prevención con anticuerpos, como una inyección que se da a los bebés para que no sufran el virus sincitial respiratorio humano, o VSR, una infección muy común y muy contagiosa que afecta a los niños antes de su segundo cumpleaños.
La diferencia entre una vacuna contra el COVID-19 y este tratamiento con anticuerpos radica en que la primera consiste en una forma de inmunización activa y el segundo, una forma de inmunización pasiva.
La inmunización activa otorga al cuerpo la capacidad de producir defensas para contrarrestar, por sí mismo, un patógeno o una toxina. Una vacuna, por ejemplo, inocula un microorganismo en estado debilitado o inactivo, o un fragmento del microorganismo como una proteína, para que el organismo desarrolle anticuerpos específicos, de manera tal que en caso de que la persona quede expuesta al agente, tenga una memoria defensiva que le impida contraer la enfermedad.
La inmunización pasiva, en cambio, consiste en introducir anticuerpos directamente, en lugar de impartir al organismo la capacidad de producirlos. La protección también dura menos: sólo mientras los anticuerpos incorporados permanezcan, por lo cual se llama inmunidad transitoria. Tiene, además de función preventiva, éxito como tratamiento: “Debido a su rápida acción, la inmunización pasiva se utiliza a menudo para tratar enfermedades causadas por la infección o la exposición a toxinas”, señaló ABI.
La droga de Eli Lilly trabaja a partir de proteínas con forma de Y que, desde el comienzo de la pandemia, se identificaron como un anticuerpo natural. La elección del ámbito para el estudio fue casi obvia para el laboratorio: “El COVID-19 ha tenido un impacto devastador entre los residentes de hogares para ancianos”, dijo Daniel Skovronsky, director científico de la firma y presidente de sus laboratorios de investigación. “Estamos trabajando tan rápido como podemos para crear medicinas que puedan detener la propagación del virus entre estas personas vulnerables. Aunque no es fácil realizar ensayos clínicos en este entorno, asumimos el reto en un esfuerzo por ayudar a los que más nos necesitan”.
Es, en efecto, un ensayo clínico único en su clase: para ser candidato a participar es necesario vivir o trabajar en instalaciones para ancianos que hayan tenido algún caso reciente de COVID-19, por lo cual se consideran de alto riesgo de exposición. Para facilitar la participación de personas que habitualmente sufren dificultades, Eli Lilly implementó “unidades móviles de investigación personalizadas”, de manera tal de “apoyar el estudio in situ”.
Consisten en casas rodantes adaptadas como apoyo de laboratorios móviles en los que se preparan los materiales para los ensayos. Las acompañan camiones con remolque para la entrega de los suministros necesarios, ya que es necesario operar una clínica para realizar infusiones. “Para reducir aún más la carga de estas instalaciones que normalmente no realizan estudios clínicos, habrá personal adicional en las instalaciones para ayudar con las operaciones”, agregó el comunicado de la compañía.
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