Se necesita mucho para asustar a los beirutíes acostumbrados a décadas de guerra. Pero ni semanas de intensos bombardeos podrían haber causado el pánico y el daño que provocó la explosión que mató a centenares y dejó heridos a miles. La onda expansiva vino desde el puerto y se adentró por los barrios de Gemmayze y Ashrafieh hasta el centro histórico de Solidare, elegantemente reconstruido en los últimos años. Destrozó todo a cinco mil metros a la redonda. Sacudió los edificios a decenas de kilómetros con la fuerza de un terremoto de 3,3 grados. Se sintió fuerte en Chipre, más de 250 km. bien adentro en el Mediterráneo. Y lo de siempre: edificios en los que la fachada quedó reducida a unos cuantos cables colgados, desaparecieron la mayoría de las construcciones cercanas al puerto, mampostería y vidrios por todos lados, lagunas de sangre, autos quemados o tapados por los escombros, árboles levantados de cuajo, gente ensangrentada y cubierta de polvo caminando sin destino, cuerpos –más bien partes- incrustados en lo que fueron vidrieras de negocios. Muerte y destrucción. La guerra sin guerra.
La versión oficial, hasta ahora no desmentida, asegura que el incendio comenzó en una fábrica de fuegos artificiales que funcionaba en un depósito del puerto y que se extendió hasta un edificio lindero donde se habían recopilado 2.700 toneladas de nitrato de amonio, una sustancia química que se utiliza en la fertilización de cultivos y con la que terroristas de todos los colores y cepas fabrican bombas de gran potencia. Así fue en el atentado contra la AMIA, en Buenos Aires, y el de Oklahoma de 1995. Pero en esos casos las cantidades de nitrato de amonio usadas no superaron las dos toneladas. Aquí se trató de más de mil veces esa medida. El equivalente a una bomba nuclear de un kilotón.
Claro que, tratándose de El Líbano, siempre existen las sospechas de que esta catástrofe podría haber sido provocada. “Acá nada ocurre sin una razón detrás. Nada es inocente”, me recordó un colega, corresponsal en Beirut de un diario español, con el que me comuniqué por mail. “No se puede descartar nada. Este siempre es un territorio en disputa y donde se envían mensajes a través de bombas”. Y de inmediato me aclaró: “no quiero decir que éste haya sido un atentado, pero tampoco lo podemos descartar por los innumerables antecedentes que hay”
El Líbano fue desde siempre el campo de batalla de los musulmanes, entre los shiítas apoyados por Irán y los sunitas con el respaldo de Arabia Saudita. Los ayatollahs de Teherán lograron imponer allí una cuña que desestabiliza a Medio Oriente desde hace cuarenta años: el Hezbollah o Partido de Dios. Se constituyó como un grupo político con una milicia de apoyo y se convirtió en el brazo armado de los deseos iraníes. Sus milicianos se enfrentaron con relativo éxito al imbatible ejército israelí y combatieron eficazmente junto a las fuerzas del régimen de Bashar al Assad en la guerra siria. También fueron la mano de obra de innumerables atentados en todo el mundo. Los de la AMIA y la embajada israelí en Buenos Aires fueron ejecutados por milicianos del Hezbollah, que tienen un centro de operaciones en la Triple Frontera entre Brasil, Paraguay y Argentina.
Precisamente, este viernes se conocerá el fallo del Tribunal Internacional de Justicia de La Haya que juzgó a cuatro integrantes del Hezbollah por haber hecho explotar el auto del entonces primer ministro Rafik Harari, en febrero de 2005. Fueron quince años de idas y vueltas con demostraciones de fuerza de varios sectores para que no se lleve a cabo el juicio hasta que, finalmente, los terroristas fueron conducidos ante los jueces internacionales. Hezbollah desconoce al tribunal y asegura que está dominado por Israel y Estados Unidos.
Como en todo el mundo árabe, cuando no hay una explicación ante la violencia, siempre se encuentra una respuesta en Israel. La aviación israelí bombardeó innumerables veces en Beirut. Y en las redes sociales muchos aseguraban ayer que habían escuchado el sonido de aviones sobrevolando la ciudad. Desde Tel Aviv se desmintió de inmediato y hasta ahora no hay nada que pueda llevar a la conclusión de que Israel pudo haber estado detrás de estas explosiones. Aunque una desestabilización de El Líbano podría llevar cierta tranquilidad al otro lado de la frontera después de que en los últimos meses se descubrieran túneles y otras construcciones que el Hezbollah habría estado preparando para un supuesto ataque.
La tragedia del martes que dejó al menos 250.000 personas sin casas y daños que superan los 5.000 millones de dólares, viene a sumar mayor incertidumbre en una ya prolongada crisis económica que vive el país. El 7 de marzo, El Líbano declaró por primera vez en su historia que entraba en suspensión de pagos de la deuda exterior al no poder hacer frente a un vencimiento en eurobonos de 1.200 millones de dólares. El primer ministro, Hasan Diab, reveló que El Líbano arrastra una deuda pública de más de 90.000 millones de dólares, lo que supone un 170 % del PIB. Además, admitió que más del 40 % de la población pronto se encontrará bajo el umbral de la pobreza (las consultoras independientes ponen esa cifra en más del 50%). En un discurso a la nación el 24 de abril, Diab acusó directamente al gobernador del Banco Central libanés, Riad Salame, de la caída libre de la moneda local. Una pelea política que agravó aún más la situación.
La economía libanesa está fuertemente dolarizada. Los depósitos de individuos en los bancos, en su mayoría, son ahorros en dólares. Y ahora, los bancos, en una medida unilateral, decidieron no devolver el dinero de los ahorristas en la divisa extranjera. El que depositó dólares recibe libras devaluadas. A esto, hay que sumarle una vertiginosa subida de los precios de productos básicos, de entre un 25 y un 60%. Y una ola de despidos masivos que dejó a más de 220.000 personas sin empleo en los últimos tres meses.
Las protestas contra el gobierno y el manejo de la crisis comenzaron el 17 de octubre del año pasado. Una eternidad en tiempos de cuarentena. Pero no para la memoria de los libaneses que vieron en ese tiempo una devaluación brutal de su moneda, la libra libanesa, y cómo la mitad de la población descendía a la pobreza. Cayó el gobierno de Saad Hariri (el hijo del asesinado ex primer ministro) en enero, sacudido por la corrupción, y asumió el ahora primer ministro Hassan Diab apoyado por una extraña coalición de los cristianos del Movimiento Patriótico Libre y los shiítas de Hezbollah y Amal. La pandemia dio un respiro al gobierno que pronto cerró casi todo lo que pudo y lanzó al ejército a la calle. La gente le reconoce a Diab que reaccionó temprano y bien, aunque saben que como en buena parte del mundo los pocos casos registrados se deben a que no se hacen testeos y que se anotan como causa de muerte otras enfermedades. Oficialmente, hay apenas 5.062 contagiados y 65 muertos. La tregua por el virus ya terminó hace semanas y la devastación viene a poner un manto de sangre a la situación.
La libra libanesa se devaluó un 85%, a 9.500 por dólar en el mercado paralelo. Por 30 años se había mantenido a 1.500 pounds por dólar. De todos modos, los que tenían algún depósito en dólares ya los perdieron. La gente llama a esa moneda devaluada que les quedó en los bancos “Lollars”, un híbrido entre los billetes estadounidenses y los libaneses. “Lo que estás viendo es el resultado de problemas acumulados. Tuvimos una revolución, la gente estaba sufriendo, luego vino el coronavirus y la gente estuvo encerrada en sus casas durante un mes y medio sin que el Estado le asegurara comida ni nada”, explicó a la agencia AP, Abdelaziz Sarkousi, un manifestante de 47 años. “Ahora, llegamos a un estado donde desafortunadamente ya no se puede controlar a la gente. ¡La gente tiene hambre!”.
Los libaneses están acostumbrados a las limitaciones, las víctimas y la devastación de la guerra civil (1975-1990) pero, incluso en esa época, la pertenencia a uno u otro grupo armado garantizaba la comida y las necesidades básicas estaban cubiertas. Ahora, los 4,5 millones de nacionales, 1,5 de refugiados sirios, 300.000 refugiados palestinos y unas 250.000 trabajadoras domésticas extranjeras, se encuentran atrapados en una dura situación. Las explosiones del antiguo puerto fenicio vinieron ahora a recordar que siempre se puede estar peor. También, que los libaneses tienen una resiliencia extraordinaria.