Las restricciones de viaje por el nuevo coronavirus han afectado a millones de personas en el mundo. Incluso, en el Círculo Polar Ártico, donde dos exploradoras afrontan las condiciones de encierro más extremas, con la incertidumbre de no saber en qué momento podrán regresar a casa.
Sunniva Sorby, de 59 años y Hilde Fålulm Strøm, de 52, partieron el pasado agosto hacia el archipiélago de Svalbard, ubicado entre Noruega y el Polo Norte. Ambas son cofundadoras de Hearts in the Ice, una organización que promueve la conservación del medioambiente, y con su viaje buscaban recopilar datos ambientales y crear conciencia sobre el cambio climático.
Para realizar su investigación, la pareja se hospedó en Bamsebu, una cabaña remota construida en 1930 para alojar a balleneros, a unos 140 kilómetros de cualquier rastro de población. Durante meses, sus únicos vecinos fueron los renos y los osos polares, y tras finalizar el invierno, se convirtieron en el primer equipo formado exclusivamente por mujeres en pasar la estación más fría del año en el Ártico.
Este mes, iban a regresar por fin a casa. Sin embargo, el barco que debía recogerlas en Svalbard no pudo salir del puerto por las restricciones de movilidad del COVID-19. Sorby y Strøm se quedaron atrapadas allí. Se vieron obligadas a extender su estadía y a racionar sus alimentos, pues desconocen cuándo podrán regresar, y deben considerar la posibilidad de tener que pasar otro invierno allí.
“Ha habido lágrimas”, reconoció Strøm durante una videollamada desde el Círculo Polar Ártico con la televisora estadounidense NBC. “Tienes miedo y te sientes pequeño en este gran entorno”, confesó.
Su día a día
Cuando supieron que no regresarían a casa, decidieron continuar con su investigación. El cambio climático ha afectado al Ártico mucho más rápido que a cualquier otra parte del mundo, así que decidieron tomarlo con filosofía y pensaron que era una oportunidad de continuar con su trabajo.
Desde que llegaron en agosto, las dos científicas han recopilado datos sobre la vida silvestre y sobre el clima. Además, han monitoreado las auroras boreales, las nubes, el hielo y los organismos que habitan bajo este. El proyecto está financiado por donaciones que reciben de distintos patrocinadores, y la información la envían a organismos internacionales como la NASA o el Instituto Polar Noruego.
“Hay muy poco conocimiento sobre lo que hay bajo el hielo. Así que continuamos recopilando datos para ellos, lo que les ha proporcionado un gran entendimiento sobre la biodiversidad y lo que está ocurriendo en el océano con el deshielo polar”, apuntó Sorby.
Durante su expedición, también han testado el funcionamiento de nuevas tecnologías, como las motos eléctricas, y han impartido clases a más de 5,000 estudiantes a través de workshops online, donde exponen los resultados de la investigación.
A pesar de que el trabajo las mantiene activas, reconocen que es difícil y están asustadas por el futuro. Cada vez que salen de la cabaña, de unos 20 metros cuadrados, tienen que vestirse con 9 kilos de ropa para protegerse del frío y de los distintos elementos de riesgo. Además, llevan bengalas, una navaja suiza y un rifle.
“No es solo un paseo, tenemos que ir preparadas para lo peor”, explicó Sorby.
Además, constantemente deben salir al exterior para cortar leña y buscar agua, ya que en Bamsebu no hay tuberías.
Una vez en la intemperie enfrentan numerosos desafíos, como osos polares hambrientos y agresivos, y tormentas. Según explicaron las investigadoras en declaraciones a la televisora estadounidense NBC, en una ocasión, un huracán ártico abrió bruscamente la puerta de la cabaña. Los fuertes vientos les impidieron improvisar cualquier tipo de reparación en ese momento, y sólo les quedó intentar protegerse del frío lo mejor posible.
Recientemente, a través de su cuenta de Instagram, “Hearts in the ice”, las científicas contaron cómo un oso polar se aproximó a la cabaña.
“Tuvimos otro visitante anoche. Un gran oso polar vino a Bamsebu. Fue a por los barriles de comida y volteó el que contenía café, papas fritas y chocolate. Fue difícil asustarlo, pero finalmente se marchó”, escribieron en la publicación.
El tiempo que no trabajan, intentan mantenerse activas viendo películas, cocinando o bailando, a pesar de las numerosas horas de oscuridad. Una perrita de raza Malamute llamada Ettra, les hace compañía en sus aventuras.
“Ninguna de nosotras ha vivido tanto tiempo con nadie las 24 horas del día, los siete días de la semana”, explicó a la NBC Sorby, antes de añadir que supone que en el mundo el aislamiento ha provocado tensiones similares.
A pesar de los desafíos, ambas llevan muchos años de práctica. Storm, científica noruega, ha pasado más de 22 años en el extremo norte del mundo, liderando distintas expediciones; mientras que Sorby, de nacionalidad canadiense, trabajó durante 23 años como historiadora y guía en la Antártida. Una experiencia que ahora esperan que les ayude a afrontar lo que les depare el futuro, al menos, hasta que la situación sanitaria mundial se normalice.
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