La muerte de una conocida activista egipcia desató una ola de indignación y dolor en todo el mundo, y volvió a poner bajo la lupa la discriminación que sufre la comunidad LGBTI+ en la nación árabe.
Sarah Hegazi, de 30 años, fue encontrada muerta el pasado domingo en su apartamento en Toronto, Canadá, país que le otorgó asilo a principios de 2018. Unos meses antes, había sido arrestada y torturada por enarbolar una bandera arcoíris, símbolo de la comunidad LGBTI+, durante un concierto en El Cairo. Ese gesto marcó el comienzo de su calvario.
En una breve y conmovedora nota escrita a mano, rogó a sus tres hermanos y sus amigos que perdonaran su accionar. “La experiencia ha sido dura y soy demasiado débil para resistir”, escribió.
“Sarah pagó el precio por sus preferencias sexuales y defender los derechos de las víctimas de abuso sexual”, dijo su abogado Ali el-Halawany en una publicación de Facebook.
El caso
Todo comenzó en septiembre de 2017. En El Cairo había mucha expectativa por el recital de la banda libanesa Mashrou ‘Leila. Es la banda más famosa de Oriente Medio, seguida por miles de jóvenes en todo el mundo árabe. La cita era muy esperada especialmente por los miembros de la comunidad LGBTI+: Hamed Sinno, el cantante y líder de la banda, considerado algo así como el Freddy Mercury árabe, es gay. Y, al igual que sus compañeros, defiende abiertamente los derechos de la comunidad gay.
Pero el recital también despertaba inquietudes: las autoridades vigilarían de cerca lo que ocurriera sobre el escenario y entre el público, en el marco de una campaña de arrestos y enjuiciamientos contra cientos de personas por su orientación sexual e identidad de género, emprendida por el régimen de Abdel Fattah al-Sisi desde 2013.
Sarah estaba ahí, bajo el escenario en el parque de la universidad Al Hazar, escuchando las palabras liberadoras de Hamed Sinno: “¡Dile que todavía estamos en pie!/ ¡Dile que estamos resistiendo!/ ¡Dile que todavía tenemos ojos para ver!/¡Dile que no tenemos hambre!”.
Hegazi había guardado en su bolsillo la bandera símbolo de las personas gays, lesbianas, bisexuales y transgénero. Un amigo la fotografió sonriente mientras, junto a otras decenas de activistas, agitaba el símbolo arcoíris. Una imagen que en pocas horas circulaba sin freno en las redes sociales.
En una entrevista posterior con Deutsche Welle, Hegazi contó que ese momento había sido de gran alegría y liberación para ella: “Me estaba declarando en una sociedad que odia todo lo que es diferente de la norma”.
Pero ese concierto y esas banderas causaron alboroto en Egipto. Una tormenta de indignación estalló en las redes sociales y fue amplificada por los medios del país. Las redadas policiales siguieron. Al menos 75 personas fueron acusadas en los días inmediatamente posteriores al recital y decenas de ellas sentenciadas de uno a seis años de prisión, en la que se considera la mayor ola de represión contra la comunidad LGBTI+ en Egipto.
Hegazi fue la única mujer detenida, según informes de prensa. Tras su arresto, fue llevada a un centro de detención dirigido por la Agencia de Seguridad Nacional, el servicio secreto interno egipcio.
“Cuando me arrestaron en mi casa frente a mi familia, un agente me preguntó qué pensaba de la religión, por qué no llevaba el velo y si era virgen o no. El agente me vendó los ojos en el auto que me llevaba a un lugar que no tenía que reconocer”, contó en un artículo que escribió para el medio independiente Mada Masr en 2018.
Le pusieron un trozo de tela en la boca y la torturaron con descargas eléctricas, según relató más tarde en varias entrevistas. Los carceleros también instigaron a otras prisioneras a agredirla verbal y sexualmente. Permaneció en confinamiento solitario por días.
Hegazi también relató el interrogatorio al que fue sometida, al que calificó como “una muestra de ignorancia”. La retaron a probar que la homosexualidad no era una enfermedad. “Uno de los carceleros comparó el comunismo con la homosexualidad”, escribió en Mada Masr. “En otra ocasión preguntó sarcásticamente por qué los homosexuales no se acuestan con niños o animales”.
La tortura continuó en la prisión de Qanatir, al norte de El Cairo. Tras esa experiencia, Hegazi escribió que había perdido “la capacidad de establecer contacto visual directo con las personas”.
Permaneció en prisión durante tres meses hasta enero de 2018, cuando salió bajo fianza gracias a la presión de la comunidad internacional. Pero comenzó a sufrir de depresión, fue despedida del trabajo y repudiada por algunos miembros de su familia.
Fuera de la prisión, siguió siendo atacada por su gesto, por su orientación sexual y por sus ideas. Los mensajes de odio y amenazas de muerte se multiplicaban, dijo Mostafa Fouad, su abogado y amigo. Los líderes religiosos la acusaban de promover valores “inmorales”, contrarios al Islam.
Temiendo que pudiera ser arrestada nuevamente, se escapó a Canadá, donde se le concedió asilo político.
Hegazi nunca superó el trauma de esos meses en prisión. “Incluso después de mi liberación, todavía tenía miedo de todos, de mi familia, amigos y de la calle. El miedo ha tomado la delantera”, escribió.
Poco después de partir hacia Canadá, su madre murió y la salud de Hegazi se deterioró: sufrió ansiedad y ataques de pánico, comenzó a tartamudear e intentó suicidarse dos veces.
Sus últimas palabras las guardó para sus detractores. “Al mundo”, escribió, “has sido muy cruel, pero te perdono”.
Un régimen que persigue a las minorías
Las últimas palabras de Hegazi han causado impacto en Egipto. En las redes sociales, muchos reemplazaron sus fotos de perfil con banderas arcoíris. Otros, no obstante, continuaron denunciando su activismo y afirmaron que merecía morir.
Lo cierto es que la muerte de Sarah Hegazi es solo la consecuencia más reciente de una serie de abusos cometidos por el régimen de Abdel Fattah al Sisi, que desde 2013 gobierna el país con puño de hierro, limitando la libertad de sus ciudadanos y persiguiendo a las minorías.
En Egipto, la ley no prohíbe la homosexualidad, pero las autoridades recurren a diversas normas para condenar a quienes adoptan comportamientos definidos como “desviados”, “inmorales” o “contra la naturaleza”. Amnistía Internacional acusó al gobierno de “oprimir” y causar sufrimiento a Hegazi hasta llevarla al suicidio. En los últimos años, varios informes de ONGs han documentado las prácticas adoptadas por las autoridades egipcias para reprimir el comportamiento homosexual, que incluyen violencias, violaciones y humillaciones colectivas.
Para descubrir y arrestar homosexuales, agentes encubiertos se infiltran en las aplicaciones de citas. Otros son detenidos en cafés o en las calles sobre la base de su apariencia. Los conciertos también son algunos de los eventos que las autoridades controlan de cerca.
A pesar de la presión internacional, las autoridades egipcias han rechazado las recomendaciones para poner fin al uso de medidas policiales para atacar a las personas sobre la base de su orientación sexual e identidad de género.
“El gobierno egipcio se niega a reconocer la existencia de personas lesbianas, gays, bisexuales y transgénero, ignorando su responsabilidad de proteger los derechos de todos”, dijo Rasha Younes, una investigadora de Human Rights Watch en temas LGBT+.
“En Egipto, toda persona que no sea hombre, musulmán, sunita, heterosexual y partidario del sistema, es rechazada, reprimida, estigmatizada, arrestada, exiliada o asesinada”, escribió por su parte Hegazi.
La activista acusó no sólo al régimen de Abdel Fattah al Sisi, sino también a la Hermandad Musulmana, a los salafistas y a los extremistas en general: “Al final estuvieron de acuerdo con el poder dominante: tenían la misma posición hacia nosotros . Estaban de acuerdo sobre la violencia, el odio, el prejuicio y la persecución. Sólo nos dio una mano la sociedad civil, que hizo su trabajo a pesar de las restricciones opresivas del estado en sus actividades”.
Hamed Sinno, el cantante abiertamente gay de Mashrou ‘Leila, comentó la muerte de Hegazi con palabras muy duras: “Una vez, engañado por mi optimismo, honestamente creí que la música podría cambiar el mundo. Pensé que otros entenderían que soy humano. Que somos humanos. A mi joven seguidor LGBT+ le digo: eres una criatura de Dios, tanto como cualquier otra persona. Eres perfecto. Eres hermoso. Eres amado. Mereces más. A todos los demás, los dejo con las últimas palabras de Sarah: “El cielo es más dulce que la Tierra y yo necesito el cielo, no la Tierra”.
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