Mientras Taiwán mantiene la supervisión de 55.000 personas en cuarentena por el nuevo coronavirus, mediante sus teléfonos, la Comisión Nacional de Salud de China vigila a 20.000 posibles portadores asintomáticos. Los dos países, como Hong Kong y Singapur, han prohibido el ingreso de extranjeros (China ha restringido tanto los vuelos que muchos de sus ciudadanos en el exterior no saben cuándo lograrán regresar) y Japón no permite la entrada de visitantes desde la mayoría de los países de Europa y otros 49 del mundo, entre ellos los Estados Unidos. Corea del Sur todavía no llegó a esas medidas pero requiere una cuarentena en instalaciones gubernamentales de 14 días a todo el que llegue a su territorio.
Las acciones se deben a un reciente aumento de los casos de COVID-19 en Asia, que se estima vinculado a los portadores asintomáticos (es posible que el 25% de las personas contagiadas no sepan que lo estuvieron, lo están o lo estarán, pero aun así pueden transmitir la enfermedad a otros) y a los viajeros internacionales. Los países quieren evitar una posible segunda ola de infecciones de SARS-CoV-2.
“La preocupación”, dijo a The Guardian Jason Kindrachuk, investigador de microbiología en la Universidad de Manitoba, Canadá, “es cómo reducir las medidas de distancia social y su cumplimiento de manera tal que no se reaviven las cadenas de transmisión del virus y volvamos al punto de partida al tratar de contener la situación”. A menos que se descubra una vacuna o los gobiernos logren conocer los niveles de inmunidad colectivo de sus poblaciones, y que sean los necesarios, es muy difícil saber cuándo puede volver a la normalidad la vida incluso en aquellos países que contuvieron el brote.
“Aun los países que han sido relativamente exitosos en la gestión de la pandemia sólo están tan seguros como los eslabones más débiles del sistema”, dijo a The New York Times Kristi Govella, profesora de estudios asiáticos en la Universidad de Hawai en Manoa. “Para lo países ha sido realmente difícil implementar sus propias soluciones locales, y las soluciones locales son insuficientes para un problema sanitario transnacional”.
Dos cuestiones son centrales, dijo a NBC Teo Yik Ying, decano de la Escuela de Salud Pública de la Universidad Nacional de Singapur: en primer lugar, “los epicentros [del brote de COVID-19] se moverán constantemente”; en segundo lugar, “los países que todavía sufren el grueso de la infección por coronavirus estarán exportando personas con el virus”.
Es decir que aunque los Estados Unidos y Europa son el epicentro hoy, “en un mes, cambiará”, especuló. “¿Irá al sudeste asiático? ¿A África o a América latina? No lo sabemos en este momento, pero existe un riesgo real de que los epicentros se sigan moviendo, y posiblemente podrían volver a Asia", donde el coronavirus surgió en la ciudad de Wuhan, China.
Uno de los primeros países afectados, Hong Kong, que cerró las escuelas pero nunca hizo una recomendación total de quedarse en la casa, “ahora ha prohibido la entrada de extranjeros —siguió The Guardian—, ha cerrado los lugares de reunión y restringido los encuentros grupales, ha fortalecido el análisis de coronavirus y ha dictado sentencias de cárcel para quienes no cumplieran” con la cuarentena, que se vigila con brazaletes de rastreo.
Ben Cowling, epidemiólogo de la Universidad de Hong Kong, dijo que existe todavía el peligro de una epidemia debido a los viajeros. Si originalmente la región especial nunca tuvo más de 11 casos confirmados por día, luego del regreso de miles de habitantes la cifra es hoy de 50 portadores de COVID-10 identificados a diario, y ya el sistema de salud de la ciudad se ha resentido.
Singapur, que como Taiwán se considera un ejemplo de respuesta a la amenaza, enfrenta una potencial segunda ola. “En medio de las advertencias sobre la creciente ‘complacencia’ de la comunidad, las cuatro muertes y más del 60% de los casi 1.000 casos confirmados en Singapur se han producido en las últimas tres semanas”, precisó el periódico británico. Por eso agregó prisión a las multas de quienes violen las órdenes de permanecer en casa, prohibió todos los viajes internaciones de corto plazo, canceló las congregaciones de gente y cerró lugares como templos o escuelas.
En Japón, que tuvo bajo crecimiento de casos en enero y febrero, enfrentó cuatro días de aumento consecutivo en Tokio a finales de marzo. En atención a esos datos, los expertos en salud de Corea del Sur temen una segunda ola y solicitaron una extensión de la protección de fronteras, una de las más laxas en la región.
Y en China, si bien se comenzaron a levantar las restricciones en la provincia de Hubei, donde se halla Wuhan, las autoridades están atentas y esta semana aislaron un condado de 600.000 personas luego de que una mujer contrayera el coronavirus aparentemente de médicos asintomáticos en un hospital.
Esa clase de eventos hace temer una posible segunda ola —advirtió un estudio en The Lancet— en agosto en Asia. Lo cual a su vez es una señal preocupante para el resto del mundo todavía en el peor momento de la pandemia: “El éxito de los países en la contención podría ser tenue y el mundo podría seguir en una suerte de clausura indefinida”, señaló el Times.
“Este es el temor a lo que podría ser la siembra de la segunda ola”, dijo Teo, y enfatizó la coordinación internacional en el manejo de la pandemia. “El epicentro podría seguir moviéndose hasta que la gente desarrolle la inmunidad colectiva”, lo cual puede ser por desarrollar anticuerpos tras la exposición al virus —con el altísimo costo que está mostrando— o por el hallazgo de una vacuna.
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