El pasado viernes 13 de marzo el presidente Pedro Sánchez declaró el estado de alarma en España. Una medida extraordinaria que restringe los movimientos de los ciudadanos, suspende actividades y cierra comercios. Apenas unos días antes el coronavirus era percibido en la sociedad como una amenaza incierta y lejana. Desde esa perspectiva, hay una sensación generalizada de que las autoridades reaccionaron tarde ante la crisis que se venía. Este diario personal es un aviso enviado desde el futuro para navegantes en América Latina con dos objetivos: concienciar y ayudar.
El domingo 8 de marzo 120.000 personas salían a las calles en Madrid (y otras 50,000 en Barcelona, con réplicas más reducidas en otras grandes ciudades) para reivindicar la igualdad por el 8M. Ese mismo día, en la capital, el partido de ultraderecha VOX reunía a 9.000 simpatizantes en el palacio de deportes de Vistalegre. Todos esos actos contaban con los permisos oficiales. Unos pocos días después las cifras de contagios por coronavirus se dispararon.
Yo también fui uno de esos irresponsables. Ese mismo fin de semana, el sábado 7 de marzo, me reuní por la tarde con una veintena de amigos para celebrar un cumpleaños. Los bares y restaurantes funcionaban con normalidad, las calles estaban llenas. Algunos de los que acudieron a la fiesta fueron desarrollando los síntomas de la enfermedad los días siguientes. Mi caso es especial: en un par de semanas espero el nacimiento de mi hijo.
Este es un diario de estos primeros 10 días de confinamiento desde que el presidente declaró el estado de alarma en Madrid, una de las ciudades más afectadas del que ya es el cuarto país por número de contagios en todo el mundo, sólo detrás de China, Italia e Irán.
Día 1 (viernes 13): Estado de alarma
Mientras escuchamos al presidente por televisión, los chats de WhatsApp están en ebullición. Hay amigos que sólo parecen estar preocupados por la economía, otros por sus familiares mayores o con problemas respiratorios, muchos de ellos por cómo les afectarán las medidas de reclusión en el trabajo.
Por mi parte, como periodista, soy consciente de que informar en estas situaciones de emergencia es un bien de primera necesidad, especialmente frente a los bulos y noticias falsas que corren por las redes. Pero, al mismo tiempo, no puedo reportear ni salir de casa. Más que nada, por responsabilidad con mi esposa y el bebé que lleva en la barriga.
Ambos decidimos someternos a un régimen estricto de noticias, para que el coronavirus no se apodere de nuestro tiempo las 24 horas. Escucharemos sólo la radio por la mañana y el telediario de la televisión pública a las 9 de la noche, además de leer los principales periódicos.
Por la noche, termino consumiendo un montón de memes sobre el coronavirus. En un país donde el deporte nacional siempre ha sido salir a tomar unas cañas, en apenas unas horas de reclusión la sociedad española ya ha desplegado toda su creatividad. Algunos se lamentan: “¿Qué nos va a quedar para el resto de la crisis, si el primer día ya hemos agotado todas las ideas?”.
Día 2 (sábado 14): Escapar a las montañas
“Así no Madrid. Así no. Por favor, quédate en casa”, advierten desde el servicio de Emergencias de la capital. Son muchos los madrileños que, ajenos a la gravedad de la crisis, han salido con sus coches a las afueras de la ciudad para pasar el día.
Los parques de la ciudad están abarrotados de personas paseando, sentadas en el césped, disfrutando de las terrazas. Como si nada sucediera. El alcalde de Madrid, José Luis Martínez Almeida, decide cerrar todos los espacios públicos verdes por la tarde.
Salgo a dar un paseo de 15 minutos por mi barrio y percibo cierta desconfianza en la poca gente con la que me cruzo. Al verme a lo lejos, la mayoría se cruza a la otra acera para que no haya contacto físico. Cuando vuelvo a casa, decido que no volveré a salir más que para lo que sea estrictamente necesario.
Día 3 (domingo 15): Miedo
Hoy me he levantado con molestias, me duele la cabeza y la garganta, me siento muy cansado y no tengo hambre ni fuerzas para hacer nada. Sólo quiero estar tumbado, pero a la vez me duele demasiado el cuello y la espalda. Lo primero que pienso es que tengo el virus y que en ningún caso debo contagiar a mi esposa embarazada. Es por eso que decido confinarme dentro de nuestra propia reclusión: hasta que me encuentre mejor viviré solo en uno de los cuartos de la casa.
Tumbado en la cama, tratando de leer algo, incapaz de escribir, por primera vez siento el miedo. Es un pensamiento horroroso, el de que quizá no pueda estar con mi esposa cuando nazca nuestro hijo. Cuando asomo la cabeza, veo que ella no para de poner una lavadora tras otra, de intentar desinfectar con lejía cada rincón de la casa. Todo parece oler a lejía.
Por la noche, sucede algo inédito en nuestra rutina doméstica. Casi nos peleamos (en broma) por bajar a tirar la basura. De algún modo, es una excusa para despejar la mente y salir, aunque sea por un par de minutos, al exterior.
Día 4 (lunes 16): Los 3 síntomas
Mi esposa no puede parar de hacer cosas. Supongo que es una forma de no pensar en la enfermedad. Lleva toda la mañana marcando el número de teléfono de la Seguridad Social. Al fin, alguien responde al otro lado de la línea. Abre la puerta de mi habitación y me lanza el celular: “¡Contesta!”.
Les explico mi situación. Escuchan pacientemente. Me dicen que están abriendo “el sistema de triaje” para comprobar si tengo coronavirus. Espero varios minutos en silencio. Al fin, el sistema parece que funciona. La mujer de la Seguridad Social se limita a hacerme tres preguntas: “¿tiene fiebre? ¿tiene tos? ¿tiene problemas respiratorios?”.
Contesto “No” a las tres. Y ya está, el sistema ha decidido que no tengo coronavirus. Pero igual paso una noche horrible, apenas alcanzo a dormir más de 30 minutos seguidos.
Día 5 (martes 17): Dentro de la sanidad pública
“¿Qué hacemos con este?”. Un chico joven protegido con el equipo sanitario frente al virus (bata aislante, mascarilla, guantes) me observa en el puesto de control que han montado en la entrada del centro de salud pública que me corresponde. Mi esposa logró conseguirme una cita para hoy con mi médico de cabecera.
Llega otra enfermera. Me dicen que me retire el flequillo y me apuntan con un aparato que mide con láser la temperatura, para saber si tengo fiebre. Deciden dejarme pasar, especialmente cuando les digo que mi esposa está embarazada y no quiero contagiarle nada, sea o no coronavirus.
El centro de salud está vacío. Unos pocos enfermeros van de un lado a otro, con aparente nerviosismo. Los pocos pacientes que esperamos a que nos atiendan llevamos mascarillas tan rudimentarias como la mía, que conseguí gracias a mi suegra, quien restaura muebles y tiene acceso a este tipo de material.
La doctora me tranquiliza. No tengo ningún síntoma del coronavirus y ya han pasado 10 días desde que estuve en aquel cumpleaños con mucha gente en la calle (el sábado 7). Tampoco tengo infección en las vías respiratorias, pero sí un poco cargada la garganta. Puede ser, dice, por la sequedad en el ambiente. Pese a que intento tranquilizarme, vuelvo a pasar una noche de pesadilla.
Día 6 (miércoles 18): Salvación en la farmacia
Sigo recluido en mi cuarto. Nada más levantarme. Llamo a un amigo que es médico. Lo último que quiero es molestarle durante estos días, sé que está haciendo horas extra y doblando turnos para atender a los afectados, pero necesito saber qué me recomienda hacer él.
Piensa que tengo una contractura y me aconseja comprar un relajante muscular. Dice que eso, agravado por la paranoia y los nervios, es lo que no me deja descansar.
Bajo a la farmacia con mi mascarilla. Las calles ya están desiertas. Hay fila para entrar, un par de parejas espera antes que yo. En la entrada varios carteles advierten de que el aforo máximo dentro es de dos personas. Compro además un termómetro porque el que tenemos ha empezado a fallar, quizá por mi uso obsesivo: el otro día me registró 33.2 grados, una temperatura imposible.
Esa misma tarde empiezo a sentirme mucho mejor. Recupero el apetito y poco a poco siento que las fuerzas regresan.
Desde hace varios días, en todos los rincones de España, la gente sale a las 8 de la tarde a sus ventanas o balcones para aplaudir. Es un gesto de agradecimiento a todos los médicos y profesionales de la salud que siguen atendiendo a los infectados, exponiéndose a la enfermedad pero sin faltar un solo día a sus puestos de trabajo.
Esa noche, la primera desde hace unos días que volvemos a dormir juntos mi esposa y yo, leo en el periódico El País sobre la geometría de la pandemia: el 80/15/5. Según esta regla el 80% de los españoles se infectará casi sin enterarse. En la mayoría de los casos se curarán sólo con Paracetamol. El 15% puede sufrir neumonía y necesitará tratamiento. Y el 5% restante deberá ingresar en la unidad de cuidados intensivos de su hospital. Estos dos últimos porcentajes son los que podrían llevar al colapso del sistema de salud, como ya ha sucedido en Italia.
Día 7 (jueves 19): Excursión al mercado
Tenemos la suerte de que en nuestro barrio hay una tienda familiar que desde que estalló la crisis mantiene los envíos a domicilio de productos frescos: fruta, verduras y carnes. Sin embargo, otros productos se han ido agotando en casa y necesitamos salir al supermercado a hacer una gran compra. Me ofrezco voluntario y así podré hacer algunas fotos para Infobae.
Voy a la hora de comer en España, sobre las dos de la tarde, para intentar no encontrarme con demasiadas personas. Llevo la mascarilla, unos guantes y un carrito con mis propias bolsas de papel. En la entrada hay varios carteles advirtiendo de las medidas especiales de seguridad, de evitar aglomeraciones y mantener la distancia. Dentro hay poca gente.
Nos cruzamos en los pasillos intentando no mirarnos unos a otros, esquivándonos para no chocar con los carritos. El ambiente es raro, de aparente normalidad. Por el altavoz suena ‘Mi persona favorita’, de Alejandro Sanz. Un hilo de voz de uno de los trabajadores interrumpe la música: “Por favor, les recordamos que deben de respetar la distancia de seguridad de un metro para evitar el contagio, gracias”.
Hay baldas enteras vacías. Según me cuentan los reponedores del mercado, desde el primer día se agotó el papel higiénico. En cuanto lo vuelven a traer, se agota a primera hora. Tampoco hay (o escasean) distintos productos de higiene (desinfectantes, toallitas, servilletas), algunas cremas para el cuerpo, frutos secos, salsas, pasta, botes de tomate frito, ciertos tipos de café… El pescadero sigue atendiendo pero con una barrera de seguridad improvisada para que los clientes mantengan la distancia.
Al ir a pagar, aconsejan que sea con tarjeta de crédito para evitar el contacto físico. Hay varias pegatinas en el suelo que delimitan la distancia que hay que mantener mientras haces fila para la caja.
Los trabajadores de los grandes supermercados como éste en Madrid son otros de los héroes de la crisis, trabajando en jornadas intensivas más que nunca antes, exponiéndose a la enfermedad cada día, pero sin opción a quedarse en casa.
Cuando voy a salir del súper de regreso a casa, una señora muy mayor nos mira a mí y a una chica joven con desprecio: “¿Qué os creéis con esas mascarillas, que estamos en la guerra?”.
Día 8 (viernes 20): Resistiré
Hoy por fin mi esposa y yo nos hemos besado en la boca por primera vez desde que estalló la crisis. Ya tenemos la convicción de que no estamos infectados y hemos decidido vivir con la mayor normalidad posible estos últimos días de embarazo.
En estos pocos días hemos visto cómo la situación en España ha cambiado drásticamente. Se han multiplicado los despidos temporales en todo tipo de empresas, el país se ha paralizado, igual que los deportes, la cultura, hasta el Congreso y la Bolsa se han vaciado o semi vaciado. Desde el principio han cerrado escuelas y universidades. Los efectos en la economía (nacional pero también familiar) se sentirán durante mucho tiempo.
Hoy llegó la primavera a España. Hay varios estudios médicos que demuestran que el coronavirus es muy sensible al calor: cada día que pasa a 37 grados pierde 10 veces su efectividad, según el virólogo español Luis Enjuanes.
En mi comunidad de vecinos, tras los aplausos de las 8 de la tarde en apoyo a los sanitarios, alguien ha conectado un equipo potente de música y ha sonado ‘Resistiré’ del Dúo Dinámico. Es el himno de la cuarentena en España.
Días 9 y 10 (sábado 21 y domingo 22): Reflexión
Igual que les sucedió a los italianos con China, y a los españoles después con Italia, estas reflexiones desde España es como hablar desde el futuro hacia el continente americano. Por desgracia, muchas de las situaciones que ya hemos vivido aquí se replicarán allá en las próximas semanas. Es importante aprender de los errores, en España no supimos ver desde el primer momento la gravedad del virus y aún seguimos sufriendo las consecuencias.
Eso no quiere decir que haya que perder la esperanza, que haya que caer (como me pasó a mí mismo) en la desesperación y la paranoia, pues eso sólo lleva a encontrarte peor. Hay muchos motivos para la esperanza. Entre ellos, en mi caso nos reconforta que no hay indicios de que afecte a los fetos ni sea más grave en las mujeres embarazadas, como sí sucede con otros virus como el del Zika. Además, los hospitales de maternidad en España siguen funcionando con total normalidad.
Algunos amigos o gente de nuestro círculo cercano ya han pasado el virus, los efectos han sido muy distintos en unos y otros. La mayoría ha estado unos pocos días con fiebre y malestar general, luego con muchas tos y debilidad física y finalmente ha ido encontrándose mejor. En unos pocos casos han tenido problemas respiratorios graves y han debido ser ingresados. Por suerte ahora mismo están todos bajo control.
Los protocolos siguen cambiando. El gobierno (y los alcaldes de las ciudades) intentan aprobar medidas económicas para ayudar a los ciudadanos. Cada día hay nuevas restricciones, o se modifican las ya existentes. Sólo queda pasar esta época con responsabilidad y paciencia.
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