Una de cada tres personas del mundo enfermó. Una de cada 10 —según otros cálculos, una de cada cinco— murió. La mayoría de ellas tenía entre 20 y 40 años: no pertenecían a una población vulnerable como los niños y los ancianos. La gripe de 1918 fue tan letal —hoy sería equivalente a 200 millones de personas— que las funerarias contrataron guardias de seguridad para evitar el robo de los ataúdes, cada día más escasos.
Con todo, del mismo modo que comenzó, aquella pandemia también terminó. Y la vida siguió, aunque tal vez no como antes, algo que se espera también para el día después de la COVID-19. Las huellas del trauma asumieron formas muy diversas en la recuperación del mundo postgripe española. De apostar por la vida a no volver a hablar de la enfermedad, y muchas veces las dos cosas a la vez, la humanidad volvió a abrirse camino.
Hubo un año de mercado en alza en Wall Street, y en realidad una década, hasta el crack de 1929, de prosperidad económica. De la India a Europa, en 1920 se produjo un boom de natalidad. Las vanguardias artísticas rompieron violentamente con los restos del romanticismo que quedaban, desde la creación del serialismo dodecafónico del compositor Arnold Schönberg al cine de Fritz Lang, pasando por la arquitectura de Walter Gropius y en general la escuela de la Bauhaus. Hubo un aumento notable de las mujeres en el mundo del trabajo, que llegaron a ser la quinta parte de la fuerza laboral; se multiplicó el voto femenino. Y a la pandemia de 1918 se deben, también, curiosamente, las modas del espiritismo y el nudismo.
1920, el año de los bebés
Hacia 1918 las tasas de fecundidad en Europa se desplomaron, pero dos años más tarde se habían recuperado, y de una manera espectacular. En El jinete pálido, su libro sobre aquella gripe, Laura Spinney desmintió que se debiera solamente al fin de la guerra, y la oleada de embarazos que se produjo cuando los hombres sobrevivientes regresaron del frente. “Esto no explica por qué la neutral Noruega también vivió un boom de la natalidad en 1920″, argumentó.
En efecto, los noruegos no habían ido a luchar, “pero al igual que el resto de la población del mundo, padecieron la gripe: en la pandemia murieron 15.000 noruegos, y en 1918 hubo 4.000 concepciones menos de las previstas”, siguió. Y como en casi todas las demás naciones —incluida la India, que “a partir de 1920 no solo recuperó los niveles anteriores a la gripe, sino que los superó, desencadenando lo que se ha descrito como el inicio de una revolución demográfica”— Noruega vivió la gran apuesta a los niños, con el nacimiento del 50% más de bebés: “En 1919 se concibieron tres bebés por cada dos no concebidos en 1918″.
Spinney estimó que, además de los factores psicológicos, como rearmar las familias, hubo razones biológicas: “Al eliminar a las personas menos sanas (quienes ya estaban enfermos de malaria, tuberculosis y otras enfermedades), la gripe había creado una población más pequeña y más sana, que era capaz de reproducirse a tasas más altas”, escribió. “Parece algo extraordinario, pero dicho en un sentido muy burdo, así fue: su capacidad biológica para reproducirse aumentó y tuvieron más hijos”.
La investigación que citó, del epidemiólogo noruego Svenn-Erik Mamelund, también explicó por qué ese baby boom cayó también en el olvido: fue eclipsado por el que siguió a la Segunda Guerra Mundial. Pero a diferencia de la oleada de embarazos que dio origen a la generación de los boomers, la que siguió a la gripe española sucedió también en los países no beligerantes.
Entre personas casadas o fuera del matrimonio, entre gente que había sufrido la epidemia y otra que no, los bebés fueron los grandes protagonistas de 1920. “La explicación subyacente podría ser doble”, escribió Mamelund. “Primero, la pérdida de un hijo debido a la gripe puede haber intensificado el deseo de tener otro para reemplazar la pérdida. Segundo, la alta mortalidad en la comunidad en general podría haber generado el deseo de reemplazar a los muertos”.
La prosperidad de los años locos
Si bien dejó un tendal de huérfanos y viudas sin recursos —un estudio sueco determinó que por cada muerte por gripe, cuatro personas terminaron en albergues para pobres—, muchos herederos recibieron dinero tras la gripe de 1918, recordó Spinney. “El sector de los seguros de vida estadounidense pagó casi USD 100 millones en indemnizaciones después de la pandemia, el equivalente a USD 20.000 millones en la actualidad”.
Algunos de los beneficiados hicieron inversiones: “Por ejemplo, tras la muerte a causa de la gripe de un inmigrante alemán en Estados Unidos, su viuda y su hijo recibieron una suma de dinero. Lo invirtieron en inmuebles y hoy la fortuna de su nieto supuestamente asciende a miles de millones de dólares. Su nombre es Donald Trump”.
Pero en general el fenómeno de la prosperidad fue algo que recorrió toda la década tras la guerra y la gripe: los Roaring Twenties o los años locos, como se los llamó. “La población que consiguió sobrevivir entró en una fase de euforia en todos los sentidos, incluido el económico”, explicaron a Euronews las historiadoras Laura y María Lara Martínez. “Forma parte de la la naturaleza humana”.
Si bien con la guerra en Europa la producción en los Estados Unidos se mantuvo —el promedio del Dow Jones industrial en 1918 y 1919 casi no se movió— Bryan Taylor, economista de Global Financial Data, escribió que “es reconfortante ver que cuando pasó la segunda ola de la gripe española, en febrero de 1919, el mercado inició un aumento del 50% que duró hasta 1919″. ¿Fue el fin de la gripe o el fin de la guerra, o ambos? “Es imposible decir”, ponderó. Lo cierto es que en los años ’20 hubo “una explosión de prosperidad e innovación: coches, radio, cine, aviación y televisión”. Hasta, claro, el crack de 1929, que causó la Gran Depresión.
Aunque el crecimiento no se limitó a Estados Unidos, el país se impuso como la economía más rica per cápita y las más grande. El motor principal fue la transformación técnica que siguió a la segunda revolución industrial: electricidad, acero barato, maquinaria para aumentar en escala la producción rural, fordización de la industria con la cadena de montaje. También contribuyó que, dado el bienestar económico individual, las familias consumieran automóviles y electrodomésticos y se enamorasen del teléfono y la radio.
Nudismo camino al nazismo
Si bien los movimientos de retorno a la naturaleza habían surgido en el siglo XIX, recordó la autora de El jinete pálido, se habían mantenido entre una élite que buscaba un antídoto contra la industrialización sin dejar de gozar de sus beneficios. Pero después de la pandemia de 1918 tuvieron una difusión exponencial.
“En los años 20, movimientos como el Lebensreform (reforma de la vida) en Alemania, que abogaba por el vegetarianismo, el nudismo y la homeopatía, ampliaron su área de influencia, atrayendo a aquellos sectores de la población más afectados por la gripe española”, escribió Spinney. “En 1918 los ítalo-americanos de Nueva York, al igual que los judíos de Odessa, habían mantenido las ventanas totalmente cerradas, convencidos de que los espíritus o el aire viciado causaban enfermedades Ahora, la luz del sol y el aire puro se convirtieron en sinónimos de salud y, para 1930, los conceptos de naturaleza y limpieza estaban firmemente asociados”.
Jossie McMellan, historiadora de la Universidad de Bristol, explicó a la publicación Yorokobu que el nudismo se convirtió en un “fenómeno de masas” en Alemania durante las décadas de 1920 y 1930, cuando “proliferaban los grupos nudistas a ambos lados del espectro político”. Al llegar al poder, el nazismo intentó reprimirlo, pero terminó por asimilarlo dentro de su imaginario de la perfección racial aria. Tras la caída del Tercer Reich y la división del país, las autoridades comunistas de la República Democrática Alemana usaron ese argumento para combatirlo: “La gran visibilidad del cuerpo desnudo o semidesnudo en ciertas áreas de la cultura nazi contribuyó a convencer a los funcionarios del este de que nada bueno podía salir de la desnudez pública”.
Un ámbito laboral con más mujeres
La mayoría de los muertos por la gripe española fue joven, de entre 20 y los 40 años, y si bien las embarazadas corrían peligro especial —tenían un 50% más de probabilidades de desarrollar neumonía—, el virus afectó un poco más a los hombres en general. “Las víctimas que produjeron la Primera Guerra Mundial y la gripe española tuvieron un desastroso impacto económico”, dijo a la BBC Catharine Arnold, autora de Pandemia 1918.
“En muchos países, no quedaban hombres jóvenes para llevar adelante el negocio familiar, dirigir las granjas, capacitarse para profesiones y oficios, casarse y criar hijos para reemplazar a esos millones que habían muerto”, explicó. “Eso llevó al llamado problema de las ‘mujeres de repuesto’, con millones de mujeres que no lograron encontrar una pareja adecuada”, añadió.
Y también, agregó Christine Blackburn, subdirectora del Programa de Pandemia y Bioseguridad de la Universidad A&M de Texas, les dio la oportunidad de tener una vida distinta: “La falta de trabajadores causada por la gripe y la guerra le dio a las mujeres el acceso al mercado laboral”, explicó a BBC. “En 1920, las mujeres eran el 21% de todos los empleados en el país”, agregó.
La falta de mano de obra también había hecho subir los salarios, que pasaron de USD 0,21 la hora en 1915 a USD 0,56 en 1920. Ese mismo año las estadounidenses accedieron al voto, y las españolas lo harían en 1931.
La moda del espiritismo
“El enigma de la vida en el más allá capta la atención del mundo”, tituló en 1920 el periódico New York Sun, según recordó History el primer registro del fuerte resurgimiento del espiritismo, que prometía volver a saber de los seres queridos muertos en la pandemia y en la guerra. Entre las figuras más prominentes se hallaban dos británicos: sir Arthur Conan Doyle, el creador de Sherlock Holmes, y sir Oliver Lodge, un médico reconocido.
Los dos se habían interesado en lo sobrenatural durante mucho tiempo, pero la pérdida de sus hijos —el de Conan Doyle, de gripe, en 1918, luego de haber sido herido en Francia; el de Lodge, en combate en Bélgica, en 1915— parece haber sido el detonante de su pasión.
Conan Doyle dejó de escribir ficción y se dedicó a la comunicación entre los vivos y los muertos, que llegó a convencerlo de que su hijo le había dicho que “estaba feliz” en el más allá. Tanto él como Lodge obtuvieron gran popularidad al dar conferencias sobre el tema, sobre todo en los Estados Unidos, y a escribir libros con sus experiencias psíquicas.
Pedir consejo a un médium se volvió algo común, siguió History. “Para los estadounidenses sin dinero o inclinación a consultar un médium profesional, estaba el tablero Ouija. Una suerte de kit para una sesión estilo hágalo-usted-mismo, en el cual los ausentes ‘guiaban’ al usuario para deletrear un mensaje. Los tableros Ouija existían desde 1890, según la Sociedad Histórica del Tablero Parlante, pero tuvieron un enorme aumento de interés entre los años 1917 y 1922″.
El contexto, ubicó El jinete pálido, es la demolición de certezas que dejó a su paso la muerte, en pocos días, de hombres perfectamente sanos: “En general los años 20 fueron una época de apertura intelectual en la cual se pusieron a prueba y se pisotearon los límites”, escribió Spinney. “Niels Bohr y Werner Heisenberg argumentaban, una década después de la gripe española, que no hay conocimiento sino incertidumbre.
Un sentimiento generalizado de liberación
Cuando las muertes por la gripe comenzaron a bajar, las iglesias y los teatros reabrieron, las manifestaciones —el armisticio fue el gran catalizador— se multiplicaron y lentamente incluso las escuelas regresaron a su funcionamiento normal.
“Y los estadounidenses volvieron a salir, en masa. Sin restricciones. Sin limitaciones. Chicago fue una notable excepción, y quitó las restricciones gradualmente. Pero en todos los demás lugares, desde Cleveland a Kansas City, y de Nueva Orleans a Seattle, la gente llegó a la ciudad”, citó Cleveland.com la Enciclopedia de la Gripe, un archivo de documentos sobre la influenza en los Estados Unidos que edita J. Alexander Navarro, de la Universidad de Michigan.
Peleas de box y partidos de béisbol se celebraron con todos los asientos ocupados; los cines se llenaron con las obras que Hollywood producía a todo vapor, las pistas de bowling se popularizaron. De pronto el miedo y la sospecha se deshicieron en el aire, como el virus mismo, que se extinguiría con los años. Hubo una oleada de creatividad que también se vivió en Europa.
E incluso algunas víctimas de la pandemia, como el artista noruego Edvard Munch, quien contrajo gripe española y llegó a pintar un autorretrato demacrado, “después de la gripe entró en una etapa muy creativa”, según su biógrafa, Sue Prideaux. “Pintó al menos 14 obras importantes en 1919, que sorprenden por su optimismo y su celebración de la naturaleza”.
Y, curiosamente, al mismo tiempo hubo un enorme esfuerzo colectivo por olvidar el horror y seguir adelante. Eso explica en parte que se conozca mucho más de la Primera Guerra Mundial que de la pandemia en la que murieron al menos 50 millones de personas, es decir casi el triple, por lo menos, que las todas las víctimas del conflicto.
En un agujero negro de la historia
“El graduado universitario promedio nacido después de 1918 literalmente sabe más de la peste negra del siglo XIV que de la pandemia de la Primera Guerra Mundial”, escribió Alfred Cosby, historiador del medioambiente. Porque, simplemente, ese combo de matanza y enfermedad fue demasiado para procesar: “Asociado a las pérdidas catastróficas de la Primera Guerra Mundial, el periodo fue tan espantoso que la gente simplemente no quiso pensar o escribir sobre él. Cayó en un agujero negro de la historia”, coincidió Kenneth Davis, autor de More Deadly Than War.
“Debido a la naturaleza solitaria de la cuarentena, la pandemia de 1918 se sufrió sobre todo en privado”, escribió Noah Kim en The Atlantic. “El aspecto solitario de la epidemia también afectó el modo en que se la recordó. A medida que la enfermedad cesó su transmisión, la atención del público se orientó hacia el final de la Primera Guerra Mundial, lo cual socavó los rituales de catarsis que las sociedades necesitan para superar los traumas colectivos. En las décadas que siguieron, la gripe se archivó en las mentes: se la recordaba pero rara vez se hablaba de ella. El escritor John Dos Passos, quien se contagió en un barco de tropas, jamás mencionó la experiencia”.
En 1924, la Enciclopedia Británica seguía sin mencionar la pandemia, aunque había hecho todas las demás actualizaciones de lo que llamó “los años más agitados” del siglo XX, recordó BBC. La gripe española no logró entrar a los libros de historia hasta 1968. Ese silencio también cubrió los demás fenómenos positivos o reacciones de supervivencia que le siguieron.
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