Cuando su padre fue recluido en el campo de concentración de Mauthausen, en 1941, Arie Even era un niño. Debió vivir huyendo por Hungría con su madre, Magda, y su hermano, Ivan, escondiéndose en sótanos y graneros, hasta que en 1944, cuando Alemania invadió el país, su abuelo logró esconderlos en una casa bajo protección suiza en Budapest. Fue la última noche que vio a su abuelo: las fuerzas nazis lo detuvieron, lo fusilaron y arrojaron su cadáver al río Danubio.
A los 88 años, este sobreviviente del Holocausto se convirtió en la primera persona que murió de COVID-19 en Israel, donde vivía desde un año después del establecimiento del estado, cuando llegó a un kibbutz a los 17 años. Además de haber sobrevivido a los crímenes nazis, Even superó un ataque cardíaco y varias cirugías, pero no pudo contra el nuevo coronavirus.
“¿Quién sabe cuánto tiempo le quedaba? ¿Otra semana? ¿Un año? ¿Cinco años? Lo que sea: perderlo ahora se siente como un desperdicio", dijo a The Guardian su hijo mayor, Yaakov. “De algún modo se siente como si hubiera muerto antes de tiempo".
Nunca olvidó el día que las tropas soviéticas liberaron Budapest y entraron a la ciudad con camiones repletos de hogazas de pan para repartir entre la población. Pero a pesar de la simpatía que entonces le causaron esos soldados, emigró a Israel, donde adoptó su nombre —había nacido como George Steiner— y se quedó para siempre. Allí se mudó también su madre en 1956, tras la invasión soviética de Hungría.
Luego del kibbutz —resumió su historia Haaretz— hizo el servicio militar como técnico aeronáutico y conoció a Yona, con quien se casó. Vivieron juntos hasta la muerte de ella, en 2012. Tuvieron cuatro hijos.
Ella era una diplomática, y él comprendió su vocación y la siguió a todos sus destinos, entre ellos India, Japón, Alemania, Bélgica y Francia. “Era un hombre inusual para su generación”, dijo Yaakov a Los Angeles Times. Para acompañar a Yona, renunció a su propia carrera de diplomático —el Ministerio de Asuntos Exteriores israelí no permitía que los dos miembros de una pareja lo fueran— y se convirtió en oficial aduanero.
Yaacov lo describió como “un caballero con clase”, que aunque había nacido en una familia rica aprendió a vivir en un mundo completamente transfigurado tras la Segunda Guerra Mundial. Estudió latín y alguna vez soñó con ser médico; a lo largo de toda su vida armó una enorme colección de música clásica. Entre sus libros se destacaban los de historia y los de cocina, que sabía poner en práctica.
Su hija Ofra lo describió a Y Net como “un hombre de trabajo que tenía el humanismo en su ADN". La mujer también contó al Times: “Recuerdo cómo nos hablaba cuando éramos niños de escuela primaria”, dijo, sobre la cuestión palestina. “Siempre habló sobre la responsabilidad de Israel”. Su hermana Yael coincidió: “Creía profundamente en la igualdad, en los derechos civiles. Creía que esta tierra pertenecía a todos sus ciudadanos”.
Sobre la Shoah, en cambio, no les habló mucho. “No solía conversar con nosotros sobre eso”, agregó Ofra. “Sólo en sus últimos años, cuando yo iba a pasar el Día del Holocausto con él, comenzamos a hablar del tema”.
Arie Even murió en el Centro Médico Shaare Zedek, de Jerusalén, el 20 de marzo, luego de enfermarse en la residencia geriátrica en la que vivía, donde se vieron varios casos de coronavirus, señaló Haaretz. “Estuvo lúcido hasta el final y nos decía que había que empezar a planear una gran fiesta para cuando cumpliera 90 años”, dijo Yaakov. “Fue un hombre amado, vivió una vida plena, se dedicó a su familia y mostró fuerza hasta sus últimos momentos”.
Sus seres queridos —además de sus cuatro hijos, tenía 18 nietos y un bisnieto— no pudo acompañarlo, para evitar más contagios de COVID-19, y sólo se les permitió mantener el contacto por teléfono. Aunque su funeral se realizó al día siguiente, al fin del Shabbat, sólo se permitió la asistencia de pocas personas —su hijo menor, Omri, que estaba en cuarentena por haberlo visitado antes de que mostrara síntomas, representó a todos los Evan— y manteniendo la distancia. Lo enterraron autoridades religiosas judías que vestían equipo de protección. Por las mismas razones, la familia no pudo hacer la shivá, la semana de duelo en que se abren las puertas de la casa para que los afectos puedan ofrecer sus condolencias.
“Fue un hombre fuerte, que se sobrepuso a las penurias del Holocausto", dijo Yael con frustración. “Vivió una vida plena. Pero es una pena que haya tenido que irse así”.
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