Pocos insectos son menos amenazantes que los saltamontes jóvenes. En su fase solitaria, evitan a los de su especie y solo se preocupan por alimentarse, pero no es mucho lo que pueden comer esos cuerpos que difícilmente superan los cinco centímetros de largo. Como no tienen alas, ni siquiera se pueden desplazar demasiado.
Sin embargo, cuando se combina la escasez de comida con determinadas condiciones climáticas, ciertas especies dejan de ser animales inofensivos y se transforman en depredadores brutales. Basta que haya muchos reunidos en un solo lugar para que el contacto de las patas de unos con las de otros provoque un estímulo que los vuelve seres hiperactivos y gregarios.
Cuando llegan a la adultez y desarrollan alas que les permiten volar hasta 150 kilómetros por día, las langostas del desierto (schistocerca gregaria) pasan a ser un peligro para la supervivencia de pueblos enteros. Un enjambre puede contener hasta 80 millones de individuos, que cubren una superficie de un kilómetro cuadrado, y que devoran toda la vegetación que encuentran a su paso. En un día, pueden comer el equivalente a 35.000 personas.
La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) define a la langosta del desierto como “la plaga migratoria más destructiva del mundo: son comedores voraces que consumen su propio peso por día, apuntando a los cultivos de alimentos y al forraje”.
“Es una de las plagas agrícolas más notorias del planeta y ha causado hambrunas durante miles de años, como se describe en la octava plaga del antiguo Egipto. En su fase solitaria, se limita normalmente a zonas áridas y semiáridas a lo largo de un amplio cinturón de la región del Sáhara y del Sahel, en África, llegando a través de la península arábiga hasta el noroeste de la India. Sin embargo, durante los períodos más graves de brotes, los enjambres pueden invadir hasta el 20% de la superficie terrestre, desde Portugal en el oeste hasta Myanmar en el este, y desde Uzbekistán en el norte hasta Tanzania en el sur”, explicó Roger Price, investigador del Consejo de Investigación Agrícola (ARC-LNR) de Sudáfrica, en diálogo con Infobae.
Mientras el mundo está paralizado por otra peste, la pandemia de coronavirus, que ya mató a más de 300.000 personas ––y que amenaza con convertirse en una “pandemia de hambre”, según el Programa Mundial de Alimentos––, África Oriental enfrenta la peor invasión de schistocerca gregaria en décadas. El mes pasado, los enjambres en Etiopía, Kenia y Somalia cubrían más de 2.000 kilómetros cuadrados y, si no hay una respuesta contundente, van a seguir creciendo en las próximas semanas.
En países devastados por los conflictos internos y las crisis económicas recurrentes, donde la pobreza extrema y el hambre son endémicos, el efecto combinado de las dos plagas puede ser catastrófico.
La invasión
El estallido de las langostas no comenzó este año, sino en 2018, y le debe mucho al cambio climático. Una inesperada sucesión de ciclones provocó fuertes lluvias en el inmenso desierto de Rub’ al Khali, al sur de la península arábiga. La humedad del ambiente y la flamante vegetación favoreció la proliferación de saltamontes, que luego se convertirían en feroces enjambres.
“Estas gigantescas nubes de langostas se originaron hace dos años, debido a un clima inusual y a la falta de una acción coordinada para solucionar el problema. En mayo de 2018 se formaron en menos de una semana dos ciclones tropicales en el Mar Arábigo que tocaron tierra en la península arábiga y en África Oriental. Un año de lluvias cayó en unos pocos días. Tanto que el segundo ciclón, llamado Mekunu, empapó algunas partes del Rub’ al Khali. Las langostas del desierto empiezan a crecer en estos períodos de fuertes lluvias porque se genera una nueva y jugosa vegetación en sus hábitats normalmente áridos. Su proliferación podría haberse detenido o reducido con medidas oportunas, pero la región sufrió otro ciclón en octubre, que las langostas acogieron con agrado para crecer más e incluso migrar a otras zonas”, contó a Infobae Muhammad Azhar Ehsan, investigador del Instituto Internacional de Investigación sobre el Clima de la Universidad de Columbia.
En su fase solitaria, o incluso cuando forman grupos jóvenes sin alas, estos insectos se pueden erradicar con cierta facilidad. Con buenos sistemas de detección y el uso de pesticidas, no tienen muchas posibilidades de prosperar. Pero si no se actúa a tiempo, es muy fácil que se salgan de control.
“Cuando las langostas llegan a ser un enjambre de adultos, la situación se vuelve delicada. La mejor solución es monitorear e intentar prevenir su desarrollo. No es sencillo, porque la región potencialmente afectada es muy grande y poco habitada, y los países tienen escasos recursos para dedicar a la vigilancia. El monitoreo se suele hacer por etapas: se analizan las observaciones de los satélites para vigilar el desarrollo de la vegetación y, cuando se observa crecimiento en zonas favorables a la reproducción de la langosta, se envían equipos de topógrafos al terreno para comprobarlo”, dijo a Infobae Alessandra Giannini, también investigadora del Instituto sobre el Clima de la Universidad de Columbia.
Lo que agravó la crisis fue que a los factores climáticos se sumaron los políticos. Yemen, donde comienza el Rub’ al Khali, está acostumbrado a lidiar con este problema y durante muchos años se ocupó de evitar que escalara. Pero desde 2015, el país está sumergido en una guerra civil que despedazó al estado y desencadenó una de las peores crisis humanitarias del planeta. En ese contexto, no hay quién controle la evolución de la plaga.
Una vez que se formaron, los enjambres cruzaron el Mar Rojo con ayuda del viento y así penetraron en el Cuerno de África, el extremo oriental del continente, compuesto por Somalia, Etiopía, Eritrea y Yibuti. Desde allí, no les costó mucho adentrarse un poco más y penetrar en Kenia.
Si en Yemen el problema fue la falta de capacidad estatal, en Kenia fue letal la poca de experiencia, ya que en 70 años no había enfrentado algo semejante. Como resultado, las langostas que llegaron del desierto árabe pudieron poner huevos y las crías tuvieron el tiempo suficiente para crecer, formar nuevas masas voladoras y multiplicarse.
“Otros ciclones mantuvieron las buenas condiciones de reproducción durante el verano de 2019 y el número de langostas aumentó a lo largo de la costa del Mar Rojo y en Somalia —dijo Price—. En diciembre de 2019, el ciclón Pawan azotó Somalia y el sur de Etiopía y provocó una explosión de langostas en zonas que tradicionalmente son de reproducción en invierno. Luego, los enjambres comenzaron a salir volando e invadieron Kenia y los países circundantes en enero de 2020. Para febrero, ocho naciones de África Oriental habían sido invadidas, en lo que constituye la peor plaga de langostas del desierto en más de 70 años”.
Con su expansión actual, pueden comer en un día lo mismo que la población de Kenia (51 millones de personas) y Somalia (15 millones) juntas, dos de los países que más peligro corren, junto con Etiopía. Si no se toman medidas urgentes, lo que hoy es una emergencia focalizada puede expandirse por buena parte de África, llegando incluso a la costa occidental del continente.
Entre dos plagas
El daño que produce una invasión de schistocerca gregaria sobre los cultivos de alimentos puede ser incalculable. Además de afectar seriamente el abastecimiento de un mercado que de por sí tiende a la escasez, pone en riesgo la subsistencia de cientos de miles de familias que producen lo que comen.
Las langostas arrasan también con tierras destinadas al pastoreo, lo que puede dejar sin comida a una gran cantidad de animales que forman parte de la dieta de los habitantes de la región. Por una u otra vía, el único resultado posible es un incremento del hambre.
“Los pastos y las tierras de cultivo ya han sufrido daños en Yibuti, Eritrea, Etiopía, Kenia y Somalia, y hay consecuencias potencialmente graves para la región, en la que millones de personas dependen de la agricultura y la ganadería para su supervivencia. La FAO estima que el número de langostas podría aumentar 500 veces durante la próxima temporada de lluvias, a menos que se adopten medidas urgentes y se amplíen las estrategias de control”, advirtió Keith Cressman, funcionario de la FAO especializado en previsión de langostas, consultado por Infobae.
Lo dramático es que esta crisis se produce precisamente en una de las regiones más pobres del mundo, donde las hambrunas son recurrentes. Etiopía fue el año pasado uno de los diez países con peores crisis alimentarias, de acuerdo con un informe reciente de la FAO. Ocho millones de personas, que representan el 7% de su población, se encontraban en una situación crítica a fines de 2019.
En Kenia eran 3 millones, que equivalen al 6%, y en Somalia 2 millones, que son el 13% de sus habitantes. Un país que no está actualmente entre los más afectados por las langostas, pero podría ser invadido en los próximos meses, es Sudán del Sur, donde más del 60% de la población se encuentra en estado crítico. Otro caso es la República Democrática del Congo, donde 15 millones de personas (18%) están en esta situación.
Estas cifras escalofriantes no contemplan el impacto de la destrucción que pueden causar las langostas. Etiopía, por ejemplo, perdió solo en abril 200.000 hectáreas de cultivos de sorgo, maíz y trigo por la invasión. Como consecuencia directa, un millón más de personas pasará hambre. La FAO proyecta que al menos 25 millones van a experimentar inseguridad alimentaria en África Oriental a lo largo de 2020. Esto, sin considerar la pandemia.
“Las nubes de langostas adultas pueden destruir fácilmente hectáreas y hectáreas de cultivos, y dejar regiones enteras en ruinas —dijo Giannini—. Por lo tanto, las consecuencias para la seguridad alimentaria son severas. Definitivamente se trata de un caso en el que es mejor prevenir que curar, porque el daño se reduce y los costos de intervención son menores. En la medida en que la pandemia pueda haber desplazado los recursos de la vigilancia y la prevención temprana del desarrollo de enjambres de adultos, la invasión tendrá un efecto más devastador”.
Si se confía en estadísticas oficiales que no suelen ser muy confiables en países con estados tan débiles, por ahora, el coronavirus no parece estar golpeando demasiado fuerte a África en materia sanitaria. Con la excepción de Egipto y Sudáfrica, que tienen miles de casos y cientos de muertes, la gran mayoría está lejos de eso.
Etiopía tiene apenas 306 casos confirmados y cinco muertes. Kenia, 781 infectados y 45 fallecidos. Y Somalia, el más complicado de los tres, suma 1.284 contagios y 53 decesos. Es posible que el coronavirus haya penetrado más de lo que muestran estos datos y que su impacto se profundice más adelante, lo que sería alarmante para naciones con sistemas de salud muy precarios.
Pero la pandemia puede ser mucho más destructiva por sus consecuencias económicas y sociales. La parálisis de la actividad y del comercio internacional, como consecuencia de las medidas de aislamiento tomadas para disminuir la propagación del virus, está dejando a millones de personas sin los pocos ingresos que tenían. Por ende, sin comida. El Programa Mundial de Alimentos calcula que, por el impacto económico del coronavirus, se duplicará la cantidad de personas expuestas a inseguridad alimentaria aguda en el mundo: pasarán de 135 millones a 265 millones.
“El encierro por la pandemia de Covid-19 ha causado enormes problemas en la entrega de plaguicidas y en las operaciones de lucha contra las langostas. Se teme que sean difíciles de controlar en los próximos meses y probablemente causen graves daños a los cultivos de subsistencia de millones de personas. Será otro factor que aumentará la inseguridad alimentaria de los pobres en África Oriental”, dijo Price.
La mera suma de las dos pestes ya es de por sí muy preocupante. Pero no solo se suman, se potencian. Las restricciones impuestas por el combate a la Covid-19 están obstaculizando la lucha contra la invasión de langostas del desierto, al dificultar la llegada de insumos esenciales y al impedir el despliegue de personal en el terreno. Además, por el deterioro de las cuentas nacionales y la necesidad de atender múltiples emergencias al mismo tiempo, los países disponen de recursos decrecientes para solventar las operaciones de erradicación.
“El Llamado de la FAO contra la Langosta del Desierto, lanzado en enero con una financiación de 130 millones de dólares, abarca ahora diez países. Pero se necesita más apoyo económico y la pandemia ha planteado problemas. Las limitadas opciones de transporte aéreo han interrumpido la entrega de equipo y plaguicidas. Las medidas de aislamiento social y los requisitos de teletrabajo de los organismos de la ONU están creando algunos retrasos. De todos modos, los gobiernos han considerado a la respuesta una prioridad urgente, las operaciones continúan con los protocolos adicionales de salud y seguridad en vigor, y la mayoría de los expertos desplegados para ayudar a los países afectados ya estaban en funciones antes de que se aplicaran las restricciones. Ahora nos estamos centrando en la obtención de mano de obra local”, dijo Cressman.
Las naciones más afectadas dependen mucho de la cooperación internacional. Organizaciones que podrían aportar más personal no pueden hacerlo por la suspensión de los vuelos. Y países ricos, que normalmente envían ayuda económica, tienen hoy otras prioridades. La FAO está trabajando intensamente junto a los gobiernos locales para contener la plaga, y sus esfuerzos están dando resultado, pero puede que no sea suficiente.
“Más de un millón de hectáreas de tierra han sido inspeccionadas —continuó Cressman—. En los diez países incluidos en el Llamado de la FAO se han controlado más de 365.000 hectáreas. Las estimaciones sugieren que hasta ahora se han salvado alrededor de 720.000 toneladas de cereales en África Oriental y Yemen. Esto es suficiente para alimentar a unos cinco millones de personas durante un año. Se han evitado daños en 350.000 hogares de pastores. Pero las fuertes lluvias en las últimas semanas favorecen el desarrollo de la langosta. A medida que continúe la reproducción, las jóvenes comenzarán a transformarse en adultas voladoras en junio, desatando una segunda oleada de enjambres”.
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