“La crisis del COVID-19 no es una guerra, pero se parece a una en el sentido de que requiere la movilización y dirección de recursos a niveles sin precedentes. La solidaridad entre los países y la disposición a hacer sacrificios por el bien común son decisivas”. De esa manera describió Josep Borrell, jefe de la diplomacia europea, la situación global ante el avance del coronavirus en una columna publicada el lunes en el sitio web del organismo que comanda, el Servicio Europeo de Acción Exterior.
Titulada “La pandemia de coronavirus y el nuevo mundo que está creando”, la pieza describe con una contundencia poco acostumbrada en el campo diplomático la dimensión geopolítica del conflicto. En ese marco, según el ex canciller español, es esencial la interpretación de la crisis que se termine imponiendo.
“A veces se dice que las guerras no se ganan con tácticas o incluso con estrategia, sino con logística y comunicaciones. Esto parece también cierto en el caso del COVID-19: quien mejor organice la respuesta, aprovechando rápidamente las lecciones aprendidas en todo el mundo y comunicándose con éxito con los ciudadanos y el mundo en general, será el más fuerte”, escribió Borrell al respecto.
En esa “batalla de relatos” que empieza a perfilarse, un país está haciendo más esfuerzos que cualquier otro para imponerse: China. Precisamente la nación en la que surgió el brote, en gran medida por el pésimo manejo de las autoridades en las instancias iniciales, lo que permitió una rápida propagación del virus.
“Hay una batalla global de narrativas en curso en la que el tiempo es un factor crucial. En enero, la interpretación dominante era que se trataba de una crisis local en la provincia de Hubei, agravada por el encubrimiento de información crucial por parte de los funcionarios partidarios chinos. Europa estaba enviando mucho equipo médico para ayudar a las autoridades chinas, que estaban abrumadas en ese momento. Desde entonces, China ha reducido las nuevas infecciones locales a cifras de un dígito, y ahora está enviando equipamiento y médicos a Europa, al igual que otros. China está impulsando agresivamente el mensaje de que, a diferencia de los Estados Unidos, es un socio responsable y confiable. En la batalla de los relatos también hemos visto intentos de desacreditar a la UE como tal y algunos casos en los que se ha estigmatizado a los europeos como si todos fueran portadores del virus”.
La lentitud con la que el régimen chino respondió al brote contrasta con la rapidez con la que empezó a presentarse como un país benefactor a escala internacional ni bien logró contener el contagio en su interior. Por ejemplo, la semana pasada envió un millón de mascarillas a Francia, donde el gobierno reportó una escasez.
Ante esta situación, Borrell realizó un llamado a no perder de vista los objetivos ulteriores que los países pueden tener detrás de esas acciones: “El punto para Europa es el siguiente: podemos estar seguros de que las percepciones cambiarán de nuevo a medida que el brote y nuestra respuesta a él evolucionen. Pero debemos ser conscientes de que hay un componente geopolítico que incluye una lucha por la influencia a través de la ‘política de la generosidad’. Armados con hechos, necesitamos defender a Europa de sus detractores”.
Borrell hizo un llamado a la unidad dentro de Europa, donde también se está librando una batalla entre distintas interpretaciones de lo que está pasando, y si se quiere, distintos modelos de sociedad.
“También hay una batalla de narraciones dentro de Europa. Es vital que la UE demuestre que es una Unión que protege y que la solidaridad no es una frase vacía. Tras la primera ola en la que las autoridades nacionales ocuparon el centro del escenario, ahora la UE está saliendo a la palestra con acciones conjuntas en todos los ámbitos en los que los estados miembros la han facultado para actuar: con la adquisición conjunta de equipos médicos vitales, con un estímulo económico conjunto y con la necesaria relajación de las normas fiscales y de ayuda estatal”.
Por último, llamó a la UE a ganar protagonismo a escala mundial en el combate contra el coronavirus, en un intento de defender el multilateralismo, amenazado más que nunca.
“Una pandemia global necesita soluciones globales y la UE tiene que estar en el centro de la lucha. Estoy en contacto con socios de todo el mundo, de Asia, América Latina y África, para ayudar a construir una respuesta internacional coordinada. En una crisis, el instinto humano suele ser el de volverse hacia adentro, cerrar las fronteras y valerse por sí mismo. Aunque es comprensible, esta postura es contraproducente. La emergencia de COVID-19 no puede ser resuelta dentro de un país, o yendo solos. Eso significaría simplemente que todos tendremos que luchar más tiempo, con mayores costos humanos y económicos”.
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