La crisis abierta por la pandemia del coronavirus en todo el mundo ha puesto a prueba a los líderes políticos y ha mostrado una realidad novedosa: desde Islandia hasta Taiwán y desde Alemania hasta Nueva Zelanda, son las mujeres quienes se están destacando en el manejo de la nueva contingencia.
Si además sumamos lo que sucede en Finlandia, Islandia y Dinamarca, podemos decir que esta pandemia reveló que las mujeres tienen lo que se necesita cuando las cosas se complican, o cuando, como dice el dicho popular “las papas queman”. Al menos, así lo estableció esta semana un artículo publicado por Forbes.
Alguien podría objetar que se trata de países pequeños, islas u otras excepciones. Pero Alemania es grande y líder y, si la comparamos con el Reino Unido -gobernado por Boris Johnson- esta última es una isla con resultados muy diferentes.
Lo cierto es que estas mujeres líderes nos están regalando una forma alternativa y atractiva de ejercer poder. ¿Pero qué nos están enseñando?
Verdad
El 11 de marzo pasado, la canciller alemana Angela Merkel se levantó temprano y con calma le dijo a sus compatriotas que estaban ante un problema grave que infectaría hasta el 70% de la población. “Es serio”, dijo, “hay que tomarlo en serio”, insistió. Así lo hizo, y el resto de la población también. Las pruebas se hicieron desde el principio, de forma masiva. Alemania saltó así las fases de negación, ira y falta de sinceridad que hemos visto en otros lugares. Y el resultado está a la vista: los números de muertos y de contagios están por debajo de sus vecinos europeos, y hay indicios de que podrían comenzar a relajar las restricciones relativamente pronto.
Decisión
Entre las primeras respuestas ante la crisis estuvo la presidente de Taiwán, Tsai Ing-wen. En enero, a la primera señal de que se asistía a la irrupción de una nueva enfermedad, implementó 124 medidas para bloquear la propagación, sin tener que recurrir a las restricciones totales que se han vuelto comunes en otros lugares. En la actualidad, Taiwán está enviando 10 millones de máscaras faciales a los Estados Unidos y Europa. La gestión de Tsai pasará a la historia como lo que CNN ha llamado “de las mejores respuestas del mundo”, manteniendo la epidemia bajo control y reportando apenas seis muertos.
Jacinda Ardern, por su parte, primera ministra de Nueva Zelanda, tomó la decisión de imponer el cierre de forma prematura, y fue muy clara sobre el nivel máximo de alerta al que estaba sometiendo al país, y por qué. Impuso el autoaislamiento a las personas que ingresaban a Nueva Zelanda de manera asombrosamente temprana, cuando solo había 6 casos en todo el país, y prohibió la entrada de extranjeros por completo poco después. Ahora, esa claridad y decisión están salvando a Nueva Zelanda de la tormenta. A mediados de abril habían sufrido solo cuatro muertes, y Ardern acaba de ordenar que todos los neozelandeses que regresan al país estén en cuarentena en lugares designados durante 14 días.
La primera ministra de Dinamarca, Mette Frederiksen, también decidió cerrar las fronteras de su país, los jardines de infancia, las escuelas y las universidades de forma temprana, y prohibió las reuniones de más de 10 personas. Seguramente a eso se deba que ha logrado controlar los contagios, y eso se ha reflejado en los números: una encuesta de principios de marzo dice que el 79% de los daneses considera que está haciendo un buen trabajo.
Tecnología
Islandia, bajo el liderazgo de la primera ministra Katrín Jakobsdóttir, está poniendo a disposición de sus ciudadanos pruebas gratuitas de coronavirus y, en consecuencia, se convertirá en un caso de estudio clave para determinar las verdaderas tasas de propagación y mortalidad de COVID-19. La mayoría de los países tienen pruebas limitadas para personas con síntomas activos. Por el contrario, en relación con su población, Islandia ya ha examinó a cinco veces más personas que Corea del Sur, e instituyó un sistema de seguimiento exhaustivo que los ayudó a ni siquiera tener que cerrar las escuelas.
Sanna Marin se convirtió en la jefa de Estado más joven del mundo cuando fue elegida en diciembre pasado como primera ministra de Finlandia. Puede que hiciera falta una líder política millennial para implementar el uso de influencers de las redes sociales como agentes claves a la hora de combatir la crisis del coronavirus. Partiendo de la base de que no todos los finlandeses leen la prensa tradicional, los influencers de distintas edades se han convertido en voceros a la hora de difundir información científica sobre el manejo de la pandemia.
Amor
La primera ministra de Noruega, Erna Solberg, tuvo la idea innovadora de usar la televisión para hablar directamente con los niños de su país. Se trató de una conferencia en la que no se permitieron adultos. Con paciencia y calma, la premier respondió a las preguntas de los niños de todo el país, tomándose el tiempo para explicar por qué incluso estaba bien sentir miedo. También la premier danesa, Mette Frederiksen fue ampliamente elogiada por sus discursos francos y con instrucciones claras para la nación. Incluso ha divertido a la población al publicar un video en Facebook en el que ella lava los platos mientras canta junto a los poppers daneses de la década de 1980 Dodo y los Dodos.
¿Cuántas otras innovaciones simples y humanas desencadenaría más liderazgo femenino? En general, la empatía y la atención que todas estas líderes femeninas han desplegado parece provenir de un universo alternativo al que nos hemos acostumbrado.
Ahora, comparemos a estas líderes y sus actitudes, con los políticos-hombres-fuertes, que utilizan la crisis para acelerar una aterradora trifecta de autoritarismo: culpar a “otros”, controlar el poder judicial, y demonizar a los periodistas, entre otras cosas. De acuerdo con Forbes, años de investigación han sugerido tímidamente que los estilos de liderazgo de las mujeres pueden ser diferentes y beneficiosos.
En cambio, aún restan demasiadas organizaciones políticas y compañías que creen que para liderar, o alcanzar el éxito, las mujeres deben comportarse más como hombres. Esta pandemia parece haber llegado para demostrar que se equivocan.
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