La policía francesa arrestó este sábado a uno de los últimos sospechosos clave buscados por el genocidio de Ruanda. Félicien Kabuga, que fue uno de los hombres más ricos del país africano y está acusado de ser “el tesorero del genocidio”, vivía bajo una identidad falsa en los suburbios de París, informaron la oficina del fiscal y la policía en una declaración conjunta.
La operación, realizada al amanecer, dio lugar a la detención del fugitivo, “buscado por las autoridades judiciales desde hace 25 años”, según el comunicado. Al menos 800.000 personas, la mayoría pertenecientes a la etnia tutsi, fueron masacradas en 100 días por extremistas de la etnia hutu durante la matanza de 1994.
El comunicado señala que Kabuga, de 84 años, vivía en Asnieres-sur-Seine, al norte de París, y que se escondía con la complicidad de sus hijos. Está acusado de ser uno de los creadores y el principal financista de las temibles milicias Interahamwe, que llevaron a cabo los asesinatos masivos. También ayudó a crear la igualmente notoria Radio-Televisión Libre de las Mil Colinas, que en sus emisiones incitaba a la gente a sumarse a las masacres.
“Se sabe que Félicien Kabuga financió el genocidio de Rwanda”, afirmaron las autoridades francesas en el comunicado. Añadiendo que, antes de radicarse en el país, había pasado tiempo en Alemania, Bélgica, la República Democrática del Congo, Kenia y Suiza.
Un importante fiscal de las Naciones Unidas acogió con satisfacción la detención, diciendo que demostraba que los sospechosos no quedarían impunes por las atrocidades que cometieron en 1994. “La detención de Kabuga es un recordatorio de que los responsables del genocidio pueden ser llevados ante la justicia, incluso 26 años después de sus crímenes”, dijo Serge Brammertz, fiscal jefe del Mecanismo para los Tribunales Penales Internacionales de La Haya.
El genocidio
Ruanda tenía 8 millones de habitantes a principios de la década del 90. El 89,9% eran hutus y el 9,8% eran tutsis. El conflicto entre estos dos grupos étnicos llevaba ya varios siglos de historia, aunque no siempre se había resuelto por medio de la violencia.
La colonización europea —primero alemana y luego belga— fue una primera escalada en el enfrentamiento, que se agravó tras la independencia del país en 1962. La Guerra Civil que comenzó en 1990 con la rebelión del Frente Patriótico Ruandés (FPR) contra el régimen hutu de Juvénal Habyarimana fue el preludio del genocidio.
El 6 de abril de 1994, el avión oficial del dictador fue derribado por dos misiles tierra aire cuando se disponía a aterrizar en el aeropuerto de la capital, Kigali. Habyarimana, que había impulsado la creación de las milicias Interahamwe y lanzado una política de criminalización de todo lo que oliera a tutsi, venía de discutir en Tanzania un posible acuerdo de paz impulsado por la ONU. Pero murió en el atentado.
Nadie se atribuyó la autoría del ataque. Las sospechas estuvieron repartidas entre el FPR y los hutus radicalizados. Ambos podían tener razones para oponerse a la paz. Ante el deceso del presidente, le correspondía asumir la jefatura de Estado a Agathe Uwilingiyimana, primera ministra. Lo hizo, pero sólo duró unas horas en el cargo. En la madrugada del 7 de abril, el coronel Théoneste Bagosora, un halcón del supremacismo hutu y referente de las Interahamwe, ordenó su asesinato.
Bagosora desplegó luego tropas del Ejército por toda la capital y bloqueó los accesos. Nadie podía salir ni entrar. Entonces comenzó la carnicería. Soldados, paramilitares y civiles armados empezaron a recorrer las calles de Kigali en busca de todos los tutsis, pero también de los hutus moderados. A cada uno que veían lo asesinaban. Las radios difundían los nombres y las direcciones de los blancos e incentivaban a los ciudadanos a ir a matarlos. Días más tarde, la ciudad se volvió intransitable por el olor nauseabundo que emanaba de los cuerpos apilados.
Lo mismo sucedió en el interior del país en las semanas siguientes. Autoridades municipales coordinaron los ataques con policías, militares y las Interahamwe. Pero todo fue más sangriento, porque en vez de fusiles y pistolas, los genocidas usaban machetes y palos de madera cubiertos con clavos. Iban casa por casa con la intención de que no saliera nadie con vida. En solo tres meses, entre 800.000 —según la ONU— y 1.200.000 —según el actual gobierno ruandés— personas fueron asesinadas. El 75% de la población tutsi de Ruanda fue exterminada.
El FPR, liderado por Paul Kagame, se movió ni bien comenzó la masacre. Dio por terminados los diálogos de paz y lideró una serie de ataques selectivos. De a poco, fue capturando ciudades de distinta envergadura, y se fue acercando a Kigali. A su paso, sumaba cada vez más reclutas entre los sobrevivientes, que encontraban en el FPR el único refugio de una muerte segura. En ese período, también se produjeron matanzas indiscriminadas de tutsis contra hutus.
El genocidio y la guerra civil concluyeron el 4 de julio, con el triunfo de las fuerzas de Kagame, que se convirtió en un nuevo dictador y nunca más dejó el poder. Un cuarto de siglo después, Ruanda es un país relativamente estable, que viene de un largo período de crecimiento económico, pero todavía se esfuerza por digerir las secuelas de la mayor limpieza étnica en la historia moderna de África.
Con información de AFP
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