“Nada de cerveza a estas horas, no antes de las 11 de la mañana”. Después de casi tres meses cerrados, Bélgica reabrió este lunes sus bares y restaurantes a unos sedientos clientes que, sin embargo, esperaron un poco más para degustar uno de sus símbolos.
A primera hora, medio centenar de personas, entre parejas, viejos amigos, ancianos y trabajadores detrás de sus portátiles, se agolpa en la “Brasserie de la Union”, toda una institución en la popular comuna bruselense de Saint-Gilles.
Este “estaminet”, que posee una cerveza con su nombre, realiza el 60% de sus ventas gracias a esta apreciada bebida en Bélgica. Pero, mientras esperan a que toquen las 11 de la mañana, el café acompañado de las tradicionales galletas spéculoos es el protagonista.
“Tenía un poco de medio de la apertura. No soy un ‘gourmet’, pero trabajo el ambiente, la convivialidad. Tenía miedo de perder eso. ¿El resultado? Hemos sido invadidos”, se alegra el propietario Bart Lemmens, de 58 años.
El principal temor de Lemmens, cuyo negocio pudo librarse de la sombra de la quiebra pero tuvo que reducir el personal de 13 a 6, era tener que hacer de “policía” con los clientes para que respeten la distancia y las consignas de seguridad.
“Pero han sido geniales. Están con gente que conocen, llevan cuidado. Y todo se ha pasado bien”, asegura.
Con el tintineo de los vasos, las risas y el ruido del vapor de la máquina de café, la vida vuelve a la “Unión”, como si hubiera cerrado el día anterior.
“¡Hola jefe! ¿Podemos darnos un beso?”, pregunta un cliente al propietario. Una duda, una sonrisa y un beso en la mejilla, sólo uno, a la belga: “¡Vivimos peligrosamente!”.
En el centro de Bruselas, en la turística Grand-Place, Leve Steenbeke, un representante de cerveza de 27 años que toma un café mientras espera a hablar con el gerente, explica que algunos de sus amigos tienen miedo de volver al bar.
“Espero que en los bares y restaurantes todos mantengan la distancia y vuelvan a ir a los bares”, asegura a la AFP en esta plaza patrimonio de la humanidad, donde en la mañana los restaurantes se afanaban en instalar de nuevo sus mesas y sillas.
Otro lugar, otro ambiente en el barrio europeo, donde los establecimientos acogen sobre todo a la “burbuja” bruselense: trabajadores expatriados como funcionarios europeos, periodistas, lobistas.
Los restaurantes, que se mantienen sobre todo por los almuerzos, respiran. Pero se adaptan, como la “Casa Italiana”, un restaurante familiar que instaló paneles de plexiglás para aislar a los clientes.
En una zona comercial del barrio, el responsable del “Petit Paris” tiene más trabajo que nunca. “¡Estoy yo solo para servir!”, lamenta arremangado y con mascarilla.
Jacques, de 66 años, lo observa, feliz de “volver a ver gente”. “Lo echaba de menos”, asegura.
En este reino de 11,5 millones habitantes, el coronavirus mató a casi 10.000 personas, dejando en Bélgica uno de los ratios más altos de deceso por habitante. Todos los cafés, bares y restaurantes tuvieron que cerrar el 13 de marzo a medianoche.
A pesar de poder reabrir, no lo hacen todos. A algunos les sorprendió el anuncio del gobierno el pasado miércoles. Otros reorientaron su negocio para evitar la quiebra.
Para sostener el sector, el gobierno belga anunció el viernes una reducción del IVA al 6% hasta finales de año, salvo para las bebidas alcohólicas.
A las empresas se les incita también a conceder a sus empleados un “vale” de 300 euros (340 dólares) deducibles de los impuestos para gastar en los sectores más afectados por la pandemia, como el servicio de restaurantes.
Con información de AFP
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