Testear, testear y testear es casi un mantra desde que se desató la pandemia, pero hay otra triada que también empieza con la “T” que parece mucho más efectiva que el testeo masivo e indiscriminado. Se trata de una vieja estrategia epidemiológica que ha demostrado eficacia con otros virus o enfermedades contagiosas: “Test, Track, and Trace”, es decir, testar, localizar y hacer seguimiento de los contactos estrechos de cada positivo para así romper la cadena de transmisión.
"Hagan test a todo caso sospechoso. Si dan positivo, aíslenlos, encuentren a quienes han estado en contacto estrecho hasta dos días antes de que desarrollaran síntomas, y háganles test también a ellos”, explica desde hace semanas la OMS. Esa es la llave para el día después. En gran parte del mundo, por falta de recursos o de voluntad, no se hace. El plan es clave para salir de los confinamientos con éxito y buenas probabilidades de contener un rebrote o segunda oleada, el fantasma que por estos días enfrenta el mundo entero.
Sin embargo, los expertos defienden la estrategia como la única opción. Algunos, como Japón lo saben hace tiempo: en 2018 emplearon a más de la mitad de las 50.000 enfermeras de salud pública con experiencia en el rastreo de infecciones. En tiempos normales, estas enfermeras rastrean infecciones más comunes como la gripe y la tuberculosis, hoy lideran la respuesta a la pandemia y hasta el momento logran a fuerza de “Test, Track, and Trace” aplanar la curva del coronavirus sin cuarentenas ni testeos masivos. En Japón, la cifra de muertes está muy por debajo de 1.000 y en En Tokio, su densa capital, los casos han bajado a un solo dígito la mayoría de los días.
“Es muy análogo, no es un sistema basado en aplicaciones como el de Singapur”, explicó Kazuto Suzuki, un profesor de política pública de la Universidad de Hokkaido que ha escrito sobre la respuesta de Japón. “Pero sin embargo, ha sido muy útil”, remarcó en diálogo on Bloomberg.
Mientras que países como los Estados Unidos y el Reino Unido están empezando a contratar y capacitar a rastreadores de contacto mientras intentan reabrir sus economías, Japón ha estado rastreando el movimiento de la enfermedad desde que se encontró el primer puñado de casos. Estos expertos locales se centraron en hacer frente a los llamados grupos, o grupos de infecciones de un solo lugar, como clubes u hospitales, para contener los casos antes de que se salieran de control.
Japón se anticipó pero ahora el resto de los países del mundo empiezan a ver la estrategia como la manera de salir de los severos confinamientos. Sin un vacuna, el rastreo de contactos es la única forma de salir con éxito de las cuarentenas porque si ocurriera un rebrote, sería posible controlar a todos los sospechosos, aislarlos y evitar que descontrole el contagio.
Como explicó el profesor Suzuki, la tarea es humana, las sofisticadas aplicaciones pueden ayudar, pero el rastreo requiere de profesionales para que funcione.
Esta práctica, que parece ahora novedosa para el público, tiene en realidad una larga tradición dentro de la investigación y el control de otras enfermedades, como la tuberculosis y el SIDA, por ejemplo.
EEUU está en estos momentos capacitando a 70.000 personas para sumarlos a su "Ejército de rastr
eadores de contacto” del COVID-19. La tarea de estos rastreadores es averiguar qué contactos ha tenido alguien que ha dado positivo por coronavirus, siguiendo unos protocolos bien estipulados que marcan el cómo, el cuándo y el porqué.
“Si queremos comenzar de manera segura a reabrir nuestra sociedad, necesitamos tener ciertas medidas de salud pública, incluido un aumento significativo en nuestra capacidad de rastrear nuevas infecciones”, aseguró Ron Brookmeyer, decano de la facultad de salud de la Universidad de California de Los Ángeles y eminencia en el control de epidemias.
Otros estados, como el de Washington o el de Nueva York, el más afectado a nivel nacional, también han tomado serias medidas para aumentar su plantilla de "detectives" de propagación del virus.
En Bélgica, el gobierno ya instaló decenas de “centros de llamados”, donde personas -no máquinas- tienen como objetivo establecer una lista de individuos con los que los enfermos de coronavirus estuvieron en contacto durante un período de diez días: desde dos días antes de mostrar los primeros síntomas hasta siete días después. Si el contacto estuvo más de 15 minutos a menos de 1,50 metros de la persona en cuestión, se lo considera como una “persona de alto riesgo”. A partir de ello, otro “rastreador” se encargará de prevenirlo.
El objetivo es “reducir los círculos de contaminación para asfixiarlos progresivamente y hacer que el desconfinamiento progrese”, resume Gladys Villey, de la Mutualité Partenamut, que en Bruselas organiza esta especie de segunda red de prevención.
Si en un plazo de 24 horas, la persona que se considera de “alto riesgo” y que debe aislarse 14 días en su casa no responde al teléfono, trabajadores sociales, paramédicos o personal de ambulancias organizan una visita a su domicilio.
“El seguimiento de contactos no es una fórmula mágica”, dijo a The New York Times Mike Reid, profesor en la Escuela de Medicina de la Universidad de California en San Francisco, pero explicó que el enfoque a la “antigua usanza” y no en aplicaciones de rastreo como aquellas en las que Google y Apple están trabajando “pueden unir a las comunidades y crear capacidad para manejar futuras crisis”.
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