Sociología del coronavirus: cuando la cultura de los países puede ser una ayuda o un obstáculo ante la pandemia

La velocidad de propagación y la tasa de mortalidad del COVID-19 muestra diferencias notables entre las naciones más afectadas. Si bien las distancias económicas y en la infraestructura sanitaria explican buena parte de la variación, las costumbres y la idiosincrasia también parecen tener un papel importante

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Las personas aguardan la llegada
Las personas aguardan la llegada del tren en Osaka haciendo fila ordenadamente (Shutterstock)

“Hay que detener todas las actividades económicas. Hay que detener las interacciones sociales que normalmente nos gustan. Toda la gente debería quedarse en cuarentena en sus casas”, dijo este jueves Sun Shuopeng, vicepresidente de la Cruz Roja china y actor clave en la coordinación de las brutales —pero altamente efectivas— medidas de aislamientos impuestas en Wuhan, el corazón de la pandemia de coronavirus.

Shuopeng acababa de llegar a Milán, en Lombardía, la región más afectada de Italia. Una breve recorrida le alcanzó para darse cuenta de que muchas cosas se estaban haciendo mal. “El transporte público sigue funcionando, hay muchas personas en las calles y todavía hay cenas o fiestas en los hoteles”, cuestionó. “No sé qué están pensando”.

Italia llegó este sábado a 53.578 casos positivos de coronavirus y 4.825 muertos, superando claramente a China, donde murieron 3.259 de las 81.304 personas infectadas. La tasa de letalidad del virus en la península asciende a 9%, mucho más que en cualquier otro país.

Una multitud reunida en la
Una multitud reunida en la Puerta del Sol, punto de encuentro en Madrid, España (Shutterstock)

Hay diferencias en la infraestructura sanitaria y en los recursos humanos y económicos con los que cuenta cada nación, que pueden explicar una parte de esos resultados. Pero es evidente que eso solo no es suficiente para entender el fenómeno. Todo indica que hay también factores sociopolíticos por los que la cuarentena china está teniendo un éxito incomparable con la italiana.

“Los países divergen en los tipos de recursos disponibles, en su salud pública y en la capacidad de los gobiernos para imponer medidas estrictas de control social. Por ejemplo, las normas que adoptó China nunca podrían adoptarse en el Canadá, donde existe una cultura y una actitud distinta en relación con el control gubernamental, los derechos humanos y las libertades. En Canadá el discurso que circula es que estamos tratando de cuidarnos unos a otros, así como a nuestros semejantes en todo el planeta”, dijo a Infobae la socióloga Maya Gislason, profesora de la Facultad de Ciencias de la Salud de la Universidad Simon Fraser.

Sun Shuopeng, vicepresidente de la
Sun Shuopeng, vicepresidente de la Cruz Roja china, habla en Milán (AP)

En China no hay democracia, las libertades individuales son casi una ficción y solo se acepta una interpretación de la realidad: la del Estado. La ausencia de alternativas políticas y de una verdadera justicia de garantías hace que los ciudadanos se expongan a los castigos más severos si no obedecen.

Ese sistema favoreció el florecimiento del virus y su rápida propagación inicial. El reflejo automático es reprimir los problemas, porque siempre hay que darle buenas noticias a la población. Pero también facilitó la respuesta una vez que la crisis había llegado a un nivel tal que todo el aparato estatal se abocó a contenerla.

Italia es la contracara. Tiene una sociedad civil vibrante, con una ciudadanía que disfruta de sus libertades, y uno de los sistemas políticos más plurales del mundo, así que nadie le teme al gobierno. Eso mejora la calidad de vida en tiempos de paz. Pero puede ser problemático en una cuarentena, cuando no respetar a rajatabla las indicaciones de las autoridades implica más contagios y más muertes.

El DJ Francesco Cellini graba
El DJ Francesco Cellini graba a la gente mientras toca para ellos desde la azotea de su edificio en el distrito de Monteverde, Roma, el 21 de marzo de 2020. (REUTERS/Alberto Lingria)

En el caso de China, nos encontramos ante una dictadura política, lo que facilita el control de los movimientos de la población y la exigencia de disciplina. Sin embargo, sería sesgado pensar que el éxito en China ha sido solo por el factor político, porque entonces no habría explicación para lo que ha sucedido en Japón o en Corea del Sur. El factor cultural, en este caso, es crucial. Hay una tradición en la cual el sacrificio, el honor y el sentido colectivo es mucho más acentuado que en los países europeos, al menos en los mediterráneos. Eso, sin duda, ha ayudado al control de una epidemia como ésta”, explicó Jesús Rivera Navarro, profesor del Departamento de Sociología y Comunicación de la Universidad de Salamanca, consultado por Infobae.

Japón está al lado de China y tiene apenas 1.007 casos y 35 muertes, sin haber aplicado medidas tan drásticas como las de Italia. Corea del Sur, que iba camino a una espiral como la china, logró contener el brote en torno a los 8.000 casos, sin necesidad de un Estado autoritario. Hay elementos socioculturales que parecen incidir en la manera en la que las naciones transitan episodios tan dramáticos y excepcionales como los que está viviendo la humanidad con esta pandemia.

Soldados del ejército italiano patrullan
Soldados del ejército italiano patrullan las calles después de haber sido desplegados en la región de Lombardía para hacer cumplir el bloqueo contra la propagación de coronavirus (COVID-19) en Milán, Italia, el 21 de marzo de 2020. (REUTERS/Daniele Mascolo)

Interacciones sociales

“Hay que detener las interacciones sociales que normalmente nos gustan”, insistía Shuopeng en su declaración a los medios italianos. El pedido no era caprichoso: es el contacto entre las personas lo que permite la propagación del virus.

Lo que tal vez le cuesta comprender al vicepresidente de la Cruz Roja china es que las formas de sociabilidad varían notablemente entre una cultura y otra. No es casual que Italia y España sean los países europeos con más casos de coronavirus. Son países con sociedades abiertas, donde la vida colectiva es muy intensa.

Las personas se mueven en múltiples círculos sociales, no les cuesta desarrollar nuevos vínculos y pasan buena parte de su semana afuera, compartiendo con otros. Las amistades son uno de los pilares de la vida, tanto como la familia y el trabajo.

Las comidas con amigos son
Las comidas con amigos son una parte esencial de la vida social en países como España e Italia (Shutterstock)

En otras culturas, las reglas de sociabilidad son muy diferentes. La distancia social de la que tanto se habla en estos días forma parte de su repertorio habitual porque son más individualistas. Los círculos sociales son más reducidos, las amistades ocupan un lugar menos importante y, para muchos, no hay demasiado por fuera del trabajo.

Históricamente, los países anglosajones se han diferenciado de los latinos en ese sentido. Y el contraste es incluso mayor con algunas naciones asiáticas, como Japón o Corea. Basta comparar las formas de saludarse. Los besos y abrazos que son tan habituales en algunas culturas son excepcionales hasta en el seno familiar en otras. Es una de las muchas razones por las que algunos especialistas creen que hay tan pocas personas infectadas en Japón, donde hasta los apretones de mano son extraños.

Cuanto más estrechas sean las interacciones entre los individuos, más se propagará el virus. Sin embargo, para el COVID-19 las interacciones no necesitan ser muy intensas. Por lo tanto, me centraría más en la idea de la capacidad de una persona para acceder a diferentes entornos sociales. Una comunidad cerrada puede tener un brote alto y rápido, pero fuera de ella los demás no se infectarán. Los sistemas sociales aislados pueden contener el contagio. El problema se presenta cuando los individuos participan en diferentes esferas sociales, como ocurre en las grandes ciudades y en sociedades muy abiertas. Pueden entrar en diferentes grupos y cualquiera de ellos se verá afectado. Irónicamente, esta característica es el sello distintivo de la innovación social, pero también de una epidemia”, dijo a Infobae Antonio Maturo, profesor de sociología de la salud en la Universidad de Bolonia.

Encerrada por el coronavirus, la gente canta desde los balcones en Nápoles

Es lógico que las medidas de aislamiento sean más difíciles de cumplir en países con vínculos comunitarios más estrechos. El impacto sobre la vida cotidiana es mucho más disruptivo y el costo es sin dudas mayor. Los encuentros a través de los balcones en algunas ciudades italianas son un testimonio claro de la necesidad de romper de alguna manera la separación social que impone la cuarentena.

Lo interesante es que la abundancia de interacciones sociales significativas suele ser el mejor antídoto contra otra pandemia contemporánea: la depresión. Pocas cosas son más destructivas para la psiquis que la soledad y la ausencia de otros que se preocupen por uno.

La tasa de suicidios en Italia es de 5,5 cada 100.000 habitantes, según la Organización Mundial de la Salud. Es la tercera más baja de Europa, después de Grecia y de Chipre. La de España es 6,1, la quinta más baja, detrás de Albania. La tasa de Japón es de 14,3 suicidios cada 100.000 habitantes, más del doble. En Corea es más del triple: 20,2, la décima más alta del mundo.

Soldados italianos con máscaras protectoras
Soldados italianos con máscaras protectoras piden a los peatones sus documentos, después de que Italia reforzara las medidas de bloqueo para combatir el COVID-19 en Catania, Italia, el 21 de marzo de 2020. (REUTERS/Antonio Parrinello)

Sin embargo, esa idiosincrasia que en tiempos normales ayuda a sobrellevar un mundo que es cada vez más incierto en términos económicos y sociales, puede volverse un obstáculo para lidiar con una pandemia. Sobre todo, cuando la dificultad para aceptar la distancia social se combina con la anomia.

Las culturas más gregarias suelen ser más endebles en términos de responsabilidad individual. Las personas tienden a esperar las respuestas de afuera, de otros, y les cuesta más restringir sus deseos en función de un beneficio superior que es intangible.

“En países como Italia y España, donde lo colectivo es percibido como eje de socialización y de transmisión de afectos, en los primeros pasos de los estados de alarma se hizo más complicado cumplir reglas que nos impiden salir a la calle y estar en contacto con la gente —dijo Rivera Navarro—. Exige un sacrificio al que nos cuesta encontrar sentido. El hecho de que las sociedades italiana y española, pero también la portuguesa, la griega, la francesa, basen parte de su identidad colectiva en la interacción en grupo, en la vida en la calle, hace que las restricciones sean más difíciles de asumir. Es esperable que en Alemania o en el Reino Unido la interiorización de esas normas sea algo más fácil, porque son sociedades más individualistas”.

Trabajadores médicos en la unidad
Trabajadores médicos en la unidad de pulmonología del hospital de Vannes donde se tratan los pacientes que sufren de la enfermedad coronavirus (COVID-19), en Francia, 20 de marzo de 2020. (REUTERS/Stephane Mahe/Archivo Foto)

No es extraño que Italia y España hayan decretado cuarentenas generales y obligatorias con muchos menos casos de los que hoy tienen Alemania o el Reino Unido, que se rehúsan a dar el paso. Los primeros asumen que, si no se los obliga, a sus ciudadanos les resulta más difícil adaptar su conducta a las recomendaciones de los epidemiólogos. Los otros, en cambio, confían en que los suyos van a actuar responsablemente sin necesidad de amenazarlos con el código penal, aunque por la gravedad de esta crisis es probable que terminen haciéndolo.

“España siguió a Italia en la política de bloqueo, que es la medida más poderosa y eficaz que puede adoptarse. Otros países están actuando de manera algo diferente. Alemania seguirá pronto a Italia y España en la política de cierre, pero le llevó más tiempo adherirse a este punto de vista por razones políticas y porque se encontraba en una etapa más temprana del brote. Corea del Sur hizo muy bien las cosas porque, después del brote de MERS en 2015 desarrolló un sistema de pruebas muy rápido y actualizado. Además, adoptó una aplicación que permite rastrear a cualquier persona infectada. Este tipo de vigilancia digital tiene varios aspectos controvertidos en términos de privacidad, pero es eficaz”, dijo Maturo.

La gran cantidad de personas
La gran cantidad de personas solas es un problema creciente en muchos países desarrollados (Shutterstock)

Lo cierto es que las actitudes de algunos italianos les dieron la razón a los defensores de las medidas más duras. El domingo 8 de marzo, cuando trascendió que el primer ministro Giuseppe Conte iba a ordenar la reclusión total en Lombardía y en 14 provincias de otras regiones del norte, una multitud se agolpó en la terminal ferroviaria de Milán para huir hacia el sur.

“Leí hace dos horas que pueden firmar un decreto urgente que ponga a Padua en la zona roja. Como me gustaría ir al sur con mis parientes, decidí volver antes”, le dijo entonces el estudiante Roberto Pagliara a la agencia AP.

Es posible que él y los miles que hicieron lo mismo no comprendieran que podían estar llevando el virus a regiones a las que aún no había llegado, poniendo en peligro a sus propias familias. También es posible que lo entendieran, pero que no estuvieran dispuestos a hacer el sacrificio personal de evitarlo. Entre los casos positivos en Apulia, en el extremo sur de la península, muchos son familiares de los que escaparon del norte.

Pasajeros del metro en Japón
Pasajeros del metro en Japón viajan sin quitar la vista de sus teléfonos (Shutterstock)

Pero está claro que con la responsabilidad individual sola no alcanza. También es decisivo el rol del estado para afrontar algo como lo que está sucediendo.

En Estados Unidos tenemos un fuerte impulso cultural hacia el optimismo y el individualismo, y ambas tendencias tienen sus puntos fuertes, pero también obstaculizan nuestra capacidad para prepararnos para los peores escenarios o desastres naturales. Además, nos impiden dar prioridad al uso de fondos federales para prevenir o para responder a los hechos cuando se producen. Estamos aprendiendo ahora que las reservas estatales de insumos médicos son inadecuadas y, en muchos casos, caducaron o son inútiles. Otras naciones han centralizado la respuesta a los desastres de manera más estricta y tienen una red de seguridad más amplia para sus ciudadanos. En Corea del Sur y en Alemania vemos los buenos efectos de esos sistemas preexistentes”, sostuvo Ananya Mukherjea, profesora del Departamento de Sociología y Antropología de la Universidad de la Ciudad de Nueva York, en diálogo con Infobae.

Un policía trata de mantener
Un policía trata de mantener el orden en una calle en Tokio (Shutterstock)

Por eso es tan rico el ejemplo de Corea, que muestra una articulación entre la responsabilidad individual y un estado muy presente. Eso permitió que, a pesar de la fenomenal escalada de contagios en febrero, no fuera necesario imponer restricciones obligatorias. Una buena coordinación gubernamental y el alto acatamiento de las indicaciones por parte de la ciudadanía fue suficiente.

Algo parecido está pasando en Japón, donde se cerraron las escuelas y se cancelaron eventos masivos, pero la gente puede seguir circulando por la calle con normalidad. Lo que pasa es que la normalidad japonesa es el orden, como se ve en su sistema de transporte, donde a pesar de la superpoblación no suele haber desbordes.

De hecho, el Centro Metropolitano de Monitoreo de Enfermedades Infecciosas de Tokio reveló que los casos de gripe común están disminuyendo semana a semana. Las autoridades creen que se debe a que, ante el avance del coronavirus en el mundo, rápidamente las personas empezaron a extremar las precauciones para evitar el contagio.

Miembros de la Unidad Militar
Miembros de la Unidad Militar de Emergencia (UME) instalan un hospital de campaña en el aparcamiento subterráneo del Hospital Universitario Central de Asturias para ayudar a combatir la propagación de coronavirus en Oviedo, España, el 19 de marzo de 2020. Foto tomada el 19 de marzo de 2020 (REUTERS/Eloy Alonso)

Desarrollo y mortalidad

El perfil sociocultural de los países puede ser un insumo menos útil para comprender las notables diferencias en la tasa de letalidad del coronavirus entre los países más afectados. Es cierto que aún es demasiado pronto para saber con cuánta frecuencia mata el COVID-19, porque la pandemia está en pleno avance y en la mayor parte del planeta hay un enorme déficit en la detección de los infectados, lo cual lleva a subestimar los casos y a sobreestimar la mortalidad.

No ayuda a hacer una buena radiografía de la realidad que el grueso de los países con más casos esté, por ahora, entre los más desarrollados. Pero el hecho de que tengan más recursos es una de las razones por las que pueden hacer más tests y, por ende, llevar un registro más preciso de la cantidad de afectados.

Por otro lado, la disponibilidad de una amplia infraestructura capaz de hacer muchas pruebas es uno de los factores que contribuye a disminuir la letalidad del virus y es una de las muestras de que el nivel de desarrollo de los países es un predictor importante. El mejor ejemplo es Corea, que gracias a hacer 15.000 tests por día y a tener un sistema de salud universal y de mucha calidad, registra 8.799 infectados, pero una tasa mortalidad entre ellos de 1,2%, frente al 9% de Italia, el 5,2% de España y el 4% de China.

La forma en que un país entiende la relación entre la salud, el medio ambiente, la política y la economía determinará cómo responderá a una crisis, cuáles serán las cuestiones clave y qué aprenderá de una pandemia como el coronavirus —dijo Gislason—. Cuanto más éxito haya tenido invirtiendo en mantener la salud de base de la población, en atender a los sectores vulnerables, en programas de promoción de la salud y en infraestructura sanitaria, tanto más preparado estará para hacer frente a un desafío importante”.

Si se compara el Índice de Desarrollo Humano (IDH) de los países con la letalidad del coronavirus en su territorio —considerando solo los 21 que tienen al menos 1.000 casos confirmados—, se aprecia cierta correlación. La gran mayoría de los que tienen un IDH superior a 0,900 tienen tasas de letalidad inferiores al 2 por ciento. El modelo es Alemania, el cuarto con mayor desarrollo (0,939), donde a pesar de tener 20.705 contagiados, registra solo 72 muertes, un 0,3 por ciento.

Los que rompen la regla son Reino Unido (0,920 y 4,4%), Holanda (0,934 y 3,6%), Japón (0,915 y 3,5%) y Bélgica (0,919 y 2,4%). En cierta medida, también Malasia, que tiene un IDH de 0,804 y una tasa de 0,3%; y Portugal, con 0,850 y 0,9 por ciento.

Personal médico toma muestras de
Personal médico toma muestras de un conductor en un centro de pruebas de coronavirus en la Universidad de Yeungnam en Daegu, Corea del Sur, 3 de marzo de 2020 REUTERS/Kim Kyung-Hoon)

Más desarrollo significa, entre otras cosas, mejores instalaciones sanitarias. Por ejemplo, con más respiradores, que son esenciales para mantener con vida a los pacientes críticos, que enfrentan serias dificultades respiratorias. Y significa también ciertos umbrales de igualdad, porque si el acceso a una salud de calidad está restringido a una minoría privilegiada, los efectos de una pandemia de este tipo van a ser mucho más devastadores.

Los grupos sociales con más poder económico y mayor nivel de educación van a poder enfrentarse muchísimo mejor a la crisis sanitaria. Las desigualdades sociales en salud están ahí y los que menos tienen son los más vulnerables. Esas desigualdades tienen que ver, en un grado alto, con el tipo de políticas sociales y económicas que se aplican en un país. En España las políticas neoliberales ejecutadas por los últimos gobiernos conservadores han tenido como consecuencia cierto desmantelamiento de los servicios sanitarios, que ahora se ha hecho más visible”, dijo a Infobae Jose Maria Bleda Garcia, profesor de sociología de la Universidad de Castilla-La Mancha.

La cantidad de camas hospitalarias por habitante es un indicador que revela que incluso entre los países más ricos hay diferencias radicales. En Corea, hay 11,5 cada 1.000 personas, y en Alemania hay 8,3. En España e Italia hay menos de la mitad: apenas 3 y 3,4, respectivamente.

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