La cola para el pan en Damasco es interminable. Y aquí no hay ni barbijo ni guante ni nada. Están todos apiñados. Entre el hambre segura y el posible virus, no hay por donde perderse. La mayoría de los sirios que ya sufrieron casi una década de guerra, una vez más se juegan la vida para sobrevivir. Al menos el 83% de los sirios, tanto en el territorio controlado por el régimen de Bashar al Assad –ahora, reconquistó casi todo el país- como en el que está en manos de los rebeldes, sufren hambre. Los campos de refugiados son las más endebles. Pero en la propia capital, las cosas no son mejores. El pan subsidiado a 20 centavos de dólar el kilo ya es difícil de conseguir. Hace tiempo que no llegan los cargamentos de trigo de Rusia. Y en el mercado negro se paga diez veces más. En la última semana, todo aumentó entre un 45% y un 75%, de acuerdo a la prensa damasquina. La culpa, dicen, es del coronavirus. Desde que se desató la pandemia, las zonas más golpeadas por la guerra y el hambre en todo el mundo están siendo infectadas por la inflación del Covid-19. Y como siempre, los más afectados son los más vulnerables. “Los amigos del régimen que especularon todos estos años haciendo negocios con la guerra, ahora tienen algo aún más rentable: la pandemia. Se están aprovechando del nuevo pánico, el de contagiarse”, explicó al diario The Guardian Kareem Zukari (un nombre supuesto para evitar represalias). una vecina del barrio de Barzhe, en Damasco.
Esta situación se extiende a todas las zonas de guerra que persisten en el mundo. Y a los barrios marginales de todas las grandes ciudades. Los pobres están llevando la peor parte de la crisis creada por la pandemia. En un principio se especulaba con que el virus no discriminaba entre clases sociales, pero ahora sabemos que no es tan así. En Estados Unidos se está comprobando que son las minorías y los pobres los más afectados. Los afroamericanos tienen más problemas de salud preexistentes, menos acceso a la atención médica y más probabilidades de tener trabajos inestables, todos los factores que han hecho que la pandemia de coronavirus castigue desproporcionadamente a los negros.
“Si bien todos son susceptibles al Covid-19, los estadounidenses negros están en mayor riesgo, y en menor medida los hispanos”, dijo el Cirujano General (equivalente al ministro de Salud) Jerome Adams, durante una entrevista con la CBS. Esa disparidad racial es evidente en los primeros datos sobre muertes por coronavirus en Louisiana, Illinois, Michigan y Nueva Jersey. Las estadísticas oficiales no estaban separando el número de víctimas por grupos demográficos, pero Adams y el presidente de la Asociación Médica Americana, el doctor Patrice Harris, aseguraron que comenzaran a hacerlo para saber dónde se necesita la mayor ayuda. El gobernador de Luisiana, John Bel Edwards, informó a comienzos de la última semana que, de las 512 muertes por coronavirus hasta ese momento, más del 70% eran pacientes afroamericanos. Una cifra desproporcionada si se tiene en cuenta que esa minoría representa solo el 32% de la población del estado.
Chicago también está teniendo números similares: el 72% de las muertes de la ciudad han sido de negros, que representan solo el 30% de la población de la ciudad. “Esta nueva información ofrece una visión profundamente preocupante de la propagación de Covid-19 y es un claro recordatorio de los problemas profundamente arraigados que durante mucho tiempo han creado impactos dispares en la salud de las comunidades de nuestras ciudades”, dijo la alcaldesa de Chicago, Lori Lightfoot.
Una combinación de factores estructurales están haciendo que las personas negras se infecten cada vez más y mueran más de coronavirus, explicó a la CNN la epidemióloga Camara Phyllis Jones. “Lo que está sucediendo es que los negros se están contagiando más porque están más expuestos, y una vez infectados, mueren más porque sus cuerpos ya vienen infectados desde nacimiento con la carga de desinversión crónica, como la desnutrición o las adicciones transmitidas por generaciones”. El presidente Donald Trump reconoció el problema durante una de sus diarias rondas de prensa en la Casa Blanca. “Estamos siguiendo muy de cerca el problema del aumento de los casos sobre la comunidad afroamericana”, dijo. “Y estamos haciendo todo lo que está a nuestro alcance para abordar este desafío. Es un desafío tremendo. Es terrible”.
Y si bien el coronavirus está causando estragos en países desarrollados como Estados Unidos, Reino Unido, España e Italia, todo indica que cuando golpee a naciones de población más vulnerable la pandemia se extenderá en forma exponencial. “La desigualdad solo exacerbará el daño del Covid-19”, es el título de un ensayo publicado la última semana en la revista científica The Lancet. Los autores, Faheem Ahmed, del Servicio de Salud del Reino Unido (NHS), Christopher Pissarides, de la London School of Economics, y el economista ganador del Nobel Joseph Stiglitz, señalan que las personas pobres de todo el mundo tienen condiciones crónicas, menos acceso a la atención, menor esperanza de vida y más dificultades para “navegar en sistemas de beneficios complejos”, todo lo cual los pone en riesgo. “La pobreza y Covid-19 se cruzarán peligrosamente, tanto en salud como en economía”, argumentan, ya que las tasas de desempleo aumentarán sustancialmente y las redes de seguridad social debilitadas amenazan aún más la salud y la inseguridad”.
En un ensayo del Financial Times sobre cómo Covid-19, sus autores David Pilling y Jonathan Wheatley aseguran que los países de bajos ingresos experimentarán la crisis “en reversa”: mientras que los países ricos han sufrido brotes primero y se protegen cerrando sus economías, el Covid-19 llegará a los países en desarrollo después de que ya se hayan visto afectados por una recesión económica mundial. Las consecuencias de la recesión global ya se está sintiendo en países donde aún no explotó la pandemia. Y se ve, incluso, en la economía resentida de los inmigrantes de esos países en Europa o Estados Unidos. “A medida que avanza la crisis, las remesas, el elemento vital de muchas economías, desde Filipinas hasta Nigeria, están disminuyendo”, escriben. “Muchos trabajadores extranjeros en las ciudades occidentales, especialmente aquellos que trabajan como personal de hoteles, en la limpieza o son conductores, han perdido sus empleos”.
Los países que ya se encontraban en dificultades financieras se vieron afectados por la repentina interrupción de la actividad económica mundial, privándolos de los medios para montar algo parecido a una respuesta al estilo occidental. Los exportadores de petróleo en África y América Latina vienen siendo golpeados por el colapso del precio del crudo Brent de 70 dólares por barril en enero a menos de 30 dólares esta semana, dejando sus presupuestos en ruinas. Al mismo tiempo, todos los mercados emergentes están sufriendo una importante fuga de capitales. Según el Instituto de Finanzas Internacionales, los inversores extranjeros han retirado 95 mil millones de dólares en acciones y bonos desde que se divulgó la noticia de la epidemia el 21 de enero. Es decir, cuatro veces más que las salidas en el mismo período después del comienzo de la crisis financiera global de 2008.
El turismo, otro de los pilares económicos de muchos países, se derrumbó. Sitios como Machu Picchu en Perú o Petra en Jordania están cerrados. Los parques naturales de África están desiertos. En Tailandia, los cuidadores dicen que, sin ingresos turísticos para pagar la comida, sus elefantes corren el riesgo de morir de hambre. A todo esto, hay que sumar que las principales exportaciones están paralizadas, desde las flores que salen de Colombia a Estados Unidos o de Nigeria a Europa, hasta el cobre chileno y la soja argentina. India ya estaba en una desaceleración prolongada cuando comenzaron a aumentar los casos de coronavirus a principios de marzo. Pero la decisión del primer ministro Narendra Modi de imponer un toque de queda nacional de 21 días puso a la economía en caída libre. Y a ninguno de estos países todavía llegó lo peor de la pandemia.
Las zonas de conflicto corren un riesgo particular, como lo describen las especialistas Eleanor Gordon y Florence Carrot en el blog del Instituto Lowy, The Interpreter. “Los países devastados por la guerra carecen de recursos y confianza en el gobierno como sucede en Irak, por ejemplo. Y un sistema de salud agotado que goza de poca confianza pública no podrá responder de manera efectiva si hay un brote grave”, dicen. “Al mismo tiempo, las medidas que algunos gobiernos toman para evitar el contagio, como las restricciones de movimiento, pueden ser usadas como un arma más contra sus rivales. Las facciones beligerantes pueden obtener ganancias políticas y económicas al utilizar el momento oportuno presentado por las crisis, como ocurrió durante el brote de ébola, lo que provocó una tensión política elevada en Guinea, Liberia y Sierra Leona”, señalan. Ya surgieron también algunas grietas en los acuerdos de paz temporales a causa del Covid-19 en Filipinas, Camerún, Yemen y Colombia. Si bien las amenazas más grandes pueden llevar al cese de las hostilidades, como ocurrió en Aceh, Indonesia, después del tsunami de 2004, “tales crisis tienden a socavar aún más la resiliencia, aumentar la inseguridad y exacerbar la probabilidad y la intensidad del conflicto”. “Los compromisos de cesar el fuego se rompieron en cuestión de días y las hostilidades se intensificaron en Libia y Yemen”, dicen las autoras del informe.
Todo esto se exacerba en los campos de refugiados. En el más grande del mundo, el de Cox’s Bazar, en Bangladesh, donde sobrevive casi un millón de rohingyas expulsados de Myanmar, se decretó un estado de sitio con miles de soldados controlando que nadie entre o salga del lugar y hasta cortaron todas las redes de teléfonos móviles e internet para que “no se propaguen noticias falsas”. En el campamento de Moria, en la isla griega de Lesbos, hay 20.000 refugiados –la mitad menores de 17 años- que comparten una infraestructura para albergar a no más de 3.000. Ya se registraron casos de coronavirus, pero no hay ninguna medida de precaución posible con largas colas para recibir alimentos cada día y turnos para ocupar las mismas camas. Incluso, se registraron protestas violentas por parte de los lugareños cuando vieron que un convoy de ayuda para combatir la pandemia se dirigía al campo de refugiados y no a los hospitales locales. Lo mismo sucede en otros cientos de centros de desplazados en Somalia o Gaza, donde la gente dice estar “esperando que llegue la muerte”.