Hubo cuatro factores primordiales. El primero fue el mantra de “no nos puede pasar lo de Italia”. El segundo, cuarentena estricta apenas se registró la primera muerte. El tercero, la gran disciplina social de sus habitantes. Y un cuarto que nadie se atreve a incluir en las estadísticas pero que tiene que ver con el carácter de cada pueblo. Esto incluye los genes, el humor, el vino, el aceite de oliva, el agua, el sol, el aire y la resiliencia de conjunto. Países tan diferentes como Eslovaquia, Islandia, Grecia, Vietnam, Eslovenia o Jordania pueden contar historias exitosas del combate contra el coronavirus y comparten estos factores como parte del cóctel que los llevó a pasar esta primera ola de la pandemia con muy pocas bajas.
Grecia decretó la cuarentena apenas cuatro días después de producirse la primera muerte por el Covid-19. Italia lo hizo 18 días después. Y España 30 días más tarde. Esto le permitió controlar el brote casi de cuajo. Su primer caso se detectó el 26 de febrero. Rápidamente, comenzó a adoptar medidas progresivas, como cerrar escuelas, prohibir desplazamientos salvo para trabajo y compras necesarias, y establecer multas de hasta 150 euros para quien no respetase las normas. El confinamiento total lo decretó el 23 de marzo, cuando tenía 695 contagiados y 17 fallecidos. “Y fue uno de los primeros países de Europa en monitorizar todos los vuelos que llegaban de China”, explica Aurea Moltó, la directora de la revista especializada Política Exterior. “No ha tenido ni las dudas en las medidas a tomar, ni las contradicciones que han llevado a que otros países hayan perdido unos días muy valiosos”, dice.
El gobierno del primer ministro conservador, Kyriakos Mitsotakis, sabía que tenía un sistema sanitario muy endeble. Tras una década de recortes en la que la economía griega se contrajo un 26%, los hospitales están en muy malas condiciones. Apenas 18 meses después de salir de su tercer rescate financiero, Atenas reconocía que tan sólo tenía 560 camas de cuidados intensivos en todo el país y muchos menos respiradores. Todo, en un país de 11 millones de personas y de población de edad avanzada. A pesar de todo, se produjo “la anomalía griega”: hasta el viernes tenía poco menos de 2.700 casos y 148 muertos. Italia, 260.000 casos y 30.000 muertos; España 223.000 y 26.000 muertos. “Evidentemente, el aceite de oliva griego es mucho más curativo que el italiano o el español”, bromeó un periodista del tradicional periódico de centroizquierda, Ta Nea.
“La manera en la que Grecia hizo frente a la crisis económica y, por qué no decirlo, la manera en la que fue tratada durante la crisis económica, ha hecho florecer un estoicismo griego que les ha dotado de una gran capacidad de respuesta”, dice Aurea Moltó. Todo esto, a pesar de que sobre los griegos había dos espadas pendiendo de un cabello como la que tenía Damocles sobre su cabeza en la corte de Dionisio. La primera, los campos de refugiados. Son, al menos 74.000 escapados de las guerras repartidos en las islas. En Lebos, el más grande, hay 27.000 viviendo en condiciones extremas. Y el 35 % son niños menores de 12 años, uno cada seis no está acompañado de un mayor. De inmediato se cerraron los campos y sólo podía entrar la comida y la ayuda sanitaria. La segunda espada es la del turismo, la industria más afectada por el coronavirus, que constituye el 20% del PBI griego. Lo sacrificó. Cerró también todas las fronteras. Ahora, asegura que tendrá todo listo y desinfectado para que vuelvan los noreuropeos a las playas del Egeo, entre julio y agosto.
Otro ejemplo de suceso pandémico lo marcó Eslovaquia, este pequeño país centroeuropeo creado en 1989 tras la desintegración de Checoslovaquia y con poco más de cinco millones de habitantes. Tiene 1.400 infectados y 26 muertos. “Si Nueva York hubiera mantenido esa misma proporción entre población y víctimas de los eslovacos, los muertos serían 40 y no 20.000 como tiene”, escribió Miroslav Beblavy en la revista Foreign Policy. Aquí la clave fue la actitud que tuvo una periodista que marcó la diferencia. El 13 de marzo, cuando aún no se habían registrado casos en el país, la presentadora del programa periodístico más visto de la televisión de Bratislava, Zlatica Puskarova, comenzó el programa donde tenía como invitados al primer ministro Igor Matovic y su ministro de Salud preguntándoles por qué no estaban usando barbijos y les ofreció unos que tuvieron que ponerse en cámara de inmediato. Al día siguiente, la gran mayoría de los eslovacos salieron a la calle con tapabocas. La autodisciplina fue el elemento que modificó todo. Cumplieron con la cuarentena sin que fuera obligatoria. Unos 20.000 que cruzan diariamente a Austria para realizar trabajos como el cuidado de ancianos, con altas probabilidades de contagio, fueron alojados en hoteles sin conexión con el resto de la población. Y los 50.000 que viajaron al norte de Italia, entre febrero y principios de marzo, fueron monitoreados particularmente.
Eslovenia, el otro país con el que confundimos a Eslovaquia, también tuvo un muy buen puntaje en este ranking del coronavirus. Se independizó de Yugoslavia en 1991 y tiene poco más de dos millones de habitantes. Hasta el viernes informó de 1.400 casos y 99 muertes. Aquí, también fue importante la acción rápida. Apenas vieron como los afectados se multiplicaban en la vecina Italia, cerraron la frontera y una semana más tarde el resto del país. La autodisciplina hizo el resto. Se cumplieron los primeros 14 días de cuarentena a rajatabla. Dos meses más tarde ya casi no registran contagios y la economía del país está funcionando a pleno, pero con estrictos cuidados de distanciamiento social. Desde que esa región era el Reino de Noricum y vivía de proveerle a los romanos los mejores metales para sus espadas, se habla de la buena salud de los eslovenos. “Son los aires de los Alpes Orientales”, dicen. Aparentemente, muy buenos para combatir virus mortales.
Vietnam va a salir de la pandemia, probablemente, como el país con menos víctimas a pesar de su registro de infectados (290). Hasta el viernes había sólo un muerto y aún hay dudas de que haya fallecido por coronavirus. Se había preparado para epidemias anteriores como la del SARS y tenía test suficientes para una buena parte de la población. En enero, apenas se detectaron tres personas contagiadas provenientes de Wuhan, el epicentro de la pandemia en la vecina China, cerraron todas las fronteras y comenzaron a hacer análisis clínicos hasta llegar a los 300.000. Fueron 966 por cada caso detectado, el mayor número, proporcionalmente, del planeta. Y concentraron las pruebas en los que habían llegado desde el exterior y en los trabajadores de los mercados populares de Hanoi. Quien tuviera signos de contagio era enviado a cumplir un estricto encierro de 14 días en hoteles y hospitales acondicionados especialmente. Si alguien se resistía era enviado a un campo policial bajo cargos criminales. Vietnam no utilizó ninguna tecnología de avanzada. Pero hizo las cosas básicas extremadamente bien.
Jordania también lo hizo bien. Apenas 500 casos y 9 muertos. El reino comenzó a trabajar en protocolos de acción cinco semanas antes de que se registrara el primer caso, el dos de marzo. Para cuando esto sucedió, el país estaba preparado. Los movimientos fueron restringidos al máximo y decretaron un toque de queda desde las seis de la tarde hasta las diez de la mañana. Las sirenas de emergencia ubicadas en mezquitas, comisarías y escuelas sonaban para marcar el inicio y el final del confinamiento diario. Al mismo tiempo, se hicieron entre 2.000 y 3.000 pruebas por día y a los contagiados los aislaban y controlaban permanentemente. Cuando se detectó en Irbid, la segunda ciudad más poblada de Jordania, que a pesar del toque de queda se había realizado una fiesta de casamiento con 450 invitados, se impuso la cuarentena obligatoria y permanente al millón de habitantes y se aisló la zona del resto del país. En Irbid se registraron la gran mayoría de los casos y la epidemia no se expandió.
Nadie esperaba que en Islandia hubiera muchos casos de coronavirus por su aislamiento natural, pero a pesar de eso se produjeron 1.800 casos y 10 muertos. Aunque hubieran sido muchos más si el gobierno no hubiera desarrollado uno de los más amplios testeos de todo el mundo. Gracias a que Islandia tiene un laboratorio muy importante, DeCode, que ya producía las pruebas clínicas para detectar infecciones virósicas, se hizo un testeo seleccionado que abarcó en forma compulsiva a casi el 15% de la población. Todos los que dieron positivos fueron trasladados de inmediato a centros donde pasaron las dos semanas de encierro, más allá de que hayan o no evidenciado los síntomas de la enfermedad. Y si a esto le agregamos una disciplina social extraordinaria, Islandia pasó lo peor de la pandemia sin prácticamente cerrar ninguno de sus servicios esenciales ni afectar su economía. Hasta se mantuvieron las clases en las escuelas, con estrictas reglas de convivencia entre los alumnos. La próxima semana abrirán hasta los bares, aunque para entrar la gente tendrá que hacerse un testeo rápido, usar barbijo mientras se pueda (obviamente, no cuando se toman un trago o un café) y en grupos pequeños.
El coronavirus mostró una vez más que el mundo no es igual ni justo. Pero es diferente de acuerdo al país en que vivamos. En los que hay mayor disciplina social, mejores recursos naturales y sus gobiernos actúan con premura para proteger a su gente, la pandemia se enfrenta con mayor confianza y mejores resultados.
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