En la noche del 27 de febrero de 2015, el político e intelectual opositor ruso Boris Nemtsov fue asesinado en Moscú. Tenía 55 años. Iba caminando de la mano de su novia, la modelo ucraniana Anna Duritskaya, por el puente Bolshoy Moskvoretsky cuando varios hombres bajaron de un auto blanco y dispararon contra él. Cuatro disparos de Makarov por la espalda terminaron con la vida de Nemtsov, un viejo y molesto enemigo de Vladimir Putin. Las fotos sacudieron al mundo: apenas una bolsa de plástico negra sobre el asfalto, con la espectacularidad de las cúpulas de San Basilio y el Kremlin como telón de fondo. Dmitri Peskov, vocero de Putin desde el año 2000, no pareció conmoverse a la mañana siguiente, cuando los medios locales y los internacionales buscaron conocer la opinión del gobierno ruso sobre el crimen. “Nemtsov no era un político popular. Era apenas un poco más conocido que un ciudadano promedio”, dijo a la prensa, haciendo uso de su tradicional método de minimizar la figura del opositor asesinado para, de ese modo, desprender a su jefe de toda sospecha.
Lo mismo había hecho en octubre de 2006, la tarde en la que la periodista crítica Anna Politkovskaya fue acribillada en el ascensor de su edificio el mismo día del cumpleaños de Putin y también al año siguiente, cuando el ex espía Alexander Litvinenko murió en un hospital de Londres luego de una agonía espantosa, víctima de un envenenamiento con polonio 210, una sustancia radiactiva. Esto, a modo de recordatorio de los casos que más trascendieron fronteras afuera de Rusia. Las apariciones de Peskov son siempre para reducir el impacto sobre la figura de Putin, en cualquier caso, con cualquier tema. Su tarea no es burocrática, no está ahí para emitir comunicados o expresar opiniones personales. Su tarea es la de una suerte de guardaespaldas retórico, una figura que protege al líder de todo aquello que pueda dañar su imagen o esmerilar su poder.
En estos días, el nombre de Peskov y de su tercera esposa, la ex bailarina y patinadora sobre hielo Tatiana Navka, le están llevando serias preocupaciones a Putin, quien desde hace varias semanas no se mueve de la residencia presidencial de Novo-Ogaryovo. Su vocero histórico y su mujer fueron hospitalizados luego de que el test de coronavirus les diera positivo a ambos. Peskov anunció personalmente a los medios su internación desde el hospital y buscó llevar tranquilidad a la población cuando dijo que hacía un mes que no veía al presidente. El vocero presidencial no es el primer funcionario de alto rango infectado. Semanas atrás el primer ministro Mijail Mishustin dio positivo y debió abandonar sus funciones y días después ocurrió lo mismo con la ministra de Cultura Olga Lyubimova y el de Construcción, Vladimir Yakushev.
Todo esto ocurre es un momento clave para Rusia, el país más grande del mundo, que a un promedio de unos 10.000 infectados diarios lleva ya más de 270 mil casos positivos de coronavirus -el segundo país en el mundo- y 2500 muertes. Estas son las cifras oficiales, hay serias dudas acerca de que sean exactas ya que según denuncias de diversas organizaciones muchas muertes quedan registradas bajo los diagnósticos colaterales de diabetes, cardiopatías o neumonía, entre otras enfermedades.
Otra razón para dudar de las cifras oficiales es que resulta poco creíble que el virus haya llegado tan tarde a Rusia teniendo en cuenta que comparte con China una frontera de 4.400 kilómetros, por lo que se infiere que, en realidad, el gobierno esperó a que el virus llegara con intensidad a Moscú y otras ciudades importantes para recién comenzar a informar.
Diplomático, traductor y “guardaespaldas de imagen”
Dmitri Peskov nació en Moscú en 1967 y es exactamente 15 años menor que Putin y, si se le cree al presidente ruso, es solo cinco centímetros más alto ya que Peskov mide 1,75 metros. Diplomático de carrera e hijo de un diplomático, traductor y experto en historia y cultura turca, Peskov domina varios idiomas como el inglés, el turco y el árabe. Estuvo en diferentes oportunidades y en diversos cargos en la embajada rusa en Ankara y, desde la llegada de Putin a su primera presidencia por elecciones en el año 2000, es la persona que transmite siempre a la prensa local y extranjera las ideas y las opiniones del presidente. Eso, como figura pública, pero Peskov es para Putin bastante más que lo que se ve ya que todo indica que también transmite, en el lugar adecuado, las ideas y la voluntad del presidente.
El nombre de Peskov figuraba en un lugar destacado en el llamado Informe Steele, el dossier elaborado por el ex agente del MI6 británico Christopher Steele acerca de los intereses y las actividades de Donald Trump en Rusia que parecía confirmar la operación conjunta durante la campaña electoral estadounidense de 2016 entre el ahora presidente de los Estados Unidos y el Kremlin. En ese informe, que luego terminó desprestigiado aunque no completamente desmentido, Steele acusaba a Peskov de estar a cargo del material comprometedor sobre Hillary Clinton que los agentes del FSB ruso venían recopilando hacía años. Según el mismo Informe Steele, Peskov era el responsable de controlar ese material delicadísimo siguiendo órdenes directas de Putin.
Otra noticia que lo tuvo como protagonista central fue la protesta de parte del parlamento europeo en 2018, cuando trascendió que la hija mayor de Peskov, Elizaveta Peskova, quien estudió leyes y vivió muchos años en París, trabajaba como asistente del ex eurodiputado francés de ultraderecha y asesor de Marine Le Pen, Aymeric Chauprade. Varios miembros del parlamento europeo consideraban el ingreso de la hija del vocero de Putin algo ajeno a los estándares de seguridad del organismo y temían por la filtración de información confidencial.
Rubio de ojos claros, elegante y muy rápido para las respuestas también en inglés -puede verse en youtube un video con una entrevista de 2016 hecha por Christiane Amanpour-, Peskov es experto en mostrar un rostro inmutable a la hora de proteger al presidente. Es más, en los comienzos de la gestión daba la impresión de ser una suerte de traductor amable de las expresiones de Putin, en tiempos en que el presidente ruso no podía o no sabía controlar sus modales. El leal Peskov es quien sin titubear puede decir en un documental que su jefe “es un hombre que no solo ama a los niños sino que ama a las personas, en general” y que es “un ser humano muy humano”, una frase en la que se lo vio casi emocionado durante el programa del canal estatal Rossia, dos años atrás.
La noticia de la internación de Peskov y su esposa llegó un día después de la videoconferencia en la que Putin anunció cierto relajamiento en las restricciones por la pandemia. Durante varias semanas el presidente estuvo casi ausente: había delegado en el alcalde de Moscú Serguei Sobyanin la conducción del gabinete de crisis y diversos analistas se preguntaban incluso si su ausencia no obedecía a que también había sido infectado por el coronavirus. Otros, en cambio, preferían pensar que el presidente buscó alejarse de las malas noticias, sobre todo luego de que la pandemia lo obligó a demorar el referéndum de abril con el cual buscaba legitimar la reforma que podría permitirle mantenerse en el poder y a cancelar el gran desfile del Día de la Victoria con el que los rusos celebran cada año el triunfo sobre los nazis y que en esta oportunidad además iba a contar con grandes visitas internacionales. Llegaron a decirse cosas durísimas sobre su figura, incluso lo compararon con un “lobo viejo y enfermo”.
A los 67 años Putin está por estos días alejado de todo y sin el guardaespaldas de su imagen, el que incluso lo cubre cada vez que alguien se acerca para confirmar si efectivamente tiene una nueva familia con la gimnasta retirada y política Alina Kabayeva. Poco se conoce de la relación personal entre ambos hombres, aunque sí se sabe que viven cerca, en una zona de grandes mansiones en las afueras de Moscú. Los paladines anticorrupción rusos como el opositor Alexey Navalny están siempre con los ojos puestos sobre Peskov, quien vive actualmente en una fenomenal casa de un valor estimado en 7 millones de dólares en Rubliovka, al oeste de la capital rusa, que, supuestamente, habría comprado su actual esposa, un año antes de contraer matrimonio.
Según Navalny, los ingresos oficiales de Peskov no superarían los 137 mil dólares al año, una cifra que no explica sus bienes. Su esposa, la ex campeona olímpica Tatiana Navka -quien vivió diez años en Estados Unidos- también sería según Peskov la persona que le regaló el exclusivo reloj de 600 mil dólares que lucía en las fotos de su boda, en 2015: un Richard Mille RM 52-01 exclusivo del que solo se habrían hecho 30 ejemplares en todo el mundo y que fue motivo de modesto escándalo en su momento.
En estos gustos y obsesiones Peskov también parece seguir a su jefe, un gran fanático de los relojes y coleccionista de piezas únicas. Lejos de las estridencias -salvo a la hora de mostrar los músculos y la destreza con las armas- Putin aparece públicamente siempre como una persona austera, aunque muchos insisten en atribuirle una fortuna desmesurada que, de ser cierta, lo convertiría en uno de los hombres más ricos del mundo.
Las versiones sobre su fenomenal fortuna personal se acrecentaron con los años y algunos se animaron a situar a Putin en una lista por encima de Jeff Bezos, el dueño de Amazon. Según el economista sueco y experto en Rusia Anders Aslund, la fortuna de Putin oscilaría en una cifra que va entre los 100 y los 160 mil millones de dólares, lo que incluye la posesión de importantes cuotas societarias en las tres principales compañías rusas de gas y petróleo: el 37% de Surgutneftgaz, el 4,5% de Gazprom –la llave del crecimiento económico ruso posterior a la debacle: quien controla esta empresa, controla el país– y el 75% de Gunvor, una sospechosa compañía que aparentemente fue creada con el único fin de negociar las ventas del coloso Gazprom desde Suiza.
Naturalmente, todas las denuncias sobre la supuesta fortuna del hombre fuerte de Rusia fueron siempre desmentidas. En realidad, los periodistas rusos no preguntan por esos temas, como tampoco preguntan sobre la vida privada de ningún mandatario, pero cada vez que alguien se animó a transgredir esa norma, se encontró con una muralla.
Esa muralla se llama Dmitri Peskov, el mismo que hoy pasa sus días internado por coronavirus.
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