Sunetra Gupta, epidemióloga de Oxford: “La cuarentena no es una respuesta solidaria porque hay muchísima gente que no puede sostener esa estrategia”

La destacada científica y novelista india lideró el equipo de investigación que desarrolló un modelo alternativo al famoso del Imperial College, planteando un escenario menos pesimista. Su preocupación por los efectos del confinamiento, sus diferencias con los libertarios y su crítica al "individualismo que se hace pasar por altruismo". Una mirada diferente de la crisis que atraviesa el mundo

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Sunetra Gupta, sobre las razones por las que bajaron las muertes en distintos países

Sunetra Gupta es un personaje que se resiste a las clasificaciones. Nació en Calcuta, India, en 1965, y en su niñez vivió en Etiopía y en Zambia, hasta que se radicó en el Reino Unido, donde desarrolló una plasticidad difícil de encontrar: al mismo tiempo que se formaba como científica, empezó una carrera como escritora de ficción. En la actualidad es una reconocida profesora de epidemiología teórica en la Universidad de Oxford y una novelista premiada.

Quizás por eso, desde que comenzó la crisis por la pandemia del coronavirus en el mundo, las opiniones de esta epidemióloga han contrastado con las de sus pares, dentro y fuera del Reino Unido. Ante la aparición de las proyecciones del Imperial College de Londres, que anticipaban hasta medio millón de muertes por COVID-19 en el país y que forzaron al primer ministro Boris Johnson a un cambio de enfoque, Gupta creyó que hacía falta algo más.

Pensando en los peligros que podría traer el diseño de políticas públicas basadas exclusivamente en escenarios catastróficos, presentó un modelo alternativo. Su principal hipótesis era que al momento en que se detectaron los primeros casos, la epidemia llevaba más de un mes en el país, al punto de que hasta el 68% de la población podría haber estado en contacto con el coronavirus cuando se dictó la cuarentena. Por esa razón, pensaba que no podían registrarse muchas más muertes de las que se produjeron en las semanas siguientes. Tras una desaceleración sostenida en el ritmo de crecimiento, llegaron a 44.000 en julio, bastante lejos de las 500.000 proyectadas por el modelo rival, pese al evidente mal manejo de la gestión de la pandemia por parte del gobierno conservador.

Con todo, la especialista fue acusada de hacer una estimación demasiado optimista, y ella misma admite que lo más probable es que la realidad se haya ubicado en algún punto intermedio entre ambos escenarios. Ahora, gracias a su mirada multidimensional y a su especial atención en la situación de los sectores socieconómicamente más vulnerables, vuelve a pensar el problema desde una óptica diferente. ¿Podrían las cuarentenas estrictas ser una solución igualmente útil y aplicable en todos los países? ¿Tendrían algún sentido las comparaciones entre países con recursos, sistemas sanitarios y condiciones demográficas tan diversas? ¿Faltaría, acaso, una mirada que ponga el foco en otros aspectos del drama que atraviesa el mundo en relación al coronavirus, como por ejemplo, la cuestión estética? Algunas de estas preguntas son las que se plantea e intenta responder Sunetra Gupta en esta entrevista con Infobae.

Sunetra Gupta, profesora de epidemiología teórica en la Universidad de Oxford
Sunetra Gupta, profesora de epidemiología teórica en la Universidad de Oxford

—El gobierno británico impuso una cuarentena total el 26 de marzo. Dos semanas después, el país superó las mil muertes diarias por Covid-19. Tras dos meses, cayeron a alrededor de 100 por día. Para muchos epidemiólogos, la baja se debe a la cuarentena, pero usted no está muy convencida de esa explicación. ¿Por qué bajó la mortalidad en el Reino Unido y qué papel jugó el confinamiento?

—Hay dos explicaciones posibles de por qué disminuyeron las muertes. Una es que la cuarentena dio resultado. Bajó la tasa de contagio y, con el retraso apropiado, bajaron las muertes. La explicación en el otro extremo es que la epidemia ya había llegado y se había propagado en la mayor parte de los lugares. Entonces, ya había suficiente inmunidad en la población, junto con el hecho de que una fracción de la población es resistente al virus de manera innata. Es una combinación de fuerzas naturales, del proceso natural de la epidemia, que habría ocurrido antes de que se impusiera la cuarentena, de modo que esta no tendría absolutamente nada que ver. Esos son los dos extremos.

—¿Y ahora, tres meses después, usted qué cree?

—Obviamente, o muy probablemente, la realidad esté en el medio. Lo que yo creo es que en muchas de las áreas metropolitanas la epidemia ya había llegado y se había propagado hasta un punto razonable, de manera que cuando se levante la cuarentena no regresará. Lo que consiguió el cierre es detener la diseminación de la epidemia en áreas más rurales, fuera de las grandes metrópolis. Esa es la explicación más probable para mí. Lo que la validaría es que en el futuro veamos rebrotes en zonas no tan bien conectadas, en contraste con las áreas metropolitanas. Si vemos que no regresa a Londres, pero sí a Chipping Norton (localidad ubicada a 30 kilómetros de Oxford), por ejemplo, esa idea ganaría peso.

—A favor de la hipótesis de que fue el curso natural de la epidemia lo que hizo que disminuyeran las muertes se puede decir que en Suecia, que no impuso una cuarentena, los decesos evolucionaron de la misma manera que en el Reino Unido. Pero se complica cuando se compara con Noruega y Nueva Zelanda, donde sí se establecieron cierres y no murió prácticamente nadie. ¿Cómo explica estas diferencias?

—Nueva Zelanda y Noruega son países chicos, donde es posible establecer una cuarentena para evitar los contagios. Pero una de las cosas que hay que pensar es qué es específicamente lo que logra la cuarentena. Lo primero es impedir que una infección salga de un lugar. Los cierres originales en China e incluso en Italia se hicieron con esa idea en mente. Es algo noble y altruista, decir “Ok, tenemos casos y no queremos que se propaguen a otra parte, así que vamos a encerrarnos para que no sufra el resto del mundo”. Desafortunadamente, por cómo se propaga, no era algo fácil de lograr. Lo segundo que puede hacer una cuarentena es mantener el virus completamente afuera. Nueva Zelanda ha sido espectacularmente bueno en eso, y sospecho que Noruega y Dinamarca también, hasta cierto punto. Pero la pregunta es si eso es inteligente. No estoy segura, porque no es una estrategia sostenible. No se puede permanecer desconectado del mundo por siempre. Uno podría decir que es posible mantenerse aislado hasta que disminuya el riesgo, luego de que muchas personas se hayan inmunizado en el resto del planeta. Pero debo decir que esa es una estrategia bastante egoísta, como no vacunar a tu hijo. “Bueno, voy a esperar hasta que termine la epidemia en todas partes y las personas sean inmunes, así los riesgos en mi país son mucho menores”.

Nueva Zelanda y Noruega son países chicos, donde es posible establecer una cuarentena para evitar los contagios. No estoy segura de que sea una estrategia sostenible. No se puede permanecer desconectado del mundo por siempre.

—¿Y cómo explicaría el caso de Alemania, que registró un cuarto de las muertes del Reino Unido, pero con un 30% más de población?

—En Alemania hay una combinación de dos cosas. Una es que ciertamente cerraron lo suficientemente temprano, así que no se propagó a muchas áreas del país. Eso se puede ver ahora que hay pequeños brotes aquí y allá. Otra cosa importante a tener en cuenta cuando se mira el número de muertes es cuán bien protegidos están los vulnerables. ¿Estaban aisladas y debidamente cuidadas y asesoradas las personas internadas en asilos? Por lo que sé, en Alemania tienen un sistema muy sofisticado para asegurarse de que la fracción vulnerable de la población reciba el asesoramiento correcto y decidir qué hacer en caso de una epidemia. Claramente, esto no sucedió en el Reino Unido.

Sunetra Gupta, sobre los costos de la cuarentena para los más vulnerables

—En relación con esto que menciona, ¿qué cree que pasó con los sistemas de salud en el Reino Unido y en el resto del mundo? ¿Estaban preparados para una crisis como esta?

—Absolutamente no, es evidente. El sistema de salud británico ha sido sistemáticamente erosionado en los últimos 30 años. La capacidad cayó al punto de que funciona muy cerca del máximo cada año. No hay ningún sector inactivo en el sistema que pueda absorber una situación de este tipo y eso es parte del problema. Así que cuando la gente dice que el NHS (Servicio Nacional de Salud) está sobrepasado es importante recordar que una de las razones por las que eso está pasando es por lo que el NHS es hoy. No está equipado, no está a la altura de lo que debería ser en un país tan rico como el Reino Unido, que claramente no invierte lo suficiente en salud. Este evento lo expuso de gran manera.

En Alemania tienen un sistema muy sofisticado para asegurarse de que la fracción vulnerable de la población reciba el asesoramiento correcto y decidir qué hacer en caso de una epidemia. Claramente, esto no sucedió en el Reino Unido.

—Cuando se publicó el paper del Imperial College usted quiso responderle con otro tipo de modelo. ¿Por qué consideró que era necesario proyectar un mejor escenario posible y qué es lo que descubrió al hacerlo?

—El modelo del Imperial College planteaba el peor escenario posible, a mi juicio. Yo sentía que tenía que haber sobre la mesa una gama de escenarios posibles que pudieran explicar los datos disponibles. Sobre todo, porque pensaba y sigo pensando que los costos de la cuarentena son muy serios, tanto en el Reino Unido como a nivel internacional. Son muy altos. Es una medida muy drástica que tampoco es sostenible. Así que pensé que para estimar si valía la pena o no en el análisis de costo y beneficio era importante que los responsables políticos tuvieran una idea de cuál era la gama de posibilidades, en lugar de tener solo el peor escenario posible.

—Sin embargo, ante una crisis de estas características, a uno le parecería bien trabajar con el peor escenario. ¿Cuáles cree que son los riesgos de que los gobernantes actúen teniendo en cuenta exclusivamente esa posibilidad?

—El riesgo es que tomen una decisión que eventualmente los va a llevar a un lugar peor. Obviamente, siempre hay que hacer un análisis de costos y beneficios, y es lo que hacemos todos los días con cada enfermedad infecciosa y con cada riesgo con el que vivimos. Decimos “Ok, vamos a permitir que haya autos en las calles, a pesar de que haya un riesgo de accidentes automovilísticos, porque en general los beneficios de que haya autos son mayores que sus desafortunados costos. Ante la influenza, por ejemplo, no establecemos cuarentenas, ni mantenemos distancia unos de otros, ni usamos mascarillas, aunque mata cada año a más de medio millón de personas en el mundo. Lo que no sabíamos cuando comenzó esta epidemia era a cuánta gente iba a matar. Si hubiera sido como la peste bubónica, entonces una cuarentena larga quizás habría sido una respuesta apropiada. Pero cuando las muertes empezaron a crecer en el Reino Unido estuvo claro que estaba matando solo a cierta fracción vulnerable de la población.

Los costos de la cuarentena son muy serios, tanto en el Reino Unido como a nivel internacional. Son muy altos. Es una medida muy drástica que tampoco es sostenible

—¿Pero usted cree que ni siquiera al comienzo estaba justificada la cuarentena?

—Comprar un poco de tiempo para pensar qué hacer después y descifrar realmente dónde estábamos son consideraciones que podían justificar un cierre corto, de dos semanas, sobre todo porque la economía británica podía asmilarlo. Y cuando digo economía no hablo en abstracto. Me refiero a los sectores vulnerables, a quienes la cuarentena afecta de manera desproporcionada. Dos o tres semanas en las que los niños no irían a la escuela y en las que los pequeños comercios no podrían pagar a sus trabajadores podrían haber estado justificadas. Pero acabamos de llegar a 100 días de cuarentena y los costos, particularmente para las personas desfavorecidas, son fenomenales y muy difíciles de justificar sobre la base del que creo que será el número final de muertos por esta pandemia.

Personal médico trabajando en una sala de Cuidados Intensivos con pacientes de COVID-19 en el Hospital Frimley Park en Surrey, Reino Unido, el 22 de mayo de 2020 (Steve Parsons/Pool vía REUTERS)
Personal médico trabajando en una sala de Cuidados Intensivos con pacientes de COVID-19 en el Hospital Frimley Park en Surrey, Reino Unido, el 22 de mayo de 2020 (Steve Parsons/Pool vía REUTERS)

—El estudio que lideró en la Universidad de Oxford proyectaba la posibilidad de que hasta el 68% de la población británica haya estado expuesta al coronavirus antes del establecimiento de la cuarentena. Con la información disponible hoy, ¿cree que realmente un porcentaje tan alto pudo haberse infectado?

—Sí, todavía creo que es una posibilidad. En parte porque estas epidemias son como caer en picada. Hasta qué punto esto se ve reflejado en los tests de anticuerpos es en lo que hemos estado trabajando desde que publicamos el modelo. Hemos tratado de remarcar que hay que salir a testear a la población, para ver qué proporción ha estado expuesta. Fui demasiado optimista al pensar que esos tests iban a darnos la respuesta, pero en parte porque lleva tiempo refinar estas pruebas para ver cuán sensibles son. Hemos estado haciendo esto, como muchos otros grupos.

Si hubiera sido como la peste bubónica, entonces una cuarentena larga quizás habría sido una respuesta apropiada

—¿Pero por qué considera que muchos de los tests de anticuerpos muestran porcentajes de inmunización tanto más bajos?

—Hay dos grandes factores. Uno es que parece que una parte de la población no desarrolla anticuerpos al virus. Pueden expulsarlo con respuestas inmunes de otro tipo, ya sea a través de las células T o de anticuerpos relacionados con otros coronavirus que están circulando. Y es posible que algunas personas consigan derrotar al virus con defensas primarias, de primera línea. Los niveles de anticuerpos que estamos viendo en distintos lugares son muy heterogéneos. Hoy vi un paper que mencionaba que en Nueva York hasta un 25% de la población los había desarrollado. En el norte de Italia, donde hubo tantas muertes, he visto reportes en los que llegaban al 60 por ciento. Pero también se ven ciudades en las que los niveles de anticuerpos son muy bajos. Lamentablemente, no podemos usar esa medida para descartar de manera concluyente que una gran proporción estuvo expuesta al virus. Pero hay otra parte de la ecuación que es cuánta gente necesita tener anticuerpos para que esto se vaya. Si se considera que quizás muchos de nosotros ya somos resistentes por respuestas inmunes preexistentes por la exposición a virus relacionados, esa fracción puede ser mucho más baja que algunos de los números que se han lanzado. La gente dice “Oh, no estamos ni cerca del 60% que necesitamos”. Bueno, eso es…

—Los números de la inmunidad de rebaño.

—Los números de inmunidad de rebaño, sí, que se han estado lanzando de manera bastante incauta.

Acabamos de llegar a 100 días de cuarentena y los costos, particularmente para las personas desfavorecidas, son fenomenales y muy difíciles de justificar sobre la base del que creo que será el número final de muertos por esta pandemia

—Usted ha dicho que no es posible calcular el número R, por el cual se estima la velocidad de propagación del virus, sin mayor conocimiento sobre la inmunidad. ¿Cómo funciona? ¿Y en qué indicadores sí es posible confiar para seguir el desarrollo de esta enfermedad?

—Lo que quise decir es que no estoy segura de si el número R es efectivo como una medida para saber si el virus se está propagando o no, y hasta qué punto es un riesgo. No creo que sea necesario tener una expresión tan compleja para calcularlo, porque es muy difícil hacerlo ante la falta de información sobre quién es inmune y sobre muchos de los otros parámetros. Michael Levitt (Premio Nobel de Química y una de las voces más activas en el debate científico en torno al coronavirus) dijo que, en vez de usar el número R habría que mirar la relación entre la cantidad de casos de ayer y los de hoy. Pero con la limitación de que los casos en sí mismos son contingentes a cuántos tests se realicen. Dada la incertidumbre en torno a los testeos, y a quiénes son inmunes y quiénes no, no creo que sea muy útil calcular el R, porque es muy difícil y porque heurísticamente es más sencillo fijarse si los números de muertes suben y bajan.

Sunetra Gupta, sobre sus diferencias con los libertarios

—Anteriormente mencionó este objetivo de proteger a los vulnerables. Es algo en lo que parecen estar de acuerdo todos los expertos alrededor del mundo, y sin embargo, nadie parece saber cómo. De hecho, lo que observamos es que en todos los países los vulnerables se han contagiado con COVID-19 y se han muerto en proporciones muy altas. Entonces, ¿cuál diría que es la forma de efectivamente proteger a este sector?

—Bueno, es difícil para mi decirlo porque no soy una especialista en sistemas de salud, y concuerdo en que proteger a los vulnerables es algo muy difícil de lograr. Pero creo que, en el pico de la epidemia, alguna medida drástica de confinamiento de los adultos mayores podría haber sido la única forma de mantenerlos a salvo, al menos para transitar el pico. Creo que cuando la epidemia llega y sabemos que va a matar a los vulnerables, fundamentalmente a los ancianos y a aquellos con comorbilidades, una forma posible sería protegerlos y que nosotros, o aquellos que no somos vulnerables ante esta enfermedad, tomemos el riesgo de infectarnos para volvernos inmunes. Porque la única forma de que los vulnerables puedan volver a salir es que el riesgo sea bajo, y hasta donde yo sé, la única forma de que esto suceda es que nosotros salgamos y tengamos inmunidad. Ha habido esta idea de que el confinamiento es una medida desinteresada o altruista, y en realidad creo que es igualmente altruista, sabiendo que el riesgo para uno no es tan alto, salir, arriesgarse, contagiarse e inmunizarse. Esa es la mejor manera de alcanzar una situación como la que tenemos con la gripe común, con la que siempre habrá un riesgo para los vulnerables, pero es un riesgo manejable.

Sabemos que este virus va a matar a los vulnerables, fundamentalmente a los ancianos y a aquellos con comorbilidades. Una forma posible sería protegerlos y que nosotros, los que no somos vulnerables, tomemos el riesgo de infectarnos para volvernos inmunes.

—En defensa de las cuarentenas, sin embargo, muchos argumentarían que aunque es cierto que las personas más jóvenes no corren tanto peligro, si salen podrían contagiarse y necesitar atención médica, y de esa manera terminar colaborando con el colapso del sistema sanitario, con sus consecuencias colaterales en los vulnerables. ¿Qué piensa de este argumento?

—Creo que eso, en efecto, podría haber ocurrido si estuviéramos ante una enfermedad que implicara muchas hospitalizaciones entre los jóvenes, y en ese caso, claro, podría haber un problema serio en relación al manejo de las internaciones, en la que tienes a los vulnerables, y también a la gente joven que no corre riesgo de muerte pero que sí es susceptible a la enfermedad. Pero eso no es lo que ha ocurrido aquí. Me parece que mayormente la gente de menor edad, cuando se infecta, no se enferma demasiado, y ciertamente no requiere hospitalización. Pero incluso con una situación de hospitalización, uno podría separar a los vulnerables de quienes padezcan la enfermedad pero no corran riesgo de morir.

—La Organización Mundial de la Salud advirtió la semana pasada que el COVID-19 podría seguir el camino de la Gripe Española, cuyos contagios decrecieron en el verano pero volvieron en el invierno en una segunda ola que mató a millones de personas en todo el mundo. ¿Podría ocurrir algo así ahora o, debido a que hay bastante gente inmunizada en los países en los que el COVID-19 golpeó con fuerza, no debería haber una segunda ola?

—No creo que sea tan dura. Creo que volverá en el invierno de nuestro hemisferio, que obviamente ya ha experimentado la primera ola. Pero sí, no creo que sea tan dura ni que sea un problema tan grande otra vez. Particularmente en las áreas en las que ya se esparció. Creo que lo que deberíamos hacer, si podemos -incluso usando una herramienta tan desafilada como los test de inmunidad- es mapear en una escala fina todas las regiones, como para tener una idea de en qué lugares ha estado el virus y en cuáles aún no. Y quizás esa sería una buena forma de redirigir los recursos para que cuando regrese, en invierno, podamos asegurarnos de que esas áreas en las que aún mucha gente es susceptible estén mejor cubiertas.

Un donante de plasma en el hospital estatal del Instituto de Ciencias del Hígado y la Bilis (ILBS), en Nueva Delhi, India, el 2 de julio de 2020 (REUTERS/Anushree Fadnavis)
Un donante de plasma en el hospital estatal del Instituto de Ciencias del Hígado y la Bilis (ILBS), en Nueva Delhi, India, el 2 de julio de 2020 (REUTERS/Anushree Fadnavis)

—Usted nació en la India, donde los números de contagios y muertes por COVID-19 están todavía en aumento, y donde la respuesta del gobierno también fue un confinamiento estricto. ¿Está siguiendo los eventos allí? ¿Qué es lo que más le preocupa de lo que está pasando?

—Bueno, para empezar, lo que más me preocupaba de la India era la perspectiva del confinamiento. Porque la idea de imponer una cuarentena en una población que está tan empobrecida, con tantos trabajadores migrantes, que podían perder cualquier posibilidad de alimentarse, me parecía realmente inconcebible. Y después, cuando leo las noticias como, por ejemplo, la de una mujer de 90 años que se fue caminando desde Delhi hasta Rajasthan (unos 400 kilómetros de distancia) porque ya no podía vender los pocos juguetes que vendía para comer, lo siento más allá de lo desesperanzador. Me parece que los costos del confinamiento en un lugar como la India serán extremadamente problemáticos. Entonces esa es una de las razones por las que yo decidí que tenía que decir algo. Luego el país avanzó sobre el confinamiento y ahora está saliendo del mismo, y casualmente hoy temprano hablé con un periodista en Delhi, y bueno, India es un país enorme, entonces hay regiones en las que el virus seguramente ya llegó y se fue, y hay regiones en las que seguramente esté golpeando ahora, y hay casos, hay muertes, y probablemente haya aún más muertes.

—Los grupos libertarios ganaron mucha visibilidad estos meses por su oposición a la cuarentena, al punto de que casi todas las personas que critican esta estrategia son asimiladas a ellos por quienes la defienden, que argumentan que sin confinamiento los principales afectados por el COVID-19 serían los más pobres. ¿Por qué sus cuestionamientos son diferentes a los de estos grupos?

—Bueno, esa es una pregunta muy importante, porque realmente es muy doloroso y a mi en lo personal me conflictúa un poco ser equiparada con estas retóricas libertarias, individualistas y enfocadas en “mi derecho” a no cumplir la cuarentena. La diferencia principal es que mis motivos para rechazar el confinamiento son absolutamente comunitarios, no individualistas. Creo que la gente que ha alimentado este mensaje de que las cuarentenas son la respuesta comunitaria, que son la forma de proteger a los vulnerables, pierde de vista que en esos discursos hay una ausencia de la profundidad de los costos del confinamiento. Además, no habría que estar pensando el problema en términos nacionales. Hay algunos países en los que los cierres estuvieron bien, y pueden vivir con eso, pero globalmente creo que son desastrosos. Y creo que pedirle a alguien en un asentamiento informal que se encierre y que resigne hacer actividades que, como dije, en muchos casos apenas le proveen lo básico para sobrevivir, es indignante. Entonces, creo que pensar que el confinamiento es la respuesta comunitaria es una forma graciosa de ver el problema, ya que este punto de vista ignora completamente que hay muchísima gente en este planeta que no tiene forma de sostener esta estrategia. Este es un aspecto de la cuestión.

Mis motivos para rechazar el confinamiento son absolutamente comunitarios, no individualistas. Hay algunos países en los que los cierres estuvieron bien, y pueden vivir con eso, pero globalmente creo que son desastrosos.

—¿Y el otro?

—Y el otro aspecto es que, como ya dije, la forma en la que nosotros tenemos que vivir con las enfermedades infecciosas es adquiriendo algún nivel de inmunidad, que no permite erradicarlas, pero que permite que el riesgo sea lo suficientemente bajo como para poder manejarlo. Es prácticamente nuestra única opción. Porque este virus viene demostrando que probablemente sea uno de esos patógenos de los que no nos vamos a deshacer tan fácilmente. Entonces tenemos que encontrar una manera de vivir con esto, y en ese sentido la única forma es el contrato social entre aquellos que no son vulnerables y quienes lo son. Como dije, asumir el riesgo de adquirir inmunidad, para que baje el peligro de la enfermedad hasta el punto en que sea seguro para los vulnerables volver a salir. Por eso, creo que todos los argumentos que tengo en contra de los confinamientos tienen que ver con los efectos que tienen sobre los no privilegiados, y también con una responsabilidad con los vulnerables, que es adquirir la mayor inmunidad posible. Es un mensaje muy diferente al de los libertarios, que simplemente andan diciendo “es mi derecho salir y hacer lo que quiera, no usar máscaras faciales y no cumplir con las normativas”.

Sunetra Gupta, sobre la dimensión estética de la pandemia

Una cosa llamativa es que a pesar de que la pandemia es un evento de tanta magnitud que afecta a muchas esferas sociales, en la mayoría de los países se está abordando casi exclusivamente desde una perspectiva sanitaria. Dado que usted es una persona que a lo largo de su carrera ha logrado trascender los límites disciplinarios, yendo de la literatura a la epidemiología, ¿por qué cree que prima esta mirada tan unidimensional? ¿Y cuáles son las consecuencias de esto?

—Exactamente. Me ha sorprendido mucho que la pandemia sea vista exclusivamente desde ese punto, cuántas muertes, cuarentena sí o cuarentena no, qué hacemos para mantener la tasa de contagios baja, y demás. Y yo he dicho públicamente con frecuencia que me niego a participar de cualquier discusión que no involucre las otras dimensiones del problema. Por supuesto, la dimensión socioeconómica de la que hablamos previamente es para mi primordial y lo fue cuando yo y mi grupo de investigación presentamos ese trabajo en el que incorporábamos otros escenarios. Pero hay una tercera dimensión que es la dimensión estética, y que nos abre una pregunta sobre cómo queremos vivir nuestras vidas. Obviamente estoy observando con horror cómo el teatro, el cine, la ópera, todas estas actividades -y entiendo que estoy refiriéndome a un alto nivel estético, quizás- están tan en peligro por lo que estamos haciendo. Pero también me refiero a una interacción social normal, a las formas en las que aprendimos a ser amables con el otro. Si le estamos pidiendo a los niños de cinco años que se mantengan a cinco metros de los demás, eso va en contra de un principio estético fundamental, y nos interroga sobre cómo queremos vivir nuestras vidas. Por eso creo que la forma en la que hemos manejado esta pandemia hasta ahora ha sido muy unidimensional, y lo encuentro terrorífico.

Pedirle a alguien en un asentamiento informal que se encierre y que resigne hacer actividades que apenas le proveen lo básico para sobrevivir, es indignante

—¿Cree que específicamente la literatura tiene algo que aportar en relación a todo lo que estamos viviendo?

—Bueno, por supuesto, hay libros maravillosos que han usado la condición de una pandemia como una especie de punto de partida porque representa un desafío a la forma en que las cosas venían funcionando. Quizás el más famoso por supuesto es La peste, el libro de (Albert) Camus sobre la plaga, que tiene esta hermosa línea al final en la que dice que el doctor mira alrededor y todos están felices porque la plaga se terminó, pero él dice, esencialmente, que sabe algo que la población no sabe pero que podría saber. Es interesante que diga esto, que es que podrían saberlo si quisieran porque está en los libros de texto. Y es que el bacilo de la peste -y esto es una metáfora- permanece oculto en el lino, en las alacenas, en todo tipo de lugares ordinarios, pero que podría en cualquier momento salir nuevamente tanto para causar angustia como para iluminarnos. Estas cosas causan angustia, pero quizás también nos iluminan y nos esclarecen en la medida que nos plantean preguntas existenciales, que muestran que en nuestra vida cotidiana frecuentemente nos volvemos bastante presumidos. Entonces, esto vino a perturbarnos, y como cualquier perturbación, tiene sus efectos, como pausarnos y hacernos reflexionar sobre cómo queremos vivir la vida.

—¿Y qué cree que nos dice esta perturbación causada por el COVID-19 sobre el estado de la humanidad?

—Creo que ha mostrado que existen altos niveles de individualismo, que están queriendo ser pasados por altruismo. La gente está confundida, creyendo que tiene una actitud comunitaria o altruista cuando en realidad mucho de lo que sucede actualmente refleja muchísimo individualismo. Por ejemplo, la gente habla de la epidemia o la pandemia, incluso cuando por definición es un problema global, en términos nacionalistas, hace un análisis de lo que cada nación hace o no. Entonces se escuchan cosas como “Brasil ahora tiene más casos que el Reino Unido”, y yo pienso ¿Brasil? ¿Cómo se puede comparar así a Brasil con el Reino Unido? Y después por ejemplo hay gente que habla de la segunda ola en los Estados Unidos, pese a que los nuevos contagios están ocurriendo en regiones completamente diferentes que a la supuesta “primera ola” en el noreste del país. Entonces ha emergido este nacionalismo muy peculiar, incluso estos discursos que se congratulan de haber mantenido fuera el virus en Nueva Zelanda. Es una especie de falsa sensación o falso sentido, una especie de espíritu evangélico, de decir “esta es la forma correcta de hacer las cosas”. Incluso la forma en la que el virus presuntamente ha sido “combatido”, los términos de “combate”, la idea de que vamos a “derrotar al virus”, sacárnoslo de encima. Creo que eso habla de una falta de comprensión sobre cómo en efecto convivimos con las enfermedades contagiosas en la actualidad. Y también una falta de comprensión sobre cómo podría funcionar un verdadero contrato social, sobre qué es lo que realmente deberíamos hacer para cuidar y proteger al resto de los seres humanos.

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