“No estamos en contra del confinamiento. Pero veintiún días es demasiado […] será muy duro”. Como el resto de vendedores con los que comparte vereda en Harare, Isaac Sayeed teme que el coronavirus le dé a su país, Zimbabue, el golpe de gracia.
A partir del lunes, la casi totalidad de los 16 millones de habitantes de Zimbabue tendrán que quedarse en casa, siguiendo una orden del presidente Emmerson Mnangagwa, para intentar frenar la propagación de la epidemia que acecha. “Aunque las cifras [de contagiados] sean bajas, sigue siendo posible que el virus se propague mucho entre la población, y eso nos preocupa”, declaró el jefe del Estado el viernes.
De momento, solo se declararon oficialmente siete casos de COVID-19 en el país. Pero la muerte de uno de los enfermos, un periodista de 30 años fallecido por falta de atención médica, según su familia, recordó a la población la gravedad del peligro. Si el virus se propaga por el país, desgastado por dos décadas de crisis económica y financiera, sumada a la escasez y la amenaza de la hambruna, el balance será catastrófico.
“Hay escasez de productos alimentarios básicos, como el maíz, y los precios subieron porque la gente ha desvalijado las tiendas”, explica Isaac Sayyed.
Morir de hambre
“Se supone que debemos hacer acopio para tres semanas, pero la mayoría de nosotros vive con el dinero justo que gana cada día”, agrega el vendedor. “Acabaremos sin medios para reabrir nuestros pequeños comercios […] y yo no veo que el Gobierno vaya a venir a ayudarnos”, señala, destacando que le da “miedo que la gente muera de hambre cuando esté aislada en su casa”.
La mitad de los habitantes del país están en situación de inseguridad alimentaria, según la ONU, a causa de la crisis económica y de inclemencias meteorológicas.
El economista Prosper Chitambara no se anda con rodeos, y vaticina un desastre, ni más ni menos. “La economía se va a desplomar. Y más aún ahora que la ventas de tabaco, una de nuestras principales fuentes de divisas extranjeras, fueron aplazadas”, advierte el analista del Instituto de Investigación Económica y Social.
“Las compras de urgencia y la escasez aumentarán las presiones inflacionistas”, opina. Una inflación ya de por sí alta, según índices publicados la semana pasada, la subida interanual de precios alcanzó la vertiginosa tasa de 500% en febrero.
Por otro lado, el estado de la sanidad pública es lamentable, y médicos y enfermeras se pusieron en huelga para denunciar la escasez de medios para luchar contra la epidemia. Pero, por desolador que parezca el panorama, Isaac Sayeed asegura que el lunes cumplirá con las consignas oficiales, por miedo a la policía.
“Si es necesario, se desplegarán las fuerzas de seguridad para garantizar el respeto [del confinamiento]”, advirtió el presidente Mnangagwa en su discurso. El año pasado, la represión de los disturbios originados por la subida de los precios del combustible causó cerca de 20 muertos y numerosos heridos, y reavivó el miedo a los abusos del régimen de Robert Mugabe (1980-2017).
El promotor de aquellas manifestaciones, el líder de la principal central sindical del país, Japhet Moyo, afirmó que respaldaba las órdenes de confinamiento. “Conocemos los efectos desastrosos que tendrá este confinamiento en la economía, pero también que la otra opción es salvar vidas para poder volver a arrancar”, comenta el sindicalista. “Por lo que a mí respecta, elijo salvar vidas”.
“Sabemos que hay coronavirus en el país, pero moriremos de hambre primero si no tenemos comida”, dijo Stewart Dzivira, un hombre cuya familia está necesitada de trabajar a diario para poder alimentarse. Ellos viven en Glen View, en las afueras de Harare. “Necesitamos desesperadamente obtener maíz ahora que hay un bloqueo”, señaló el hombre a Al Jaazera.
La situación de este padre se repite en cada uno de los hogares de Zimbabue. “No sé cómo sobreviviré durante el período de cierre. Busco comida todos los días, y será un desafío para mí y mi familia”, concluyó.
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