(Nota original publicada el 3 de mayo de 2020, actualizada el 4 de junio de 2020)
Una ventana abierta, luces encendidas y una cama vacía. Ahí donde debía estar Madeleine McCann durmiendo, solo se encontraban su manta rosa y, muy cerca, su infaltable cuddle cat, el peluche del que la pequeña de tres años nunca se separaba. La noche del 3 de mayo de 2007, mientras su familia pasaba sus vacaciones en un resort ubicado en la ciudad balnearia de Praia da Luz, en la región de Algarve, al sur de Portugal, desapareció aquella niña y su caso –todavía sin resolver– se convirtió en un misterio que conmueve al mundo hasta la actualidad.
Se habló de un secuestro, de una supuesta red de trata que la buscó por sus características físicas. También de un supuesto pederasta local. Se llegó a investigar a los padres de Maddie, Kate y Gerry, que por un tiempo estuvieron procesados en la causa: los acusaban de haber ocultado un presunto accidente doméstico que habría terminado con la vida de la niña. Los ojos también estuvieron puestos sobre la policía portuguesa, que tardó en llegar aquella noche y tuvo movimientos algo medrosos a lo largo de la pesquisa.
A partir de una desaparición de gran impacto internacional –la historia fue cubierta por los medios más importantes del planeta, que enviaron de inmediato corresponsales a Portugal apenas se conoció la noticia; la cara de Madeleine llegó a las primeras planas de cientos de diarios, se publicaron diversos libros y hasta Netflix llegó a realizar una serie documental sobre el caso– las líneas de investigación y las hipótesis se multiplicaron a lo largo de estos 13 años, mientras la familia de la víctima persiste en su reclamo y quiere saber dónde está Madeleine.
La última noticia sacudió al mundo este jueves 6 de junio: un hombre llamado Christian Brueckner, preso en Alemania, le confesó a un compañero que estaba involucrado en el hecho y se convirtió en el nuevo sospechoso del secuestro. La fiscalía germana que tomó el caso fue tajante: creen que la pequeña fue asesinada.
VACACIONES Y MISTERIO
A fines de abril de 2007, la familia McCann, que vivía en Rothley, un pueblo a pocos kilómetros de Leicester, en el Reino Unido, se dirigió a Portugal para tomar unos días de descanso. Viajaron los padres junto a sus tres hijos: la mayor, Madeleine, de cinco años, y los mellizos Amelie y Sean, de dos, y se alojaron en el complejo Ocean Blue, de Praia da Luz, que cuenta con departamentos, habitaciones y cabañas para sus visitantes. Allí también estaban hospedadas algunas parejas amigas de los McCann, que también tenían hijos pequeños.
Tal como relataron en diversas entrevistas a lo largo de estos años, por las noches los adultos tenían como costumbre mandar a dormir a sus hijos y quedarse en el complejo –que tiene restaurantes, piscinas, guarderías infantiles y todo tipo de atracciones– comiendo o tomando un trago. Para estar tranquilos, cada 20 minutos o media hora alguno de ellos iba a mirar cómo se encontraban los pequeños, que por lo general dormían en las distintas habitaciones de sus familias.
Así fue también el 3 de mayo de 2007. Cerca de las 21 los McCann y sus amigos fueron a un bar de tapas ubicado dentro del resort, que se encontraba a pocos metros del departamento, el 5 A, que ocupaban los británicos. Cada 20 minutos, alternadamente, fueron a ver a los niños. Hasta que le tocó el turno a Kate McCann, según relató en el libro que publicó contando su versión de los hechos en 2011.
“A las 22:00 volví al apartamento. Entré a la sala de estar por la puerta de la terraza, igual que lo habían hecho antes Gerry y Matt (un amigo de la pareja)”. La escena que se encontró la dejó prácticamente muda: su hija mayor se había esfumado.
“El dolor, el terror y la impotencia abrumadora que sentí entonces son indescriptibles”, relató la mujer que, según reconstruye el documental La desaparición de Madeleine McCann, producido por Netflix, corrió de inmediato al bar donde estaba su esposo, y gritó: “Se han llevado a Madeleine”.
En el complejo empezaron a movilizarse. Lo hizo primero el staff y luego los huéspedes que, sorprendidos por aquel bullicio en un lugar que solía ser tranquilo y familiar, decidieron dar una mano. La policía tardó en llegar: según denunciaron los padres de Maddie recién se acercaron 70 minutos después de que fueran convocadas las autoridades.
A partir de ese momento, se lanzaron a una búsqueda desesperada y restrillajes por todo el lugar. También, comenzaron a esbozarse las primeras teorías sobre qué podría haber pasado con la niña.
Entre los primeros interrogados en la investigación estuvieron Kate y Gerry McCann y los amigos con los que compartieron aquella noche en el bar. Sorprendió entonces que la madre de Maddie respondiera apenas una de las 48 preguntas que le hicieron entonces.
También dio su testimonio una amiga de la familia, Jane Tanner, quien recordó haber visto a un hombre de cabello oscuro con una chaqueta café, zapatos oscuros y pantalones de color canela con una niña vestida con una pijama de colores rosa y blanco muy cerca del departamento 5A. Ocurrió cuando ella misma fue a ver cómo estaban sus hijos y luego volvió al bar del resort. En ese momento no le llamó la atención aquella escena y no comentó lo que había visto con nadie.
TRECE AÑOS, CINCO HIPÓTESIS
Por lo misterioso de la desaparición, una de las principales líneas investigativas fue la de un presunto secuestro. De hecho, es la hipótesis que construye el documental de Netflix, que no contó al momento de la producción con el testimonio de los McCann.
En la serie de 8 capítulos que se pueden ver por streaming se sostiene que la niña podría haber sido secuestrada para una red de trata, debido a su apariencia rubia, lo que le da más valor en el mercado negro.
Julián Peribánez, un investigador privado que fue contratado por la familia McCann, subrayó: “(Las mafias) usualmente van por niños pobres de países del tercer mundo. Es la principal fuente. El valor que tenía Madeleine era muy alto, iban a conseguir mucho dinero”.
En el documental, además, se argumenta que Portugal es una ubicación perfecta para los secuestradores, que podrían llevar en barco a las víctimas a casi incontables puntos de Europa o a Marruecos.
Pese a que en varias ocasiones se describió a la región de Algarve como una zona distendida y familiar, hubo testimonios de ex trabajadores de distintos complejos del lugar que señalaron lo contrario. De hecho, una mujer que trabajó como niñera en el Ocean Club dijo en una entrevista con el Daily Mirror al cumplirse diez años de la desaparición de Maddie que la seguridad del lugar era precaria y que les aconsejaban a las mujeres no salir solas al terminar sus jornadas laborales. Algunas, incluso, llevaban silbatos para dar aviso si se cruzaban en su camino con algún sospechoso.
Sobre lo ocurrido apenas se supo de la desaparición de la niña británica, señaló entonces: “Desde la dirección del resort nos dijeron que comenzáramos a revisar cada tacho de basura. Presumían que la pequeña podía estar sin vida en alguno de ellos”.
El caso tuvo una especie de volantazo en septiembre de 2007, cuatro meses después de que se viera a Madeleine por última vez con vida, cuando los encargados de la investigación imputaron a los padres de la niña como “arguidos”, según la terminología local, es decir, como posibles involucrados.
Se sospechaba por entonces que Kate y Gerry, ambos médicos, habrían estado involucrados de alguna manera en la muerte de su pequeña hija, a la que supuestamente le habrían suministrado una dosis alta de un sedante que terminó con su vida. Según esa línea que se siguió en aquel tiempo, el cuerpo de Maddie habría sido escondido en el baúl del auto de alquiler que usaba la familia y luego descartado por los progenitores.
Las sospechas se basaban, según la policía portuguesa, en los rastreos que se hicieron con perros entrenados que llegaron a Praia da Luz desde el Reino Unido. Según relataron, los animales de búsqueda fueron llevados a distintos lugares de la zona para ver si detectaban algo vinculado con la niña y solamente dieron señales de alerta en la habitación donde dormía Maddie y en el baúl del coche.
Con el tiempo esto quedó descartado y los propios McCann presentaron cargos contra Gonçalo Amaral, uno de los oficiales de mayor rango encargado de la pesquisa.
La investigación también fue por el lado de un posible accidente automovilístico: en algún momento la hipótesis más fuerte sostuvo que la pequeña Maddie se despertó aquella noche, salió del cuarto y caminó por el complejo sin rumbo, hasta que terminó en la calle y fue embestida. Sin embargo, no apareció evidencia que pudiera sostener esto.
En otro giro investigativo tampoco se descartó que la desaparición estuviera vinculada con un posible robo fallido en la propiedad del que Madeleine habría sido testigo de manera inesperada.
Según publicó el diario británico The Independent, en 2014 cuatro vecinos de la zona fueron interrogados, sospechados por haber estado merodeando el resort: sus antecedentes, sus movimientos y los datos que aportaban sus teléfonos celulares parecían encajar con la hipótesis de un robo “que terminó mal”. Sin embargo, cuando Scotland Yard en 2013 se involucró en la investigación estas sospechas fueron completamente descartadas por falta de pruebas fehacientes.
Fue justamente esa fuerza la que difundió el identikit de un sospechoso que, según varios testigos, habría sido visto en los alrededores del complejo hotelero donde desapareció Madeleine. No se descartó tampoco la posible actuación de algún pederasta local en un posible secuestro.
De acuerdo con un informe publicado por The Independent, en 2009 hubo varios reportes ante la policía local en los que los distintos denunciantes señalaban que Algarve en la época en la que desapareció la niña británica estaba “inundado de pedófilos”.
En este sentido, hubo distintas vertientes: desde un posible secuestro y abuso por parte de vecinos del lugar a una red internacional dedicada a este tipo de delitos.
Con los años, fueron varios los que aseguraron ver a Madeleine, que hoy sería una adolescente, con vida en distintos lugares. Las autoridades recibieron denuncias que señalaban que estaba en Bélgica, en España, en algún país africano. Ninguno de esos supuestos indicios, por el momento, logró dar con su paradero.
La familia de la menor, sin embargo, no bajó los brazos. Lo recaudado por las regalías del libro que publicó la madre es usado continuamente para pagar investigadores privados que ayuden a brindar información sobre el caso.
Como cada 3 de mayo, este año planeaban llevar adelante una ceremonia para recordar a la pequeña desaparecida. En esta ocasión, el homenaje tuvo características especiales: la pandemia y las medidas sanitarias de distanciamiento social en el Reino Unido hicieron que ese acto habitual fuera cancelado y que los McCann honren la memoria de su hija desde la intimidad de su hogar.
Lo que quizás no se imaginaban era que un mes después una novedad llegada desde Alemania le daría un nuevo vuelco a la historia. La pista fue considerada por los padres como “la más significativa”: un hombre germano de 43 años con un historial criminal de abusos sexuales a niños que actualmente está preso por otros delitos le habría confesado a un compañero de prisión que participó en el secuestro. Su nombre: Christian Brueckner.
La fiscalía alemana a cargo ha sido totalmente pesimista sobre la posibilidad de hallar a Maddie y creen que ha sido asesinada. El vocero de la familia habló sobre cómo los padres tomaron la cuestión: “Son realistas y dicen que cualquiera que sea el resultado de este llamamiento y el trabajo policial, necesitan saberlo porque necesitan encontrar la paz”.
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