El Covid-19 provocó en la India el segundo éxodo masivo más grande de su historia. Al menos la mitad de los 100 millones de trabajadores migrantes del país dejaron las grandes ciudades donde laboraban para regresar a sus pueblos y villas rurales. Fue un acto desesperado después de semanas sin recibir un salario por el cierre de las fábricas, comercios y otros lugares donde se ganaban la vida. Para entonces, el primer ministro Nerendra Modi, ya había ordenado el paro total del transporte. Millones decidieron caminar. Algunos cubrieron hasta 500 kilómetros. Miles murieron en el intento.
El diario The Indian Express cuenta la historia de Mamta, una operadora de una fábrica de automóviles de Gurgaon, en las afueras de Delhi, que caminó junto a su marido y sus cuatro hijos casi 200 kilómetros para llegar a su pueblo de Sidamai en Uttar Pradesh. “Fue mucho más terrible de lo que suponíamos. Nos llevó tres días llegar. Y eso porque nos subimos a un camión que nos adelantó varios kilómetros. Caminábamos toda la noche y descansábamos de día. Pero teníamos que cargar a nuestro hijo Sumit, de 8 años, que no puede caminar. Y apenas tenía una docena de puri (pan frito) que hice antes de salir con un poco de harina que nos había quedado. Pero nada más. Y llegamos a la casa de mis padres sin nada. Nos ayudaron unos vecinos”, cuenta Mamta. “Ahora no sé si voy a regresar a Delhi. Creo que va a ir mi marido apenas abra la fábrica, pero nosotros nos vamos a quedar acá hasta que él pueda cobrar algo de dinero y pagarnos un pasaje por tren”, agrega.
La medida decretada por Modi en marzo fue draconiana. El transporte se detuvo por completo cuatro horas después de su anuncio. Esto, frizó la economía que por primera vez en 11 años no va a crecer; tendrá números negativos. Un golpe muy duro para esta nación de 1.300 millones de habitantes que necesita desarrollarse permanentemente para poder alimentarlos. Los números oficiales dicen que India tiene hasta ahora 500.000 contagiados y 15.000 muertos. Pero son apenas números sin mayor sentido. Las cifras reales son mucho más abultadas. Pero nadie tiene la capacidad de contar a las víctimas en un país tan extendido, con una enorme población rural y cientos de millones de personas en movimiento. Un buen ejemplo de lo que sucede es el caso de Rama, un vendedor ambulante de Mumbai de 45 años que contrajo coronavirus y fue al hospital municipal más cercano. Esperó casi un día entero a que lo atendieran, pero le dijeron que no tenían más camas. Caminó y pasó por otros dos hospitales donde tenían la misma situación. Volvió al refugio donde vivía junto a varios otros buscavidas de la calle, sólo para morir al día siguiente. Sus compañeros se lo contaron a un primo con el que se veía de vez en cuando y éste caminó hasta su pueblo para comunicárselo a la familia. El cuerpo fue quemado sin ninguna ceremonia y sus cenizas jamás llegaron a ser esparcidas en el Ganges. Tampoco nadie lo registró como una víctima.
El país, ya se está abriendo a pesar de que los contagios aumentan día a día. Pero el hambre es aún peor que el yunque que dicen sentir los enfermos sobre sus pechos y el ardor insoportable de sus pulmones. Las dos terceras partes de los trabajadores indios perdieron sus trabajos y la legislación no los protege para nada. La tercera parte restante, vio recortado su salario en más de un 60%. De acuerdo a una encuesta realizada por la Azim Premji University en los cuatro estados más poblados del país, el 80% de las familias dicen haber recortado los gastos en alimentos. El FMI pronosticó para este año una pérdida del 4,5% del PBI.
Ahora, con el levantamiento de las restricciones, la estación de autobuses de Anand Vihar, en Delhi, vuelve a ser un pandemonio de gente. Y de contagio. Los autobuses con capacidad para 100 personas llevan hasta 200, con muchos viajando colgados de los pasamanos o en el techo. Son los trabajadores que regresan y los que recién ahora pueden irse. Entre ellos, Fulendra Kumar, que salió de la ciudad industrial de Ludhiana en Punjab, y todavía tiene que hacer dos días de viaje para llegar a Bihar, en la frontera con Nepal. “La fábrica de repuestos para autos va a permanecer cerrada hasta que vuelva la demanda. Trabajamos un poco durante la cuarentena, pero ya no había lugar donde apilar las piezas. Así que me voy a mi pueblo. En Ludhiana no iba a poder aguantar. El alquiler es muy caro”, explica Fulendra al Indian Express. Apenas unas horas más tarde, Fulendra recibió un mensaje de la empresa pidiéndole que vuelva a su puesto de trabajo. El gobierno de Modi está ahora rogando a los trabajadores migrantes que regresen a las ciudades para poner la economía en marcha. Vikram Patel, uno de los directores del Harvard T.H. Chan School of Public Health, es muy crítico de las medidas que se tomaron en su país. “Se negó el derecho de la gente a movilizarse cuando el nivel de contagios era muy bajo y ahora liberan todo cuando la epidemia está en su esplendor”, dice Patel. “No me puedo imaginar una política sanitaria más desquiciada”.
India ya vivió un traumático éxodo masivo con la Partición de 1947, cuando se dividió el territorio y se creó Paquistán. Según las Naciones Unidas, fue la mayor migración masiva en la historia de la humanidad. Catorce millones de desplazados. Dos millones de muertos. La tragedia está muy fresca en la memoria de indios y paquistaníes. Y las imágenes de cientos de miles de personas caminando a la vera de las rutas en las últimas semanas recordaron aquel duro acontecimiento. “India es un país de grandes migraciones internas. Las ciudades como Mumbai o Delhi o cualquiera de las que crecieron enormemente en los últimos años es porque atraen a millones de personas en busca de un trabajo y un sustento. Esta pandemia hizo que este proceso natural de gente moviéndose por el país, estallara de pronto y lo natural pasó a ser extraordinario y trágico. Nos llevó la imaginación a las fotos que vimos en los manuales de historia por muchos años, las de la violencia y el éxodo de la Partición”, explica la historiadora Mamata Jaishankar.
Claro que no hay pandemia que vaya a detener las celebraciones religiosas en la India. Esta semana se celebrará en la ciudad costera de Puri, del estado de Odisha, el festival en honor a la deidad de Jagannath. Allí se concentran cada año al menos un millón de personas y las celebraciones duran toda una semana. La Corte Suprema de Justicia india había prohibido la aglomeración, pero las presiones del gobierno de Modi hicieron revertir la medida y apenas impuso algunas restricciones que nadie sabe si se van a cumplir. Muchos de los trabajadores que huyeron de la pandemia en las grandes ciudades van a ir a rezar una plegaria a esos templos antes de regresar. India vive de tradiciones demasiado arraigadas como para dejarlas de lado por un virus . Y ni Yamraj, el dios hindú de la muerte, parece tener la fuerza para detenerlos.