Todas los días, entre las dos y las siete de la tarde, las ondas de radio de la transmisión “Furosato no kaze”—viento desde la madre patria— cruzan las frías aguas del mar de Japón hacia la península coreana. Son los mensajes y las canciones que cientos de personas envían más allá del mar a sus familiares y amigos desaparecidos: los japoneses abducidos por Corea del Norte.
Entre los años 70 y el comienzo de los 80 un número aún desconocido de japoneses fue forzado a cruzar la estrecha porción de mar que separa el archipiélago japonés y la península norcoreana. Inmovilizados, encapuchados, los secuestrados eran transportados en un bote desde las playas de la costa norte de Japón hasta un barco más grande que proseguía el viaje hasta el hermético país vecino.
La historia de los secuestros norcoreanos, que suele perderse en el olvido por el paso del tiempo, volvió a estar bajo la lupa el viernes pasado, cuando murió Shigeru Yokota, padre de Megumi Yokota, una adolescente desaparecida en 1977, y figura de peso en la lucha por el retorno de los japoneses abducidos por Pyongyang.
Yokota luchó durante décadas por el retorno de su hija, raptada mientras volvía a su casa de la escuela secundaria en Niigata cuando tenía 13 años. Fue el día después de que le regalara a su padre un peine por su cumpleaños, un recuerdo que siempre llevaba consigo. El caso de Megumi fue el primero en el que se rastreó con certeza la red de operaciones de Corea del Norte en Japón.
En 1997, Yokota fundó un grupo con otros familiares de víctimas de secuestro y lo dirigió durante una década. Su sonrisa, la voz suave y la dignidad con la que afrontó su lucha por la verdad, lo convirtieron en el rostro de la campaña que finalmente obtuvo el respaldo del gobierno. Durante años, los Yokota han viajado a más de 1.400 eventos en todo Japón, reuniendo más de casi 13 millones de firmas para tratar de salvar a su hija y a las otras víctimas. La imagen de una adolescente de aspecto inocente con uniforme escolar se convirtió en el poderoso símbolo de su causa. Sobre ella se han escrito libros y se han hecho documentales, películas y hasta cómics manga.
Hasta entonces, y pese a las decenas de reportes de desapariciones en las ciudades costeras, la policía había tratado los casos como desapariciones comunes y las noticias se limitaban a unas pocas líneas en los diarios locales. Por su parte, el gobierno de Japón decía que no tenía forma de confirmar la responsabilidad norcoreana. Era una excusa para no enemistarse con el régimen y mantener abierto un canal diplomático no oficial. Hasta el día de hoy, el secuestro de estos ciudadanos es el principal obstáculo entre Tokio y Pyongyang para entablar relaciones diplomáticas.
Corea del Norte nunca dio explicaciones sobre los motivos de los secuestros, una práctica que se repitió con distintas modalidades en otras partes del mundo y de la que fueron víctimas ciudadanos de varios países.
Una parcial reconstrucción de las intenciones del régimen fue posible gracias a interrogatorios de agentes norcoreanos arrestados o desertores y al testimonio de los pocos devueltos, quienes revelaron un proyecto que buscaba reeducar y convertir en espías a los secuestrados. Cuando el proyecto fracasó, los cautivos se vieron obligados a enseñar japonés a espías norcoreanos y a ganarse la vida, casándose, teniendo hijos y haciéndose pasar por civiles norcoreanos en comunidades vigiladas conocidas como “Zonas exclusivas de invitación”, en las que la dictadura encierra a cualquiera que tenga acceso a información sobre el mundo exterior, ya sean espías, traductores o personas secuestradas.
Corea del Norte “creía que este plan ayudaría a convertir al resto de Asia y, eventualmente, al mundo, a la versión del comunismo de Kim Il-Sung”, escribió Robert Boyton en el libro The Invitation - Only Zone (2016), quizás la investigación más completa sobre el tema, basada en entrevistas a secuestrados, activistas, políticos y ex funcionarios del gobierno. El libro se centra especialmente en el caso de Hasuike Kaoru y su novia (que luego se convirtió en esposa) Yukiko Okudo, raptados en 1978 mientras estaban en la playa y devueltos a Japón en 2002.
Ese libro también relata la historia, llena de idas y vueltas, de la relación entre Japón y Corea del Norte, dos países que hasta los años 70 mantuvieron vínculos "más íntimos y complejos de lo que cualquiera de los dos quisiera admitir”, según Boyton. "Los secuestros son uno de los trágicos resultados de esto”, explica el especialista.
Sólo después de décadas de negación, y con su país al borde del colapso, el dictador Kim Jong-Il, padre del actual líder Kim Jong-un, admitió en 2002 el secuestro de trece personas y devolvió a cinco de ellos con la esperanza de recibir ayuda japonesa. Japón sostiene que Corea del Norte secuestró al menos a 17 personas, mientras que las organizaciones de familiares de las víctimas estiman un centenar de casos.
Tras los avances de ese año, durante el gobierno de Junichiro Koizumi, los esfuerzos para resolver los secuestros se han estancado, pese a que el actual primer ministro de Japón, Shinzo Abe, ha puesto el tema en el centro de su agenda política y ha exigido públicamente el regreso de los abducidos.
Por su parte, el régimen de Pyongyang asegura que el resto de los secuestrados murió y que varios de los desaparecidos nunca pisaron suelo norcoreano.
Megumi fue considerada una de las fallecidas. Corea del Norte dijo que se suicidó y en 2004 envió sus cenizas a Japón, pero las pruebas de ADN dieron resultado negativo. Su familia cree que aún sigue viva, al igual que otros secuestrados, cuyos certificados de defunción norcoreanos presentan todo tipo de irregularidades.
En 2014, los Yokota pudieron conocer a una hija que Megumi tuvo en Corea del Norte con un surcoreano también secuestrado. El encuentro fue pactado en Mongolia por los gobiernos japonés y norcoreano, pero Megumi no estaba allí. En caso de seguir viva, Megumi tendría hoy 55 años.
Los familiares de las víctimas, en tanto, siguen esperando nuevos indicios. A la mayoría, como a Shigeru Yokota, se les acaba el tiempo para volver a abrazar a sus seres queridos.
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