Cuando volvieron a funcionar las guarderías, los jardines de infantes y las escuelas primarias, el 15 de abril, Dinamarca se convirtió en el primer país de Europa en comenzar la reapertura, y en el más observado por eso. Luego de cinco semanas de confinamiento por el COVID-19, el grupo social que se consideraba en menor riesgo de contagio —los niños pequeños— regresaron a las clases; un mes después siguieron los estudiantes de 12 a 16 años y por fin los de 16 a 19. Seis semanas más tarde, con una tasa de infección de 0,7%, con cada vez menos hospitalizados por el coronavirus (en el periodo pasaron de 380 a 112), hasta los padres más reticentes consideran que la manera en que se hizo fue un éxito.
En un país de 5,6 millones de habitantes, la medida de cierre temprano de la sociedad logró mantener un nivel bajo de muertes, 563 personas hasta el momento. Pero cuando las autoridades decidieron abrir las escuelas —actualmente también hay cafeterías, restaurantes, comercios y museos en actividad— y hacer obligatoria la asistencia de los alumnos, muchos padres se rebelaron. “Mi hijo no será un cobayo del COVID-19”, se tituló un grupo de Facebook que en pocos días superó 40.000 miembros.
Sin embargo, con una jornada escolar más corta (de 8 de la mañana a 1 de la tarde), nuevos lineamientos de higiene para los niños, distancia entre los pupitres, distintos horarios de recreo y una limpieza de superficies cada dos horas, entre otras medidas, los estudiantes pudieron volver a clases, lo cual además permitió que los padres trabajaran mejor desde sus casas. Si en la primera semana la asistencia fue del 50,7% en la escuela primaria, hacia la tercera ya fue del 90,1% según el departamento de Niños y Educación.
“Los grupos se dividieron de tal manera que los escritorios pudieran ubicarse a los dos metros de distancia recomendados”, escribió Emma Firth en The Local, como parte de una serie de notas sobre el regreso a la normalidad de Solutions Journalism Network. “Se puso mucho énfasis en el juego y el aprendizaje fuera de casa. El patio de recreo se demarcó en secciones, para mantener a los niños en grupos pequeños. Los juguetes que no se podían limpiar con facilidad se retiraron", describió la escuela primaria.
Algo similar sucede en las guarderías: “Inclusive los bebés debían ser sentados a dos metros de distancia cuando estaban en la mesa. También se duplicó el espacio de la planta por niño que se recomendaba antes, lo cual implicó que muchas instituciones sólo pudieron recibir a la mitad de los chiquitos mientras intentan encontrar otros edificios y espacio exterior”, siguió. “Algunas escuelas incluso utilizaron tiendas de campaña como aulas temporales en parques y en patios de recreo”.
En los jardines de infantes las medidas son parecidas, y además se les explica a los niños que no pueden abrazarse ni tomarse de las manos entre ellos, aunque los maestros pueden darle un abrazo cada tanto. A todos se los hace lavar las manos cada dos horas.
Cuando los padres van a buscar a los chicos, no pueden entrar a la escuela ni al kindergarten: los maestros acompañan a los menores hasta la puerta. Los padres esperan en una fila que respeta la distancia social. Al llegar a la casa, además de repetir el lavado de las manos, los niños se tienen que cambiar completamente de ropa.
Dado que Dinamarca logró aplanar la curva radicalmente en solo un mes, las autoridades comenzaron a pensar en la reapertura de inmediato. Muchos se sorprendieron por la velocidad, pero el instituto de enfermedades infecciosas del país, SSI, trabajó en los criterios. Los primeros que podrían recuperar sus ámbitos sociales serían los niños, por ser los menos susceptibles al SARS-CoV-2.
En una semana los maestros se pusieron manos a la obra con los nuevos lineamientos; a cada municipalidad se le prometieron los fondos necesarios para hacer cambios como, por ejemplo, construir una estación de lavado de manos en el ingreso al edificio, agregar lavabos, cambiar los grifos manuales por otros automáticos con sensores y contratar más personal de limpieza para mantener una ronda de desinfección cada dos horas.
Claire Astley, un maestra de la ciudad de Vester Skernige, dijo a The Local que el nuevo ambiente ha tenido un impacto positivo en los estudiantes: “Una jornada escolar más corta, el énfasis en los proyectos externos y los grupos de clase más pequeños ha mejorado el comportamiento en realidad”, observó.
“La mañana se emplea en matemática o ciencia, e incluimos a los niños que todavía están en la casa mediante Zoom”, siguió. Se trata de pequeños que cuentan con autorización médica o de la dirección de la escuela para hacerlo. “Luego salimos para hacer actividades como atender el jardín de la escuela, sacar renacuajos del lago o hacer excursiones en bicicleta. No los regañamos si se acercan demasiado, los dejamos ser niños”.
Luego siguió una segunda fase, la escuela secundaria: primero los niños de 12 a 16 años, con guías más flexibles para que cada escuela interpretara según sus necesidades. Desde el 18 de mayo, cuando fue esa apertura, los directores de escuelas han recibido actualizaciones casi cotidianas para ajustarlas, entre ellas la posibilidad de separar los escritorios por sólo un metro de distancia, para que pudieran regresar todos los estudiantes, y de alternar los días de clase presencial con días de clase remota para evitar las aglomeraciones que eso podría causar.
Los adolescentes tampoco se pueden abrazar y si alguno de ellos tiene un familiar en riesgo en la casa, se indican medidas adicionales de distancia social para su protección. El lavado de manos cada dos horas también es obligatorio.
Por fin el 27 de mayo los grupos finales del secundario, chicos de 16 a 19 años, regresaron también, con entornos similares a los más jóvenes y una situación especial para aquellos que están en el último curso: habrá exámenes de graduación, pero serán menos que de costumbre.
Christian Wejse, epidemiólogo de la Universidad de Aarhus, cree que la reapertura de las escuelas en Dinamarca “ha resultado ser muy segura”, dijo a The Local. “No estamos arriesgando vidas, creo, al hacerlo. Podemos arriesgarnos a que aumente el número de transmisiones en las familias de los niños y entre los profesores, pero se han visto muy pocos casos”.
Todavía quedan algunos padres que no quieren enviar a sus hijos a las guarderías, los jardines de infantes o las escuelas por temor a las infecciones, agregó Dorte Lange, vicepresidenta de la Asociación Danesa de Maestros. Queda, cree, mucho por hacer: “Algunos estudiantes se están atrasando, por lo que tendremos que hacer un gran esfuerzo para ayudarlos. Depende de las posibilidades que los profesores tengan de ponerse al día".
Y también destacó un punto positivo de la crisis del COVID-19 y esta reapertura: "Hemos aprendido que los alumnos prosperan mejor en grupos pequeños con más contacto con los maestros y con jornadas más cortas, así que esperamos poder continuar con algo de esto”.
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