Todos los días todo el mundo -casi literalmente- quiere conocer los datos: cuántos infectados del nuevo coronavirus hay, cuántas muertes por COVID-19 se han acumulado. Y al mismo tiempo pocas veces en la historia las cifras han sido tan dudosas. Ningún gobierno —hay excepciones, como Islandia o Corea del Sur— ha podido desplegar la cantidad de pruebas para detectar el SARS-CoV-2 que hace falta para generar estadísticas confiables, entre los vivos o entre los muertos, y en las grandes ciudades como Nueva York se han registrado 11 veces más fallecimientos domiciliarios que normalmente, un indicador de la incidencia directa e indirecta de la pandemia.
Pero hay una cifra que llama la atención de cada vez más analistas en el mundo, porque podría contener la clave para estimar el impacto real de coronavirus en cada país.
Se trata del exceso de mortalidad, que identifica un aumento temporario en la tasa de fallecimientos habituales en un lugar y un momento del año determinado. Se da, por ejemplo, cuando sucede una ola de calor, una guerra o una hambruna. Y también en las epidemias.
Previsiblemente, las noticias que este número trae al seguimiento del COVID-19 no son buenas: muestran que en marzo y abril de 2020 se registraron cifras de muertes mucho más altas que en los mismos períodos de los años anteriores. Eso significa que el coronavirus no es como la gripe común, que tiene variaciones pero una curva similar de un año a otro.
Según The New York Times, que cerró sus cálculos con los datos de 12 países el 27 de abril, hubo en ellos un exceso de muertes neto de 40.000 personas en relación al promedio de los últimos años sumado al número oficial de muertos por Covid-19; El Financial Times (FT), que cerró sus números el 26 de abril y relevó 14 países, encontró en ellos una exceso de 122.000 muertes. Una diferencia es del 19,5% y el 58,1%, en cada caso. Esto indicaría que todos los registros de muerte por COVID-19 que se tienen en la actualidad son bastante menores a la magnitud real.
The Economist, que mantiene en su web un rastreo actualizado del exceso de mortalidad, utilizó datos de EuroMOMO, una red de epidemiólogos que recoge informes semanales de muerte por todas las causas en 24 países de Europa, donde viven unos 350 millones de personas. Identificó así que, si bien las temporadas de gripe común de 2017, 2018 y 2019 fueron especialmente letales, en el paso del primer al segundo trimestre de 2020 los casos de COVID-19 hicieron que incluso esas cifras altas de muerte comenzaran a parecer pequeñas.
“La pandemia del COVID-19, que llegó mucho más tarde [que la gripe común] en el año, ya ha alcanzado un pico más alto y hubiera sido mucho más destructiva sin las medidas de distanciamiento social. Las cifras de EuroMOMO sugieren que entre el 16 de marzo y el 12 de abril hubo unas 70.000 muertes excesivas”, escribió James Tozer, periodista de datos de la publicación británica.
¿Por qué no ha sido posible hasta ahora tener una idea exacta del impacto del COVID-19? En primer lugar, las cifras oficiales suelen registrar menos casos que los reales derivados del SARS-CoV-2, porque normalmente lleva días establecer y registrar la causa de muerte de una persona, lo cual genera una demora en los datos. Además, distintos países emplean distintos criterios, debido a su mayor o menor capacidad de hacer la prueba: “Francia ha realizado una cantidad importante de test en los asilos, e incluye las muertes en esas instituciones en sus registros diarios, mientras que casi todas las muertes documentadas en Holanda han sucedido en hospitales”, detalló Tozer en Medium.
El periódico financiero puso como ejemplo la provincia de Guayas, en Ecuador, donde solo se informaron 245 muertes oficialmente atribuidas al COVID-19 entre el 1º de marzo y el 15 de abril, pero los datos totales revelaron que hubo un total de fallecimientos en exceso de 10.200 en comparación con un año típico: un aumento del 350 por ciento.
Según las estimaciones de FT, otros ejemplos de llamativa asociación entre el aumento de exceso de mortalidad y zonas rojas de COVID-19 son Lombardía, en Italia (155%), la ciudad de Nueva York (200%) y Madrid, en España (161%). En algunos países la disonancia entre la realidad y los informes oficiales podría ser extrema, tanto por problemas en la recolección de datos como por la voluntad de los gobiernos de ocultar información: en Jakarta, la capital de Indonesia, hubo 15 veces más entierros que el total de muertos por COVID-19.
Muchos países no cuentan en las estadísticas a aquellos que no dieron positivo porque no accedieron a un análisis antes de morir y hasta los registros más detallados no incluyen a las personas que murieron de otras enfermedades porque no lograron que se les adjudicara una cama de terapia intensiva debido a la saturación de los hospitales o porque tenían miedo de contagiarse y ni siquiera llegaron a una sala de emergencia.
Pero más allá de eso, “el exceso de mortalidad ha aumentado de manera más marcada en lugares que sufren los peores brotes de COVID-19″, destacó FT, "lo cual sugiere que la mayoría de estas muertes están directamente relacionadas con el virus y no son un mero efecto secundario del confinamiento”.
Esas cifras, aunque asombrosas, bien podrían ser incompletas, ya que las medidas de quedarse en casa “implican que la mortalidad derivada de muchas condiciones, como los accidentes de tránsito y los laborales, posiblemente se redujeron”, dijo a FT Markéta Pechholdová, profesora de Demografía en la Universidad de Economía de Praga.
Tozer le preguntó al coordinador de EuroMOMO, Lasse Skafte Vestergaard, si tienen asidero las opiniones que minimizan el impacto del coronavirus al compararlo con las temporadas de gripe. “Dadas las espectaculares señales de mortalidad que ya estamos viendo, en particular en algunas partes de Europa, podemos concluir que esta pandemia no es una gripe más, para nada”, dijo el epidemiólogo danés.
“Llama la atención que vemos una gran variación, desde un exceso [de mortalidad] extremadamente alto en un país hasta niveles normales en los países vecinos. Más adelante tendremos que evaluar el efecto de las diversas medidas preventivas de la sociedad, iniciadas a diferente velocidad y con distintos niveles de extensión. Entonces podremos concluir lo que se debería recomendar en términos de preparación para futuras pandemias”.
En los Estados Unidos la Escuela de Salud Pública de la Universidad de Yale hizo un estudio para The Washington Post en el que encontró un exceso de mortalidad estimado en 15.400 casos desde el primer día de marzo hasta el 4 de abril, “el doble de lo que se atribuyó públicamente al coronavirus en ese periodo”, que fue de 8.128 casos. En otro análisis de esas mismas cifras, Forbes encontró que los fallecimientos atribuidos al COVID-19 en la ciudad de Nueva York habían representado el 40% del total del excedente de muertes del periodo: en otras palabras, que faltaba saber cómo contar el 60% restante, parte del cual con toda probabilidad estuvo asociado al SARS-CoV-2.
La falta de estimaciones reales del impacto de la pandemia tiene grandes consecuencias en las vidas de miles de millones de personas, afectadas por una crisis económica sin precedentes, dado que los gobiernos necesitan números confiables para saber cómo reabrir las sociedades de manera segura, un debate que se intensificó en estos días. Por el momento, esta cifra clave, el exceso de mortalidad, ofrece un indicio importante: el verdadero costo en vidas de la pandemia será bastante más alto de lo que se ha informado.
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