China aún no resolvió la crisis del coronavirus en su territorio, pero ya se siente ganadora en el “ranking global” de manejo de la pandemia y en la confrontación por quién va a liderar la revolución científica y tecnológica que marcará la segunda mitad del siglo XXI. Y esta “soberbia” está llevando al gobierno de Xi Jingping a cometer errores y arriesgar demasiado para imponer su mano de hierro en lo que considera “mi mundo”. Se enfrenta a India por un territorio en Cachemira, borra la autonomía de Hong Kong, arma islas artificiales para bases misilíticas y toma otros territorios en el disputado Mar de la China, se enfrenta a Estados Unidos en una dura guerra comercial, amenaza con invadir Taiwán y lanza un ciberataque contra Australia. China se expande a los manotazos.
Mientras la administración de Donald Trump parece estar renunciando al liderazgo global, el régimen de Xi Jingping aparece muy complacido en ocupar el sitio que su rival está dejando. La pandemia del coronavirus reforzó la impresión general de que Estados Unidos es una superpotencia decadente, próxima a ser suplantada por una China estratégicamente hábil y económicamente dinámica. La vieja historia del ascenso y la caída de las grandes potencias parecería que tiene un nuevo capítulo, escrito ahora por un virus.
A pesar de que todavía la economía americana sobrepasa a la china y sigue siendo mucho más sólida y estable , el Politburó chino consolida su comercio global e intenta por todos los medios mostrar una cara amable ante el mal humor trumpista. Y lo hace jugando principalmente dentro del marco de normas diseñadas por Estados Unidos como gran arquitecto del orden mundial tras la Segunda Guerra Mundial. El mismo día que Donald Trump enviaba una carta a la Organización Mundial de la Sauld (OMS) criticando duramente su gestión de la pandemia y amenazando con retirar su financiación, el presidente chino fue uno de los pocos jefes de Estado que participó en la apertura de la asamblea anual de la organización. En su intervención, Xi Jinping agradeció y alabó la gestión de la OMS y subrayó la importancia del multilateralismo.
“La gran paradoja es que China está teniendo éxito porque avanza respetando las leyes impuestas por Washington”, sostiene Kishore Mahbubani, en su libro “Has China won? The Chinese challenge to American primacy”. “Un ejemplo concreto: el hombre que salvó a China fue Den Xiaoping en 1979. Se adaptó al sistema de libre mercado y este sistema es un regalo de EE.UU. al mundo. China fue un paso más allá y se unió a la Organización Mundial del Comercio (OMC) aceptando las estrictas condiciones impuestas por Estados Unidos”, añade Mahbubani, un diplomático de Singapur que llegó a ocupar la presidencia del Consejo de Seguridad de la ONU.
Fue Richard Nixon el que hizo entrar a China en el sistema internacional con un trabajo que le llevó desde 1967 hasta 1972. “Simplemente no nos podemos permitir dejar a China para siempre fuera de la familia de las naciones”, dijo en ese momento el entonces presidente estadounidense. El ideólogo del acercamiento fue su secretario de Estado, Henry Kissinger. Y después de varios viajes secretos, comunicaciones indirectas a través de otros países y una exhibición de ping pong, la ONU reconoció a la República Popular de China en octubre de 1971. En febrero del año siguiente, Nixon hizo su visita histórica a Beijing. Aunque China era miembro fundador de las Naciones Unidas, hasta entonces el organismo reconocía sólo al gobierno de Chiang Kai-shek, replegado en la isla de Taiwán desde la victoria del Ejército Rojo de Mao Zedong en 1949.
A partir de entonces, China pasó de ser un paria internacional a consolidar y reforzar el sistema hasta convertirse en superpotencia. En el año 2000, la contribución de China al presupuesto general de la ONU era de 12 millones de dólares, equivalente al 1% del total. 20 años después, su aportación es de 367,9 millones (12%), lo que la convierte en el segundo mayor contribuyente. En el Consejo de Seguridad, China y Francia son los países que menos resoluciones bloquearon. De las 122 medidas que se vetaron entre 1971 y 2019 lo hizo14 veces (11,5% del total) mientras que Estados Unidos tiene el récord con 80 (65,5%). “China realmente cree en el multilateralismo. Tras 100 años de humillación entre 1814 y 1914, ahora su principal deseo es volver a recuperar su grandeza. Los chinos creen que fueron humillados porque se aislaron del resto del mundo. Ahora se abrieron y les va muy bien. Es normal que China diga ‘me encantan estas reglas’”, sostiene Mahbubani en su libro. Y Fareed Zakaria, autor de ‘The post-american World’, nos recordó en su artículo de la revista Foreign Affairs, que Beijing “no va a la guerra desde 1979; no utilizó fuerza militar letal en el extranjero desde 1988; y no financia o apoya a insurgentes armados desde principios de los 80”.
Todo ésto hasta los ptimeros días del 2020. La pandemia aceleró todos los procesos y entre ellos el del expansionismo chino. Es así como la última semana se enfrentaron soldados chinos e indios en la región disputada del valle de Galwan, en Cachemira. Los confusos reportes hablan de 20 efectivos indios muertos y otro número no determinado de chinos. A principios de mayo, la tensión aumentó en esa zona después de que los medios indios informaron de que las fuerzas chinas habían instalado tiendas, cavado trincheras y trasladado equipo pesado varios kilómetros adentro del territorio que India considera como propio. La acción se produjo después de que el gobierno de Nueva Delhi construyera una carretera para llegar a una base aérea que tiene entre las montañas de los Himalayas. Por debajo, está el conflicto del Tíbet. China rechaza de la relación entre el gobierno indio y el Dalai Lama, el líder espiritual tibetano que huyó a India tras el fallido levantamiento popular tibetano de 1959.
India y China comparten una frontera de 3.440 kilómetros. Desde los años 50, China se niega a reconocer la división diseñada durante la era colonial británica. En 1962, la disputa llevó a una breve, pero brutal guerra entre ambos países, que acabó con la humillante derrota india. Ahora, los enfrenta las aspiraciones de potencia que tienen ambos países. China favorece a Pakistán –tradicional rival de la India desde la Partición de 1947- con inversiones por más de 60.000 millones de dólares y trata de recortar la expansión comercial india en el sur asiático.
Los movimientos de la potencia asiática no son precisamente sutiles en el Mar de China Meridional. El Ejército de Liberación Popular (ELP) ya anunció que en agosto tomará posesión de la isla de Hainan, y posiblemente de las islas Pratas, controladas por Taiwán y que Beijing reclama como parte de su provincia de Cantón. El 18 de abril, China declaró el establecimiento de dos nuevos distritos administrativos: uno en las islas Spratly y otro en las Paracel. Situadas ambas en la misma zona del Mar de China Meridional, las Spratly están disputadas por China, Taiwán, Malasia, Filipinas, Vietnam y Brunéi; mientras que, las Paracel son reclamadas por China, Vietnam y Taiwán. Dentro de esta presencia en las áreas en conflicto, China movilizó en los últimos meses un número sin precedentes de helicópteros y naves del ejército y de la guardia costera a aguas de Malasia, Vietnam, Filipinas e Indonesia. Aunque Indonesia no mantiene ninguna disputa territorial con China, el vasto archipiélago protestó por la incursión ilegal de pesqueros chinos alrededor de sus islas Natuna a finales de marzo. A esto se suman las islas artificiales que viene construyendo desde hace cinco años Beijing para que sean territorio de apoyo a su expansión. Todas estas islas tienen un alto valor geoestratégico y económico. Sus aguas almacenan una gran cantidad de recursos naturales, sobre todo petróleo y gas. Por ellas circula, además, un tercio del tráfico marítimo mundial, y es una de las zonas del planeta con mayor riqueza ictícola.
Hace apenas unos días, el gobierno de Xi Jiangping terminó con la teoría de “una china, dos sistemas” diseñada por Deng Jiaping cuando Gran Bretaña devolvió la ex colonia de Hong Kong en 1997. La Declaración Conjunta Sino-Británica que gobernó la entrega de la colonia, dice que la forma de vida y el sistema capitalista de Hong Kong permanecerían sin cambios hasta 2047. Pero el mes pasado, la Asamblea Popular China (el congreso que responde a la línea marcada por el PCCH) aprobó un proyecto de ley de seguridad nacional que criminaliza efectivamente la disidencia contra Beijing en el territorio hongkonés y que se podría extender también a la otra pequeña región autonómica de Macao y a la isla de Taiwán. La nueva ley controla “la posible secesión, la subversión, el terrorismo y la interferencia extranjera” en la ciudad. Y, por sobre todo, fue aprobada para detener los disturbios antigubernamentales y la agitación prodemocrática que sacuden a Hong Kong desde hace más de un año.
La preocupación del movimiento pro democracia y la comunidad internacional está ahora centrada en Taiwán. La isla se encuentra a 120 kilómetros de la costa china a través del estrecho de Taiwán. Permanece fuera del control de Beijing desde hace más de 70 años, pero el gobierno central chino la considera una provincia renegada y siempre prometió establecer el régimen del partido comunista sobre la isla. Taiwán resistió todos los embates para la reunificación gracias al fundamental apoyo militar de Estados Unidos, aunque sin un reconocimiento oficial de su independencia. Pero ahora, Xi Jingping pareciera estar convencido de que es el momento de avanzar mucho más allá y de que la Administración de Trump no va a intervenir si el Ejército Rojo toma el control de Taiwán. El jefe del Estado Mayor Conjunto chino, el general Li Zuocheng, dijo la semana pasada que los militares “tomarán todas las medidas necesarias para aplastar decididamente cualquier complot o acción separatista” en Taiwán “si se pierde la posibilidad de una reunificación pacífica”.
El oscuro manejo de la información sobre el nuevo coronavirus, que permitió su rápida expansión por el mundo, le generó también a China graves problemas con otros dos importantes socios comerciales: la cercana Australia, que fue de los primeros países en exigir una investigación exhaustiva de cómo surgió el Covid-19 y el manejo de la crisis por parte de Beijing, y la Unión Europea, que no sólo se sumó a ese pedido de invesogación sino que, a través de su máximo órgano excuvitivo, acusó al régimen de Xi de montar una espectacular campaña de desinformación.
Pero en los últimos días se sumó aún más tensión en esos dos frentes: el gobierno de Camberra denunció que en el último mes estuvo bajo un ataque cibernético que, de acuerdo al Primer Ministro Scott Morrison “provino de un sofisticado sistema que sólo puede manejar un Estado”. Tres fuentes gubernamentales le confirmaron a la agencia Reuters que el “cyber attack” provenía de China y que probablemente estaban buscando información sobre el desarrollo de una vacuna para combatir el Covid-19 que se está desarrollando junto a laboratorios universitarios europeos.
En tanto que el viernes, el alto representante de la UE para la Política Exterior, Josep Borrell, pidió un “juicio justo” para el abogado chino de derechos humanos Yu Wensheng, sentenciado a cuatro años de prisión por “incitación a la subversión contra el Estado”. Las autoridades chinas detuvieron a Yu en enero de 2018, unos días después de que le retiraran la licencia para ejercer la abogacía por haber pedido públicamente una reforma para vivir “con libertad, democracia, derechos humanos y un Estado de derecho”.
China aprovecha el caos de la pandemia y se expande con su estilo de país monstruosamente enorme. Como un elefante, camina en forma lenta y segura hasta apoyar su enorme pata con la que deja la marca su huella imperial.
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