La guerra civil en Libia no se detiene ni ante el coronavirus. Las milicias del Gobierno de Acuerdo Nacional (GNA), con sede en Trípoli, reconocido por la comunidad internacional, logró esta semana -gracias al apoyo de las tropas de Turquía-, hacer retroceder a las fuerzas del Ejército Nacional Libio (LNA) del mariscal Khalifa Haftar, el hombre fuerte del este del país que cuenta con el apoyo militar de Rusia. Y ambos bandos aprovechan la crisis sanitaria provocada por la pandemia para ganar posiciones y avanzar en los diferentes frentes de guerra.
Libia está reemplazando a Siria como el escenario bélico más peligroso del mundo. Hasta allí trasladaron sus disputas Rusia y Turquía, varios grupos extremistas islámicos conectados con el ISIS, los Emiratos Árabes y hasta algunos países europeos como Italia y Francia. La situación es tan grave que las Naciones Unidas asegura que Libia se está convirtiendo en "un campo experimental de toda clase de nuevos sistemas de armamento”, con potencias extranjeras dando apoyo militar y financiero a las facciones beligerantes y enviando armas y combatientes pese al embargo internacional.
El 19 de mayo, las milicias leales al gobierno del GNA, con el apoyo fundamental de las fuerzas turcas, recuperaron la base aérea de Watiya, en el suroeste de Trípoli, que llevaba cuatro años en manos del mariscal Haftar y es clave para dominar el oeste del país. Y la última semana forzaron el repliegue de los mercenarios rusos de la empresa Wagner, cercana al Kremlin. Pero Rusia dejó en claro que no iba a permitir que las fuerzas gubernamentales vayan más allá e intenten quedarse con la zona más rica en petróleo que domina Hafter. El Kremlin envió 14 cazabombarderos a la base aérea de Jufra, en el centro de Libia. Una movida que fue confirmada por el general Stephen Townsend, jefe del Comando Estadounidense en África. “Durante mucho tiempo Rusia negó el alcance de su compromiso en el actual conflicto libio. Bien, ya no puede negarlo”. Townsend sostuvo que ni las tropas de Hafter ni los mercenarios de Wagner pueden “armar, tripular y mantener” estos aviones sin la ayuda de un Estado detrás de ellos. A su vez, esto implica un cambio de posición de Estados Unidos. Hace un año el propio presidente Donald Trump había llamado al mariscal Hafter para darle su apoyo. En los últimos meses pasó a criticarlo por su relación con Moscú.
Algunos diplomáticos europeos creen que en realidad hubo un acuerdo entre Vladimir Putin y su par turco, Recep Tayyip Erdogan, para que sus hombres no se enfrenten directamente en el terreno libio. Ya tenían un arreglo similar en Siria. Los turcos, con apoyo financiero de Qatar e Italia (la ex potencia colonial en Libia), se quedan con Trípoli y dando el apoyo al gobierno del primer ministro Fayez al Sarraj. Y los rusos, junto a milicias solventadas por los Emiratos Árabes, Jordania, Egipto y Francia, continúan sosteniendo al mariscal Hafter y custodiando los pozos de crudo del noroeste, en el denominado “Creciente Petrolero”. Libia está en una inmejorable posición con sus riquísimos recursos de petróleo y gas. Se encuentra frente a Europa, apenas cruzando el Mediterráneo y sus cargueros no tienen que hacer ningún largo viaje por el conflictivo Canal de Suez. El gobierno de Al Sarraj controla los puertos y los principales oleoductos, mientras que Hafter tiene los pozos más productivos.
En enero, hubo en Moscú una negociación entre las partes en conflicto para llegar a un alto al fuego y un acuerdo de paz. Pero fracasó. Hafter pegó un portazo y se volvió a Libia sin avisar. Algo que, de acuerdo a la prensa rusa, ofendió profundamente a Putin. Y desde entonces, también hay rumores de que Rusia está haciendo su juego sin importarle mucho lo que haga el mariscal. También, se especula con que la retirada de los mercenarios de Wagner, la empresa del oligarca Yevgeni Prigozhin, conocido como “el cocinero de Putin”, tuvo que ver con la falta de pago de varias facturas emitidas por los servicios prestados.
Mientras tanto, los seis millones de libios que sufren la guerra desde hace nueve años tras la caída del general Muammar Gaddafi, se encuentran a merced de la pandemia de coronavirus. Se cree que hay cientos de miles de contagiados pero no se puede dimensionar el problema sanitario porque la mayor parte del país está fuera del alcance de cualquier sistema de salud. Antes de la aparición del coronavirus, un millón de personas requerían asistencia del Comité Internacional de Cruz Roja (CICR). Solo en Trípoli, con 150.000 desplazados por los combates, 13 centros sanitarios se encontraban cerrados antes de la Covid-19 y medio millón de personas necesitaba ayuda médica urgente, según cifras de la ONU. “El sistema de sanidad libio ya estaba quebrado antes de la aparición del Covid-19”, explicó Willem de Jonge, el jefe de operaciones del CICR en Libia en una entrevista con la AFP. “Y muchos de los médicos que tendrían que estar recibiendo entrenamiento y formación sobre los protocolos de prevención del coronavirus se encuentran en el frente atendiendo a los heridos en los combates. Los hospitales ya están saturados con los heridos de guerra, así que su capacidad para recibir pacientes con Covid-19 es muy limitada”, agrega De Jonge.
Las informaciones que llegan desde Bani Walid, una ciudad a 170 kilómetros al sudeste de Trípoli, donde en estas horas se libran combates, hablan de milicianos contagiados con el virus y de otra situación aún más complicada como es el uso de armas químicas, así como la prueba de otro tipo de pertrechos desconocidos hasta el momento. El ministro del Interior del gobierno de Trípoli, Fathi Bashagha, informó que un grupo de combatientes fueron afectados por gas nervioso en el área de Salahadin, durante los combates en las puertas de la capital. Por su parte, el portavoz del LNA, Ahmed al Mismari, acusó al GNA de “crímenes de guerra” cometidos por sus milicias en el asalto, la semana pasada, de las ciudades de Surman y Sabrata. “En algunos suburbios de Trípoli se está usando un lanzallamas RPO-A, con un tipo de sistema termobárico. También hemos visto el accionar de drones suicidas cargados con explosivos que lanzan contra las tropas enemigas provocando un número muy grande de bajas”, informó la enviada especial de la ONU, Stephanie Williams. “Son sólo dos ejemplos de los sistemas terroríficos que están siendo desplegados en áreas urbanas, lo cual es completamente inaceptable”, añadió.
La última gran batalla de este fin de semana fue por el control de Tarhuna, una ciudad que se encuentra a unos 90 kilómetros al sureste de la capital. Fue por meses la fortaleza occidental del mariscal Haftar, controlada por una milicia denominada Al Qaniyat, compuesta principalmente por hombres que fueron leales al régimen de Gaddafi. Antes, las fuerzas del GNA habían tomado Ghasr Ben Gashir, un suburbio cercano al aeropuerto (ver video que muestra una extraordinaria escena del combate en ese lugar). Pero es probable que se detengan allí. Tanto Moscú como Ankara quieren evitar cualquier tipo de confrontación cara a cara. Y tanto el gobierno de Trípoli como el del mariscal Haftar necesitan una tregua para hacer frente a la pandemia de coronavirus que comienza a diezmar a las tropas.
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