China anunció al mundo el 7 de enero que había identificado un nuevo tipo de coronavirus, que luego sería denominado SARS-CoV-2. A fines de diciembre habían aparecido en la prensa occidental los reportes provenientes de Wuhan, que describían una extraña enfermedad infecciosa —bautizada Covid-19 más tarde—, pero sin precisar su origen.
Una semana más tarde, el virus ya estaba circulando por Asia, con Tailandia y Japón como los primeros países que denunciaron casos. Otra semana más fue suficiente para que penetrara en el continente americano: el estado de Washington, en el noroeste de Estados Unidos, informó el 21 de enero que había recibido a un infectado.
Tres días después, el coronavirus arribó a Europa. Francia fue su primer destino, aunque no tardaría en arrasar con España e Italia. El 14 de febrero, Egipto se convirtió en el primer país africano en tener un paciente con síntomas.
Finalmente, el 26 de febrero, a solo 50 días de que se supiera de su existencia, el SARS-CoV-2 llegó a América Latina, la única región del planeta —a excepción de la Antártida— que no tenía casos. La puerta de entrada fue Brasil, que es hoy el más afectado de Iberoamérica.
Nunca antes en la historia de la humanidad una plaga se había propagado en todo el mundo en tan poco tiempo. Ahora, a menos de 100 días del descubrimiento del virus, más de 1.700.000 personas lo contrajeron y más de 100.000 murieron como consecuencia, y solo 16 países se declaran vírgenes. Algunos son islas perdidas en el Pacífico, que están bastante aisladas del resto del mundo. Otros, como Corea del Norte, difícilmente estén diciendo la verdad.
Esta pandemia, reconocida como tal por la Organización Mundial de la Salud el 11 de marzo, es un producto de la globalización. Sin los flujos inéditos de personas, mercancías e información que caracterizan a esta era, sería imposible un brote de estas proporciones.
“Creo que el rasgo más distintivo de esta pandemia es que la conexión digital la convierte en una experiencia compartida en tiempo real. Tengo la impresión de que la epidemia de gripe española de hace un siglo afectó a muchas partes del mundo simultáneamente, pero que esta conciencia vino después del hecho. Lo concreto de este tipo de experiencia globalizada es también diferenciadora. Sabemos de amigos, vecinos y famosos que son víctimas del virus, y podemos sentir espasmos de empatía”, dijo a Infobae Richard A. Falk, profesor emérito de derecho internacional de la Universidad de Princeton.
La incógnita que se abre hacia adelante es si las secuelas de la crisis sanitaria, y de la crisis económica inducida para acotarla, van a llevar a una mayor cooperación internacional o, por el contrario, a un mundo más cerrado y menos cooperativo. Ambas son respuestas posibles para evitar que vuelva a producirse un brote como este en el futuro. Las consecuencias de seguir uno u otro camino serán dramáticamente diferentes.
“Mi corazonada es que habrá un gran esfuerzo para crear sistemas locales de salud pública más fuertes, pero, al mismo tiempo, un monitoreo mundial más robusto de los brotes, con intercambio de información y un sistema de gobernanza de la salud mundial. Sin embargo, estas predicciones pueden resultar totalmente erróneas si los gobiernos no logran restablecer la economía globalizada, y la probabilidad de que fracasen aumenta cuanto más tiempo estemos sin una vacuna o sin una forma fiable de llevar el curso de la enfermedad”, sostuvo Craig N. Murphy, profesor de ciencia política especializado en estudios sobre la globalización del Wellesley College, en diálogo con Infobae.
¿Hacia un mundo más abierto?
La pandemia permitió comprobar algunas de las dimensiones más ricas de la globalización. Si los países no compartieran información de la manera en que lo hacen, la gran mayoría habría tenido muchas más dificultades para lidiar con el brote.
Es cierto que China tiene una enorme responsabilidad en la propagación inicial del virus. Para evitar la mala publicidad, tardó semanas en comunicarles a su población y a la comunidad internacional la aparición de una nueva enfermedad. Pero luego se comprometió con la respuesta.
Genetistas chinos reconstruyeron la secuencia del coronavirus y la publicaron en internet el 12 de enero. Eso permitió a todos los países del planeta implementar tests para identificar los casos positivos y empezar a trabajar en el desarrollo de una vacuna.
“Hemos tenido sistemas de cooperación internacional para hacer frente a las pandemias desde la primera conferencia sanitaria internacional, en 1851 —continuó Murphy—. Seguimos mejorando este régimen de salud pública mundial a medida que las redes de transporte se hicieron más rápidas y densas. Ciertamente ha tenido algunos fallos, pero ha funcionado lo suficientemente bien como para que la globalización económica apenas se haya ralentizado, al menos a mediano plazo. No creo que las cosas sean diferentes esta vez”.
Muchos gobiernos pudieron ver día a día qué funcionaba en las naciones que recibieron el impacto antes y, eventualmente, copiarlo. Un ejemplo son las cabinas implementadas por Corea del Sur para hacerles pruebas de coronavirus a las personas desde sus autos. En poco tiempo, decenas de países reprodujeron el mismo mecanismo.
Son evidencias de que sería sensato que la pandemia lleve a una mayor cooperación y coordinación global. Si se fortalecen los organismos multilaterales y los gobiernos empiezan a compartir información y a tomar acciones conjuntas de manera más temprana, una nuevo brote podría contenerse antes de que se convierta en pandemia.
“Es irónico que, en un momento en que muchos países se estaban volviendo contra la globalización económica, esta crisis sanitaria se mueva en la dirección opuesta —dijo Falk—. Muestra las potencialidades de un entendimiento en el que todos ganan. El tipo de geopolítica en la que unos ganan y otros pierden se ilustra en el mantenimiento de sanciones que perjudican a las poblaciones civiles vulnerables, mientras que la geopolítica en la que todos ganan se expresa mediante el envío de respiradores, máscaras y equipo de protección a los países en los que la necesidad es mayor. El mensaje político de la globalización en este período de pandemia es que la cooperación beneficia a todos y la rivalidad perjudica a todos. El aumento de casos en un solo lugar lleva a una propagación que no respeta fronteras, incluso si están protegidas por armas y muros”.
Una OMS más fuerte, con mayor autonomía para actuar en el territorio de cada país, podría haber advertido antes lo que estaba sucediendo en Wuhan, por más que el gobierno chino no quisiera compartirlo. Con más recursos, podría perfeccionar los métodos para detectar problemas epidemiológicos y desarrollar protocolos de respuesta que todos puedan seguir.
Mayor coordinación implicaría también, quizás, decidir antes qué hacer con el transporte transnacional. Si los aeropuertos y los cruceros se hubieran cerrado antes, se podría haber contenido el virus a un menor costo humano y económico.
Por otro lado, si se fortalecieran los organismos multilaterales de crédito, se podría facilitar la salida a la profunda crisis económica que está comenzando. Una ayuda que podría ser crucial para naciones sin espalda fiscal ni financiera para reaccionar ante una abrupta recesión.
“El capitalismo globalizado tiene una larga historia y aterriza de forma diferente en varias partes del mundo. Hecho por los humanos, está siendo rehecho por los humanos en conjunto con el medio ambiente y los avances en la tecnología. El coronavirus no implica una reversión o un retroceso en la globalización, sino una forma de cambio social. Hay dos maneras de abordar esta pandemia y las que vendrán. Reforzar las políticas de protección social, especialmente mediante la creación de una infraestructura de salud pública, y reforzar la gobernanza mundial, lo que supone el control de las infecciones y la cooperación sanitaria transnacional”, dijo a Infobae James H. Mittelman, profesor emérito de la Escuela de Servicio Internacional de la American University.
¿Hacia un mundo más cerrado?
Por más que haya buenas razones para incrementar la coordinación a nivel global, es probable que ocurra lo contrario. La globalización viene ganando detractores desde hace tiempo, sobre todo en los países más desarrollados, que son su principal sostén.
La emergencia de líderes populistas con discursos nacionalistas, que denuestan a los inmigrantes y miran con desconfianza al mundo, es un síntoma claro del cambio de época que siguió a la crisis financiera de 2008. La crisis de los refugiados en Europa en 2015, el referéndum del Brexit en 2016, el ascenso de Donald Trump y la decisión de sacar a Estados Unidos del acuerdo de París contra el cambio climático y del pacto nuclear con Irán, son algunos ejemplos.
El sentimiento dominante ante la pandemia en buena parte de la población mundial, especialmente en los países más afectados, es el miedo. Al avance del virus, a enfermarse, al colapso del sistema de salud. La emergencia paraliza. Pero a medida que pasen los meses, y los efectos sobre la economía se profundicen, es posible que el miedo ceda el paso a la ira y a la frustración. No parecen los sentimientos más propicios para ir hacia una mayor cooperación, que supone aceptar que todos tienen que ceder una parte. Hay muchos que piensan que ya perdieron demasiado y no quieren entregar nada más.
Como ese enojo puede apuntar contra la clase política, muchos dirigentes van a tratar de canalizarlo hacia afuera. Es esperable que culpen a una globalización, que evidentemente tiene mucho que ver con la propagación del virus, y que ya no tenía muy buena imagen. O que directamente apunten contra otros países.
“Vivimos en una época marcada por varias formas de autoritarismo, nativismo y nacionalismo resurgente. No es difícil esbozar una visión de políticos buscando chivos expiatorios entre los inmigrantes, describiendo las acciones de otros estados como malévolas y con un continuo retroceso de la liberalización del comercio y las finanzas. Las cadenas de suministro mundiales que en su día fueron el sello de la globalización contemporánea están cada vez más desgastadas. Habida cuenta del proceso de desacoplamiento que ya estaba en marcha entre los Estados Unidos y China, es difícil imaginar un rápido retorno a las redes mundiales de producción ‘justo a tiempo’”, explicó Scott Solomon, director de la Escuela de Estudios Globales Interdisciplinarios de la Universidad del Sur de Florida, consultado por Infobae.
La controversial expresión “virus chino”, acuñada por Trump y repetida por otros, habla por sí misma. Abraham Weintraub, ministro de Educación de Brasil, fue un poco más allá y desató un escándalo diplomático con un tuit en el que acusó a Beijing de querer dominar el mundo, imitando muy torpemente la forma de hablar de los chinos.
“Geopolíticamente, ¿quién podlía salil foltalecido de esta clisis mundial?”, se preguntó Weintraub en el mensaje, que fue repudiado por el gobierno chino, que lo consideró racista. “Estas declaraciones completamente absurdas y despreciables (...) han provocado una influencia negativa en el desarrollo saludable de las relaciones bilaterales”, tuiteó la embajada china en Brasilia.
En este contexto, la respuesta de muchos países puede ser cerrarse. Una forma es aplicar medidas económicas proteccionistas para fortalecer a productores locales en desmedro del comercio internacional.
“No se puede predecir el futuro, pero cuando haya una recuperación, que puede tomar años, muchas empresas pueden replantearse las cadenas de suministro. Espero crecientes retracciones en el comercio mundial y un aumento de la producción nacional. Entre el colapso económico y de la salud, podríamos ver la muerte del neoliberalismo y un movimiento hacia gobiernos más progresistas, al menos en la política social, aunque muchos seguirán siendo autoritarios”, dijo a Infobae Lauren Langman, profesor del Departamento de Sociología de la Universidad Loyola de Chicago.
Otra posible reacción es el debilitamiento de distintos organismos internacionales. Algo anticipó Trump esta semana, cuando atacó a la OMS por su manejo de la pandemia y dijo que Estados Unidos iba a evaluar su participación en la entidad. “Decidieron mal. Perdieron la llamada. Podrían haber actuado meses antes. Tendrían que haber sabido y probablemente lo sabían. Así que vamos a investigar con mucho cuidado y vamos a retener el dinero gastado en la OMS”, dijo esta semana en una de sus conferencias de prensa.
No está claro cuál puede ser el alcance de esos movimientos. Algunos rasgos de la globalización como la libertad para la circulación de personas por el mundo parecen muy difíciles de erradicar, pero no se puede descartar que haya un fuerte retroceso en otras dimensiones. No sería la primera vez en la historia que sucede algo parecido.
“Creo que la noción de que la globalización es irreversible, aunque influyente y a menudo utilizada por diversos agentes sociales para fines particulares, es algo así como un embuste. La primera ola de globalización, entre 1870 y 1914, fue testigo de una tremenda interdependencia, altos flujos de capital internacional y extensas redes comerciales. Todo eso se vino abajo con las dos guerras mundiales y la Gran Depresión que marcó el período de entreguerras. Para los estudiosos que investigaron la posibilidad de que la globalización contemporánea pudiera experimentar un retroceso significativo, dos posibles causas eran una pandemia o una profunda crisis económica mundial. Estamos experimentando ambas en este momento”, concluyó Solomon.
MÁS SOBRE ESTE TEMA: